Hasta el s¨²per y m¨¢s all¨¢
Pertrechado como para una misi¨®n espacial ¡ªmascarilla, guantes, jab¨®n, carrito¡ª me dirig¨ª al objetivo. Con una lista interminable de cosas y un encargo de mis vecinos: una botella de ron
Este s¨¢bado me vi como uno de los hobbits de El se?or de los anillos, que al emprender un largo viaje de pronto se detiene: ¡°Si doy un paso m¨¢s estar¨¦ m¨¢s lejos de mi casa de lo que he estado nunca¡±. Bien, yo no hab¨ªa pasado en dos semanas de un escaso per¨ªmetro de tiendas del barrio, pero ten¨ªa que hacer una gran compra en un supermercado enorme que est¨¢ m¨¢s lejos. Pertrechado como para una misi¨®n espacial ¡ªmascarilla, guantes, botellita de jab¨®n, carrito¡ª me dirig¨ª al objetivo. Con una lista interminable de cosas y un encargo de mis vecinos, un matrimonio muy simp¨¢tico que al decirles si necesitaban algo, me dijeron sin pensarlo: ¡°S¨ª, una botella de ron¡±.
Salir a buscar alimentos para la tribu tiene algo de primitivo. Como un mensaje que me lleg¨® de Italia: ¡°Dentro de poco tendremos que salir a cazar para comer y yo ni siquiera s¨¦ d¨®nde viven las lasa?as¡±. Pasear con excusa en la ciudad vac¨ªa es reconfortante, aprovechas para mirar, aunque casi vas de puntillas. Dentro del s¨²per hab¨ªa una atm¨®sfera que por un momento te devolv¨ªa a la normalidad, aunque todo el mundo llevaba lista de la compra de un folio. Y al rato te dabas cuenta de que parte de la gente no es real. Eran dobles: son los empleados que hacen la compra a quien la pide por Internet. Al final de la cadena siempre hay un tipo currando. Se notaba que muchos eran nuevos y no se conoc¨ªan los pasillos, un laberinto donde puedes quedar atrapado en un bucle espacio-temporal en busca del pur¨¦ de patatas. Estaban tan perdidos como yo. ¡°A ver, queso semicurado de oveja Don Ismael. ?Y d¨®nde estar¨¢? Ha pedido un mont¨®n, se ve que a este le gusta el queso, o esta, no s¨¦ qu¨¦ ser¨¢¡±, dec¨ªa la mujer. Se volv¨ªa loca repasando la her¨¢ldica de los nombres de quesos: condes, capitanes, cardenales.
El carnicero sonre¨ªa con los ojos; la sonrisa se ve hasta sin ver la boca
No hab¨ªa nadie sin mascarilla, salvo alg¨²n jovenzuelo, van como m¨¢s sobrados, se creen invulnerables. A esa edad es una necesidad sentirse especial, y es que adem¨¢s lo eres. Tambi¨¦n llevaban protecci¨®n los empleados, pero el carnicero segu¨ªa sonriendo con los ojos. Es incre¨ªble c¨®mo se ve una sonrisa, incluso sin boca. En la caja me gast¨¦ m¨¢s de 200 euros, no he hecho una compra as¨ª en mi vida, tres o cuatro unidades de cada cosa. Y, de hecho, al salir me di cuenta de que no pod¨ªa con todo. Tem¨ª no poder regresar. Pero divis¨¦ m¨¢s que estaban como yo, algunos como si fueran a un carguero interestelar de papel higi¨¦nico. Renqueando a lo largo de la calle, desperdigados, como en una etapa alpina del Tour. Sent¨ªa mi jadeo en la mascarilla y c¨®mo me sudaban las manos bajo los guantes de l¨¢tex. Me propuse adelantar a uno, pero acab¨¦ tan hecho polvo que tuve que parar. Sentado en medio de la nada, anhelaba que pasara un coche de la polic¨ªa para detenerme y que de paso me llevara a casa. Pas¨® una mujer ciega, c¨®mo ser¨¢ el silencio en su cabeza, ahora que el mundo es tan silencioso. Su perro me mir¨® raro, ver a las personas sin rostro les despistar¨¢. Una repartidora a domicilio, con casco y una mochila gigante cuadrada, muy poco aerodin¨¢mica, deambulaba buscando una direcci¨®n. Con todo vac¨ªo, cada vez que aparec¨ªa alguien es un momento teatral, una escena.
En el portal me vi en el dilema de coger o no el ascensor, y utilic¨¦ la frase comod¨ªn de nuestra especie: ¡°Malo ser¨¢¡±. Al abrir la puerta de casa fue como si llegara el s¨¦ptimo de caballer¨ªa con refuerzos. Todo el mundo euf¨®rico a ver las cosas que hab¨ªa tra¨ªdo. Pero me mandaron vestido a la ducha, como un agente Blade Runner que viniera del mundo exterior t¨®xico de cazar replicantes, no lasa?as. Adem¨¢s, como dice un amigo, estas misiones son muy desagradecidas, da igual lo que te esmeres, siempre te dir¨¢n: ¡°Te hab¨ªa dicho semidesnatada¡±. Al quitarme la mascarilla se me desmont¨® en las manos. Y los guantes, rotos. Se te rasgan al poner las pegatinas del precio de la fruta, se pegan a los dedos. Por fin me sent¨ª seguro, pero al d¨ªa siguiente, al ver mi m¨®vil, ca¨ª en un descuido, siempre hay algo que haces mal: lo estuve manoseando en la compra y luego lo fui dejando por todas partes. ?Habr¨¦ metido el alien en casa?
Ese d¨ªa una amiga fue a hacer la compra a un Lidl de Bravo Murillo y mientras estaba esperando en la cola, todos en silencio, porque hay un extra?o silencio, de personas solas, incluso donde hay gente, una se?ora dijo mirando a las cajeras: ¡°Yo creo que estas personas se merecen un aplauso¡±. Y la comunidad humana del supermercado respondi¨® con una gran ovaci¨®n a estas hero¨ªnas gal¨¢cticas.
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