El ¨¢ngel exterminador
Abril es siempre el mes m¨¢s cruel en Nicaragua. Qued¨® a la vista hace dos a?os, cuando tantos muchachos indefensos fueron masacrados en las calles
Hace ya dos semanas entramos en encerramiento voluntario en nuestra casa de Managua, una aventura hacia adentro, vivida entre mi mujer y yo, alejados del mundo, como en los conventos. Tulita cocina, a veces yo lavo los platos. Ella pinta, yo escribo. Ahora est¨¢ terminando un cuadro de peces coloridos que le hab¨ªa pedido mi hija Mar¨ªa. Yo sigo con mi tercera parte de la trilog¨ªa del inspector Morales, y tengo todo el tiempo que antes tanta falta me hac¨ªa. Se lo digo por videollamada a mi hija Dorel, y hacemos cuentas de cu¨¢nto pierde la escritura con los viajes; a este paso tendr¨¦ una nueva novela antes de fin de a?o.
Los g¨¹ises, tan bulliciosos, y que suelen estrellarse contra los cristales de las ventanas en su atolondramiento, entran volando por las puertas que dan al patio y se paran sobre la mesa del comedor, ahora silenciosa y desierta porque tardar¨¢ antes de que volvamos a tener invitados. Estos g¨¹ises imprudentes olvidan la inquina implacable de Carb¨®n, el schnauzer miniatura que nos dej¨® en prenda nuestra nieta Mariana cuando se fue a Francia con sus padres hace dos a?os.
Mis hijas hacen la compra, dejan las bolsas en la puerta, nos saludan de lejos, nos dicen algunas palabras detr¨¢s de sus mascarillas acerca de desinfectar los empaques, y deshacernos de las bolsas. Cuando atardece, el canto de los pocoyos llega desde el platanar al otro lado de la cerca, aqu¨ª donde la ciudad empieza a subir hacia la sierra, ganando sus linderos rurales.
Podr¨ªamos escapar de aqu¨ª, fugarnos al cine a tanda de siete, al restaurante de los mediod¨ªas del domingo, ir por el pescado que llega los viernes desde Casares al puesto callejero distante un kil¨®metro, manejar hasta Masatepe. Porque no es que las puertas tengan cerrojo alguno. Simplemente no podemos salir, como en El ¨¢ngel exterminador de Bu?uel.
Abril es siempre el mes m¨¢s cruel en Nicaragua. Qued¨® a la vista hace dos a?os, cuando tantos muchachos indefensos fueron masacrados en las calles. Los lechos de los arroyos se vuelven polvo cernido, el sol se torna rojo sangre con las quemas de los potreros que arden en la noche abriendo caminos de fuego en las laderas. Sequedad, calor, desolaci¨®n. Ahora encierro, incertidumbre, miedo.
De afuera llegan noticias. El aparato oficial de propaganda manda a la gente a hacinarse en las playas, a asistir a las fiestas religiosas de semana santa, que la iglesia ha cancelado. Una gran cruzada de contaminaci¨®n. El poder amenaza con castigar por sediciosos a quienes no mandan a sus hijos a la escuela, a los que llevan mascarillas en los autobuses; proclama que el coronavirus es una enfermedad de ricos frente a la que los pobres son inmunes. La lucha de clases en la oscuridad de la caverna.
Pero la gente, en desamparo, vuelve por s¨ª misma. Coloca aguamaniles en las aceras de los mercados (lava tus manos antes de tocarte la cara), las farmacias de los barrios ofrecen jabones gratis (tome un jab¨®n si necesita), pegada a un pilar de alumbrado hay una bolsa con mascarillas (tome una, recuerde que todos necesitamos), en la reja de un garaje cuelga amarrado un dispensador (?Alcohol en gel gratis!).
Una gran conspiraci¨®n ben¨¦fica contra el mal y contra la insensatez del poder que lo ampara.
Sergio Ram¨ªrez es escritor y premio Cervantes 2017.
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