Los muertos no mueren
Cuando los amigos me preguntan c¨®mo se siente haber quedado aqu¨ª atrapado en plena pandemia, mi referencia m¨¢s efectiva es The Dead Don¡¯t Die, la pel¨ªcula que cuenta la llegada del apocalipsis zombi
Todas las ma?anas me despierta el alboroto de los p¨¢jaros que, desde hace cuatro semanas, porf¨ªan por traer la primavera. Y sin embargo, el invierno se resiste a abandonar del todo Ithaca, el peque?o pueblito del estado de Nueva York donde mi esposa y yo estamos pasando la cuarentena. Me demoro en levantarme de la cama y me quedo mirando por la ventana, resignado a mi particular d¨ªa de la marmota: la fachada lateral del State Theater, la escalera de hierro en zigzag, una hiedra todav¨ªa sin hojas; al pie, dos edificios m¨¢s peque?os y feos divididos por un callej¨®n vac¨ªo donde, hasta antes del giro pand¨¦mico, era posible observar las operaciones de un camello local, parejas transando, alg¨²n homeless echando una siesta. En esa hoja en blanco de la ventana solo los p¨¢jaros se entregan a sus labores cotidianas y marcan todo con sus signos de puntuaci¨®n. Tambi¨¦n las ardillas, en pleno comienzo de la temporada de apareamiento, han adquirido un protagonismo inusitado en mi vida.
A estas alturas ya he perdido la cuenta de los d¨ªas que ha durado nuestro encierro, sencillamente he dejado de contar.
Cuando los amigos me preguntan c¨®mo se siente haber quedado aqu¨ª atrapado en plena pandemia, mi referencia m¨¢s efectiva es The Dead Don¡¯t Die, la pel¨ªcula m¨¢s reciente de Jim Jarmusch, que cuenta la llegada del apocalipsis zombi a un pueblo pr¨¢cticamente id¨¦ntico a este. Y no lo digo tanto por las similitudes arquitect¨®nicas o por la atm¨®sfera pintoresca como por la inquietante indiferencia de los habitantes del pueblo. Al igual que en la pel¨ªcula de Jarmusch, aqu¨ª todos act¨²an como si hubieran le¨ªdo el guion de la cat¨¢strofe; el grotesco presidente de pacotilla ha dicho que no le importa que muera mucha gente, lo que bastar¨ªa para condenarlo por genocida en un planeta decente, pero da igual porque la gente ya lo sab¨ªa. Todos hab¨ªan le¨ªdo el guion. El capitalismo no se toca. Prefirieron romper el freno de mano de la historia antes que detenerse. Primero muertos. Incluso muertos en vida, condenados todos por decreto presidencial a tener nuestro billete de la loter¨ªa viral.
EL PA?S se queda en casa
Vamos al supermercado por calles vac¨ªas. Una vez a la semana paseamos por un parque cercano donde apenas nos topamos con nadie. En un mensaje de whatsapp, mi amigo Edmundo, que vive a menos de un kil¨®metro de aqu¨ª, me dice que esta zona del pueblo tendr¨ªa que estar repleta de gente bebiendo en las terrazas de los bares. Echo de menos todo, le digo, el contacto, las carcajadas, el sudor, la fricci¨®n. Dar¨ªa cualquier cosa por entrar a El Sotare?o, mi cantina favorita de Popay¨¢n, pedirle a don Agust¨ªn un bolero de Benny Mor¨¦ y sentarme delante de una botella de aguardiente Caucano. Dar¨ªa cualquier cosa por estar con mis amigos en el karaoke cutre de la S¨¦ptima con 42 en Bogot¨¢, donde hace apenas dos meses celebr¨¢bamos, puestos de MDMA hasta las cejas, abrazados y cantando a los gritos. Echo de menos a las personas y me digo que pienso luchar en todos los frentes para recuperar ese contacto. ?Pero luchar c¨®mo? ?Contra qui¨¦n o contra qu¨¦?
Luchar, supongo, para decirlo en pocas palabras, luchar para que podamos volver a estar otra vez juntos en un mundo donde la teolog¨ªa de los economistas no nos conduzca al exterminio de la vida.
Juan C¨¢rdenas es escritor colombiano. Su ¨²ltimo libro es El¨¢stico de sombra (Sexto Piso, 2019)
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