Ir y no volver

De la conversaci¨®n telef¨®nica que mantengo cada ma?ana brotan aquellos lugares a los que volver¨ªamos gustosas mi interlocutora y yo. Volver: normalmente, supondr¨ªa solo regresar al escenario de los hechos. Una copa al atardecer, una sarta de escaparates, una tienda con el mejor chocolate de la ciudad, una quedada en el parque, donde el ?ngel Ca¨ªdo, al que siempre me entran ganas de frenar con mis brazos.

Pero volver no es solo eso, hoy. El verbo implica, ahora, m¨¢s que la vuelta al lugar, realizar el recorrido que condujo al destino. Andar hacia, hasta, para, con, incluso contra (el viento, podr¨ªa ser). Algo tan obvio se convierte en lo magn¨ªfico. Dejar atr¨¢s el edificio, llegar a la glorieta, desde?ar los taxis (de momento: os soy devota), esperar al autob¨²s, deb¨ª comprarme un bono, tengo o no tengo el euro y medio, oh, qu¨¦ delicia. Atravesar la ciudad en un autob¨²s casi lleno, ocupando un asiento para los poco m¨®viles, delante de otra emp¨¢tica se?ora con bast¨®n.

Ir, ir, ir. Como uno de esos pr¨®fugos de la justicia (pero ¨²nicamente por dentro, mis fugas no amenazan a nadie) que compran billete de ida, y nada m¨¢s. Caminar hacia un lugar, no importa cual, en el que no exista la extradici¨®n. Dejadme que alg¨²n d¨ªa vaya continuamente y no piense en regresar, salvo en el sentido en que lo hago en mis conversaciones telef¨®nicas. Imaginando.

En la pandemia, el camino se nos revela, como aquel que propon¨ªa el sobado y siempre eterno Cavafis, superior a la propia ?taca.

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