Alberto Manguel | Escritor y erudito argentino-canadiense

¡°Necesitamos pensar para saber que estamos sobreviviendo¡±

Desde su encierro en Nueva York, Alberto Manguel explica por qu¨¦ durante las tragedias buscamos respuestas en la literatura y c¨®mo las narraciones ayudan a mirar el presente

Alberto Manguel durante el Festival Internacional de Literatura en Roma, Italia, en junio de 2019.Getty

La crisis por el coronavirus trajo, entre otras cosas, el descubrimiento de lo que ya ten¨ªamos. Como esos ni?os saturados de novedades que, cuando se corta la luz, recurren a la caja de viejos juguetes en busca de consuelo, miles de personas en cuarentena descubrieron que pod¨ªan amasar su propio pan y agotaron reservas de harina y levadura, otras encontraron ...

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La crisis por el coronavirus trajo, entre otras cosas, el descubrimiento de lo que ya ten¨ªamos. Como esos ni?os saturados de novedades que, cuando se corta la luz, recurren a la caja de viejos juguetes en busca de consuelo, miles de personas en cuarentena descubrieron que pod¨ªan amasar su propio pan y agotaron reservas de harina y levadura, otras encontraron que pod¨ªan usar sus tel¨¦fonos para llamar a sus amigos y familiares, y en Europa se dispararon las ventas de una novela publicada hace m¨¢s de 70 a?os, inspirada en una epidemia de c¨®lera en una colonia francesa a mediados del siglo pasado. Mientras muchos franceses e italianos le¨ªan La peste de Albert Camus por primera vez, el escritor, traductor y editor argentino-canadiense Alberto Manguel, varado en Par¨ªs por una conferencia que lo hab¨ªan invitado a dar en el Coll¨¨ge de France, se enter¨® de que Estados Unidos iba a cerrar sus fronteras y decidi¨® volver a su casa en Nueva York, donde permanece encerrado desde principios de marzo.

¡°Los lectores siempre encontramos en nuestras bibliotecas algo que nos cuenta nuestro presente¡±, dice ahora Manguel por videoconferencia, mientras cae la noche del jueves en Nueva York. El autor de Una historia de la lectura, reconocido en el mundo por su erudici¨®n bibliol¨®gica y su vasta obra como cr¨ªtico, narrador y ensayista, habla con una precisi¨®n hipn¨®tica, como si pesara cada palabra. La multiplicaci¨®n de ventas de La peste fue quiz¨¢ el primero de una serie de fen¨®menos relacionados con la literatura que aparecieron cuando el virus se instal¨® en todos lados: la publicaci¨®n de diarios corales de la pandemia se reprodujo casi tan r¨¢pido como los contagios, las descargas de libros digitales aumentaron a la par que cerraban las librer¨ªas y las iniciativas para contar y escuchar historias destinadas a los ni?os brotaron como hongos. Pero al comienzo del aislamiento, la sensaci¨®n colectiva de irrealidad solo parec¨ªa encontrar reservas de sentido en escenas de libros publicados hace d¨¦cadas, incluso siglos.

Pregunta. ?Por qu¨¦ recurrimos a la literatura cuando no tenemos otro marco para interpretar el presente?

Respuesta. Nunca tenemos marcos adecuados para interpretar el presente. La realidad nos llega a trav¨¦s de fragmentos, a trav¨¦s de nuestros sentidos, que luego tenemos que recomponer en una narraci¨®n para que podamos entender lo que est¨¢ sucediendo. Cada uno de esos movimientos se reconstruye dentro de una frase que nos contamos a nosotros. O en situaciones m¨¢s complicadas y m¨¢s fragmentarias, como una guerra o durante movimientos pol¨ªticos. Pero tambi¨¦n tenemos que reconstruirlos en una narraci¨®n. Somos una especie de la palabra, somos una especie que necesita la narraci¨®n para construir nuestras experiencias, imaginarias o no. La literatura es el esfuerzo que hacemos para contar esas narraciones de la mejor manera posible. Entonces no es extra?o que recurramos a esas narraciones para que pongan en palabras lo que nosotros estamos viviendo en todo momento.

Hay muchos momentos en que nos olvidamos de recurrir a la literatura porque no nos parecen apremiantes. Pero en otros momentos, en cat¨¢strofes individuales o colectivas, los lectores recurrimos a esas narraciones. Ahora, tambi¨¦n tenemos que tomar en cuenta que la mayor parte de los habitantes del planeta no son lectores y entonces no s¨¦ c¨®mo hacen. Recurren a im¨¢genes, recurren a gente que les cuente historias, pero los lectores siempre encontramos en nuestras bibliotecas algo que nos cuenta nuestro presente.

P. Hay un fen¨®meno que se ha dado en paralelo a este af¨¢n de buscar sentido en los libros: una especie de furor en los medios por hacer diarios de la pandemia. Y tratan de hacerlos recurriendo a los escritores¡­

R. Tambi¨¦n a los no escritores. Todo el mundo est¨¢ escribiendo un diario.

P. Tiene raz¨®n. Pero hay una cierta decepci¨®n frente a algunos de estos textos, porque estamos esperando que los escritores tengan las palabras que nosotros no tenemos para describir lo que estamos sintiendo. Y ellos tampoco las tienen en este caso. ?Por qu¨¦ recurrimos a los escritores como si tuvieran esa capacidad de ver m¨¢s all¨¢ de lo que nosotros vemos?

R. En esta epidemia recurrimos a los m¨¦dicos. Decimos: es una enfermedad, el m¨¦dico cura, vamos a ver c¨®mo me cura usted. Y cuando el m¨¦dico nos contesta: no solo no puedo curarlo, sino que no puedo decirle ni siquiera con seguridad si tiene el coronavirus o no, porque los test pueden decirle que probablemente lo tenga o probablemente lo ha tenido, pero no pueden confirmar su diagn¨®stico, entonces culpamos a los m¨¦dicos. Decimos: ?por qu¨¦ no son tan eficaces como queremos que sean? Lo mismo ocurre con los escritores.

Si pedimos a un escritor que tenga un diario de este momento, probablemente el diario ser¨¢ anodino o, quiz¨¢s, milagrosamente, una obra maestra. Esto no lo podemos saber hasta mucho despu¨¦s. En el momento de la peste bub¨®nica en Europa hab¨ªa mucha gente que escrib¨ªa, que tomaba notas en las clases letradas, y de eso nos queda nada. Queda esa ficci¨®n que escribi¨® Daniel Defoe diez a?os despu¨¦s de la peste [Diario del a?o de la peste], que s¨ª es una obra maestra, en el sentido de que es un fake news muy bien construido, que da la impresi¨®n de la cotidianeidad. Defoe no quiere hacer literatura, es un periodista, aunque no haya estado en esa situaci¨®n, contando como ese personaje. Pero a¨²n as¨ª yo creo que, por un lado, vamos a ver despu¨¦s de que esto pase, si sobrevivimos, los que sobrevivimos, qu¨¦ se produjo en la literatura y quiz¨¢s haya, como digo, alguna obra maestra. Pero al mismo tiempo podemos ir a nuestras bibliotecas y buscar en ella textos que ya son obras maestras, y textos no necesariamente referidos a una plaga o una epidemia.

Yo tengo en mis estantes el libro de Defoe. Tengo Los prometidos, de [Alessandro] Manzoni, con esos cap¨ªtulos extraordinarios sobre la peste en Mil¨¢n. Tengo el Decamer¨®n, por supuesto. Tengo Muerte en Venecia, de Thomas Mann. Tengo La peste de Camus, claro. Y Ensayo sobre la ceguera, de Saramago. Esos son los obvios. Menos obvio y para m¨ª muy ¨²til es releer Robinson Crusoe ahora. Est¨¢ aislado, tiene que construirse una sociedad, un mundo con lo que tiene y, hasta la llegada de Viernes, tiene que reconsiderar todo lo que tuvo y lo que ya no tiene. Tiene que construir, de alguna manera, hacer con lo que tiene, y de esa manera prepararse para sobrevivir lo que est¨¢ ocurriendo. Puedo darle muchos ejemplos.

Ahora, por ejemplo, estoy leyendo una novela del escritor griego-sueco Theodor Kallifatides que se llama La guerra de Troya. Y durante la invasi¨®n nazi de Grecia, la ocupaci¨®n de Grecia, una maestra se lleva los ni?os y se refugian. Y entonces es como una clausura cuando est¨¢ esa epidemia pol¨ªtica alrededor, y les cuenta la guerra de Troya, les cuenta la Il¨ªada. Y a trav¨¦s de esa epopeya, los ni?os no solamente se distraen de lo que est¨¢ ocurriendo, sino que empiezan a entender lo que est¨¢ ocurriendo, porque toda guerra es la guerra de Troya.

Nosotros tenemos la ilusi¨®n de que lo que nos ocurre siempre ocurre por primera vez. Tenemos esa fantas¨ªa de la originalidad, que no hemos tenido siempre. Para los escritores de la Edad de Oro ser original no ten¨ªa ning¨²n sentido. Usted contaba historias que todo el mundo conoc¨ªa. La cuesti¨®n era c¨®mo las contaba, c¨®mo las constru¨ªa. Pero nosotros, desde mediados del siglo XX y en parte gracias a la tecnolog¨ªa electr¨®nica, tenemos la ilusi¨®n de vivir en un presente constante donde no existe el pasado y el futuro no es m¨¢s que un presente prometido. Entonces nos sorprende que ocurran cosas. A veces inesperadas, a veces catastr¨®ficas, pero ya han ocurrido miles de veces, solo que nosotros, como no tenemos una relaci¨®n con el pasado, nos parece que ocurren por primera vez.

P. Hay una pregunta que surge de una especie de broma entre algunos lectores: as¨ª como tal vez sentimos que hay escritores que todav¨ªa no pueden decirnos lo que queremos que nos digan, hay ciertos cientistas sociales o pensadores o acad¨¦micos que han salido a hacer an¨¢lisis sobre la pandemia con un nivel de certeza que tambi¨¦n hace sospechar. O sea, Slavoj Zizek ya sac¨® un libro¡­

R. (Risas) No me sorprende, no me sorprende para nada. Siempre cree que tiene que tener la palabra que ¨¦l cree justa antes que todo el mundo, sin reflexionar¡­

P. La pregunta es si usted cree que este es el momento de la literatura o es el momento de las ciencias sociales, aunque no sean excluyentes. Digo, como herramienta para tratar de interpretar el presente, si cree que en este momento es m¨¢s poderosa la imaginaci¨®n o el an¨¢lisis en base a teor¨ªas sociales. Aunque, claro, las teor¨ªas sociales tambi¨¦n pueden ser consideradas un g¨¦nero literario.

R. Pero usted est¨¢ tomando exactamente la posici¨®n que describ¨ªa: como si en el siglo XIX, o a principios del siglo XX, o en el siglo XIII, la literatura o las ciencias sociales no ten¨ªan importancia. Y para quien tienen importancia, tienen importancia siempre. Y para otros no tienen importancia. Para Trump no tienen importancia, y para ciertos lectores inteligentes tienen importancia, tanto ahora como en el pasado. ?Por qu¨¦? Porque tantas veces, desde la historia del diluvio, si creemos en el diluvio, hasta ahora con el coronavirus, los seres humanos, como estamos condenados a un cierto poder de razonar y a una cierta idea del tiempo y del espacio, creemos que el universo nos responde de la misma manera. Creemos que el universo es nuestro interlocutor. Al universo no le importa un carajo de nosotros. El universo no tiene ni conciencia, ni inteligencia, ni percepci¨®n, ni sentimientos.

Es una idea que nace con el monote¨ªsmo. Los griegos tambi¨¦n la ten¨ªan, pero la idea de que hay un Dios que tiene manos y pies y conversa con nosotros y tiene recuerdos y... Yo no creo en Dios, pero los que creen en Dios dicen creer en un ser omnipotente, omnisciente. No se puede aplicar a ese ser, como no se puede aplicar al universo, ninguna de estas cualidades y aspectos antropom¨®rficos.

Entonces, ?qu¨¦ sucede? Hay una cosa que se llama el coronavirus, que es un virus. Es algo que no tiene conciencia ni siquiera de s¨ª mismo, ciertamente no de nosotros, y que existe. Y nosotros queremos enfrentarlo en una relaci¨®n intelectual. Queremos que alguien o nosotros lo analicemos y le demos motivos: por qu¨¦ ocurre esto, por qu¨¦ ocurre ahora, en qu¨¦ contexto ocurre y cu¨¢les son las consecuencias. Todo eso no tiene absolutamente ning¨²n sentido. Y lo peor es que no sirve para nada.

(Manguel sonr¨ªe de pronto y recuerda una pel¨ªcula de ciencia ficci¨®n de los a?os cincuenta que a ¨¦l y a su hijo les hac¨ªa soltar carcajadas: The thing from another world (en espa?ol se conoci¨® como La cosa o El enigma de otro mundo). Un grupo de exploradores descubre en el Polo Norte los restos de una nave y una cosa congelada que lleg¨® del espacio. ¡°Entonces la desentierran, la sacan del hielo y se dan cuenta de que esa cosa, que parece algo inerte, vegetal, tiene una forma de actuar. Y uno de los personajes dice esta l¨ªnea inmortal: ??Una zanahoria pensante!?¡±).

Creemos que este virus es una criatura que tiene intenciones y eso es peligroso. Yo creo que, como en todo momento, hay preguntas que tenemos que hacernos, que podemos hacernos. Tendr¨ªamos que hacernos esas preguntas en todo momento de nuestra vida, pero es solamente cuando nos enfrentamos con una cat¨¢strofe, cuando alguien que amamos muere, cuando sucede un evento pol¨ªtico extraordinario que nos hacemos estas preguntas muy b¨¢sicas: qu¨¦ estoy haciendo en el mundo, cu¨¢les son mis responsabilidades hacia los otros, hasta qu¨¦ punto necesito sacrificarme sin ser un acto ego¨ªsta de suicidio, cu¨¢les son los matices que tengo que dar a mi vida cotidiana y qu¨¦ puedo cambiar en lo que estoy haciendo, no s¨®lo para ayudarme a m¨ª mismo, sino para ayudar a los otros que est¨¢n ah¨ª en la calle. Esas preguntas tendr¨ªamos que hacernos todos los d¨ªas, como dice Pr¨®spero, el protagonista de La Tempestad: que cada tercer pensamiento que tenga sea de la muerte.

Pero eso tenemos que hacerlo todos los d¨ªas y lo hacemos solamente cuando estamos confrontados a este peligro o con el lobo en la puerta. Creo tambi¨¦n que en estos momentos surge una antigua superstici¨®n de creernos inmortales, y creernos inmortales en un sentido vasto. Somos inmortales hasta el ¨²ltimo momento de nuestra vida, pero pensamos que no nos tiene que tocar nada de lo que les toca a los otros.

Hay una expresi¨®n en ingl¨¦s que a m¨ª me parece fundamental. Es una expresi¨®n que se ha convertido en un lugar com¨²n: There but by the grace of God go I. ¡°All¨ª ¡ªindicando cualquier persona que sufre que le pasa algo¡ª, salvo por la gracia de Dios, voy yo¡±. Ese soy yo. Nos olvidamos de eso y quiz¨¢s estas cat¨¢strofes nos pueden servir para recordarnos esa obviedad.

Alberto Manguel durante una sesi¨®n de fotos en Mondion, Francia, en abril de 2013. Ulf Andersen (Getty Images)

P. Otro fen¨®meno que tambi¨¦n ha surgido es que hay mucha gente produciendo historias para que escuchen ni?os, mucha gente tratando de contar y escuchar historias. Que es como nivel un nivel m¨¢s primario...

R. No, no, es el mismo. Que sea Shakespeare que le cuenta la historia, o que sea su abuelita, es exactamente el mismo impulso y tiene exactamente el mismo vuelo¡­

P. ?Recuerda otro episodio hist¨®rico, otra referencia en la literatura, donde la narraci¨®n de historias haya sido central para sobrellevar la situaci¨®n?

R. El texto cl¨¢sico es el Decamer¨®n. Es decir: est¨¢ la peste, se van y se cuentan historias. El otro texto cl¨¢sico, que est¨¢ en el futuro y no es un virus, sino que es el antiintelectualismo, es Fahrenheit 451. Y el personaje emblem¨¢tico que sobrevive contando historias, que se salva contando historias, es Sherezade [de Las mil y una noches]. No importa que sea un virus, que sea un rey mis¨®gino y asesino, que sean bur¨®cratas que quieran eliminar la cultura. La frase de Flaubert, que le escribe a una amiga en una carta: ¡°Lea para vivir¡±, es absolutamente cierta para los lectores. Yo no s¨¦, como dec¨ªa antes, c¨®mo hace la gente que no lee para sobrevivir. Porque s¨ª, est¨¢n las otras artes, pero ninguna como la literatura nos presta palabras. Las otras artes son extensi¨®n del o¨ªdo, como la m¨²sica, extensi¨®n de la vista, como la pintura o el cine... La literatura es una extensi¨®n del pensamiento y necesitamos pensar para saber que estamos sobreviviendo. Y tambi¨¦n para darle sentido al momento que vivimos y aceptar que ese momento va a terminar.

P. En Italia acaba de surgir un debate porque el Gobierno ha permitido que las librer¨ªas puedan volver a abrir bajo la consigna de que el libro es tambi¨¦n un bien esencial. En esta situaci¨®n, los libreros m¨¢s peque?os, que igual est¨¢n golpeados de muerte, han denunciado que en realidad la medida solamente favorece a las grandes cadenas, porque son las ¨²nicas que est¨¢n en condiciones de tener la infraestructura para brindar seguridad a sus clientes...

R. Le cuento: yo quise comprar un par de libros, ahora, de libreros de segunda mano, y me escriben que no me los pueden mandar porque no pueden salir siquiera para ir al correo. Amazon, en cambio, lo hace porque es una compa?¨ªa que depende de sus esclavos y no le importa si el esclavo muere llevando el libro el cliente. Y claro, as¨ª pueden funcionar, pero tenemos que aceptar que estamos viviendo en una sociedad de esclavitud.

P. Mi pregunta es un poco ret¨®rica, pero igual quer¨ªa conocer su reflexi¨®n. Quer¨ªa saber, primero, si cree que el libro es un art¨ªculo de primera necesidad. Y despu¨¦s, si cree que las librer¨ªas deber¨ªan abrir.

R. Son dos preguntas distintas. Cuando, despu¨¦s de la guerra, [Charles] De Gaulle declar¨® que, para ciertos objetos de primera necesidad, el precio tendr¨ªa que ser controlado por el Estado para que no suba y usted no pueda comprarse un litro de leche, los cuatro productos que ca¨ªan bajo ese r¨®tulo eran: el pan, la leche, (estamos en Francia) el vino y el livre de poche [¡°libro de bolsillo¡± en franc¨¦s). Eso me parece de una enorme sabidur¨ªa. Ahora bien, la segunda parte de la pregunta es que, de la misma manera, los negocios ahora tienen esclavos que le traen la leche, el pan, el vino de primera necesidad, pero corren el riesgo de infectarse. Quieren que los libreros hagan lo mismo. El librero peque?o, de la misma manera que el peque?o almacenero, no puede arriesgarse a poner su canasto de frutas en la vereda. Tampoco puede llev¨¢rselo a usted. Entonces, los que se aprovechan de esta situaci¨®n son las grandes empresas.

Ahora, digo esto y no conozco la respuesta a este problema moral. Si usted necesita pan y leche, y agreguemos libros para sobrevivir, y si usted no puede salir a la calle porque, como yo, tengo 72 a?os, tengo asma, diabetes, tuve un ataque al coraz¨®n...en fin, todo lo que no hay que tener en estos casos, ?Tengo el derecho de arriesgar la vida de la persona que me trae esos productos y que me permite sobrevivir a m¨ª? No lo s¨¦...

Sobre el final de la entrevista, mientras Manguel explica con h¨¢bito docente que, eso que llamamos ¡°literaturas del yo¡± o ¡°autoficci¨®n¡± ¡ªla tendencia que ha dominado cierto mercado editorial en los ¨²ltimos a?os¡ª ya exist¨ªa desde las Confesiones de San Agust¨ªn, su respuesta se interrumpe por un ruido de golpes met¨¢licos. ¡°Es el momento de la solidaridad con los trabajadores m¨¦dicos¡±, dice Manguel. ¡°A m¨ª me parece muy lindo que se haga esto, yo salgo con mis cacerolas a la ventana¡±. En Nueva York son las 7 de la tarde. No hace falta mirar el reloj: lo sabemos por el ruido de las cacerolas. Del mismo modo que, en algunas escenas de ciencia ficci¨®n, sabemos que algo ha pasado en el mundo porque solo se escucha el silencio o las calles est¨¢n vac¨ªas. Y ah¨ª es donde comienza la historia.

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