La solidaridad organizada le planta cara al colapso econ¨®mico en Per¨²
Las ollas comunes y los comedores populares son algunas respuestas ante un Estado casi ausente para los pobres durante la pandemia
Desde que empez¨® la pandemia y conforme m¨¢s de seis millones de peruanos perd¨ªan sus trabajos, Marsivit Alejo, una adolescente de 13 a?os que cursa primero de secundaria, decidi¨® dejar de lado su pasi¨®n por el dibujo y por confeccionar atrapasue?os para coordinar ollas comunes, las iniciativas barriales solidarias de recaudaci¨®n de dinero que se han multiplicado en Per¨² para comprar alimentos con los que preparar desayunos y almuerzos para quienes se han quedado sin recursos por la crisis del coronavirus. Las seis que ella organiza benefician a decenas de familias de lunes a s¨¢bado en Villa Mar¨ªa del Triunfo, un distrito del sur de Lima formado predominantemente por asentamientos humanos que empezaron como invasiones de terreno en cerros. La joven y otras voluntarias usan le?a sobre el piso de tierra o alguna cocina prestada y cobran el equivalente a 30 c¨¦ntimos de d¨®lar por cada raci¨®n.
Pese a que su propia familia pertenece al 57% de los peruanos que no tiene servicio de agua corriente las 24 horas y tiene que abastecerse con un cami¨®n cisterna y al 24% que no tiene alcantarillado, Marsivit decidi¨® ayudar porque le vio la cara al hambre. Antes de la pandemia, el 20% de la poblaci¨®n en Per¨² era pobre y no ten¨ªa lo suficiente para comer, pero la cifra se ha incrementado en 10 puntos con la pandemia, indic¨® esta semana la ministra de Desarrollo e Inclusi¨®n Social, Patricia Donayre.
¡°Mis padres y mis hermanas siempre me han inculcado que debo ser una mejor persona y ser perseverante, por eso trato de hacer esto bien y que la ayuda llegue a las personas que de verdad lo necesitan¡±, explica la estudiante en el comedor de su casa a EL PA?S. ¡±Hay familias que no tienen recursos porque han perdido el trabajo, y no les podemos negar la comida; hay madres solteras que tampoco pueden pagar, entonces se encargan de picar los alimentos, de servir, lavar las ollas, limpiar¡±, explica.
Entre marzo y mayo, 2,3 millones de personas perdieron el empleo en la Lima metropolitana por causa de la cuarentena, y en el segundo trimestre hab¨ªa 6,7 millones menos de trabajadores que el a?o pasado en el pa¨ªs, que ya se ha convertido en el que tiene la mayor tasa de mortalidad del mundo por la covid-19. Antes de la pandemia, un 70% del empleo en Per¨² era informal, y se desarrollaba a menudo en las calles o en el transporte p¨²blico. De un d¨ªa para otro, solo las actividades esenciales estaban permitidas. En abril, el Gobierno transfiri¨® fondos a municipalidades distritales para que entregaran canastas de alimentos a millones de familias pobres, pero los vecinos lamentan que mucha de la ayuda no lleg¨® por corrupci¨®n o por incompetencia. ¡°Aqu¨ª no se conoce al alcalde, no llegaron las canastas¡±, asegura Anderson Alejo, el padre de Marsivit.
Aurelia De la Cruz es una de las ciudadanas que prepara comida en la olla com¨²n del asentamiento humano Para¨ªso, la principal en la que colabora Marsivit. De la Cruz no sabe leer ni escribir. ¡°Gracias a Dios existe el WhatsApp y puedo enviar mensajes de voz a las personas que de vez en cuando ayudan a la olla com¨²n¡±, dice conteniendo la emoci¨®n. Cuando el almuerzo est¨¢ listo, avisa a un grupo en la mensajer¨ªa instant¨¢nea y despu¨¦s pasa a anunciar la convocatoria con un micr¨®fono y un altavoz: ¡°Vecinos, buenas tardes, ya est¨¢ el almuerzo, por favor ac¨¦rquense a recoger¡±.
Redes solidarias
La abogada de 27 a?os Sandra Paico fue una de las primeras personas en transformar su rutina en marzo para entregar alimentos en el centro de Lima a personas que se quedaron sin recursos cuando impusieron el confinamiento y la emergencia sanitaria en Per¨². Llam¨® a su iniciativa Por una cuarentena sin hambre. ¡°El n¨²cleo fue 15 personas aunque el grupo lleg¨® a tener 50 colaboradores para todas las tareas. Cuando salimos en televisi¨®n empezamos a recibir muchos aportes. Hubo alguien que don¨® un cerdo entero y lo llevamos a un comedor popular que atend¨ªa a 700 personas. Quienes necesitaban ayuda se comunicaban v¨ªa Facebook. Hemos visto que ha crecido mucho la pobreza¡±, lamenta Paico.
Los comedores populares han sido otra respuesta a la hist¨®rica ca¨ªda de 30.2% del PIB peruano en el segundo trimestre de 2020, la mayor desde que el Banco Central de Reserva registra ese indicador. El jueves ¨²ltimo, la ministra de Econom¨ªa y Finanzas, Mar¨ªa Antonieta Alva, estim¨® que el impacto de la pandemia se traducir¨¢ en un retroceso anual de 12% en la econom¨ªa. En Per¨², los comedores populares surgieron en la d¨¦cada de los a?os 80 como una respuesta ante la crisis econ¨®mica, pero miles se mantienen hasta hoy con algunos insumos entregados por las municipalidades y el pago simb¨®lico de quienes requieren un men¨² diario a bajo precio.
Luego de tres meses de trabajo solidario en varios distritos de la capital, Paico cay¨® con una neumon¨ªa compatible con la covid-19, y tuvo que quedarse en casa. ¡°Una persona donaba el combustible y nos trasladaba llevando las canastas de alimentos, as¨ª fue hasta junio, pero como varios nos enfermamos no hemos podido contar a cu¨¢ntas personas hemos entregado alimentos y ropa de abrigo y cu¨¢ntas aportaron¡±, cuenta. ¡°Hemos tenido la disposici¨®n de ser un puente. Las personas que confiaron nos han permitido llegar a otros. Yo estudi¨¦ en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y all¨ª aprendimos que los problemas se resuelven colectivamente, esto no ha sido asistencialismo sino solidaridad. S¨¦ lo que significa pasar hambre, crec¨ª con mi mam¨¢ y a veces com¨ªamos una vez al d¨ªa¡±, a?ade la abogada.
En el distrito m¨¢s poblado de Lima, San Juan de Lurigancho, otro colectivo entreg¨® alimentos a necesitados entre marzo y junio. Se denominaban Los Cazafantasmas de Arriba Per¨², por el nombre del asentamiento humano donde viven y por los trajes que usaban para desinfectar aceras y fachadas. Un grupo de diez amigos se organiz¨® para salir todos los d¨ªas a desinfectar con una m¨¢quina y mangueras que compraron con ahorros. A cambio, los vecinos les daban unas monedas por la limpieza y con ello compraban alimentos para personas en abandono.
¡±Algunos ya volvieron a sus trabajos y por ello hemos parado la desinfecci¨®n y la labor social. Tambi¨¦n se complica los domingos porque est¨¢ prohibido salir¡±, comenta Jhunior Calcina, uno de los cazafantasmas. En el mismo distrito, la religiosa Yenny Chipana es una de las coordinadoras del comedor popular Eulalie Durocher que sirve a diario 100 almuerzos, principalmente para familias migrantes venezolanas, despu¨¦s de que miles de ellos perdieran el empleo. ¡°Nos gustar¨ªa contar con m¨¢s apoyo para no dejar de atender a los que ya no alcanzamos¡±, expresa la hermana de la congregaci¨®n de los Santos Nombres de Jes¨²s y Mar¨ªa.
La oficina de C¨¢ritas Lima ha entregado desde el inicio de la pandemia canastas de alimentos y medicinas a unas 700.000 familias en pobreza extrema, pero en julio han cambiado la forma de trabajo para los necesitados. ¡°Semanalmente apoyamos 50 ollas comunes en Lima, pero por la crisis las donaciones que recibimos han bajado y estamos buscando aliados para sostener los apoyos en nueve distritos de Lima¡±, se?ala Cynthia Tello. Adem¨¢s, entre abril y julio, C¨¢ritas Per¨² entreg¨® alimentos y art¨ªculos de higiene a 898.874 familias.
Comit¨¦s ciudadanos
De acuerdo al antrop¨®logo Nekson Pimentel, en los distritos de Carabayllo y Comas, en Lima norte, enfrentan la crisis mediante otros procesos. Por ejemplo, comit¨¦s ciudadanos que en a?os pasados se formaron para luchar contra la corrupci¨®n de las autoridades locales, contra el tr¨¢fico de tierras, para exigir atenci¨®n en un hospital, o defender el espacio p¨²blico, en la pandemia se han organizado ¡°para la soluci¨®n del hambre y la sobrevivencia¡±.
¡±Esto tiene para largo: la poblaci¨®n est¨¢ m¨¢s precarizada y m¨¢s desempleada. El Gobierno ha tenido medidas lentas, con complicaciones en la entrega de subsidios a los pobres, y las autoridades distritales siempre est¨¢n desorientadas. El dinero de las canastas de alimentos fue malversado (por las municipalidades)¡±, sostiene Pimentel, quien dirige el Centro Peruano de Investigaciones Sociales (Cepis).
Pimentel critica que del presupuesto que el Gobierno destin¨® para atender la pandemia, el 0.4% del PIB fue para subsidios a los pobres y un 12% para cr¨¦ditos a las grandes empresas. ¡°A una poblaci¨®n precarizada no se le puede exigir que se quede confinada por tanto tiempo. La informalidad (laboral) es producto del desequilibrio estructural y social. No se ha querido ver la desigualdad frente a un peque?o porcentaje de poblaci¨®n con riqueza acumulada, como se?ala (el economista) Thomas Piketty¡±, agrega.
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