Madrid, capital de la confusi¨®n
Los ciudadanos viven con desconcierto y hartazgo de los pol¨ªticos unas nuevas restricciones que no comprenden y que creen que no sirven para nada
Patricia y ?lvaro, de 21 a?os, se abrazan a las diez de la ma?ana en el aeropuerto de Barajas, fantasmal y solitario, con dos terminales cerradas. Ella se va a Alemania a estudiar M¨²sica y no sabe cu¨¢ndo volver¨¢, ¨¦l sabe seguro que no podr¨¢ ir a verla. Ella toca el fagot y ¨¦l, el viol¨ªn. Hay otras despedidas en la acera desierta y son en silencio, no hay gente ni bullicio. Est¨¢n en la puerta porque a ¨¦l no le dejan acompa?arla, aunque ella tiene problemas de espalda y lleva un certificado, pero nada. Quiz¨¢ se vean en Navidades. ¡°Volver¨¦ si se puede¡±, dice ella. ¡°Yo me quedo aqu¨ª encerrado¡±, la...
Patricia y ?lvaro, de 21 a?os, se abrazan a las diez de la ma?ana en el aeropuerto de Barajas, fantasmal y solitario, con dos terminales cerradas. Ella se va a Alemania a estudiar M¨²sica y no sabe cu¨¢ndo volver¨¢, ¨¦l sabe seguro que no podr¨¢ ir a verla. Ella toca el fagot y ¨¦l, el viol¨ªn. Hay otras despedidas en la acera desierta y son en silencio, no hay gente ni bullicio. Est¨¢n en la puerta porque a ¨¦l no le dejan acompa?arla, aunque ella tiene problemas de espalda y lleva un certificado, pero nada. Quiz¨¢ se vean en Navidades. ¡°Volver¨¦ si se puede¡±, dice ella. ¡°Yo me quedo aqu¨ª encerrado¡±, lamenta ¨¦l. Se les ve tristes. Hablan de Madrid como de un lugar claustrof¨®bico, hostil, de futuro incierto.
Madrid ya es una ciudad donde la gente cree vivir en el absurdo y no conf¨ªa en quienes les gobiernan. Recorriendo barrios de la ciudad se repiten frases que empiezan igual: es absurdo¡ ¡°Es absurdo que pueda irme a Londres y no a ver a mi primo a Toledo¡±. ¡°Es absurdo que ahora la gente de las zonas con m¨¢s contagios, que estaban confinados, puedan ya salir por todo Madrid¡±. ¡°Es absurdo, estas medidas no van a frenar el virus y el fin de semana no puedes salir a respirar al campo¡±. ¡°Es absurdo que no refuercen el metro, si va lleno y nos movemos todos por toda la ciudad¡±. ¡°Es absurdo que cierren los parques¡±. Todo el mundo se ha especializado en detectar incongruencias, comentarlas para desahogarse, y en esta selva de paradojas se limita a ir a lo suyo.
El ¨²ltimo cambio de reglas es solo un episodio m¨¢s que no se acaba de comprender. ¡°No me he enterado bien, pero como voy de casa al trabajo y del trabajo a casa¡±, dice Silvia, de 31 a?os. Evita el metro, coge el tren de cercan¨ªas de Vallecas, que viene de Alcal¨¢, otra zona confinada, para ir a trabajar a una tienda de ropa del barrio de Salamanca, en el centro. Vive en una de las 45 zonas que hasta ahora ten¨ªan restricciones de movilidad, salvo para trabajar o razones justificadas, y donde no van a notar nada. Jonathan Rodr¨ªguez, de 22 a?os, trabaja en la construcci¨®n y tampoco sabe bien las reglas. Atraviesa todo Madrid hasta Chamart¨ªn por la l¨ªnea 1 del metro. ¡°Siempre vamos apretados, a las siete de la ma?ana cuando voy y a las siete de la tarde cuando vuelvo¡±. Es de Guatemala, lleva a?o y medio en Espa?a y est¨¢ a gusto. Ni sabe si los pol¨ªticos lo est¨¢n haciendo bien o mal. Espera que bien. Hay mucha gente al margen de los telediarios.
Los l¨ªmites entre barrios hicieron aflorar situaciones surrealistas, y su fin, tambi¨¦n. Un buen ejemplo de mareo ciudadano es el bar La Ardilla, en la calle Congosto, esquina con Pico Chilegua, en Vallecas: qued¨® dentro de una zona confinada, pero su terraza, en la plaza de enfrente, no. ¡°Los vecinos del otro lado pod¨ªan venir a la terraza, pero no pod¨ªan entrar al ba?o. Ahora puedo cerrar una hora m¨¢s tarde, a las once. Pero me quedo sin la mitad de la terraza, que pasa del 100% al 50%¡±, cuenta Milagros Albacete, 35 a?os, la propietaria. Dice una frase que tambi¨¦n se repite mucho y comienza as¨ª: da igual que seas de derechas o de izquierdas... Sigue con una declaraci¨®n de hartazgo de la clase pol¨ªtica, en bloque: ¡°Da igual que seas de derechas o de izquierdas, todos lo han hecho mal, se han olvidado del pueblo, es una lucha pol¨ªtica. No tiene sentido nada de lo que hacen¡±. ?Ella qu¨¦ har¨ªa? Entonces dice algo que m¨¢s o menos sabe todo el mundo, y tambi¨¦n se repite: ¡°Es echar piedras a mi tejado, pero lo ¨²nico que funcionar¨ªa para frenar el virus ser¨ªa cerrar todo otra vez¡±. Tiene cinco empleados, m¨¢s ella. No saben qu¨¦ les depara el futuro. ¡°Con el miedo, las tardes ya est¨¢n muertas; por la ma?ana con los colegios y la boca del metro tengo el tir¨®n del desayuno, la hora del vermut, pero en cuanto empiece el fr¨ªo¡¡±. En la terraza, una familia celebra una comuni¨®n. Son 13, se sientan en mesas separadas, para cumplir las normas, que dicen que no pueden ser m¨¢s de seis.
¡°?No me entrevista a m¨ª?¡±, dice una mujer que no lleva mascarilla, y explica por qu¨¦: no sirve para nada. ¡°Todo lo que dice la tele es mentira¡±. Tampoco sabe si puede ir o no a una zapater¨ªa cerca del Retiro, y se alegra al saber que s¨ª. Esta es la serie m¨¢s asombrosa de frases que se repiten, que explica parte de la confusi¨®n, y son de este tipo: ¡°Yo no entiendo nada, pero es que ya no miro las noticias¡±. Mucha gente vive desinformada deliberadamente, no conoce con certeza las reglas y tampoco sabe qu¨¦ pol¨ªtico tiene raz¨®n, ya no le interesa. Villa de Vallecas es un peque?o pueblo y hay colas por todas partes, pero no son para hacer acopio de v¨ªveres, la gente ya no tiene miedo de que se cierre todo. Hay cola en la carnicer¨ªa, en la panader¨ªa, en el estanco. Tambi¨¦n en la casa de empe?os, seis personas.
El autob¨²s de la l¨ªnea 143 sale a mediod¨ªa de Vallecas hacia el centro, a la zona de Goya, un ¨¢rea comercial que est¨¢ a rebosar. Empleadas de El Corte Ingl¨¦s confirman que este s¨¢bado hay mucha m¨¢s gente. Quiz¨¢ por el inicio del mes. Las conversaciones, de lo mismo: lo absurdo que es todo. Una mujer cree que habr¨ªa que cerrar todo, y tiene sus razones: se contagi¨® en marzo ¨Dsufri¨® dolores de cabeza que a¨²n le duran¨D, as¨ª que sabe de lo que habla. Y m¨¢s a¨²n porque, casualidad, trabaja en el n¨²mero 900 de informaci¨®n sobre la epidemia de la Comunidad de Madrid. Por eso prefiere no decir su nombre. Empez¨® en informaci¨®n, y luego ha hecho de todo: rastreadora, seguimiento, dar resultados de PCR, y en los peores meses hasta la b¨²squeda de fallecidos. ¡°Cuando alguien mor¨ªa en un hospital no se sab¨ªa en cu¨¢l de las tres morgues acababa, la familia no lo sab¨ªa, y hab¨ªa que buscarlo¡±, explica.
En la mesa de su casa, donde teletrabaja, tiene un taco de folios de todos los protocolos que se han ido sucediendo, que cambian casi cada semana. El ¨²ltimo es que el test ya solo se hace a convivientes y con s¨ªntomas, no a quien ha estado en contacto con un positivo. En esto ve a la gente cada vez m¨¢s nerviosa, y soporta mucha mala educaci¨®n. ¡°La gente quiere hacerse el test y no lo entiende¡±. Lo que genera m¨¢s dudas ahora son los colegios, otro aspecto del caos. Cada uno hace una cosa y las familias no saben a qu¨¦ atenerse. Tambi¨¦n hay empleados que llaman a denunciar que en su empresa hay positivos y siguen trabajando. ¡°Tal como somos, la gente solo aprender¨¢ con buenas multas¡±. La mala opini¨®n acerca de los espa?oles solo es superada por la de sus gobernantes.
En las tiendas de esta zona y por el barrio de Salamanca hay mucha animaci¨®n y ven m¨¢s gente que otros d¨ªas. En la calle los vecinos est¨¢n igual de enfadados que en Vallecas. Pepe Ruiz, publicista de 56 a?os, piensa as¨ª: ¡°Esto es un atropello, no tiene ning¨²n sentido. Hay otras zonas con datos peores, como Navarra, y no las cierran. Si despu¨¦s de seis meses lo ¨²nico que hemos aprendido es a encerrarnos, poco hemos aprendido¡±. Tiene familia en San Agust¨ªn de Guadalix, un pueblo a 35 kil¨®metros, y no entiende por qu¨¦ ahora no puede ir a verla. Aunque pensaba que las restricciones empezaban el lunes.
En los barrios de Madrid hay vida, pero el centro es solo un lugar abandonado por los turistas. Ya no hay vecinos, sus casas se han ido convirtiendo en apartamentos tur¨ªsticos. En la calle Arenal, de Sol a ?pera, se cuentan ocho locales con el cartel ¡°Se alquila¡±. Hay una pancarta muy graciosa en una ventana, junto a una bufanda del C¨¢diz, que resume todo: ¡°Coronaviru hijo de puta¡±.
¡°Esto es la ruina. La caja ha bajado un 85%-95%. Mis padres contaban que ver el centro as¨ª de vac¨ªo solo pas¨® despu¨¦s de la Guerra Civil. Hay muy poca alegr¨ªa en Madrid, la gente camina callada¡±, relata Juan Gabriel Gorrachategui, de la hist¨®rica churrer¨ªa 1902, abierta en ese a?o y regentada desde entonces junto a la calle Arenal por la misma familia. Su hijo H¨¦ctor es la quinta generaci¨®n. Reabrieron el 1 de septiembre. No han visto ni un turista hasta esta semana, unos mexicanos. ¡°Por la noche ves la caja y te tienes que frotar los ojos, no te lo crees¡±, cuenta H¨¦ctor. Se quejan del Ayuntamiento, que no deja abrir terrazas en el centro: ¡°Mandas un escrito y ni te contestan¡±. Ahora la ¨²ltima esperanza de los negocios del centro es la Navidad: ¡°Si eso falla y no nos ayudan, se acab¨®, cerrar¨¢ el 60% de los locales. Nuestro trabajo es hacer un buen chocolate y unos buenos churros, y los pol¨ªticos est¨¢n ah¨ª para defender nuestros intereses, y no lo hacen. Solo se pelean como ni?os¡±.
Pero en el centro de Madrid hay se?ales inesperadas de nueva vida. La ausencia de turistas abre nuevas posibilidades. Justo la noche del viernes, cuando la ciudad iba a cerrarse, abr¨ªa un bar. Se llama Anda Jaleo, en la calle de la Uni¨®n, junto al Teatro Real. Son los due?os de otro establecimiento que est¨¢ cerca, que vive de la gente del barrio y no de los turistas, y la situaci¨®n les ha permitido abrir este: los alquileres bajan y les han dejado el de este local al 50% los dos primeros a?os. Ten¨ªan a dos personas en ERTE y con el nuevo bar las han podido sacar. ¡°Confiamos en que nuestra familia, que es el barrio, los vecinos, sigan viniendo¡±, cuenta Jos¨¦, uno de los empleados. En la inauguraci¨®n estaba lleno. La gente entr¨® a cenar con unas reglas y sali¨® a las once con otras, a un Madrid distinto.
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