Cr¨®nica de la primera semana: ¡°El virus ya est¨¢ aqu¨ª¡±
En aquellos primeros d¨ªas con el virus se vaciaban los supermercados, se perd¨ªan los trabajos en unas horas y se eleg¨ªa qui¨¦n viv¨ªa y qui¨¦n no en las UCI
En el centro de salud de M¨®stoles donde trabaja Raquel Collados ya usaban mascarillas en febrero de 2020. ¡°T¨¢citamente, nos invitaron desde gerencia a no utilizarlas para no asustar a la poblaci¨®n¡±, recuerda. Ese era el clima. No se le olvida el 6 de marzo: entr¨® una enfermera de la UCI del hospital del municipio. ¡°Cerr¨® la puerta y llorando a todo llorar me dijo: ¡®Nos va a matar¡±. Se hab¨ªa contagiado. Ella pens¨®: ¡°Ya est¨¢ aqu¨ª¡±. Hasta entonces el coronavirus era una cosa lejana de China, que luego se acerc¨® a Italia, pero segu¨ªa siendo distante. ¡°No ten¨ªamos informaci¨®n de arriba, pero ya sab¨ªamos que hab¨ªa que cerrar Madrid. Ten¨ªamos un protocolo surrealista. A los pacientes con s¨ªntomas respiratorios les preguntabas si ven¨ªan de Wuhan, Italia o Torrej¨®n, o hab¨ªan estado en contacto con alguien de all¨ª. Si dec¨ªan que s¨ª, te vest¨ªas con la EPI [equipo de protecci¨®n] y todo. Pero t¨² ve¨ªas gente con los mismos s¨ªntomas que no hab¨ªa salido de su barrio¡±. Luego se cambiaron los par¨¢metros y cientos de casos salieron a la luz.
Aquella semana cambi¨® de golpe la vida de todos. En un barrio del centro de Madrid, en la panader¨ªa de Jos¨¦ trabajaba una empleada china que en la segunda semana de febrero anunci¨® que no ir¨ªa m¨¢s. ¡°Contaba que all¨ª si hab¨ªa un caso fumigaban el edificio entero¡±, relata ¨¦l, recordando que entonces pensaban que la empleada exageraba. No se pod¨ªa creer que dejara el trabajo, pero luego ha recordado mucho una frase que le dijo al despedirse: ¡°Esto no es una gripe, es algo m¨¢s¡±. Con el estado de alarma se plantearon si abrir o no. Ten¨ªan miedo, su padre, de 96 a?os, viv¨ªa con ellos. Uno de esos d¨ªas Jos¨¦ fue al supermercado de al lado a comprar unas fresas para una tarta y se qued¨® de piedra: ¡°Hab¨ªa un ambiente horrible, extra?o, de competitividad, de todos contra todos, estanter¨ªas medio vac¨ªas y carreras por coger las cosas¡±. Entonces decidi¨®: ¡°No podemos dejar al barrio colgado¡±. A trav¨¦s de un conocido consigui¨® cuatro mascarillas que ten¨ªa de su trabajo y se las pusieron. Ni recuerda cu¨¢nto estuvieron con ellas. En aquellos d¨ªas ni siquiera estaba claro si las mascarillas ¨Cpor entonces escas¨ªsimas¨C eran buenas o no, ni c¨®mo hab¨ªa que utilizarlas.
En el mismo barrio, en la farmacia donde trabaja Carmen, la gente se llevaba las medicinas de cuatro en cuatro. ¡°No se sab¨ªa si en alg¨²n momento cerrar¨ªan tambi¨¦n las farmacias, hab¨ªa mucho miedo¡±. Se acabaron las existencias de mascarillas, de gel hidroalc¨®holico, de guantes, de term¨®metros. Por la calle desierta a veces pasaba el Ej¨¦rcito o la polic¨ªa. ¡°Dec¨ªan que hab¨ªa muchos atracos¡±, a?ade la farmac¨¦utica. Al cerrar todo, los ladrones no ten¨ªan d¨®nde robar, iban todos a lo que estaba abierto. Carmen recuerda a todo el mundo muy asustado, sin saber qu¨¦ hacer. Una de las consignas era no ir a un hospital porque estaban saturados y te pod¨ªas contagiar. Y si estabas muy mal, la recomendaci¨®n era llamar a un tel¨¦fono que no cog¨ªa nadie. No se hac¨ªan test. Solo alg¨²n famoso tuiteaba de vez en cuando diciendo que se lo hab¨ªa hecho y que estaba bien.
El d¨ªa previo al cierre de comercios, en una tienda del barrio estaban muy enfadados: ¡°Si no empieza a morir gente van a tener que dar muchas explicaciones de por qu¨¦ nos obligan a cerrar, esto es el fin¡±, exclam¨® un tendero. Ahora no recuerda haberlo dicho, pero los vecinos se lo escucharon. No hay que ten¨¦rselo en cuenta. A todo el mundo le parec¨ªa incre¨ªble que la ciudad se parara: c¨®mo se iba a vivir. De qu¨¦. En Carballo, una hist¨®rica zapater¨ªa del centro de Madrid, el due?o dijo a sus dependientes, Pedro, de 52 a?os, y Emilio, de 61, que se fueran a casa. Pusieron un papel en el escaparate, a fin de que el sol no estropeara la mercanc¨ªa, ya que no sab¨ªan cu¨¢ndo podr¨ªan volver. Regresaron en otra estaci¨®n y hubo que cambiar el escaparate de golpe de invierno a primavera. Al irse, Pedro improvis¨® un cartel: ¡°Mucho ¨¢nimo, madrile?os de Madrid, madrile?os que por circunstancias hab¨¦is venido de otros sitios y madrile?os que ven¨ªs a nuestra ciudad de visita¡±. Y en may¨²sculas a?adi¨®: ¡°DE ESTA VAMOS A SALIR¡±.
¡°Nosotros ¨¦ramos esenciales¡±, recuerda Antonio, 43 a?os, barrendero municipal. Fue uno de esos trabajadores, llamados esenciales, que siguieron con su cometido. ¡°La ciudad vac¨ªa impresionaba mucho. Yo siempre estoy acostumbrado a ver gente, porque soy del turno de tarde. Era muy duro. Lo m¨¢s emocionante suced¨ªa a las ocho: la gente te aplaud¨ªa cuando pasabas con el carrito¡±. Iba y ven¨ªa de su casa, en Torrej¨®n, en transporte p¨²blico, entre gente temerosa y silenciosa, todos los que siguieron trabajando.
En muchos negocios se encuentran hoy personas que no estaban entonces, porque hac¨ªan otra cosa, a todos les cambi¨® la vida. Sergio Palazuelos, 42 a?os, rememora en el mostrador de una farmacia: ¡°Yo viv¨ªa en Indonesia, en la isla de Flores. Ten¨ªa una empresa de buceo y cerraron el pa¨ªs, se par¨® el turismo. Me volv¨ª a Espa?a, y como soy farmac¨¦utico, busqu¨¦ trabajo¡±. All¨ª enseguida ped¨ªan una PCR para volar, en la compa?¨ªa, en el aeropuerto. Al regresar a Espa?a a ¨¦l no le pidieron nada. ¡°Me choc¨® que all¨ª estuvieran mucho mejor organizados que en Europa¡±.
Alejandro, de 26 a?os, cuenta: ¡°Yo trabajaba en un centro de d¨ªa de mayores en Coslada. Pensaba que volver¨ªa la semana siguiente, pero no volv¨ª nunca¡±. Ahora trabaja en un gimnasio. Y a?ade: ¡°Tambi¨¦n estaba a punto de empezar mis pr¨¢cticas para finalizar mis estudios, un grado superior de deporte. Fui al centro de formaci¨®n, conoc¨ª a los compa?eros, pero fue un jueves o un viernes y ya nunca volv¨ª. De golpe me qued¨¦ sin trabajo, sin estudios y en casa. Esa primera semana fue un shock de realidad: la vida ya no iba a ser lo mismo¡±. Alejandro recuerda el momento de las ocho de la tarde: ¡°Era impactante ver como una calle entera sal¨ªa a la terraza, un momento de sentir que est¨¢bamos todos unidos, eso no lo hab¨ªa visto yo nunca. Ve¨ªas a la vecina del cuarto de enfrente y que ten¨ªas algo en com¨²n. Se te mov¨ªa algo por dentro, era algo raro, y bonito a la vez¡±.
Los aplausos eran para los m¨¦dicos. Una m¨¦dica que trabajaba en Madrid sali¨® de la UCI a las cinco de la ma?ana a tomar el aire tras 21 horas seguidas en pie, con el traje de protecci¨®n. Se apoy¨® en la pared y se desliz¨® hasta el suelo, agotada de decidir qui¨¦n pod¨ªa tener respirador y qui¨¦n no. ¡°?Est¨¢s bien?¡±, le pregunt¨® una voz. Era el jefe de anestesia. Quer¨ªa comentarle una cosa, se le notaba azorado:
¨C ?En qu¨¦ edad est¨¢ hoy el triaje?
¨C Hoy estamos en 60 a?os, m¨¢s o menos. No hay respiradores para todos, intentamos sacar adelante a los que tengan m¨¢s posibilidades, ya sabes.
?l se qued¨® pensando, con la cabeza baja: ¡°Creo que lo he pillado. Bueno, s¨¦ que lo he pillado. Y quer¨ªa, ya sabes¡¡±. Ten¨ªa 62 a?os. En ese momento son¨® el busca, se gir¨® para irse y la mir¨® con una sonrisa. ¡°Tranquilo ?ngel¡±, dijo ella. ¡°Vete a casa y descansa. Si llegamos a eso, seguro que tendremos un respirador para ti. Te necesitamos para parar esto. No ha hecho m¨¢s que empezar¡±.
No hab¨ªa hecho m¨¢s que empezar. Los dos volvieron a la UCI. Ella trabaj¨® 56 d¨ªas seguidos. Salvaron a mucha gente. Los dos hoy est¨¢n vivos.