El fin de la impunidad
Puedo decir por experiencia que no hay mayor curaci¨®n que la verdad. La creaci¨®n de una comisi¨®n para investigar los abusos sexuales cometidos en la Iglesia nos debe hacer sentir orgullosos
Puede resultar dif¨ªcil imaginar, salvo para quien lo haya vivido, el proceso por el que pasa un ni?o desde el momento en que sufre abusos sexuales, un proceso que se inicia en el m¨¢s desolador de los desconciertos al venir, en la mayor¨ªa de los casos, de adultos en los que confiamos o a los que nos confiaron. Lo explico brevemente.
Cuando sucede, en el primer momento de indefensi¨®n, hay verg¨¹enza, miedo, incluso una voluntad inocente de justificar o comprender al verdugo ¡ªun adulto responsable de nuestra educaci¨®n¡ª, una voluntad en la que se muere el ¨²ltimo reducto de inocencia que nos ...
Puede resultar dif¨ªcil imaginar, salvo para quien lo haya vivido, el proceso por el que pasa un ni?o desde el momento en que sufre abusos sexuales, un proceso que se inicia en el m¨¢s desolador de los desconciertos al venir, en la mayor¨ªa de los casos, de adultos en los que confiamos o a los que nos confiaron. Lo explico brevemente.
Cuando sucede, en el primer momento de indefensi¨®n, hay verg¨¹enza, miedo, incluso una voluntad inocente de justificar o comprender al verdugo ¡ªun adulto responsable de nuestra educaci¨®n¡ª, una voluntad en la que se muere el ¨²ltimo reducto de inocencia que nos quedaba dentro. Luego sigue un secreto lleno de dudas que carcomen, acaso alguna confidencia a un amigo adolescente o a un superior que promete tomar alguna medida difusa, y ya, fuera del colegio o del entorno del crimen, la decisi¨®n de vivir quit¨¢ndole importancia a aquel suceso, con un trauma interior de mayor o menor importancia. Algunos fuimos alimentando nuestros libros con aquellas experiencias; otros sobreviven gracias a tratamientos psiqui¨¢tricos o, sencillamente, nunca han podido recoger las riendas de su vida. Porque alguien, un profesor, un entrenador, un sacerdote, o quiz¨¢ un familiar, se las quit¨® de las manos y las arroj¨® a los pies para satisfacer una secreta pederastia.
El pederasta es un depredador habil¨ªsimo que act¨²a sobre los m¨¢s d¨¦biles, en momentos calculados en los que se siente seguro, poniendo mientras tanto m¨¢ximo cuidado en aumentar su prestigio personal en el entorno que ha convertido en su campo de caza: all¨¢ donde haya una relaci¨®n de poder sobre un menor. De hecho, suele ser un l¨ªder s¨®lido, una referencia para padres, profesores y alumnos que, con el tiempo, cuando sus fechor¨ªas salgan a la luz, lo defender¨¢n, desprestigiando los sucesos o, en el mejor de los casos, con un silencio estruendoso en el coraz¨®n de las v¨ªctimas.
Romper ese silencio resulta un muro muy alto para la mayor¨ªa, pero puedo decir por experiencia propia que no hay mayor curaci¨®n que la verdad. Para la gente de mi generaci¨®n, cuando llegamos a la madurez suficiente para comprender el alcance de los hechos, los delitos hab¨ªan prescrito y no encontramos m¨¢s consuelo que contar la historia a quien quisiera escucharla. Por eso, los trabajos s¨®lidos de investigaci¨®n, como los que emprendi¨® este peri¨®dico desde 2018, tienen consecuencias inimaginables. Por fin sentimos que nuestra sociedad est¨¢ despertando a un gran problema colectivo. Como hoy me dec¨ªa una de las v¨ªctimas, las noticias que est¨¢n apareciendo estos d¨ªas la hacen sentir esperanza en lugar de abandono por primera vez en muchos a?os. Porque no se trata solo de curar el pasado sino de cuidar el presente. Se?alar lo que sucedi¨® 20 a?os atr¨¢s sirve, sobre todo, para tomar medidas para evitar la indefensi¨®n de los ni?os y adolescentes de hoy.
Es una obligaci¨®n de las sociedades ir legislando las injusticias de las que va siendo consciente: as¨ª en nuestra historia se equipar¨® la mujer al hombre, se aprob¨® el matrimonio homosexual o, hace unos meses, la llamada ley Rhodes, que ampli¨® el plazo de prescripci¨®n de los delitos de pederastia. Si hubiese existido a?os atr¨¢s, muchos nos hubi¨¦semos acogido a ella.
La admisi¨®n por parte del Congreso de la solicitud de crear una comisi¨®n de investigaci¨®n de los abusos sexuales cometidos en la Iglesia es un paso descomunal en la lucha contra la impunidad de una acci¨®n delictiva negada y encubierta durante d¨¦cadas. Habr¨ªa que a?adirle, sin duda, todo el ¨¢mbito educativo de cualquier otra confesi¨®n, tambi¨¦n el laico, el mundo deportivo y, en fin, all¨¢ donde los adultos tutelen la infancia y la adolescencia, para impedir que este paso se quede definitivamente corto, ignorando los casos de las v¨ªctimas que sufrieron (recordemos el caso Mill¨¢n) y sufren abusos en otros contextos.
La iniciativa admitida en el Congreso es un s¨ªmbolo de madurez democr¨¢tica que nos debe hacer sentir orgullosos de nuestro pa¨ªs. Esta comisi¨®n (y las comisiones independientes que se a?adan, pues me temo que hay casos para todas ellas) es un asunto de tal relevancia ¨¦tica que debe superar la divisi¨®n interna del Congreso y unir a toda la sociedad.