La frustraci¨®n de los que siempre ayudan y no pudieron hacerlo durante el confinamiento
En ¡®Historias de la pandemia¡¯ publicamos cuatro nuevas cartas de lectores de EL PA?S sobre sus vivencias durante los peores momentos de la crisis del coronavirus
EL PA?S publica una selecci¨®n de las historias personales enviadas por los lectores sobre la pandemia. Cientos han respondido con sus relatos y experiencias a la invitaci¨®n de la redacci¨®n.
¡°?Qu¨¦ podemos hacer para evitar que de 150 a 200 personas se queden sin acceso a comida?¡±. Esa fue la pregunta que nos planteamos a principios de marzo algunos voluntarios que habitualmente hac¨ªamos llegar alimentos a ese n¨²mero de personas. No ten¨ªan otro recurso para adquirirlos. Realiz¨¢bamos el reparto desde hace m¨¢s de seis a?os, en plena calle, en el centro de Madrid, de lunes a viernes e ininterrumpidamente. Hasta ahora.
Prohibido el movimiento, prohibida la reuni¨®n de personas... Quedaban todos ellos absolutamente desprotegidos y sin asistencia. Los comedores sociales tuvieron que cerrar, todo se satur¨® en pocos d¨ªas. Situaci¨®n cr¨ªtica, sin alternativa alimenticia para un n¨²mero de familias que crec¨ªa exponencialmente cada semana.
No somos un colectivo famoso ni grande, de los que salen en los medios, de los que reciben aplausos y ayudas. Lo que hicimos y hagamos, se crea o no, y aunque sea excepcional, solo surge de la sana intenci¨®n de apoyar al que lo necesite, tal como suena.
?En qu¨¦ estuvimos todo este tiempo? En decenas de llamadas y escritos, movilizaciones en la distancia, las redes a toda m¨¢quina para coordinarnos entre voluntarios, para gestionar soluciones con las entidades p¨²blicas y entre los muchos colectivos que trabajamos, m¨¢s all¨¢ del estado de alarma, con personas que est¨¢n siempre cerca del desahucio y la exclusi¨®n social permanente.
?Sentimientos principales? Impotencia extrema, tristeza, ira... por no poder salir a ayudar; frustraci¨®n al ver que nadie pon¨ªa remedio a lo que evidentemente iba a pasar y ha pasado: el desabastecimiento de alimentos de varios sectores de la poblaci¨®n ya de por s¨ª en especial vulnerables. ?Y qu¨¦ hicimos con esos sentimientos? Trag¨¢rnoslos, digerirlos rapidito y levantarnos cada d¨ªa con la ¨²nica intenci¨®n de sumar esfuerzos y aunar soluciones como mejor hemos podido. Nada es suficiente: mientras ampliamos y mejoramos las respuestas, aumentan la necesidad y la demanda.
Seguimos en ello porque esto acaba de empezar.
¡°No hay un solo d¨ªa en el que no me pregunte si consigui¨® superarlo¡±
?scar Cerezo / Campo Real (Madrid)
El 2 de abril conoc¨ª a Wilma y no hay un solo d¨ªa en el que no me pregunte si su padre consigui¨® superarlo.
Wilma tiene 53 a?os y desde la acera nos llama alzando el brazo. Lleva guantes, mascarilla y gafas de pasta. Wilma intenta acercarse al coche, pero le pedimos que guarde la distancia. Derrotada, nos cuenta que su padre tiene 73 a?os y lleva seis d¨ªas con fiebre, que la pasada noche fue la peor, que consiguieron calmarle y solo le han dicho que cuando haya un recurso libre ir¨¢n a su domicilio. Tambi¨¦n cuenta que de eso hace una semana y que ella tambi¨¦n tuvo fiebre varios d¨ªas, pero que ya est¨¢ mejor. Wilma habla deprisa, da pasos cortos y mueve las manos. Dice que se contagi¨® en la residencia donde trabajaba, que ha tenido que salir a la farmacia y piensa que a su padre le est¨¢n dejando morir en casa. Siento pena y miedo por igual. Tras pedirle que vuelva a casa conseguimos que Cruz Roja sea quien vaya a por sus medicinas.
Ha pasado el tiempo, pero recuerdo cada una de sus palabras, la expresi¨®n de sus ojos. No hay un solo d¨ªa en el que no me pregunte si su padre consigui¨® superarlo.
He llamado a Wilma, han pasado 28 d¨ªas y es temprano. Reconozco su voz de inmediato, le informo de que llamo de la polic¨ªa y, esperando no ser inoportuno, pregunto por la salud de su padre. Ni siquiera s¨¦ si hago bien. En ese momento Wilma eleva la voz y siento que sonr¨ªe, dice que su pap¨¢ est¨¢ bien: ¡°Est¨¢ aqu¨ª desayunando. Aunque ambos estuvimos muy malitos, nos ingresaron en la UCI dos semanas y ¨¦l lo pas¨® muy mal. Tiene neumon¨ªa, pero ya est¨¢ en casa¡±.
Wilma agradece que teniendo tanto trabajo nos hayamos preocupado personalmente, que no es ninguna molestia. Despu¨¦s de hablar aquel d¨ªa con los polic¨ªas, un m¨¦dico les llam¨® y poco despu¨¦s les llevaron al hospital. Cuando le digo que soy el polic¨ªa que le atendi¨® en la calle vuelvo a notar la sonrisa en su voz, dice que les salvamos la vida y que Dios nos proteja. Tras la despedida cuelgo el tel¨¦fono, pesta?eo la emoci¨®n guardada y contin¨²o con mi trabajo.
600 euros para seguir malviviendo
Joan Crosas Navarro / Barcelona
Este relato no ocurre en mi casa ni me ocurre a m¨ª. Sin embargo, el protagonista es uno de los h¨¦roes de esta crisis, y muy poco aplaudido, por cierto. Puede tener el siguiente t¨ªtulo: Glovo. Luis Fernando descansa en un banco de la plaza Urquinaona mientras come un bocadillo que acaba de comprar. Son las siete de la tarde, lleva trabajando desde las nueve de la ma?ana y pronto empezar¨¢ el momento de m¨¢s actividad.
Luis Fernando es hondure?o, de Comayag¨¹ela. Hijo de una familia de seis hijos, y a los 24 a?os vino a Barcelona para salir de la miseria. Viaj¨® con su novia, Mar¨ªa Carmen, con la esperanza de conseguir sueldos cinco veces mayores que en su pa¨ªs, que les permitieran vivir y mandar algo de dinero para ayudar a sus familias.
Las cosas no fueron nada f¨¢ciles aqu¨ª en Barcelona. Aunque consiguieron trabajo los dos, la precariedad de sus empleos, en los que jam¨¢s tuvieron un contrato de m¨¢s de seis meses, y los muchos gastos que la subsistencia les ocasionaba, hicieron que nunca pudiesen enviar nada a los suyos. Los muchos problemas acabaron separ¨¢ndolos.
Ahora comparten piso, cada uno con algunos conocidos. Luis Fernando convive con Ahmed, marroqu¨ª inmerso en un ERTE en este momento, est¨¢ a la espera de que le llamen pronto para ocupar su plaza de friegaplatos. No tiene nada claro que le vuelvan a contratar una vez finalizado el contrato de seis meses que le une a la empresa. Tambi¨¦n comparte piso con ellos Carlos Alberto, ecuatoriano, que est¨¢ en una situaci¨®n parecida a la de Ahmed.
Conviven en un cuarto piso del carrer de la Riereta en el Raval. En un piso de 55 metros cuadrados por el que pagan m¨¢s de 600 euros al mes, que con los gastos se les va casi a 700. Luis Fernando, como sus compa?eros de piso y a pesar de dormir en el sal¨®n porque no hay m¨¢s habitaciones, necesita 230 euros al mes solo para dormir y ducharse por las ma?anas.
Luis Fernando acaba su bocadillo y se limpia la boca con el envoltorio que tira en la papelera donde tiene apoyada su bicicleta. Despu¨¦s del ¨²ltimo empleo con contrato, aunque precario, pudo comprarse una bici de segunda mano que le permitir¨ªa trabajar.
Enciende el smartphone para que le empiecen a llegar pedidos que ir¨¢ a recoger en su bici a diferentes comercios. Carg¨¢ndolos en la mochila cuadrada que le proporcion¨® Glovo, los llevar¨¢ a casa del cliente. Con un poco de suerte y trabajando 10 o 12 horas diarias, conseguir¨¢ 600 euros al mes que le permitir¨¢n seguir malviviendo.
¡°Sin ser esenciales no hemos parado de trabajar¡±
Maribel Asensio Garc¨ªa / Silla (Valencia)
Trabajo vendiendo espirales, tapas de libretas y maquinaria para encuadernaci¨®n. Hace 12 d¨ªas que celebr¨¦ 10 a?os en la empresa. Todos juntos disfrutamos de pasteles y risas. El 16 de marzo la compa?¨ªa habla con todo el personal y los mandan a casa de ERTE. Nos quedamos sin quemar la falla de la empresa, pero yo me quedo junto con otros compa?eros. No creo que seamos ni un 8% de la plantilla, que con todas las medidas de seguridad empezamos a trabajar.
Los puestos vac¨ªos y el silencio cuando entras me parte el alma. Pero llega la semana del 23 de marzo y los sanitarios no tienen con qu¨¦ protegerse. Se organizan en sus casas los impresores y empieza a sonar el tel¨¦fono como un grito desesperado. Lloro escuchando que urge que mande las tapas de encuadernado para proteger a su hermano m¨¦dico, que entra en unas horas a trabajar sin protecciones. Se han utilizado nuestras tapas (las que tienen las libretas de pl¨¢stico transparentes) para hacer las pantallas faciales y que los sanitarios pudieran protegerse. Todos corremos para que sea posible que las tengan, dentro de nuestras posibilidades. Hemos atendido tantas llamadas que llegaba a casa alterada, pero con la sensaci¨®n de ser parte de la protecci¨®n de los que lo necesitaban.
Sin ser esencial no hemos parado de trabajar. Hemos defendido el fuerte. Gracias a mis compis Teresa, Inma, Jos¨¦, Manoli y los jefes que nos han mimado, Juan, Alejandro y Cielo. Por cierto todos los clientes nuevos o antiguos me han ayudado a seguir en pie. Y creo que esto no lo olvidaremos.
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