Ver sin mirar
Recorrer hoy museos implica abrirse paso entre pelmazos que fotograf¨ªan hasta los carteles explicativos
Un impresionante ej¨¦rcito de esqueletos recibe animoso a los visitantes. I?aki y Daniela entran expectantes en la hermosa Galer¨ªa de Paleontolog¨ªa, una de las joyas del Museo de Historia Natural de Par¨ªs. El sobrecogimiento dura unos segundos. De inmediato desenfunda cada uno su c¨¢mara y comienza el safari fotogr¨¢fico. Pose¨ªda por el esp¨ªritu del maestro Ciruela (ese que no sab¨ªa escribir y puso escuela), la t¨ªa intenta ilustrar a los peque?os sobrinos sobre las maravillas que tienen ante sus ojos: la carcasa portentosa de ese rinoceronte centenario, o la ballena de 20 metros, o el cocodrilo gigante del Mesozoico, con sus terror¨ªficos dientes... En vano. Como dos peque?os japoneses enloquecidos, I?aki y Daniela est¨¢n sumidos en el frenes¨ª de sus c¨¢maras. Clic, los huesecillos de los batracios de las vitrinas, clic, la jirafa, clic, el diplodocus. ?Pero por qu¨¦ no los mir¨¢is al natural? La pregunta se topa con un destello de reproche en la mirada de sus madres. ?Qu¨¦ tiene de malo que hagan fotos?
Nada, supongo. No lo s¨¦. O s¨ª. No aprecian el paso del tiempo en la textura de los huesos. Ni escuchan bramar al tiranosaurio, ni hablan entre ellos...
Claro que tampoco la t¨ªa puede dar muchas lecciones. Su tel¨¦fono inteligente tiene la memoria al borde del colapso por la cantidad de fotos que acumula. (Buena parte de ellas, por cierto, de ese par de criaturas que han sido v¨ªctimas desde la cuna de la fiebre fotogr¨¢fica de sus parientes). Las im¨¢genes desbordan el m¨®vil e invaden ordenadores y memorias port¨¢tiles. La pretensi¨®n de cribarlas y ordenarlas choca con la falta de tiempo. No estorban, pero no las ves.
En cambio, las fotos de hasta, digamos, el cambio de milenio, est¨¢n clasificadas con primor. Ocupan espacio, pero... nada tan evocador como revivir secuencias que amarillean o visitar a los simp¨¢ticos ancestros que pueblan en blanco y negro los ¨¢lbumes familiares. Se acab¨® el rito del revelado (¡°?brillo o mate?¡±), la espera impaciente, la sorpresa por una imagen inesperada o la decepci¨®n por otra borrosa, los comentarios jocosos mientras las fotos pasan de mano en mano... Ahora compartes algunas por WhatsApp. O las cuelgas en esas redes sociales que cuentan vidas sometidas al Photoshop.
M¨¢s fotos. Menos contemplar y m¨¢s contemplarse. Menos sentir. Menos recrear. Es el signo de los tiempos
Nostalgias de viejo, sin duda. Pero engorros contempor¨¢neos. Recorrer museos, yacimientos o zool¨®gicos implica abrirse paso entre pelmazos que fotograf¨ªan hasta los carteles explicativos, por si alg¨²n d¨ªa, aburridos, se les ocurre enterarse de qu¨¦ estaban visitando... O arriesgarse a que te saquen un ojo con un palo de selfie, met¨¢fora de una actitud ante la vida: la de mirarse ensimismados en lugar de mirar a lo que nos rodea.
No solo Rajoy vive en el plasma. Tambi¨¦n esa ni?a de 11 a?os a la que su padre ha subido a sus hombros para que observe mejor los fuegos artificiales en Eurodisney¡ a trav¨¦s de la pantalla de la tableta, en lugar de dejar que la oscuridad la envuelva y que los colores estallen en su rostro.
Es el signo de los tiempos. Menos hablar, menos mirar, menos oler, menos sentir. Menos recrear... Es lo que toca en este mundo cada vez m¨¢s trepidante.
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