Silicon Valley contra la socialdemocracia
La supremac¨ªa del mercado virtual supondr¨¢ un retroceso en los derechos conquistados el ¨²ltimo siglo. ?Vivimos en el poscapitalismo o en el precapitalismo?
Silicon Valley seguramente tiene las mayores reservas mundiales de desfachatez y arrogancia, pero ?podr¨ªa tambi¨¦n estar sentando las bases del nuevo orden econ¨®mico? Al menos, esa es la opini¨®n cada vez m¨¢s extendida entre sus detractores y sus defensores; en lo que no est¨¢n de acuerdo es en c¨®mo ser¨¢ ese orden.
El nuevo libro de Paul Mason Post Capitalism, que est¨¢ triunfando en Reino Unido, tiene coincidencias con los dos bandos en este debate. Su argumento es que, a medida que todo se vuelve digital y se integra en redes, incluso nuestros grandes se?ores empresariales tendr¨¢n dificultades para contener el radicalismo potencial ¡ªtanto de nuevas formas de disidencia como de organizaci¨®n social¡ª en su interior.
Ahora bien, ?y si Mason s¨®lo tiene raz¨®n en parte? ?Por qu¨¦ suponer que saldr¨ªa mal parada la idea del capitalismo y no, por ejemplo, la de la socialdemocracia? Hoy parece m¨¢s probable esta ¨²ltima perspectiva.
Desde el primer momento, la socialdemocracia fue un sistema basado en concesiones. Lleg¨® a distintos pa¨ªses en diferentes momentos hist¨®ricos, pero su esencia siempre era la misma, las grandes empresas y los Gobiernos intervencionistas llegaban a un acuerdo beneficioso para ambas partes: los Gobiernos no cuestionaban la primac¨ªa del mercado como principal veh¨ªculo del desarrollo econ¨®mico, y las empresas aceptaban una supervisi¨®n reguladora considerable.
Fue el famoso compromiso socialdem¨®crata el que hizo que Europa fuera un lugar tan c¨®modo para vivir. Las econom¨ªas crec¨ªan; los trabajadores estaban protegidos y disfrutaban de magn¨ªficas prestaciones sanitarias; los consumidores pod¨ªan confiar en que las empresas con las que trataban no iban a infringir sus derechos.
Para Uber, todos los pasajeros son iguales, y no es necesario hacer gastos extra: su balance financiero no tiene en cuenta la discapacidad
El sistema pareci¨® funcionar al menos durante un tiempo. Pero la fragilidad de sus mecanismos internos no eran visibles para todo el mundo. En primer lugar, presupon¨ªa que las econom¨ªas iban a seguir creciendo casi de forma indefinida, con lo que el Estado podr¨ªa costear las generosas transferencias sociales. Segundo, para garantizar la dignidad del trabajo eran necesarias intervenciones t¨¢cticas ocasionales del Estado en industrias y sectores concretos; pero los que estaban privatizados, liberalizados o insuficientemente regulados ¡ªel sector de la tecnolog¨ªa, en su m¨¢s amplia definici¨®n, es una combinaci¨®n de las tres cosas¡ª dejaban a los gobiernos escaso margen de maniobra. Tercero, el esp¨ªritu de la socialdemocracia dictaba que los propios ciudadanos apreciaran nobles valores como la solidaridad y la justicia, una actitud que tambi¨¦n estaba sometida a reglas espec¨ªficas.
Ahora, estas tres bases est¨¢n vini¨¦ndose abajo a causa del feroz ataque de los mercados, pero tambi¨¦n de Silicon Valley, que se apresura a explotar las numerosas incongruencias, ambig¨¹edades y debilidades ret¨®ricas del ideal socialdem¨®crata.
La estrategia de la aplicaci¨®n Uber es especialmente significativa. ?Qu¨¦ m¨¢s da que algunas ciudades exijan a los taxistas cursos de formaci¨®n, por ejemplo, sobre c¨®mo tratar a los pasajeros ciegos o discapacitados? Para Uber, todos los pasajeros son iguales, y no es necesario hacer gastos extra: su balance financiero no tiene en cuenta la discapacidad.
Hace unos cuantos decenios, cuando el consumismo imprudente no hab¨ªa deteriorado a¨²n nuestro raciocinio colectivo, esta actitud quiz¨¢ nos habr¨ªa parecido aberrante. Pero hoy las cosas no son tan obvias. ?Por qu¨¦, pueden decir algunos, cada vez que tomo un taxi tengo que subvencionar que puedan tomarlos los ciegos y los discapacitados?
Como empresa, Uber tambi¨¦n quiere que se la dejen en paz, y asegura que de esa forma puede dar m¨¢s satisfacci¨®n al cliente; mientras el ¨²nico criterio para medir la satisfacci¨®n sea el precio que paga.
Lo ir¨®nico es que Uber recurre precisamente al car¨¢cter extraordinario de la tecnolog¨ªa digital y de la informaci¨®n ¡ªlas se?as de identidad del poscapitalismo seg¨²n Mason¡ª para justificar sus pr¨¢cticas de empleo draconianas, mucho m¨¢s propias del capitalismo anterior a la aparici¨®n de la socialdemocracia. No son m¨¢s que una ¡°empresa tecnol¨®gica¡±, alegan. Da igual que a sus conductores los vigilen y los presionen de forma agresiva mucho m¨¢s que a los trabajadores de una f¨¢brica taylorista de la d¨¦cada de 1920.
A pesar del control al que los somete Uber, estos conductores ni siquiera tienen un contrato oficial. Con tanta gente en el paro y con problemas para ganarse la vida, Uber tiene la seguridad de que siempre habr¨¢ alguien en alg¨²n sitio dispuesto a conducir un coche, aunque s¨®lo sea durante unas horas.
Un r¨¢pido repaso a otras facetas de lo que se consideraba socialdemocracia ofrece un panorama igualmente sombr¨ªo; sus cimientos est¨¢n desmoron¨¢ndose. Por ejemplo, existen pocos sistemas de salud en Europa que puedan sobrevivir a los problemas cada vez mayores del envejecimiento, la obesidad y los recortes presupuestarios. De ah¨ª que haya una exuberancia tan irracional sobre las posibilidades de los dispositivos port¨¢tiles, sensores inteligentes y sus distintas combinaciones, que prometen transformar el modelo actual de cuidados preventivos. Se acabaron los tiempos en los que era posible no pensar demasiado ni demasiado a menudo en nuestra salud. Las aplicaciones de salud son fuentes inagotables de preocupaci¨®n, y lo que hab¨ªa logrado el proyecto socialdem¨®crata era precisamente disminuir esa angustia.
Los consumidores vivimos una nueva ¨¦poca de oscurantismo: no sabemos por qu¨¦ pagamos lo que pagamos
El mercado digital tambi¨¦n est¨¢ acabando con la idea de la protecci¨®n al consumidor. A medida que la publicidad y la recogida de datos tienen m¨¢s importancia en la econom¨ªa digital, nos encontramos con precios determinados en funci¨®n de algoritmos, muy personalizados y con frecuencia fijados para que paguemos el precio m¨¢s alto posible. A muchos de nosotros tambi¨¦n nos resulta dif¨ªcil explicar por qu¨¦ el billete de avi¨®n que compramos por Internet cuesta lo que cuesta. A pesar de todas las aplicaciones que cuentan las calor¨ªas y nos dicen el pa¨ªs de origen de los productos que compramos, los consumidores estamos entrando en una nueva ¨¦poca de oscurantismo: no tenemos ni idea de por qu¨¦ pagamos lo que pagamos por unos productos que nos han empujado subliminalmente a comprar.
Adem¨¢s, Silicon Valley est¨¢ organizando un asalto contra la filosof¨ªa en la que se basa la socialdemocracia, la noci¨®n de que los Gobiernos y los ayuntamientos pueden fijar normas y leyes que regulen el mercado. Silicon Valley opina que no: el ¨²nico l¨ªmite a los excesos del mercado debe ser el propio mercado. Son los propios consumidores los que deben castigar ¡ªponiendo malas notas, por ejemplo¡ª a los malos conductores o a los anfitriones poco fiables; los Gobiernos no deben entrometerse.
?Todo esto es poscapitalismo? Tal vez, pero s¨®lo si estamos dispuestos a reconocer que el capitalismo, al menos durante el ¨²ltimo siglo, se ha estabilizado gracias al compromiso socialdem¨®crata, que ahora est¨¢ qued¨¢ndose obsoleto. Cuando el poscapitalismo nace del debilitamiento de las protecciones sociales y las regulaciones de la industria, entonces definamos con propiedad: si Silicon Valley representa un cambio de modelo, es m¨¢s bien al de precapitalismo.
Evgeny Morozov es editor asociado en New Republic y autor de La locura del solucionismo tecnol¨®gico (Katz / Clave Intelectual), que se publicar¨¢ en Espa?a el 10 de noviembre.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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