Ganadores en la era de la ciberguerra
Los gigantes tecnol¨®gicos aprovechan la complejidad de los ataques inform¨¢ticos para expandir su negocio y su poder ante la pasividad de los Gobiernos
Para valorar lo perniciosa que es nuestra dependencia de los gigantes tecnol¨®gicos estadounidenses, basta con darse cuenta de que una de las empresas que m¨¢s probabilidades tiene de resultar beneficiada por los problemas inform¨¢ticos mundiales causados por WannaCry, una serie de devastadores ciberataques que golpearon instituciones p¨²blicas y privadas en todo el mundo, es precisamente la empresa cuyo software se vio afectado: Microsoft.
Ya antes de los ¨²ltimos ataques, Microsoft, que siempre trata de desviar la responsabilidad por los defectos de sus productos, hab¨ªa defendido la creaci¨®n del equivalente digital a un convenio de Ginebra que proteja a los ciudadanos de los ciberataques lanzados por Estados-naci¨®n. Al mismo tiempo, un acuerdo de esta naturaleza atribuir¨ªa una enorme responsabilidad a las grandes compa?¨ªas tecnol¨®gicas encargadas de garantizar la seguridad en la Red.
El presidente de Microsoft, Brad Smith, responsable de los esfuerzos de la empresa en este ¨¢mbito, ha llegado a comparar el sector tecnol¨®gico con la Cruz Roja. ¡°Igual que el Cuarto Convenio de Ginebra reconoci¨® que para proteger a la poblaci¨®n civil era necesaria la participaci¨®n activa de la Cruz Roja¡±, escribi¨® en el blog de la compa?¨ªa en febrero, ¡°para protegernos frente a los ciberataques orquestados por Estados-naci¨®n es necesaria la ayuda directa de las empresas tecnol¨®gicas¡±.
Despu¨¦s de la conmoci¨®n de WannaCry, Microsoft intensific¨® su ret¨®rica y Smith y otros muchos exigieron medidas inmediatas a los Gobiernos.
Hay un conflicto de intereses: cu¨¢nto m¨¢s inseguro es un programa de Microsoft, m¨¢s demanda hay de sus servicios para protegerlo
Algo huele a insincero en esta campa?a, porque Microsoft, en definitiva, est¨¢ pidiendo que se le den m¨¢s obligaciones y responsabilidades mediante leyes internacionales. ?Qu¨¦ empresa va a estar voluntariamente dispuesta a que se regulen m¨¢s sus actividades en todo el mundo?
Los motivos del entusiasmo humanitario que se ha vuelto la marca de f¨¢brica del sector tecnol¨®gico son totalmente ego¨ªstas. Para empezar, es un complejo ejercicio de publicidad que pretende presentar los ciberataques como algo natural e inevitable o, al menos, algo de lo que solo son responsables los Estados-naci¨®n; de acuerdo con esta l¨®gica, las empresas tecnol¨®gicas no son m¨¢s que las v¨ªctimas de sofisticadas agresiones piratas de los genios en los servicios de inteligencia.
Esta explicaci¨®n tiene escaso fundamento real. Gigantes como Microsoft tienen tal poder de mercado ¡ªentre otras cosas, debido a todos los derechos de propiedad intelectual que poseen¡ª que el entorno en el que operan tiene muy poco de competitivo. Esa situaci¨®n elimina cualquier incentivo para hacer que su software sea lo m¨¢s seguro posible, publicar actualizaciones peri¨®dicas, retirar los productos anticuados e inseguros sin perder tiempo, y otras medidas de ese tipo. Las empresas se acomodan en una vida de rentistas que justifican con grandes palabras como ¡°disrupci¨®n¡± e ¡°innovaci¨®n¡±. Para no hablar de que las patentes que protegen sus programas hacen que sea imposible examinarlos en busca de fallos y puertas traseras.
En segundo lugar, nada indica que Estados Unidos ¡ªel pa¨ªs con el aparato oficial de pirater¨ªa inform¨¢tica m¨¢s complejo y amplio del mundo¡ª fuera a estar dispuesto a adherirse a esos convenios de Ginebra del sector digital. Pero, aunque el Gobierno de Trump decidiera firmar ¡ªy ser¨ªa un milagro, porque todo hace pensar que Trump odia los tratados multilaterales¡ª, existen motivos para pensar que la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) y la CIA se limitar¨ªan a no tenerlos en cuenta.
Predican los valores de amor y descentralizaci¨®n, pero los grandes de Silicon Valley no son m¨¢s que la nueva generaci¨®n de rentistas
En tercer lugar, no es posible entender el deseo de Microsoft de que haya m¨¢s regulaci¨®n sin saber exactamente qu¨¦ implicar¨ªa. En pocas palabras, la complejidad de los ciberataques actuales es tan inmensa que los ¨²nicos capaces de protegernos frente a ellos son empresas como Google, Facebook y Microsoft. Incluso los profesionales de la seguridad m¨¢s veteranos ¡ªlos que llevan camisetas de Richard Stall?man y predican las virtudes del software libre a cualquiera dispuesto a escucharlos¡ª reconocen ya que, para la mayor¨ªa de los ataques inform¨¢ticos, puede ser m¨¢s seguro utilizar los servicios comerciales de los gigantes tecnol¨®gicos que, por ejemplo, tener servidores de correo propios (como bien aprendi¨® Hillary Clinton).
Cuando la inteligencia artificial y el aprendizaje de las m¨¢quinas se convierten en elementos fundamentales para distinguir qu¨¦ es correo basura o un ataque malintencionado y qu¨¦ no, es evidente que quien controla esos recursos es el proveedor de servicios fundamental. Y en este campo, las grandes empresas estadounidenses de tecnolog¨ªa no tienen apenas competencia, aparte de unas cuantas compa?¨ªas chinas que intentan ponerse a su altura sin gran ¨¦xito.
?C¨®mo han desarrollado las empresas norteamericanas esa tremenda capacidad en materia de inteligencia artificial? En parte, debido al legado de la Guerra Fr¨ªa y las enormes cantidades de dinero que le dedic¨® el Gobierno. Pero tambi¨¦n tiene que ver, en parte, con la peculiaridad de los modelos de negocio que prosperan gracias a la insistencia de EE UU en la liberalizaci¨®n del comercio mundial de servicios y la eliminaci¨®n de los obst¨¢culos que impiden la libre circulaci¨®n de datos.
Estos modelos de negocio son de una simplicidad asombrosa: empresas como Google y Facebook financian con la publicidad la provisi¨®n de unos servicios relativamente sencillos, como las b¨²squedas o el correo, y extraen y utilizan los datos del usuario para desarrollar productos y servicios nada sencillos, como los coches sin conductor o los sistemas de an¨¢lisis que diagnostican enfermedades de manera precoz.
Lo importante es que la concentraci¨®n del recurso m¨¢s valioso del nuevo siglo ¡ªla inteligencia artificial¡ª en Silicon Valley hace que sea imposible causar disrupci¨®n en sus empresas y les permite crear nuevas oportunidades de obtenci¨®n de rentas. En el caso de la ciberseguridad y el Convenio Digital de Ginebra, el plan de Microsoft est¨¢ claro: una vez que los Estados-naci¨®n reconozcan a esas empresas como el equivalente digital de la Cruz Roja, deber¨ªan surgir lucrativos contratos privados de protecci¨®n inform¨¢tica por un precio sustancioso. As¨ª, adem¨¢s de obtener una renta peri¨®dica de los que usan su software, la empresa puede obtener m¨¢s ingresos de esos usuarios por proteger el software que ya han alquilado pagando por otro lado (en el mundo digital, nadie compra nada ni es due?o de nada en realidad, sino que todo pertenece a los operadores de plataformas).
El conflicto de intereses es impresionante: ?cuanto m¨¢s inseguros son los programas de Microsoft, m¨¢s demanda hay de sus servicios de ciberseguridad para protegerlo! Peor a¨²n, los Gobiernos, en vez de hacer algo para eliminar esos conflictos de intereses, est¨¢n empeor¨¢ndolos, porque permiten a las tecnol¨®gicas que utilicen sus servicios de inteligencia como chivos expiatorios y creen un mercado secundario de armas inform¨¢ticas que pueden servir a los peque?os delincuentes para inspirar miedo entre la poblaci¨®n. No es extra?o que sean bastantes los que piden alg¨²n tipo de convenio digital: la pesadilla con la que nos amenazan a la vez el Gobierno y el sector es demasiado horrible para imaginarla.
La transformaci¨®n de la ciberseguridad en un servicio es un ejemplo perfecto de c¨®mo las necesidades de vigilancia de los Gobiernos modernos ¡ªcon EE UU a la cabeza¡ª crean oportunidades casi infinitas para que las empresas tecnol¨®gicas obtengan unos ingresos monopol¨ªsticos. B¨¢sicamente, cada vez que leemos que se ofrece un servicio ¡ªun ¡°servicio de nube¡± o un ¡°servicio de movilidad¡±¡ª, estamos ante un insulso eufemismo que oculta una extracci¨®n legalizada de rentas en la que una gran empresa tecnol¨®gica sirve de intermediaria.
Es evidente que, gracias a la digitalizaci¨®n y la automatizaci¨®n, los futuros proveedores de casi todos los servicios ser¨¢n los que posean los datos y la inteligencia artificial avanzada que esos datos alimentan. Por mucho que prediquen los valores de amor fraternal, descentralizaci¨®n y vida de hippies, los nuevos gigantes de Silicon Valley no son m¨¢s que la nueva generaci¨®n de rentistas, con m¨¢s probabilidades de convertirse en un lastre para el resto de la econom¨ªa que de producir la abundancia digital que prometen.
Evgeny Morozov es editor asociado en ¡®New Republic¡¯ y autor de ¡®La locura del solucionismo tecnol¨®gico¡¯.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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