¡®We Are Who We Are¡¯: Se necesita coraje para crecer
Luca Guadagnino se estrena en televisi¨®n con una reflexi¨®n sobre la adolescencia y su inevitable desencaje
Un chaval desgarbado y esquivo, indomable, de pelo oxigenado y sus dos madres aterrizan en el aeropuerto de Venecia una ma?ana cualquiera. Una de ellas va a asumir el cargo de general de una base militar estadounidense en un lugar muy cercano a Venecia ¡ªprovienen de Nueva York¡ª y, lo quiera o no, la familia va a comenzar una nueva vida. Algo que el s¨ªsmico Fraser Wilson (interpretado por un irreductible Jack Dylan Grazer) no lleva nada bien. Si, como dec¨ªa el fil¨®sofo Georg Luk¨¢cs, ser humano es estar solo, uno nunca es m¨¢s consciente de esa soledad que durante la adolescencia, cuando el espejismo de la existencia de los dem¨¢s se vuelve, por primera vez, intermitente, o, estando todav¨ªa como est¨¢s en manos de los adultos, puede desaparecer de golpe si, como le ocurre al protagonista de We Are Who We Are (HBO Espa?a), una de tus madres recibe un ascenso en otro pa¨ªs.
Luca Guadagnino combina todos los elementos por el que su cine, may¨²sculo y personal¨ªsimo, ha dado la vuelta al mundo ¡ªla desubicaci¨®n existencial del reci¨¦n llegado al mundo (pre)adulto, el trasfondo de una Italia hedon¨ªsticamente californiana, el deseo sexual como motor y br¨²jula, un inclusivo manejo de lo queer que enaltece al diferente¡ª en su primera incursi¨®n en el universo de lo televisivo que, por otro lado, nada tiene de televisi¨®n. Al menos, en el sentido en el que ¨¦l la entiende. Dec¨ªa el otro d¨ªa en este mismo diario que las series le deprim¨ªan por ser a¨²n ¡°un poco¡± esclavas de la narraci¨®n, esto es, por centrarse m¨¢s en que la trama avance que en otra cosa, y desinteresarse por el lenguaje visual. Bien. Podr¨ªa decirse que We Are Who We Are no es esa clase de televisi¨®n.
Erraba Guadagnino el disparo al generalizar, pero si algo hay en We Are Who We Are, adem¨¢s de trist¨®n y rabioso y luminoso angst adolescente (ese desasosiego afligido tan de la edad del pavo), es cine. O, como ¨¦l mismo admite, un dejar fluir al personaje en el espacio para que sea ¨¦l quien cuente su propia historia, que a veces es una no historia, o la ¨²nica historia con la que podr¨ªa encontrarse, porque los personajes, como nosotros, son tambi¨¦n esclavos de s¨ª mismos. Si Fraser es indisciplinado hasta exigirle a su madre (una siempre imperiosa y ¨²nica Chlo? Sevigny) un botell¨ªn de licor ¡ªsiendo menor¡ª para soportar que su maleta se haya perdido en el vuelo, o abofetearla sin m¨¢s para luego abrazarse a ella como si fuera una especie de bote salvavidas, es porque no podr¨ªa no hacerlo.
La historia se construye, pues, a partir del deambular son¨¢mbulo del malogrado Fraser, el chico de los pantalones de leopardo y los auriculares ca¨ªdos ¡ªla c¨¢mara subjetiva sigue sus miradas, y por momentos, el espectador es ¨¦l, y desea, por igual, a chicos y chicas, y desaparece en mitad de una canci¨®n, y sobre todo est¨¢ dentro de s¨ª mismo y lejos de todo¡ª, y de su choque, como part¨ªculas en el vac¨ªo, con el resto de personajes: la cruel Britney (Francesca Scorsese se estrena en una producci¨®n no relacionada con su padre); la suerte de l¨ªder del grupo de hijosde ¡ªtodos son hijos de militares, viven en su propio mundo burbuja¡ª con el que se topa nada m¨¢s llegar; su otra madre, Maggie; la burocracia del lugar; todos los (deseables) chicos. Y Harper.
Harper, o Caitlin (Jordan Kristine Seamon), es su extra?o doble en el espejo. Un doble al que Fraser accede gracias a un viejo artilugio adulto: el secreto. Caitlin es a veces una chica y a veces un chico, es decir, es todav¨ªa, como Fraser, un lienzo en blanco con alg¨²n que otro borr¨®n ya en la superficie, y si ambos est¨¢n enfadados, no es porque no encajen sino porque nada les parece suficiente. Ha dicho Guadagnino que, para ¨¦l, lo queer no tiene tanto que ver con lo sexual con lo radicalmente diferente. ¡°Ser queer¡±, ha dicho, ¡°es no preocuparse por ser incluido y no sufrir por una posible exclusi¨®n¡±. Que William Burroughs, enfant terrible hasta la tumba, sea el escritor al que lee, con avidez, Fraser no es ninguna sorpresa.
Lo raro y fascinante de que la acci¨®n transcurra en ese no mundo de la base militar, en el que el desv¨ªo es a¨²n m¨¢s evidente ¡ªla propia familia de dos madres de Fraser es el ep¨ªtome y roza el absurdo el tratamiento patriarcal que se les da¡ª, es que desnuda a¨²n m¨¢s la necesidad de no ser como el resto, porque no hay otra manera de alcanzar el protagonismo que tanto ans¨ªa el adolescente ¡ªcualquier adolescente¡ª, ese tomar las riendas en solitario de lo que sea en que va a convertirse su vida, entreg¨¢ndote a tu precario hedonismo ¡ªtu yo borroso, en construcci¨®n¡ª, y ech¨¢ndole valor, porque como dej¨® dicho E. E. Cummings, ¡°se necesita coraje para crecer y convertirse en quien realmente eres¡±, y aqu¨ª, forma y fondo, lo dejan brillantemente claro.
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