Confusi¨®n
Ya no practico esa caridad que tranquilizaba a mi conciencia y me hac¨ªa sentir solidario
Ocurri¨® en Sud¨¢n durante la hambruna del 93. Un fot¨®grafo capt¨® la imagen de un ni?o desfallecido en el desierto, casi moribundo, rodeado de buitres que se relam¨ªan ante su futura presa. Despu¨¦s de accionar su c¨¢mara ese hombre sigui¨® su camino, no recogi¨® a la criatura. Su testimonio estremeci¨® al mundo. Imagino que llover¨ªan los donativos para la infancia machacada. Fue portada de The New York Times, gan¨® el Pulitzer. Un tiempo despu¨¦s, el autor se suicid¨®.
Ya no practico esa caridad que tranquilizaba a mi conciencia y me hac¨ªa sentir solidario. Solo la he activado ¨²ltimamente con un mendigo en la puerta de un supermercado. Al preguntarle qu¨¦ comida pod¨ªa comprarle me dijo: ¡°Tr¨¢igame un par de botellas de vino. O de co?ac¡±. Su respuesta me pareci¨® sincera, desgarrada, coherente. Debi¨® de alucinar para bien con la pasta que le di. Vuelvo a pensar en la caridad al ser informado de historias siniestras como la de un fulano que se invent¨® durante muchos a?os un c¨¢ncer que nunca existi¨® para estafar a la gente conocida o an¨®nima que pretend¨ªa ayudarle con sus d¨¢divas. O en un artero matrimonio que utiliz¨® una imaginaria enfermedad de su ni?a para forrarse. O sea, la miseria moral apelando a lo mejor del pr¨®jimo.
Constato que mi estado de ¨¢nimo debe de estar muy alterado al tener una reacci¨®n volc¨¢nica cuando llaman al telefonillo de mi casa. Me piden que les abra, identific¨¢ndose como representantes de Aldeas Infantiles. Les mando al infierno. Entre otras cosas, porque los amantes de lo ajeno han saqueado mi cueva varias veces. A los cinco minutos llaman insistentemente en mi puerta. Abro con precauci¨®n y les respondo en plan ogro, violento, hist¨¦rico y grosero. Les aseguro que su causa me importa un pepino. Y contin¨²o escribiendo de la pel¨ªcula El chico, de un beb¨¦ abandonado en la calle y del vagabundo que no tiene m¨¢s remedio que recogerle, de la historia de amor entre ambos. Y de repente me siento paralizado, avergonzado de mi actitud anterior. Me anestesio con alcohol para olvidar c¨®mo he tratado a gente que me ped¨ªa ayuda para los desamparados. Tal vez fueran unos manguis profesionales, o solo en tiempos de miseria econ¨®mica. Pero no logro consolarme con mi presunta sensatez. ?Qu¨¦ dec¨ªa aquella canci¨®n que escribi¨® Peter Sinfield?: ¡°La confusi¨®n ser¨¢ mi epitafio¡±.
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