¡®Better Call Saul¡¯ y la est¨¦tica de la crueldad
Este martes se estrena la sexta y ¨²ltima temporada de la serie. Un tren de episodios que pueden dirimir ese debate entre quienes creen que ha superado a ¡®Breaking Bad¡¯, su nave nodriza, o no
Se me hace muy dif¨ªcil creer que llega el final de Better Call Saul. No solo porque no me canso de sus planos largos y de esas composiciones terrosas que parecen pintadas al ¨®leo, ni porque sufra por anticipado el s¨ªndrome de abstinencia de sus personajes, sino porque s¨¦ que Vince Gilligan no quiere acabarla. El otro creador, Peter Gould, tampoco, pero lo de Gilligan es peor: ha trascendido su condici¨®n de guionista, de productor e incluso de creador, en el sentido literario, para devenir un demiurgo. Con Breaking Bad fund¨® un universo, un Nuevo M¨¦xico de ficci¨®n, un pa¨ªs en la frontera de todas las fronteras con una capacidad de expansi¨®n infinita y aut¨®noma. Better Call Saul iba a ser al principio una comedia de cap¨ªtulos de media hora. Luego fue una serie dram¨¢tica, pero de una sola temporada. El plan era que, tras un par de episodios, Gilligan dejase los trastos en manos de su socio Gould para que rematase la broma, pero algo lo atrap¨®. Como sus personajes, se vio metido en un mundo del que no pod¨ªa escapar, y lo aliment¨®, temporada tras temporada.
Este martes se estrena la sexta y ¨²ltima en Movistar Plus+, que tendr¨¢ dos partes, pero hay indicios sobrados de que el universo de Breaking Bad saldr¨¢ por otro sitio ¡ªespero que por un sitio m¨¢s digno que el aburrido y mediocre largometraje El Camino¡ª: son muchos los personajes de los que puede brotar una madeja nueva. De momento, tenemos por delante un tren de episodios que pueden dirimir ese debate no siempre galante entre quienes creen que Better Call Saul ha superado a su nave nodriza o no.
El comienzo de la sexta temporada, del que he podido ver los dos primeros episodios en pase de prensa, arma de razones a los que creen que s¨ª. Hasta ahora, todas las temporadas hab¨ªan empezado con una secuencia en blanco y negro en la que, mediante prolepsis o flash forward (salto temporal hacia el futuro), se cuenta la vida de Saul Goodman despu¨¦s del desastre del final de Breaking Bad, con otra identidad (Gene) y un empleo cutre en un centro comercial. En la temporada anterior, un taxista le hab¨ªa reconocido, lo que le oblig¨® a ¡°encargarse¡± del asunto. Quienes deseen saber de qu¨¦ modo lo hizo, se quedar¨¢n de momento con las ganas, porque la primera secuencia de apertura es un flash forward en color donde una cuadrilla de transportistas desmonta la casa ¡ªlujos¨ªsima y hortera, con v¨¢ter de oro incluido¡ª de Saul. Es un comienzo mucho m¨¢s conceptual, que renuncia a la ¨²nica concesi¨®n a la intriga que resist¨ªa en una serie que naci¨® contra el cliffhanger (final con suspense) y el qu¨¦ pasar¨¢ despu¨¦s (y es, por tanto, casi inmune al spoiler: conocemos bien el final).
Las dos historias que se han contado hasta ahora en paralelo confluir¨¢n en 13 episodios hasta el punto donde empez¨® Breaking Bad. La trama de los abogados, protagonizada por Jimmy McGill, ya convertido en Saul Goodman, y la de los narcos, que aglutina el personaje de Mike Ehrmantraut. Con la ayuda de su mujer, Kim, Saul va a ejecutar uno de sus planes delirantes para destruir la carrera de Howard Hamlin y consumar su venganza contra todos los que le humillaron y le impidieron tener una carrera de abogado normal. Muerto su hermano mayor, Hamlin es la siguiente pieza sacrificial. Mientras, los narcos siguen metidos en su guerra: Lalo Salamanca escap¨® a la trampa que le tendi¨® Nacho Varga, que vaga por el desierto mexicano mientras le buscan los dos bandos, el de Gus y el de Don H¨¦ctor. El segundo cap¨ªtulo, que narra esa fuga desesperada, contiene algunas de las mejores escenas de acci¨®n de la serie, que se transforma sin complejos en lo que siempre ha sido, aunque est¨¦ camuflado: un w¨¦stern.
Tanto Breaking Bad como Better Call Saul narran la frontera como ese territorio donde el ser humano se encuentra solo, sin una civilizaci¨®n que lo ampare. Pero, si Walter White es un monstruo que tiene que descubrir su propia monstruosidad, pues se enga?a a s¨ª mismo creyendo que el da?o es reversible, Jimmy McGill es encantadoramente ambiguo y, por ello, mucho m¨¢s humano que el protagonista de la primera serie (aunque ambas son bastante corales, se vencen ante el peso de los dos protagonistas, sin los cuales, no habr¨ªa estructura). La metamorfosis de Walter White en el emperador de la droga incluy¨® atributos de villano de c¨®mic, como la calva, la perilla y el sombrero. La transformaci¨®n de Jimmy McGill en Saul Goodman es, en cambio, una inmersi¨®n en un pantano kitsch. En el primer cap¨ªtulo de esta temporada, Saul alquila un coche y se lo ense?a a Kim, que ironiza: ¡°As¨ª que Saul Goodman conduce un Ford marr¨®n normal. ?No crees que deber¨ªa conducir algo con un poquito m¨¢s de¡ estilo?¡±. McGill se esfuerza por encontrar el tono justo de cutrez y estridencia para un personaje que construye con cuidado, como el Arlequ¨ªn de la comedia del arte, mientras que White deja salir lo que ya llevaba dentro. Uno se pone una m¨¢scara con mucho colorido y lucecitas; el otro, se quita la costra de la civilizaci¨®n para liberar un animal macho y agresiv¨ªsimo.
En el cruce de estos dos caminos, Better Call Saul brilla m¨¢s que su serie madre, al descubrirnos algo peor que la maldad. Superado el tab¨² televisivo de que el protagonista sea el villano y no se redima ni flaquee en su ca¨ªda al infierno, Vince Gilligan propuso un protagonista indefinido, que no se puede colocar en el caj¨®n de los buenos ni de los malos, aunque tienda a caer en el segundo. A veces parece que Saul se rige por un c¨®digo moral, pero al rato se muestra c¨ªnico. Tiene instantes de generosidad y grandeza seguidos de mezquindad may¨²scula. Puede amar y odiar con intensidad tr¨¢gica, y muchas veces es imposible discriminar si es una v¨ªctima o un victimario. Para escribir seis temporadas de un personaje que naci¨® como buf¨®n unidimensional hacen falta un talento y una obsesi¨®n dignos de un emperador de la droga.
Quedan 13 episodios para incomodarse en la belleza de una hormiga trepando por el pulgar de un cad¨¢ver que se pudre bajo el sol mexicano, en un plano microsc¨®pico que se ensancha hasta abarcar todo ese universo de no-lugares, de frontera interminable que no linda con nada civilizado. O en la exquisitez con la que un sicario cae muerto en la piscina vac¨ªa de un motel perdido. O para sonre¨ªr cuando el viejo Don H¨¦ctor Salamanca toca su campanilla, s¨ªmbolo de debilidad y terror a la vez. Quedan 13 episodios para regodearnos en esta grandiosa est¨¦tica de la crueldad.
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