Los asesinos en serie no son listos ni interesantes
El realismo y el escr¨²pulo por reflejar los casos tal y como constan en los archivos policiales ha derribado el mito del criminal encantador
De todas las adicciones que sufrimos los que vamos a las plataformas como si fueran mercados de la droga, el g¨¦nero del true crime ocupa un lugar equivalente a la hero¨ªna en los a?os malos, y no hay sustancia m¨¢s pura en ese g¨¦nero que la dedicada a los asesinos en serie.
Los hemos visto de todas las maneras: en la c¨¢rcel, fuera de ella, perseguidos por la polic¨ªa, maldecidos por sus v¨ªctimas, romantizados por los morbosos de guardia¡ Ni los m¨¢s entregados lectores de El Caso conocieron a tant¨ªsimos psic¨®patas criminales. Como consecuencia, hemos aprendido a verlos tal y como son, sin artificios ficticios ni argucias de guionista de thriller.
El realismo y el escr¨²pulo por reflejar los casos tal y como constan en los archivos policiales y en las sentencias de los jueces ¡ªno importa que se haga con ellos un documental o una ficci¨®n basada en hechos reales, como Dahmer¡ª ha derribado el mito del asesino encantador, el intelectual que coquetea con el mal o el genio demon¨ªaco que juega con la polic¨ªa. Resulta que la mayor¨ªa de los asesinos en serie son unos mendrugos, gente sin el menor relieve. Asomarse a sus vidas no sirve para comprender el horror: al final del r¨ªo, donde uno espera ver a Marlon Brando susurrando sus verdades metaf¨ªsicas, solo hay un tipo muy bruto que se hurga la nariz.
Todas las mentiras que nos contaron desde Jack el Destripador hasta Seven, pasando por El silencio de los corderos, se han diluido en una sucesi¨®n de tipejos desgraciados y tan bobos que ponen en entredicho la eficacia y hasta la pertinencia de los cuerpos de polic¨ªa, que tal vez tardan tanto en cazarlos porque esperan pillar a un Moriarty. Como los espectadores, no se pueden creer que los monstruos m¨¢s grandes de la historia del crimen sean un hatajo de desgraciados.
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