David Simon

Conozco el poder de las adicciones. Sus gozos iniciales mantenidos durante mucho tiempo. Tambi¨¦n el embrutecimiento que acaban imponiendo. Observo el enganche permanente con su smartphone y con otros prodigios tecnol¨®gicos en las multitudes que pueblan las calles y sospecho que esos aparatos sin los que no se concibe la existencia actual tambi¨¦n les acompa?an sin tregua en sus casas e incluso en sus sue?os, que son el instrumento imprescindible para algo llamado vivir o sobrevivir. Por el momento, los infinitos adictos no tienen las depredadoras aspiraciones de los zombis, no devoran a los que no son como ellos. Solo les ignoran, desprecian o atropellan si se cruzan en su ensimismado camino. Pero todo llegar¨¢.

Constato la proliferaci¨®n de series protagonizadas por los muertos vivientes. Al parecer, disfrutan de gran audiencia. Yo no consigo pasar del segundo cap¨ªtulo. Sin embargo, sigo devorando en mi enclaustrada existencia las pel¨ªculas, libros, m¨²sica y series que me otorgaron algo parecido a la felicidad. Y a diferencia de m¨ª, esos milagros no han envejecido. Me siguen provocando sensaciones impagables. En tiempos de desolaci¨®n se convierten en la tabla del n¨¢ufrago.

Me entero de que David Simon, el Shakespeare que cre¨® la serie The Wire, ha sido despedido de la productora HBO despu¨¦s de 25 a?os currando all¨ª. Por apuntarse a la huelga de los guionistas. Buen momento para retornar a su obra maestra, aunque la visite todos los a?os. Nunca se ha filmado con tanto talento, verdad, matices, emoci¨®n, mala hostia, complejidad, un documento como este, tan l¨²cido y amargo, sobre la invulnerabilidad del sistema y la corrupci¨®n como norma. Pero el sistema puede sufrir ara?azos por parte de profesionales, de perdedores audaces empe?ados en que cambien un poco las cosas. The Wire encarna el para¨ªso de siempre.

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