¡®Frasier¡¯ y la comedia de retaguardia
Excepto las risas enlatadas, casi nada del original pervive en la secuela de la gran ¡®sitcom¡¯ de los noventa, que no es ning¨²n desastre, pero s¨ª una ins¨ªpida decepci¨®n
La televisi¨®n actual vive, como muchos de quienes la consumen, de la nostalgia. Los reboots, o secuelas destinadas a poner al d¨ªa series cl¨¢sicas, est¨¢n a la orden del d¨ªa: en los ¨²ltimos a?os, Sexo en Nueva York, Will y Grace, Roseanne o Murphy Brown han dado lugar a modernizaciones que tienen algo en com¨²n: todas son repeticiones melanc¨®licas ¡ªy, en ocasiones, un poco pat¨¦ticas¡ª de sus originales noventeros, a los que recuerdan m¨¢s en el significante que en el significado. Frasier es el ¨²ltimo cad¨¢ver en salir de la c¨¢mara de criogenizaci¨®n. Kelsey Grammer vuelve a interpretar al afectado y entra?able psiquiatra, sin duda el papel de su vida ¡ªcon permiso del Actor Secundario Bob, al que presta su voz desde 1990 en Los Simpson¡ª, aunque todo lo dem¨¢s haya cambiado.
La serie original transcurr¨ªa en un Seattle ajeno al grunge. El reboot que acaba de estrenar SkyShowtime regresa al lugar en el que todo empez¨®: Boston, donde el personaje de Frasier apareci¨® en los ochenta como miembro del nutrido elenco de Cheers. All¨ª, el protagonista se reencuentra con su hijo, Freddy, que le reprocha haber sido un mal padre. Para reparar los errores del pasado, Frasier acepta un trabajo en Harvard, compra el edificio donde su v¨¢stago reside y le obliga a vivir con ¨¦l. Como si, para demostrar su amor, no hubiera otro remedio que compartir h¨¢bitat con ese hijo treinta?ero, una soluci¨®n peculiar viniendo de un experto en el complejo de Edipo.
Para modernizar la serie, Freddy podr¨ªa haber sido un joven woke que pusiera en duda el privilegio de su padre, su incorregible esnobismo y su apolitismo aparente. La apuesta del nuevo Frasier es mucho m¨¢s conservadora: un perezoso conflicto entre el pomposo psiquiatra y su hijo, con gustos tirando a vulgares, que ha dejado sus estudios en Harvard para hacerse bombero (en un alucinante salto de continuidad, los fans del original recordar¨¢n que la ¨²ltima vez que vimos a Freddy era un adolescente g¨®tico, con pocos amigos y muchas alergias). El objetivo es recrear el conflicto de Frasier con su propio padre, el magistral John Mahoney, fallecido en 2018, aunque el resultado dista mucho del original. Tampoco est¨¢n Niles o Daphne, y es innegable que se les echa de menos (Roz y Lilith, la g¨¦lida ex de Frasier, aparecer¨¢n como invitadas en esta temporada).
El primer Frasier estaba repleto de extravagancias que lo convert¨ªan en un producto ¨²nico en la televisi¨®n de aquel momento y se opon¨ªan a todas sus reglas aristot¨¦licas: los intert¨ªtulos juguetones, la extra?¨ªsima canci¨®n de los cr¨¦ditos, el personaje ausente de Maris, la masculinidad disidente de sus protagonistas, la osad¨ªa de ver a Frasier acost¨¢ndose con Freud durante un sue?o h¨²medo. Excepto las risas enlatadas, no hay casi nada del original que perviva en esta secuela, que no es ning¨²n desastre, pero s¨ª una ins¨ªpida decepci¨®n. Solo la salva Grammer, con un encanto a prueba de bomba (hasta logra hacernos olvidar que vot¨® a Donald Trump), aunque su protagonismo excesivo se oponga a la magia coral que ten¨ªa la primera entrega.
Si los personajes j¨®venes son calamitosos, los nuevos compa?eros del protagonista en Harvard dan m¨¢s juego: un profesor y amigo de juventud, todo flema brit¨¢nica (el veterano Nicholas Lyndhurst), y la nueva jefa de Frasier, interpretada por la nigeriana Toks Olagundoye, que aleja a la serie del blanco nuclear que la caracteriz¨® en los noventa. En una secuencia de fiesta universitaria, los tres protagonizan una enredosa farsa que recuerda, si somos un poco generosos, a las que tanto abundaron en la serie original, chistes en lat¨ªn incluidos.
Llega en el quinto episodio, el ¨²ltimo que hemos podido ver, mientras empezamos a descubrir la vulnerabilidad de estos nuevos personajes, una de las claves del ¨¦xito de la primera serie: el inevitable apego que provocaban sus ridiculeces, sus paradojas y sus traumas. En realidad, tampoco los primeros episodios del Frasier de los noventa fueron gloriosos, lo que no impidi¨® que las 11 temporadas siguientes hicieran historia de la televisi¨®n. Tal vez haya que dar un poco m¨¢s de tiempo a esta sitcom de retaguardia. La pregunta es si la plataforma lo har¨¢.
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