¡®The Curse¡¯, cuando la maldici¨®n eres t¨²
La serie m¨¢s inc¨®modamente genial del momento tiene a una pareja de tontos muy tontos (y muy ricos) como protagonista y explora, desde una comedia negra bizarra, lo cruel del experimento narcisista en que se ha convertido el mundo contempor¨¢neo
Cuando la pareja infantilmente adinerada, torpe, y despreocupadamente cruel que forman Whit y Asher, los protagonistas de la serie m¨¢s inc¨®modamente genial del momento, ese artefacto de un humor negr¨ªsimo llamado The Curse (SkyShowtime), decide jugar a las casitas, no lo hace en su cuarto sino en el mundo real. Es decir, compra casas que una vez fueron de alguien que no ha podido seguir pag¨¢ndolas y las convierte en una cosa abominable repleta de espejos ¡ªno parecen casas, sino monta?as de reflejos, algo en absoluto casual¡ª, y las hace, por supuesto, sostenibles, y car¨ªsimas, para que los ¨²nicos que puedan acceder a ellas sean tan ricos como ellos. Esto, inevitablemente, amenaza con destruir la sorprendida comunidad de La Espa?ola, el rinc¨®n de Nuevo M¨¦xico en el que esta pareja de tontos muy tontos, pretende hacerse famosa.
Porque, s¨ª, todo lo que all¨ª va a ocurrir, va a grabarse. Ash (un aqu¨ª especialmente marciano Nathan Fielder) y Whit (Emma Stone y la insoportable levedad del personaje m¨¢s mimado de su carrera) van a protagonizar su propio reality, algo llamado Filantrophy, dirigido por un tipo que no deja de hablar de su mujer muerta y que entierra las llaves del coche bajo los ¨¢rboles, Dougie (un siniestramente desastroso Benny Safdie). Pero antes van a tener que vend¨¦rselo a HGTV ¡ªla cadena de televisi¨®n¡ª, y todo va a traerles sin cuidado hasta que eso ocurra. Porque han tenido una idea genial. Van a hacerse famosos por crear una localidad de casas pasivas ¡ªno contaminantes¡ª y ayudar a la comunidad, ofreciendo trabajos que no existen en franquicias de exclusivos pantalones y exclusivos caf¨¦s que ¨²nicamente abren sus puertas cuando se est¨¢ rodando.
Quieren, Ash y Whit, ser buenas personas. Y creen que pueden llegar a serlo fingiendo, ante las c¨¢maras, que lo son. Porque, en su mundo, no existe aquello que se es, sino ¨²nicamente lo que uno parece ser. He aqu¨ª el epicentro de la ficci¨®n que, por cierto, escriben y dirigen los propios Fielder y Safdie, cada vez m¨¢s sabios en lo que a la incomodidad narrativa, y el sketch bizarro se refiere: atentos al primer encuentro entre Ash y el padre de Whit, y a c¨®mo presumen, cabizbajos, de lo peque?o que es eso que tienen ah¨ª abajo. El juego de espejos de lo real, hoy, pasa por aquello que los dem¨¢s ven de ti, algo que nada, a veces, tiene que ver contigo, a menos que tu capacidad para fingir cuente. Lo curioso en el caso de la pareja protagonista es que no saben fingir, porque no han tenido que hacerlo, el dinero les ha librado de tener que hacerlo.
Es fascinante la manera en que, a partir de una narraci¨®n a menudo digresiva, que se pierde siguiendo a los personajes, tan torpemente enrabietados a veces ¡ªcomo dos ni?os mimad¨ªsimos que patalean cuando algo no les sale como quieren, esto es, por ejemplo, que los due?os de las casas no se comporten como ellos creen que deber¨ªan hacerlo, porque son, como el terreno, suyos¡ª, consigue ahondar en la frialdad sist¨¦mica, en la psicopat¨ªa, de todo mecanismo de representaci¨®n. Es decir, en el mecanismo del mundo contempor¨¢neo, que se usa a s¨ª mismo como material fungible, algo que editar y formatear antes de volver a mostrar. Como ocurre en esa escena en la que Ash y Whit hacen algo rid¨ªculo y creen que es divertido y tratan de reconstruirlo para subirlo a Instagram, y les resulta, claro, imposible.
Todos, como los habitantes de La Espa?ola, en mayor o menor medida, somos v¨ªctimas hoy de un experimento narcisista global, que, a peque?a escala, y con una, por momentos, lynchiana mezcla de comedia y horror, est¨¢n llevando a cabo Ash y Whit, un, por otro lado, endeble, perdid¨ªsimo matrimonio de cr¨ªos que jam¨¢s han tenido que crecer, ni aprender a convivir, que se rigen ¨²nicamente por aquello que creen que est¨¢ bien porque lo parece, o parecer¨¢ que lo est¨¢. Son un par de cobardes, adem¨¢s, que se libran de toda culpa con una sonrisa falsa y la adecuada transmisi¨®n de esa culpa ¡ªeso que se dijo y no deber¨ªa haberse dicho¡ª a cualquiera de sus infinitos empleados. ?Y qu¨¦ ocurre cuando se cruzan con alguien, una ni?a, a la que no pueden controlar, y esa ni?a ¡ªy de ah¨ª el t¨ªtulo¡ª les lanza una maldici¨®n? Que tiemblan de miedo, y casi pierden la cabeza.
Lo curioso es que ella s¨ª est¨¢ jugando ¡ªhay un reto viral en marcha¡ª, pero ellos, que no entienden el sentido figurado, o la posibilidad de que este exista, que viven, parad¨®jicamente, en una realidad en la que impera la literalidad ¡ªen una realidad que nada tiene que ver con lo real¡ª, se convencen de que todo puede salirles mal por culpa de esa cr¨ªa. La comida para llevar lleg¨® sin pollo, y ?acaso hab¨ªa ocurrido antes? Lo absurdo de aquello en que podr¨ªa estar afect¨¢ndoles la maldici¨®n de la ni?a ¡ªque est¨¢ a punto de perder, por culpa de la pareja, mucho m¨¢s que el pollo en un plato de comida para llevar¡ª, dispara la condici¨®n de enfermizo agujero negro de Ash y Whit, de inc¨®moda piedra en el zapato del mundo. Porque la maldici¨®n son ellos. Algo imparable y sin sentido que pretende asolar, caprichosa e inconscientemente, ese rinc¨®n del planeta.
Fielder y Safdie inventan una f¨®rmula en alg¨²n sentido tambi¨¦n maldita para tan peculiar artefacto, que permite una colisi¨®n entre el mundo real pero repleto de trampas ¡ªtrampas que en la narraci¨®n sostienen planos ante momentos inc¨®modos que revelan lo que hay, de verdad, detr¨¢s de los personajes: todo su racismo, su inseguridad, su exacerbado miedo ante lo desconocido, y lo desconocido es todo, cualquier cosa¡ª y el mundo de juguete en el que los protagonistas creen estar viviendo. Un mundo con el que pueden jugar a su antojo, pero que juega en realidad con ellos, porque al final, ellos son sus propios mu?ecos rabiosamente incontrolados. No habr¨¢n visto nada igual, y tampoco se habr¨¢n re¨ªdo tan perversamente jam¨¢s.
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