Los Endres consiguen una casa despu¨¦s de toda una vida en la calle
Chris y Julienna llevaban 15 a?os durmiendo en una caravana, y su hijo Ayden, de 13, nunca hab¨ªa tenido un hogar. Todo cambi¨® en mayo, cuando la ciudad de San Diego, California, les concedi¨® una vivienda de alquiler social
Durante los primeros cuatro d¨ªas, Ayden, el peque?o de la familia Endres, con 13 a?os reci¨¦n cumplidos, era incapaz de dormir solo en su nuevo dormitorio. Tuvo que hacerlo metido en la cama de sus padres. Es la primera vez que vive en una casa. El resto de las noches de su vida las ha pasado durmiendo en una autocaravana, en un sof¨¢ tras el asiento del conductor. ?l y su familia siempre estaban alerta, pendientes de las amenazas de vivir en la calle. Los ruidos, la polic¨ªa que les multaba y amenazaba frecuentemente con que una gr¨²a remolcase sus veh¨ªculos, o una simple lluvia pod¨ªan trastornarles el sue?o.
El nuevo hogar de Ayden se encuentra en un apartamento de lo que hasta hace poco era un resort en una conocida zona hotelera de San Diego (1,4 millones de habitantes), en el sur de California. La vivienda, de unos 80 metros cuadrados, es sencilla, pero con todo lo necesario para que esta familia pueda vivir confortablemente: dos habitaciones, dos ba?os y una peque?a cocina que se extiende hasta el sal¨®n. A trav¨¦s de las ventanas se puede ver el patio de este antiguo complejo tur¨ªstico. En el centro, la piscina y el jacuzzi han sido inutilizados y rellenados de arena. Ya poco queda del lujo de lo que antes fue un hotel Marriott.
La entrada ahora tiene unas puertas de seguridad y la recepci¨®n est¨¢ rodeada por un cristal blindado. En su interior se encuentra un equipo de seguridad que vigila que los moradores de las 190 viviendas que forman esta urbanizaci¨®n se respeten. Ver¨®nica es uno de esos guardias que vigilan el complejo. Interrumpe su ronda para acudir a su coche y sacar del maletero una bolsa con algunos regalos para la familia Endres. ¡°Son una familia adorable, es f¨¢cil convivir con ellos, me alegro de que est¨¦n con nosotros¡±, comenta. Una de las bolsas contiene una vieja videoconsola que emociona mucho a Ayden y que conecta al televisor del sal¨®n nada m¨¢s volver al apartamento.
Chris (56 a?os) y Julienna Endres (53) dicen que hace diez a?os que rellenaron la documentaci¨®n para entrar en una lista de espera para acceder a una vivienda de alquiler social en la ciudad de San Diego. Como pareja llevaban 15 a?os viviendo en la calle, pero Chris lleva desde que tiene 16, cuando su padre alcoh¨®lico le ech¨® de su casa del Estado de Washington. El pasado mes de mayo recibieron la gran noticia. Todo se aceler¨® cuando Ren¨¦ Gonzales, empleada de PATH ¡ªuna organizaci¨®n que ayuda a las personas sintecho a encontrar un hogar y que est¨¢ presente en 150 ciudades de California¡ª tom¨® el caso de esta familia. Tras cuatro meses de llamadas y papeleo, un fin de semana de abril les envi¨® un mensaje de texto que dec¨ªa ¡°tengo una gran noticia que daros, pero tiene que ser en persona¡±.
Treinta d¨ªas despu¨¦s, la familia Endres se encontraba viviendo por fin en una casa. ¡°Me siento muy feliz por ellos¡±, contin¨²a Ren¨¦: ¡°pero, por otro lado, tengo muchos otros casos que no han tenido la misma suerte, algunos son mayores, de m¨¢s de 80 a?os, a los que el ayuntamiento de San Diego ni siquiera ofrece un techo en el que dormir¡±. Para July, Chris y Ayden esta ha sido una de las mejores noticias de su vida. ¡°Cuando me dijeron que nos ofrec¨ªan esta casa nunca pens¨¦ que ser¨ªa tan bonita, estaba reformada para nosotros, con suelo y electrodom¨¦sticos nuevos¡±, explica una Julienna sonriente.
Los Endres ahora tienen que adaptarse a una nueva situaci¨®n en la que conviven con una comunidad peculiar. En este antiguo hotel habitan personas que hasta hace poco viv¨ªan a sus anchas en la calle, pero tambi¨¦n otros colectivos en riesgo de exclusi¨®n social como exreclusos reci¨¦n salidos de prisi¨®n. Aunque en general el d¨ªa a d¨ªa es tranquilo y est¨¢ satisfecho con su nueva vida, Chris a¨²n se mueve con cautela en este nuevo entorno. ¡°Ha venido varias veces la polic¨ªa y ambulancias por varios incidentes. Y eso que llevamos poco m¨¢s de un mes¡±. Los Endres tratan de acercarse m¨¢s a sus vecinos e integrarse en esta comunidad acudiendo a las actividades que hay en la sala multiusos del antiguo comedor. Aunque para Chris, hay un motivo m¨¢s importante: la vida le ha hecho desconfiado, teme por los peligros que puedan acechar a Ayden. ¡°Quiero saber qui¨¦nes son nuestros nuevos vecinos, tanto tiempo durmiendo en la calle ha hecho que tome precauciones, y necesito saber que estoy en un sitio seguro¡±.
En esa sala decorada con 30.000 d¨®lares en muebles de estilo n¨®rdico donados por una conocida multinacional sueca, hoy toca clase de cocina, en la que adem¨¢s de tratar nuevas recetas, los residentes aprenden a comer sano con bajo presupuesto. Otros d¨ªas juegan al bingo o ven pel¨ªculas.
La ciudad de San Diego lleva desde hace a?os combatiendo con las dificultades de una poblaci¨®n de gente sin hogar que no para de crecer. En ocasiones viene de fuera, en otras son vecinos de San Diego que se ven expulsados a una tienda de campa?a por el precio de la vivienda. ¡°Soy consciente de que todos los meses muchos ciudadanos arrancan el mes con el miedo a no poder pagar su casa, y viven con esa sensaci¨®n cada semana¡±, coment¨® el alcalde de la ciudad Todd Gloria, hace dos meses en un acto en el que se colocaba la primera piedra para un edificio destinado a viviendas sociales. En ese mismo discurso asegur¨® que el problema de la comunidad de personas sintecho es la primera prioridad para su consistorio.
El Ayuntamiento de San Diego est¨¢ tratando de abordar el problema en distintos frentes. Por un lado, est¨¢ adquiriendo hoteles, que se quedan vac¨ªos, como en el que vive la familia Endres, el Kearny Vista con 142 viviendas, o el hist¨®rico hotel Churchill con 72 plazas. Tambi¨¦n est¨¢ construyendo refugios, o directamente acondicionando recintos en los que los sintecho tienen acceso a una tienda de campa?a, servicios, duchas, y comida, como es el caso del programa Dormir Seguro (Safe Sleeping Program en ingl¨¦s).
Aunque la Comisi¨®n de Vivienda de la ciudad les haya facilitado el acceso a esta casa, esto no significa que sea gratis. Pagan 400 d¨®lares al mes en r¨¦gimen de alquiler por un apartamento que en el mercado libre costar¨ªa al menos 3.500 d¨®lares. Uno de los problemas que tiene la poblaci¨®n en California para acceder a la vivienda es el precio, pero tambi¨¦n las garant¨ªas que piden los bancos y los propietarios para obtener un historial de cr¨¦dito que les d¨¦ las garant¨ªas requeridas para poder firmar un contrato de alquiler. En este caso, los Endres no han tenido que presentar ning¨²n aval, y adem¨¢s de la renta tienen incluidos los gastos de Internet, gas, y agua. Estas facilidades ofrecen a esta familia la tranquilidad de vivir en una casa sin el miedo a ser expulsados. Sus ingresos a trav¨¦s de subvenciones estatales son de 1.390 d¨®lares mensuales, suficiente para poder pagar este alquiler social. Durante meses los Endres estar¨¢n t¨¦cnicamente de cara a los servicios sociales, a¨²n como una familia sin techo. Durante un a?o tendr¨¢n que demostrar que son capaces de vivir en esta casa y en esta comunidad.
La antigua autocaravana que les sirvi¨® durante tantos a?os de hogar, una destartalada Southwind del a?o 1984, se encuentra estacionada en el aparcamiento, a escasos metros de la entrada del edificio en el que viven. En ella, Julienna estudi¨® y aprob¨® el t¨ªtulo de asistente jur¨ªdico para el Estado de California. Lo hizo para tener una oportunidad laboral, pero tambi¨¦n para pleitear y recurrir los m¨¢s de 30.000 d¨®lares que acumulan en multas. ¡°Es una gran injusticia, no ten¨ªamos alternativas, no nos dejaban aparcar en ning¨²n albergue porque dec¨ªan que ten¨ªamos m¨¢s de un veh¨ªculo. Pero nosotros pag¨¢bamos nuestros impuestos, el registro de circulaci¨®n, y nunca cometimos ning¨²n delito¡±, explica.
Ahora ¡°July¡±, como le llama cari?osamente su marido, podr¨¢ atender una de sus grandes pasiones: las flores. Tiene todas las ventanas del apartamento llenas de peque?as macetas. Orqu¨ªdeas, camelias y plantas suculentas contornean la vista desde su ventana. Y est¨¢ tratando de convencer a la comunidad de vecinos para que la piscina rellena ahora de tierra sea utilizada como jard¨ªn. ¡°As¨ª el patio estar¨¢ m¨¢s bonito¡±, asegura.
El peque?o Ayden ahora ya no tiene que usar una tabla sobre el volante para estudiar. Tiene una mesa de escritorio en su habitaci¨®n, aunque utiliza la de la cocina para atender a las clases que su madre le contin¨²a dando. Porque sigue sin ir a la escuela. Su madre prefiere seguir educ¨¢ndole desde casa. Ahora Ayden tambi¨¦n tiene sitio para guardar sus libros y sus legos, con los que tanto disfruta. Su padre, Chris, consigui¨® reparar su ordenador que llevaba meses sin funcionar. Ahora cuenta con una mesa en el sal¨®n desde la que seguir con su proyecto de negocio y con sus clases de ingl¨¦s en Internet. Julienna tiene opciones de incorporarse en alg¨²n bufete de abogados como asistente jur¨ªdica. Ya tiene una direcci¨®n postal que poner en los curr¨ªculums y esto facilitar¨¢ el proceso de aplicar. Este apartamento, adem¨¢s de ofrecerles un techo seguro, les da la opci¨®n de so?ar con una vida mejor.
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