El fuego que arras¨® el ¡®California dreaming¡¯: ¡°Sab¨ªamos que esto iba a ocurrir tarde?o?temprano¡±
Los incendios de Los ?ngeles siguen fuera de control despu¨¦s de tres d¨ªas, m¨¢s de 180.000 evacuados y cerca de 10.000 construcciones destruidas. El mayor frente, el fuego de Palisades, ha devastado 8.100 hect¨¢reas de uno de los m¨¢s bellos enclaves californianos. EL PA?S ha recogido las historias de sus v¨ªctimas
Pacific Palisades ha desaparecido, pero su comunidad no. Cuando Chris Babcock llega a las ruinas de su casa de la calle Las Lomas, le da una voz a Steve Eckhoff, su vecino, desde el otro lado de la avenida. Los dos hombres, pasados ya los 50 a?os, se acercan y se funden en un abrazo emocionado, pero no demasiado largo. ¡°Estamos en el mismo barco. Estamos sanos y salvos, es lo ¨²nico que necesitamos¡±, dice Babcock. Es jueves por la tarde y han pasado casi dos d¨ªas desde que evacuaron sus viviendas, a 20 metros la una de la otra. Cuando se marcharon, asediados por el incendio de Palisades, que ha arrasado 8.100 hect¨¢reas del terreno m¨¢s llamativo y fotografiado de la Costa Oeste de Estados Unidos, ten¨ªan sus casas. Ahora, solo un terreno cubierto de llamas humeantes, cascotes y clavos. De la vivienda de los Babcock queda en pie la chimenea. En la de los Eckhoff, ni eso. ¡°Muchos me preguntan si voy a reconstruir. Lo har¨¦, pero solo si tengo a los mismos vecinos¡±, responde firme Babcock.
El Palisades fue el primero de los focos del gran incendio que asedia Los ?ngeles. Y en solo un par de d¨ªas se torn¨® el m¨¢s destructivo de la historia de una ciudad que combate, en paralelo, a otros cuatro. Y sin mucho ¨¦xito. Por ahora, Palisades solo est¨¢ contenido al 6%. La terrible ola de incendios ha dejado hasta la noche del jueves diez fallecidos, cinco de estos en el siniestro del este, el Eaton, el otro gran frente en el que luchan los bomberos. Las autoridades no descartan que la cifra de muertos se incremente en los pr¨®ximos d¨ªas, una vez que la emergencia pase y comiencen los trabajos de limpieza. Lo mismo sucede con los da?os, que no han sido cuantificados completamente y cuyo c¨¢lculo, de m¨¢s de 10.000 construcciones destruidas, procede de im¨¢genes a¨¦reas. Las llamas han arrasado sobre todo residencias.
Barrios completos de Pacific Palisades fueron reducidos a escombros. Hay calles que se salvaron, de otras apenas queda un ¨¢rbol en pie. El fuego, ingobernable, destruye al azar.
Caminar por el ¨¢rea del incendio es como hacerlo por zona de guerra. De muchas de las casas solo queda el n¨²mero, marcado en la acera. La de Chris Babcock, en el 665 de Las Lomas, se ha quedado reducida al mismo pu?ado de ruinas que la de sus vecinos. Llevaba en el barrio desde 1972, y en esa vivienda m¨¢s de tres d¨¦cadas. Sali¨® apresuradamente con su esposa y sus perros. Atr¨¢s dej¨® su coche de colecci¨®n, un Audi Quattro, que se incendi¨®, y otro, en la calle, que se salv¨® de milagro.
¡°Esto no tiene precedentes¡±, afirma quien ha visto muchos fuegos de cerca. Nada se compara a lo ocurrido esta semana, cuando unos vientos huracanados soplaron del interior a la costa. El vendaval afect¨® una zona que ya era una bomba de relojer¨ªa.
¡°Mira esos ¨¢rboles de ah¨ª, son un peligro¡±. Chris se?ala un esp¨¦cimen alto y a¨²n en pie, pero carbonizado. ¡°Construir casa tras casa durante 80 a?os en el mismo sitio hace que todo est¨¦ concentrado. A esto se sum¨® el exceso de vegetaci¨®n y un terreno plano. Todo ello hizo que el fuego se propagase con suma facilidad. Los bomberos no pod¨ªan contra ello, no pod¨ªan contra el viento, era imposible. Ni pod¨ªan avanzar por calles tan estrechas¡±, a?ade.
Otro problema fue la larga temporada de incendios, que suele acabar en septiembre, pero que ahora se extendi¨® hasta el nuevo a?o, casi sin lluvias: ¡°Esto es una tragedia, nunca ha pasado algo as¨ª, pero sent¨ªamos que iba a ocurrir tarde o temprano¡±, dice Chris. Su ¨²nico remordimiento es que entre ¨¦l y sus vecinos no hayan comprado un avi¨®n que rociase agua desde el aire. ¡°Lo rent¨¢bamos dos veces al a?o, pero si lo alquilas durante cuatro a?os seguidos... pues tarde o temprano lo mejor es adquirirlo¡±, lamenta, siempre en tono sorprendentemente buenhumorado.
Muchos han subido esta ma?ana a las colinas de Temescal para ver con sus propios ojos la dimensi¨®n del desastre. ¡°Esto me recuerda a las fotograf¨ªas de la Segunda Guerra Mundial¡±, comenta Brian Lallment, de 71 a?os. El hombre quer¨ªa saber si segu¨ªa en pie la casa en la que creci¨® y donde vive su madre, de 92 a?os. Subi¨® Jacon Way con optimismo. Hab¨ªa pocas casas en buen estado, y cuando lleg¨® al 664 solo encontr¨® cenizas. ¡°Esa casa en pie, esa casa en pie y nosotros jodidos¡±, contaba en perfecto espa?ol, que aprendi¨® de su exesposa venezolana. Supo que ese era su hogar porque encontr¨® las conchas mar¨ªtimas que recolect¨® dando la vuelta por el mundo en barcos de investigaci¨®n cient¨ªfica. La piedra amatista que hab¨ªa tra¨ªdo de Brasil, y que se qued¨® tras su primer divorcio, cambi¨® sus brillantes colores por un mortecino color ceniza.
Los padres de Lallment llegaron en 1959 a Pacific Palisades, una comunidad fundada hace algo m¨¢s de un siglo por metodistas que vieron entre sus colinas el territorio id¨®neo para establecer una comuna. Pagaron 39.000 d¨®lares de entonces (hoy, unos 420.000 d¨®lares con la inflaci¨®n) por la casa, de una planta y menos de 200 metros cuadrados de construcci¨®n. ¡°Mi padre pens¨® que nunca se iba a reponer de aquella inversi¨®n... y mira en lo que ha acabado¡±, dice Lallment. La propiedad ten¨ªa ahora un valor de 2,5 millones de d¨®lares.
La zona se fue nutriendo de jud¨ªos que hu¨ªan de la persecuci¨®n en Europa; hasta aqu¨ª llegaron personajes como Thomas Mann, lo que dio al sitio el apodo de ¡°Weimar frente al mar¡±. Tambi¨¦n fue habitado por los dise?adores Charles y Ray Eames o el arquitecto Richard Neutra, entre otros. Adem¨¢s, se convirti¨® en un sitio atractivo para las celebridades, que encontraban privacidad y que tambi¨¦n han perdido sus hogares, como Billy Crystal, Paris Hilton o la pareja de actores formada por Adam Brody y Leighton Meester, quienes viv¨ªan a pocos metros de la madre de Brian Lallment. Tambi¨¦n el desaparecido Matthew Perry, actor de Friends, cuya casa fue comprada por una inversionista, qued¨® en pie en una zona que registr¨® pocos da?os.
A diferencia de las casas de las celebridades, la residencia de los Lallment era un ejemplo de los edificios originales de los a?os cincuenta: una elegante y resistente chimenea de ladrillo y pisos de roble rojo. Como dicta la cultura estadounidense, era de madera, un material importado desde Canad¨¢ desde el puerto angelino de Long Beach y que permite levantar una construcci¨®n completa en pocos d¨ªas. El problema, como se ha visto, es que el material es muy inflamable. M¨¢s en condiciones como las recientes, con vientos que pod¨ªan hacer volar las brasas a tres kil¨®metros de distancia. Esto, combinado a la humedad m¨¢s baja desde 1962, cre¨® un infierno que se ha llevado por delante uno de los barrios m¨¢s exclusivos de Los ?ngeles.
Golpe a la imagen angelina
Bajando a la costa desde Palisades, unos 15 minutos en coche, aparece el brillante Pac¨ªfico. A la izquierda, la ciudad de Santa M¨®nica, a¨²n bajo ¨®rdenes de evacuaci¨®n que en total han afectado a m¨¢s de 180.000 personas. A la derecha, Malib¨², una comunidad que ha ayudado a construir la imagen de ensue?o que se tiene de California: de carreteras infinitas, de suaves curvas, residencias al pie de la playa, palmeras balance¨¢ndose, restaurantes con olor a salitre y atardeceres buc¨®licos. Eso ha desaparecido. Aquellos hogares y bungal¨®s de millones de d¨®lares han sido destruidos por el incendio Palisades.
Las palmeras ahora son largos palos carbonizados. Desde las monta?as o a pie de playa, solo se ve humo y, de tanto en tanto, llamaradas en ciertas zonas. La l¨ªnea de la costa es lo ¨²nico que permanece en el paisaje, aunque con el oc¨¦ano cargado de manchas marrones, cenizas y restos de los incendios. Nadie ir¨¢ estos d¨ªas a comer a Moonshadows, uno de los m¨¢s c¨¦lebres restaurantes de la zona, con espectaculares vistas del Pac¨ªfico desde su c¨¢lido porche acristalado, porque ya no existe. Ha desaparecido por completo, engullido por las llamas hasta los cimientos; apenas queda en pie la explanada de su aparcamiento. Las famosas casetas azules est¨¢n vac¨ªas de vigilantes estos d¨ªas, pero las playas tambi¨¦n est¨¢n vac¨ªas de ba?istas y surferos a los que vigilar. El paso por la zona, por la c¨¦lebre carretera Pacific Coast Highway, est¨¢ cortado: no hay nada que ver aqu¨ª, m¨¢s que devastaci¨®n y horror. Solo el tiempo dir¨¢ cu¨¢nto tardar¨¢ Malib¨² en levantarse de sus cenizas.