El discurso ¨ªntegro de la obispa Mariann Edgar Budde que molest¨® a Trump por pedir ¡°piedad¡± para los migrantes
¡°Le pido que tenga piedad, se?or presidente, de aquellos en nuestras comunidades cuyos hijos temen que sus padres sean llevados¡±, dijo la religiosa durante su servicio
Un d¨ªa despu¨¦s de la toma de posesi¨®n de Donald Trump como presidente, se present¨® durante un servicio religioso en la Catedral Nacional de Washington como parte del las tradiciones del inicio de un nuevo gobierno. En dicho servicio, la obispa episcopal Mariann Edgar Budde le pidi¨® de forma directa que tuviera piedad de aquellos que viven con miedo, como la comunidad LGBT, los inmigrantes indocumentados y los refugiados, haciendo referencia a un comentario del republicano sobre haber sentido la ¡°mano providencial de un Dios amoroso¡± cuando sobrevivi¨® a un intento de asesinato. La obispa inst¨® al presidente a mostrar compasi¨®n. Trump, presente en la ceremonia, expres¨® su disgusto por el serm¨®n, calific¨¢ndolo de poco emocionante. Su aliado, Elon Musk, tambi¨¦n critic¨® a Budde, acus¨¢ndola de haber adoptado una mentalidad progresista.
A continuaci¨®n, reproducimos su discurso ¨ªntegro:
¡°Como pa¨ªs, nos hemos reunido esta ma?ana para rezar por la unidad, no por un acuerdo, pol¨ªtico o de otro tipo, sino por el tipo de unidad que fomenta la comunidad por encima de la diversidad y la divisi¨®n. Una unidad que sirva al bien com¨²n. La unidad, en este sentido, es un requisito previo para que las personas vivan en libertad y juntas en una sociedad libre. Es la roca s¨®lida, como dijo Jes¨²s, sobre la que construir una naci¨®n.
No es conformidad. No es victoria. No es cansancio cort¨¦s ni pasividad nacida del agotamiento. La unidad no es partidista. M¨¢s bien, la unidad es una forma de estar con los dem¨¢s que abarca y respeta nuestras diferencias. Nos ense?a a considerar las m¨²ltiples perspectivas y experiencias vitales como v¨¢lidas y dignas de respeto. Nos permite, en nuestras comunidades y en las esferas de poder, preocuparnos de verdad los unos por los otros, incluso cuando no estamos de acuerdo.
Quienes en todo el pa¨ªs dedican su vida o se ofrecen como voluntarios para ayudar a los dem¨¢s en situaciones de cat¨¢strofe natural, a menudo con gran riesgo para ellos mismos, nunca preguntan a quienes ayudan por qui¨¦n votaron en las pasadas elecciones o qu¨¦ postura mantienen sobre un tema concreto. Lo mejor que podemos hacer es seguir su ejemplo, porque la unidad a veces es sacrificada, como lo es el amor: darnos a nosotros mismos por el bien de los dem¨¢s.
En su Serm¨®n de la Monta?a, Jes¨²s de Nazaret nos exhorta a amar no solo a nuestro pr¨®jimo, sino tambi¨¦n a nuestros enemigos, a rezar por quienes nos persiguen, a ser misericordiosos como nuestro Dios es misericordioso, a perdonar a los dem¨¢s como Dios nos perdona a nosotros. Jes¨²s se desvivi¨® por acoger a quienes su sociedad consideraba parias.
Ahora bien, reconozco que la unidad, en este sentido amplio y expansivo, es una aspiraci¨®n, y es mucho por lo que rezar. Es una gran petici¨®n a nuestro Dios, digna de lo mejor de lo que somos y de lo que podemos ser. Pero nuestras oraciones no servir¨¢n de mucho si actuamos de forma que ahondemos a¨²n m¨¢s las divisiones entre nosotros. Las Escrituras son muy claras al respecto: Dios nunca se impresiona con las oraciones cuando las acciones no est¨¢n informadas por ellas. Dios tampoco nos libra de las consecuencias de nuestros actos, que siempre, al final, importan m¨¢s que las palabras que rezamos.
Los que estamos aqu¨ª reunidos en la catedral no somos ingenuos ante las realidades de la pol¨ªtica: cuando est¨¢n en juego el poder, la riqueza y los intereses contrapuestos, cuando las visiones de lo que deber¨ªa ser Estados Unidos est¨¢n en conflicto, cuando hay opiniones firmes en todo un espectro de posibilidades y comprensiones marcadamente diferentes de cu¨¢l es el curso de acci¨®n correcto. Habr¨¢ ganadores y perdedores cuando se emitan votos o se tomen decisiones que marquen el rumbo de la pol¨ªtica p¨²blica y la priorizaci¨®n de los recursos.
Ni que decir tiene que, en una democracia, no todas las esperanzas y sue?os particulares de todo el mundo pueden hacerse realidad en una determinada sesi¨®n legislativa o en un mandato presidencial, ni siquiera en una generaci¨®n. Es decir, no todas las plegarias espec¨ªficas de todo el mundo tendr¨¢n la respuesta que desear¨ªamos. Pero para algunos, la p¨¦rdida de sus esperanzas y sue?os ser¨¢ mucho m¨¢s que una derrota pol¨ªtica: ser¨¢ una p¨¦rdida de igualdad y dignidad, y de sus medios de vida.
Teniendo esto en cuenta, ?es posible la verdadera unidad entre nosotros? ?Y por qu¨¦ deber¨ªa importarnos? Bueno, espero que nos importe. Espero que nos importe porque la cultura del desprecio que se ha normalizado en este pa¨ªs amenaza con destruirnos. Todos somos bombardeados a diario con mensajes de lo que los soci¨®logos llaman ahora el ¡°complejo industrial de la indignaci¨®n¡±, algunos de ellos impulsados por fuerzas externas cuyos intereses se ven favorecidos por un Estados Unidos polarizado. El desprecio alimenta las campa?as pol¨ªticas y las redes sociales, y muchos se benefician de ello, pero es una forma preocupante y peligrosa de dirigir un pa¨ªs.
Soy una persona de fe, rodeada de personas de fe, y con la ayuda de Dios, creo que la unidad en este pa¨ªs es posible ¡ªno perfectamente, porque somos personas imperfectas y una uni¨®n imperfecta¡ª, pero s¨ª lo suficiente como para que todos sigamos creyendo en los ideales de los Estados Unidos de Am¨¦rica y trabajando para hacerlos realidad. Ideales expresados en la Declaraci¨®n de Independencia, con su afirmaci¨®n de la igualdad y la dignidad humanas innatas. Y tenemos raz¨®n al pedir la ayuda de Dios en nuestra b¨²squeda de la unidad, porque necesitamos la ayuda de Dios, pero solo si nosotros mismos estamos dispuestos a cuidar los cimientos de los que depende la unidad. Al igual que la analog¨ªa de Jes¨²s de construir una casa de fe sobre la roca de sus ense?anzas, en contraposici¨®n a construir una casa sobre arena, los cimientos que necesitamos para la unidad deben ser lo suficientemente s¨®lidos como para resistir las muchas tormentas que la amenazan.
?Cu¨¢les son los fundamentos de la unidad? Bas¨¢ndome en nuestras tradiciones y textos sagrados, perm¨ªtanme sugerir que hay al menos tres. El primer fundamento de la unidad es honrar la dignidad inherente a todo ser humano, que, como afirman todas las religiones aqu¨ª representadas, es el derecho de nacimiento de todas las personas como hijos de nuestro ¨²nico Dios. En el discurso p¨²blico, honrar la dignidad de los dem¨¢s significa negarse a burlarse, descartar o demonizar a aquellos con los que discrepamos, optando en su lugar por debatir respetuosamente nuestras diferencias y, siempre que sea posible, buscar un terreno com¨²n. Y cuando el terreno com¨²n no es posible, la dignidad exige que nos mantengamos fieles a nuestras convicciones sin despreciar a quienes tienen convicciones propias.
El segundo fundamento de la unidad es la honestidad, tanto en las conversaciones privadas como en el discurso p¨²blico. Si no estamos dispuestos a ser sinceros, no sirve de nada rezar por la unidad, porque nuestras acciones van en contra de las propias oraciones. Puede que, durante un tiempo, experimentemos un falso sentimiento de unidad entre algunos, pero no la unidad m¨¢s s¨®lida y amplia que necesitamos para abordar los retos a los que nos enfrentamos. Ahora bien, para ser justos, no siempre sabemos d¨®nde est¨¢ la verdad, y ahora hay muchas cosas que van en contra de la verdad. Pero cuando sabemos lo que es cierto, nos corresponde decir la verdad, incluso cuando, especialmente cuando, nos cuesta.
El tercer y ¨²ltimo fundamento de la unidad que mencionar¨¦ hoy es la humildad, que todos necesitamos porque todos somos seres humanos falibles. Cometemos errores, decimos y hacemos cosas de las que luego nos arrepentimos, tenemos nuestros puntos ciegos y nuestros prejuicios, y quiz¨¢ seamos m¨¢s peligrosos para nosotros mismos y para los dem¨¢s cuando estamos convencidos sin lugar a dudas de que tenemos toda la raz¨®n y de que los dem¨¢s est¨¢n totalmente equivocados. Porque entonces estamos a un paso de etiquetarnos como las buenas personas frente a las malas. Y la verdad es que todos somos personas: ambos somos capaces de lo bueno y de lo malo. Como observ¨® astutamente Alexander Solzhenitsyn: ¡°La l¨ªnea que separa el bien del mal no pasa a trav¨¦s de los Estados, ni entre las clases, ni entre los partidos pol¨ªticos, sino justo a trav¨¦s de cada coraz¨®n humano, a trav¨¦s de todos los corazones humanos¡±.
Y cuanto m¨¢s nos demos cuenta de ello, m¨¢s espacio tendremos en nuestro interior para la humildad y la apertura mutua por encima de nuestras diferencias. Porque, de hecho, nos parecemos m¨¢s de lo que creemos y nos necesitamos.
Es relativamente f¨¢cil rezar por la unidad en ocasiones de gran solemnidad. Es mucho m¨¢s dif¨ªcil de conseguir cuando nos enfrentamos a diferencias reales en nuestra vida privada y en el ¨¢mbito p¨²blico. Pero sin unidad, estamos construyendo la casa de nuestra naci¨®n sobre arena. Y con un compromiso con la unidad que incorpore la diversidad y trascienda el desacuerdo, y con los s¨®lidos cimientos de dignidad, honestidad y humildad que esa unidad requiere, podemos hacer nuestra parte, en nuestro tiempo, para hacer realidad los ideales y el sue?o de Am¨¦rica.
Perm¨ªtanme un ¨²ltimo ruego. Se?or Presidente, millones de personas han depositado su confianza en usted y, como dijo ayer a la naci¨®n, ha sentido la mano providencial de un Dios amoroso. En nombre de nuestro Dios, le pido que se apiade de las personas de nuestro pa¨ªs que ahora tienen miedo. Hay ni?os gays, lesbianas y transexuales en familias dem¨®cratas, republicanas e independientes, algunos de los cuales temen por sus vidas. Y las personas que recogen nuestras cosechas, limpian nuestros edificios de oficinas, trabajan en granjas av¨ªcolas y plantas de envasado de carne, lavan los platos despu¨¦s de comer en los restaurantes y trabajan en los turnos de noche en los hospitales: puede que no sean ciudadanos o no tengan la documentaci¨®n adecuada, pero la gran mayor¨ªa de los inmigrantes no son delincuentes. Pagan impuestos y son buenos vecinos. Son fieles miembros de nuestras iglesias, mezquitas, sinagogas, viharas y templos.
Le pido que tenga piedad, Se?or Presidente, de aquellos en nuestras comunidades cuyos hijos temen que sus padres sean llevados, y que ayude a quienes huyen de zonas de guerra y persecuci¨®n en sus propias tierras a encontrar compasi¨®n y acogida aqu¨ª. Nuestro Dios nos ense?a que debemos ser misericordiosos con el extranjero, porque todos fuimos extranjeros en esta tierra.
Que Dios nos conceda la fuerza y el valor para honrar la dignidad de todo ser humano, para decirnos la verdad unos a otros con amor, y para caminar humildemente unos con otros y con nuestro Dios por el bien de todas las personas de esta naci¨®n y del mundo.
Am¨¦n¡±.
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