Trump, imperial
El presidente de Estados Unidos no se enfrenta a un segundo mandato. Para ¨¦l, se trata de su primer mandato imperial: sin l¨ªmites, sin contrapesos, ni concesiones
Fue una exhibici¨®n: de poder y de ambici¨®n. Todo el evento de investidura de Donald Trump result¨® un ejercicio lit¨²rgico del nuevo imperio. ¡°La edad dorada de Estados Unidos acaba de comenzar¡±, anunci¨® prof¨¦tico. Y amenaz¨® a continuaci¨®n: ¡°Nada se interpondr¨¢ en nuestro camino, el futuro es nuestro¡±. No fue una toma de posesi¨®n. Fue un ejercicio esc¨¦nico de sumisi¨®n colectiva que mezclaba a los otros reyes de los imperios tecnol¨®gicos (Elon Musk, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos y Sundar Pichai, entre otros aspirantes) con la nueva aristocracia pol¨ªtica global de aquellos lideres mundiales que esperan, cortesanamente, una mirada ¡ªaunque sea furtiva¡ª del nuevo emperador. Se?ales para poderlas exhibir como una confirmaci¨®n inequ¨ªvoca de complicidad geopol¨ªtica. Hemos entrado en el terreno interpretativo de la gestualidad simb¨®lica.
Estados Unidos vive ahora entre dos realidades. Sus instituciones, sus tradiciones y formalidades protocolarias se esfuerzan por enviar el mensaje de que existe ¡ªtodav¨ªa¡ª una democracia funcional y saludable. Confiable. Sin embargo, al menos en lo que es menos visible para el gran p¨²blico, la realidad parece ser distinta. Hay pistas de que estamos en el inicio de un verdadero cambio de ¨¦poca. No se trata de una saludable alternancia pol¨ªtica. Ni incluso de una radical alternativa. Se trata de un adanismo pol¨ªtico que inspira temor y pasi¨®n por igual. Trump no se enfrenta a un segundo mandato. Para ¨¦l, se trata de su primer mandato imperial: sin l¨ªmites, sin contrapesos, ni concesiones.
Ayer, Joe Biden recibi¨® a Donald Trump antes de la ceremonia de inauguraci¨®n. Fueron juntos hasta el Capitolio, donde el nuevo presidente jur¨® el cargo ante el presidente saliente y todos los exmandatarios vivos. Tradiciones y formalidades respetadas nuevamente, no como hace cuatro a?os. Un punto para la democracia. Sin embargo, volvamos a lo visible para la gran audiencia global. En el discurso central del d¨ªa, el m¨¢s visto, Trump hizo algunos anuncios radicales, pero asegur¨® que no perseguir¨ªa a nadie y se concentr¨® en prometer un pa¨ªs m¨¢s grande y mejor. Habl¨® de esperanza y de futuro. Aunque, en el discurso en el Emancipation Hall, uno mucho menos escuchado y difundido, vari¨® la audiencia y tambi¨¦n el tono, recuperando la denuncia sobre el hecho de que le robaron las elecciones de 2020. Atac¨® a Nancy Pelosi e insult¨® a la comisi¨®n de investigaci¨®n del asalto al Capitolio. Desafiante y vengativo.
Y, a pesar de que en algunos momentos intenta mostrarse ante el gran p¨²blico m¨¢s sosegado (vestigios de la campa?a y de c¨®mo su equipo consigui¨® regularle), ahora parece ser un Trump m¨¢s intenso, m¨¢s polarizante, m¨¢s combativo, m¨¢s decidido y con ganas de demostrar que ¨¦l es un l¨ªder que la historia debe recordar. Trump y sus asesores saben que el discurso extremo todav¨ªa asusta, que ahuyenta a los moderados. Por eso se muestran m¨¢s sosegados cuando tienen las miradas del gran p¨²blico sobre s¨ª. Despu¨¦s, cuando hablan s¨®lo a sus audiencias, cuando protagonizan cortes de v¨ªdeo que el algoritmo viralizar¨¢ entre sus seguidores, se muestran m¨¢s aut¨¦nticos. No se esconden, caen las m¨¢scaras.
Pero el gran momento del d¨ªa no fueron los discursos, las ceremonias, los protocolos o los asistentes. El gran momento fue la exhibici¨®n casi grosera y obscena de Trump firmando los decretos presidenciales (sin mirar los documentos, en un ejercicio de poder total, donde lo m¨¢s relevante es su exagerada, grande y gruesa firma, no el contenido), mientras contestaba a algunas preguntas de los periodistas. Un ejercicio multitasking que mostr¨® a un Trump con un control esc¨¦nico total. El vicepresidente convertido en mayordomo protocolario (le llevaba los decretos uno a uno) y el presidente firmando una avalancha de decretos. Hace unos meses, Trump brome¨® con que no ser¨ªa mala idea ser dictador por un d¨ªa, el primer d¨ªa de su mandato. Prefiere decretos a leyes. Ayer borde¨® esa escenificaci¨®n. El poder es la escena. Lo sabe bien Elon Musk, quien, en el mitin en el estadio Capital One Arena, le rob¨® el meme del d¨ªa a Trump con su equ¨ªvoco gesto de entusiasmo espacial. Un saludo en el que muchas personas vieron un remake del saludo nazi. Un detalle no menor de una persona que ha declarado su apoyo al partido de extrema derecha alem¨¢n AfD.
Trump promueve una polarizaci¨®n que activa una suerte de tribalismo pol¨ªtico donde la fidelidad al l¨ªder importa m¨¢s que los valores democr¨¢ticos o el respeto por las diferencias ideol¨®gicas. La ret¨®rica del ¡°ellos contra nosotros¡± puede llevar a Estados Unidos a un punto de no retorno, donde Trump y su manera de hacer pol¨ªtica sea lo importante, aunque pise derechos, ignore realidades o desprecie continentes enteros. ¡°No los necesitamos¡±, respondi¨® ayer cuando le preguntaron sobre la relaci¨®n con Am¨¦rica Latina.
El presidente emperador se ha convertido en un catalizador de la polarizaci¨®n y una inspiraci¨®n para l¨ªderes que ven en su estrategia una hoja de ruta para consolidar el poder a cualquier precio. Est¨¢ cambiando la democracia de Estados Unidos y puede que tambi¨¦n la del mundo. Trump sue?a ¡ªy casi est¨¢ consiguiendo que sea una realidad¡ª con que el trumpismo sea m¨¢s relevante que ¨¦l mismo. Su huella, su herencia y su legado no ser¨¢ la pol¨ªtica o su programa econ¨®mico o gubernamental. Su imperio ser¨¢ el inicio de una nueva era que ser¨¢ hist¨®rica, in¨¦dita, radical. Esa es su ambici¨®n y desmesura. Ese es el peligro.