La resurrecci¨®n de Juan Carlos Botero

El escritor colombiano habla, por primera vez y en exclusiva para EL PA?S, de las amenazas que lo condenaron hace m¨¢s de 20 a?os al exilio, del c¨¢ncer que padeci¨® y de su m¨¢s reciente novela autobiogr¨¢fica, ¡®Los hechos casuales¡¯

El escritor colombiano Juan Carlos Botero en su casa, en Miami.Silvia Mateos

Era la madrugada de un martes cualquiera de 1973. Juan Carlos Botero (Bogot¨¢, 1960) dorm¨ªa, deb¨ªa levantarse temprano para ir al colegio, pero lo despertaron s¨²bitamente: ¡°corre, l¨¢vate la cara y v¨ªstete, nos vamos del pa¨ªs¡±. No entendi¨®, pero se levant¨® desconcertado y alarmado e hizo lo que le dijeron. En similares circunstancias, Sebasti¨¢n Sarmiento, de la misma edad, ¡°se march¨® del pa¨ªs de un d¨ªa para otro, sin despedirse de nadie, y sin que ninguno de nosotros supiera lo que hab¨ªa pasado¡±, seg¨²n un compa?ero. Contr...

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Era la madrugada de un martes cualquiera de 1973. Juan Carlos Botero (Bogot¨¢, 1960) dorm¨ªa, deb¨ªa levantarse temprano para ir al colegio, pero lo despertaron s¨²bitamente: ¡°corre, l¨¢vate la cara y v¨ªstete, nos vamos del pa¨ªs¡±. No entendi¨®, pero se levant¨® desconcertado y alarmado e hizo lo que le dijeron. En similares circunstancias, Sebasti¨¢n Sarmiento, de la misma edad, ¡°se march¨® del pa¨ªs de un d¨ªa para otro, sin despedirse de nadie, y sin que ninguno de nosotros supiera lo que hab¨ªa pasado¡±, seg¨²n un compa?ero. Contra todo pron¨®stico, tanto Sebasti¨¢n como Juan Carlos pasaron la noche del d¨ªa siguiente en un internado masculino en Boston (EEUU) desconocido para ellos. Ten¨ªa la disciplina de una academia militar y un nombre que en lengua ind¨ªgena local significa ¡°bendici¨®n¡±, pero suena a vocablo latino para designar a ni?os no nacidos o abandonados: Nonantum.

Sebasti¨¢n Sarmiento y Juan Carlos Botero est¨¢n unidos por muchas historias casi calcadas, como esa. Eran apenas adolescentes la primera vez que tuvieron que salir del pa¨ªs por la violencia que en Colombia golpea, desde hace d¨¦cadas, a muchas personas; las que menos, a familias ricas como las suyas. Tienen vidas paralelas, solo que el primero es un personaje de ficci¨®n, alter ego del segundo, y protagonista de su m¨¢s reciente novela Los hechos casuales, editada por Alfaguara, que se lanzar¨¢ el pr¨®ximo 18 de septiembre.

Juan Carlos fue a parar a Fessenden, el internado real, tras el secuestro en 1973 de su madre, la promotora cultural m¨¢s importante de Colombia, Gloria Zea -ex directora del Museo de Arte Moderno de Bogot¨¢, entre otros-, fallecida en 2019. Sus hermanos mayores, Fernando y Lina, fueron enviados a Europa con su padre, el pintor y escultor colombiano m¨¢s reconocido internacionalmente, Fernando Botero, que el pasado abril cumpli¨® 90 a?os. El secuestro de Zea y su segundo esposo, Andr¨¦s Uribe Campuzano, dur¨® pocas semanas, sus perpetradores fueron delincuentes comunes y ten¨ªa solo una motivaci¨®n econ¨®mica. No era el tipo de secuestro largo, mortal y por razones pol¨ªticas que se convertir¨ªa con los a?os en uno de los s¨ªmbolos m¨¢s crueles de la guerra en Colombia. Pero fue suficiente para que la familia se dispersara, aterrorizada, y para dejar huellas en el hijo menor.

Ganador del prestigioso Premio Juan Rulfo en 1986 con el cuento El encuentro -con apenas 26 a?os y sin haberse graduado de la universidad-, Juan Carlos Botero suma ya diez libros publicados entre novelas, compilaciones de sus cuentos, relatos cortos (¡°ep¨ªfanos¡±) y ensayos, adem¨¢s de colaborar en algunas obras colectivas, en peri¨®dicos y revistas, y ser columnista de prensa. En sus comienzos participaba exclusivamente en cert¨¢menes internacionales bajo el seud¨®nimo ¡°Isatis¡± para evitar la sospecha de que, si los ganaba, era debido al enorme peso de sus apellidos. Lleva toda su vida luchando por hacerse un nombre propio demostrando su talento como narrador y lo ha conseguido con una pluma sobria, elegante, clara, de gran concisi¨®n y exactitud. Sin embargo, las suspicacias han sido inevitables entre parte del p¨²blico, la cr¨ªtica y el gremio de los escritores, en el que dice que no tiene muchos amigos: ¡±Siempre he lidiado con los prejuicios y no hago ning¨²n esfuerzo por contrarrestarlos. Si los tienen, los tienen. No tengo ning¨²n inter¨¦s en caerle bien a todo el mundo¡±.

Ha ido dejando rastros de s¨ª mismo y de sus intereses en toda su obra y a trav¨¦s de varios personajes, pero Los hechos casuales es, sin duda, su libro m¨¢s autobiogr¨¢fico. ¡°Lo hice deliberadamente porque quer¨ªa utilizar la novela para exorcizar episodios que he vivido y hacer cierta catarsis. Cuando escribo sobre un tema, me libero de ¨¦l. No todo ocurri¨® exactamente as¨ª, pero est¨¢ inspirado en hechos reales. Uno est¨¢ preparado para la literatura cuando puede convertir todo lo que le ha ocurrido en material literario y esta novela me dio la oportunidad de hacerlo¡±.

Un a?o y medio despu¨¦s del nacimiento de Juan Carlos, sus padres decidieron separarse, algo inusual para la ¨¦poca porque la sociedad lo juzgaba severamente y la ley no lo permit¨ªa. El divorcio no fue una realidad en Colombia hasta 1992. ¡°Mi padre se fue para Nueva York en la pobreza m¨¢s absoluta y mi madre lo sigui¨® -quiz¨¢, con la intenci¨®n de salvar el matrimonio-, junto con nosotros tres. Viv¨ªamos con mi abuelo (el exalcalde de Bogot¨¢ y exministro Germ¨¢n Zea). El matrimonio no se salv¨®, pero nos quedamos en Nueva York hasta 1969. En 1965 mi madre conoci¨® a Andr¨¦s Uribe Campuzano, un hombre extraordinario¡±.

Fueron a?os de mucha confusi¨®n. Mientras ¨¦l y sus hermanos viv¨ªan en una de esas townhouses propias de los ricos de Park Avenue, en cuyo frente el padrastro parqueaba su Rolls Royce, su padre -que a¨²n no hab¨ªa alcanzado el reconocimiento que tendr¨ªa despu¨¦s- no ten¨ªa con qu¨¦ comer. ¡°Lo ve¨ªamos solo los viernes en la tarde y hac¨ªamos planes gratuitos porque ¨¦l no ten¨ªa dinero para m¨¢s. La desproporci¨®n material era muy grande, pero para nosotros era una experiencia realmente extraordinaria, inolvidable¡±. Las diferencias de clase entre Botero y Zea eran de origen: ¨¦l naci¨® en una familia de clase media trabajadora de Medell¨ªn, y ella, en una familia de la clase alta bogotana. Se conocieron muy j¨®venes, cuando ella era estudiante y ¨¦l, profesor de arte en la Universidad de los Andes.

La desproporci¨®n emocional tambi¨¦n era enorme: su madre se enfoc¨® en su nueva relaci¨®n, en su vida social -¡±que era exagerada y absurda, ahora que lo pienso¡±- y en su trabajo, en el que era imbatible. Era una mujer dotada de un talento desbordante, que contrastaba con su escaso instinto maternal. ¡°No la juzgo, aunque s¨ª debo decir que fall¨®, no estuvo tan involucrada en nuestra crianza y mi infancia estuvo marcada por una gran soledad¡±. Ese ni?o solitario, t¨ªmido, taciturno y silencioso, que no ten¨ªa amigos -como Sebasti¨¢n Sarmiento-, aparece en varios de sus escritos, se llama Alejandro. Es el protagonista de La fiesta, uno de sus mejores cuentos, en el que refleja con sorna y descarnadamente la vida de la clase social a la que Botero Zea pertenece y conoce perfectamente. Tambi¨¦n est¨¢ presente, entre otros textos, en la que era hasta ahora su ¨²ltima novela, El arrecife (2006) -una novela de aventura y sobre la formaci¨®n del car¨¢cter, del estilo de las bildungsroman alemanas- y en Las ventanas y las voces, el cuento que da nombre a la compilaci¨®n publicada en 1998 en Espa?a bajo el mismo t¨ªtulo y que es, sin duda, el m¨¢s aclamado de sus libros, el mejor recibido por la cr¨ªtica y por los lectores.

Admite que no ten¨ªa una buena relaci¨®n con su madre, cuyo abandono emocional lo marc¨® para siempre. ¡°Ten¨ªamos una relaci¨®n cordial, pero hasta ah¨ª. Le reconozco, eso s¨ª, que fue la primera en darse cuenta de que mi padre es un genio¡±. Nadie supli¨®, nunca, ese vac¨ªo. A ¨¦l lo admira, lo nombra a menudo. Conoce como nadie su obra, de la que es un entusiasta y comprometido divulgador, y public¨® en 2010 un libro sobre ¨¦l: ¡°es una causa en la que creo y que tengo que defender como sea¡±. Botero fue un padre amoroso y cercano (¡°-?Qui¨¦n te ama, Sebasti¨¢n? - T¨², pap¨¢. T¨² me amas¡±) que fabricaba juguetes con sus propias manos e inventaba historias descabelladas que, seguramente, influyeron en la vocaci¨®n literaria de su hijo. Es su referente como padre y hombre de familia, como ser humano. ¡°Ante todo, ¨¦l quer¨ªa tener una gran relaci¨®n con sus hijos, so?¨® siempre con tener una vida dom¨¦stica que nunca consigui¨®¡±. Estuvo a punto de lograrla en su segunda uni¨®n, con Cecilia Zambrano, y Pedrito, el hijo de ambos; pero la pareja no pudo superar la muerte del ni?o, de cuatro a?os, en un accidente ocurrido en Espa?a en 1974 en el que Botero por poco pierde el brazo derecho y no puede volver a pintar, y acabaron separ¨¢ndose. ¡°Estoy totalmente dedicado a ser para mis dos hijas el padre que no pude tener -dice Juan Carlos- y a construir con ellas y con mi esposa la familia que mi padre siempre dese¨®, pero que nunca fuimos¡±. Y es a ellas, a Maritza (¡°Uchi¡±) Carbonell, Natalia y Tatiana, a quienes dedic¨® Los hechos casuales.

El ni?o asustado que lleg¨® a Fessenden y que hab¨ªa sido mal estudiante en un colegio de ¨¦lite en Bogot¨¢ se convirti¨®, all¨ª, en un estudiante sobresaliente. ¡°Empec¨¦ a gozar del placer de entender, de ser el mejor, de recibir aplauso y apoyo, algo que era totalmente nuevo para m¨ª¡±. Juan Carlos pasaba horas solo, leyendo. Se apasion¨® por la literatura y descubri¨®, as¨ª, su vocaci¨®n. Tiempo despu¨¦s, retorn¨® a su antiguo colegio en Bogot¨¢ para concluir los estudios (¡°parec¨ªa m¨¢s extra?o que antes, m¨¢s silencioso y retra¨ªdo, y andaba como si tuviera una nube negra a toda hora sobre la cabeza¡±, dice uno de los protagonistas de Los hechos casuales sobre Sebasti¨¢n). Decidido a ser escritor, empez¨® la carrera de Filosof¨ªa y Letras en la misma universidad en la que sus padres se conocieron. All¨ª trab¨® amistad con un profesor espa?ol, Jos¨¦ Lorite Mena, que se convirti¨® en alguien muy importante para ¨¦l: una especie de mentor, figura paternal y amigo.

Abandon¨® la facultad al volver de una estancia de un a?o en Harvard, a donde fue como estudiante invitado tras ganar un concurso de ensayo, e ingres¨® a la Universidad Javeriana a estudiar Literatura. Hubiera podido quedarse all¨ª, pero quer¨ªa vivir en Colombia. El momento pol¨ªtico y social que atravesaba el pa¨ªs, para variar, no era el mejor. Los opositores pol¨ªticos eran duramente reprimidos y la vieja declaratoria de Estado de Sitio daba carta blanca a las violaciones a los derechos humanos por parte del Estado, pero Juan Carlos deseaba ser testigo de lo que ocurr¨ªa. Para entonces ya era un cr¨ªtico agudo de la realidad, su conciencia pol¨ªtica ya hab¨ªa tomado vuelo y se identificaba -contrario a la tendencia que marcaba su clase social y a la educaci¨®n conservadora que hab¨ªa recibido- con ideas pol¨ªticas de izquierda, como su padre.

Sin embargo, en una entrevista con La Naci¨®n varias d¨¦cadas m¨¢s tarde, en septiembre de 2006, se mostr¨® entusiasmado con los resultados del Gobierno de ?lvaro Uribe, el de la derecha m¨¢s extrema que ha tenido Colombia. ¡°Se respira m¨¢s seguridad (¡­), noto un renacimiento¡±, respondi¨® a una pregunta del diario chileno sobre c¨®mo ve¨ªa al pa¨ªs. Actualmente es un columnista cr¨ªtico del expresidente y sus seguidores y reconoce su cambio de perspectiva: ¡°Hab¨ªa un deslumbramiento con esos resultados del primer a?o o los dos primeros a?os de Uribe; pero luego nos dimos cuenta -bueno, hay algunos que no se quieren dar cuenta- de que detr¨¢s de esos resultados hab¨ªa unos excesos y cosas realmente inadmisibles¡±.

Las diferencias con su madre se acrecentaron y se fue de casa siendo muy joven. ¡°Viv¨ªa solo cuando lo conoc¨ª y eso era muy inusual en esa ¨¦poca. Quer¨ªa construir su propio espacio, su propia identidad, ser independiente de su familia¡±, dice el respetado jurista y exmagistrado Manuel Jos¨¦ Cepeda, a quien conoci¨® cuando coincidieron en las clases de filosof¨ªa de Lorite y, desde entonces, son entra?ables: ¡°Juan Carlos es mi amigo del alma, mi hermano del alma¡±. El joven atractivo, pulcro, educado, simp¨¢tico, de buenos modales, trabaj¨® en una fotocopiadora, fue profesor de gimnasia (siempre fue buen deportista) y camarero para sostenerse. Experiment¨® en carne propia las penurias econ¨®micas y su padre, conmovido, se ofreci¨® a ayudarlo. El ni?o taciturno se convirti¨® en un muchacho ¡°aventurero, inquieto y con ganas de aprender y exprimir la vida al m¨¢ximo¡±, dice de s¨ª mismo. Sin embargo, la timidez no lo abandon¨® jam¨¢s. Cepeda lo recuerda como un buen estudiante, inteligente; muy culto y con mucho mundo a pesar de su edad, pero tambi¨¦n gentil, humilde, amable y sencillo. ¡°Disfruta con igual gusto una arepa o la m¨¢s sofisticada de las comidas, as¨ª ha sido siempre¡±.

Es introspectivo, perfeccionista, enfocado y reflexivo. Tiene un gran sentido del humor. Aprendi¨® de su padre a ser disciplinado y, como ¨¦l, tiene una rutina bien instituida ¡°que a la gente le debe parecer lo m¨¢s aburrido del mundo¡±. Levantarse, trabajar al menos ocho horas sin m¨¢s descanso que el que marcan las comidas y el tiempo en familia, a la que dedica, tambi¨¦n, las noches y los fines de semana. Sus hijas veintea?eras se burlan de su vida social. Tiene pocos, pero buenos amigos, con los que le gusta conversar y compartir una comida o unas copas. Es un hombre privado y reservado, pero sociable. Es c¨¢lido, generoso y cercano, pero mantiene cierta distancia.

¡°Intelectualmente es quisquilloso, puntilloso, mani¨¢tico¡±, dice otro de sus grandes amigos, el tambi¨¦n escritor Mario Mendoza, que, junto con Santiago Gamboa, fue compa?ero suyo en la Javeriana. Ya por entonces los tres eran tan unidos que se autodenominaban La Banda. ¡°Nos enteramos tarde, y por casualidad, de qui¨¦nes eran sus padres. Nada en su actitud revelaba que se sintiera superior o privilegiado por eso¡±. Mendoza nunca se lo ha dicho, pero cree que ser tan autocr¨ªtico es su zona de peligro: ¡°cuando eres as¨ª es como si tuvieras por dentro a un juez, a un inquisidor que te puede chamuscar¡±. Juan Carlos dice que pocas veces le dicen algo de lo cual no se haya enterado antes por s¨ª mismo. A veces r¨ªe t¨ªmidamente cuando se siente expuesto o levanta sus defensas de muros invisibles. ¡°Es cierto que es t¨ªmido -a?ade Mendoza-, aunque es un t¨ªmido raro porque le cuesta socializar, pero entra en escena con mucha contundencia cuando hay un tema que lo apasiona y no reh¨²ye los debates. Es un t¨ªmido temerario¡±. A Botero Zea le gusta la pol¨¦mica, entra a las discusiones a pecho descubierto y defiende sus posiciones decente, pero vehementemente, algo que tambi¨¦n le ha tra¨ªdo problemas.

No le gusta hablar de s¨ª mismo, pero Sebasti¨¢n Sarmiento tiene muchas de sus caracter¨ªsticas y cuenta, a trav¨¦s de ¨¦l, varios episodios de su vida que ha mezclado con ficci¨®n. Sebasti¨¢n recuerda por momentos a Francisco Rayo, el sibarita buscador de tesoros que protagoniza La Sentencia -su primera novela, publicada en el a?o 2000-, con la que incursion¨® de lleno en el tema del mar, que en su obra no es s¨®lo un lugar, sino una met¨¢fora del insondable vac¨ªo en el que se sumerge un ser humano que se hunde y toca fondo; algo que, como experto nadador y buceador, y por los embates de la vida, Juan Carlos sabe literal y metaf¨®ricamente. El protagonista de Los hechos casuales es, sobre todo, un hombre bueno, pero no tonto (¡°a pesar de sus buenos modales (¡­) era de los que saben esperar para saldar sus cuentas, y nunca las dejan sin saldar¡±). Es un h¨¦roe at¨ªpico que encarna muchas de las contradicciones de la personalidad de su creador que, a trav¨¦s de ¨¦l, quiere romper varios mitos. Entre ellos, el del rico indiferente y egoc¨¦ntrico, y que las vidas de las personas buenas no tienen nada de extraordinario; cuando, al contrario, se necesita ser extraordinario para atreverse a ser bueno en un mundo en el que ser malo es una tendencia al alza.

En Los hechos casuales Juan Carlos Botero ahonda en el tema de la violencia, que, aunque ha abordado en otras ocasiones, ha elegido de manera deliberada no situar en el centro de su obra. ¡°El rasgo preponderante de la cultura colombiana es el realismo muy ligado a la violencia. Hemos estado obligados a escribir sobre eso por las condiciones del pa¨ªs¡±, dice Mendoza. ¡°La literatura de Juan Carlos (que ha estudiado a fondo) es completamente in¨¦dita, rar¨ªsima y sofisticada, muy pl¨¢stica y llena de detalles, con una est¨¦tica muy particular, muy propia¡±. Es verdad que en Colombia no hay pr¨¢cticamente un asunto que no haya sido salpicado por la violencia. Botero Zea no la obvia, pero uno de sus principales aportes a la literatura colombiana ha sido explorar otros temas. En su ¨²ltima novela expone su propia interpretaci¨®n de hechos como la toma del Palacio de Justicia y la avalancha de Armero, entre otros, a la vez que explora la culpa individual y colectiva. ¡°Desde hace mucho ten¨ªa ganas de retratar ese per¨ªodo que viv¨ª en carne propia y que fue particularmente intenso, doloroso, aterrador, y la novela me dio el contexto para hacerlo¡±, dice. Tiene una posici¨®n particular sobre esos y otros hechos, y no le importa que pueda ser discutible o generar controversia.

Juan Carlos Botero (izq), su padre, el pintor y escultor colombiano Fernando Botero, y sus hermanos Lina y Fernando Botero Zea. CORTES?A

Le tom¨® diez a?os escribirla, pero llevaba al menos 40 a?os pensando en ella. Escribe despacio, cada libro le cuesta mucho tiempo porque, adem¨¢s de ser obsesivo con los detalles y con las correcciones, lucha contra la dislexia, que en un escritor es un rasgo frustrante e indeseable. Ve esta novela como una continuidad del trabajo ya hecho desde la publicaci¨®n del primero de todos sus libros: Las semillas del tiempo, en 1992, en el que propuso un nuevo g¨¦nero de relato corto de ficci¨®n inspirado en las short stories (historias breves) o sketches (bocetos) de Hemingway, que el escritor estadounidense -uno de sus favoritos- escribi¨® har¨¢ cien a?os este 2022. Los ep¨ªfanos, como los llam¨®, irrumpieron con gran fuerza para demostrar la enorme habilidad de Juan Carlos Botero para narrar aquello que lo obsesiona y que es, quiz¨¢s, el rasgo m¨¢s caracter¨ªstico de su obra: los instantes decisivos e impredecibles que pueden parecer insignificantes, pero que son suficientes para que la vida cambie completamente de rumbo. Botero Zea es diestro en los giros narrativos s¨²bitos que atrapan al lector, lo dejan desconcertado y le cortan el aliento. Los hechos casuales trata de eso: ¡°de la fragilidad de la existencia porque depende, en gran parte, de hechos azarosos. Y de c¨®mo deber¨ªamos ser conscientes del privilegio que es vivir¡±.

Las formas de la muerte

No siempre consider¨® que vivir era un privilegio. Ten¨ªa 21 a?os y estudiaba en Harvard cuando, durante un duro invierno que tambi¨¦n lo era en su alma, sinti¨® deseos de morir: ¡°Perd¨ª, en pocas palabras, el sentido de la vida¡±. Releer Sobre h¨¦roes y tumbas, de Ernesto S¨¢bato, lo salv¨®, seg¨²n cuenta en un sobrecogedor ensayo de su libro El idioma de las nubes (2007). A partir de esa ¡°deuda de gratitud¡± el escritor y ¨¦l iniciaron un intercambio epistolar que se convirti¨® en una relaci¨®n de confidentes y se vieron algunas veces en Par¨ªs. ¡°S¨¢bato era oscuro y depresivo, cuando se hund¨ªa en un pozo profundo no hab¨ªa manera de sacarlo de ah¨ª. Lo parad¨®jico es que, a pesar de todo, apostaba por la vida¡±. La influencia del argentino se nota en algunos de sus primeros escritos, especialmente, en El descenso, cuento que escribi¨® por la ¨¦poca de aquel episodio y con el que gan¨® el Concurso Latinoamericano de Cuento en M¨¦xico en 1990.

En Los hechos casuales se revelan el amor al padre, la ausencia de la madre; los conflictos por la conciencia pol¨ªtica y de clase, y la amistad entra?able que se construye en la juventud, adem¨¢s de algunos temas recurrentes en su obra, como el desamor, la felicidad incompleta y el sufrimiento. ¡°Literariamente me interesa mucho poner a los personajes en situaciones l¨ªmite, porque todo cobra una enorme autenticidad. Lo que sucede en esos momentos est¨¢ despojado de m¨¢scaras, es muy real, muy intenso¡±. Pero tambi¨¦n hay optimismo y esperanza. ¡°Si te preguntas por qu¨¦ Colombia no se ha destruido del todo, la respuesta es la gente. Hay una enorme tenacidad en ese pueblo que ha sido maltratado, menospreciado, explotado. La mayor¨ªa de la gente es esencialmente buena. Es a ellos a quienes Sebasti¨¢n representa¡±.

La carrera de escritor de Juan Carlos Botero avanzaba a buen ritmo desde que gan¨® el Rulfo: Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, a quien conoci¨® siendo ni?o porque era amigo de su padre, aunque sosten¨ªan una relaci¨®n de enorme rivalidad y maledicencias mutuas -¡±manejar esos egos a ese nivel debe ser muy complicado¡±-, fue siempre generoso con ¨¦l y ten¨ªan una relaci¨®n muy cercana; tanto, que el Nobel le present¨® a Carmen Balcells, su agente literaria, para que lo representara. La relaci¨®n con la catalana, sin embargo, dur¨® poco: era dif¨ªcil para cualquier joven escritor colombiano abrirse camino deslig¨¢ndose de la sombra de Gabo y Balcells parec¨ªa m¨¢s concentrada en promocionar a los autores del Boom Latinoamericano.

Luego llegaron las propuestas de ser columnista en los diarios nacionales que eran, entonces, propiedad de las familias pol¨ªticas m¨¢s tradicionales y poderosas de Colombia, que tambi¨¦n eran familias de periodistas. El diario La Prensa, de la familia Pastrana, donde respetaron sus ideas liberales, aunque eran contrarias a la l¨ªnea editorial y a la ideolog¨ªa de sus due?os; El Tiempo, de la familia Santos, uno de cuyos descendientes, el expresidente y Premio Nobel de Paz Juan Manuel Santos (2010-2018), era amigo de Juan Carlos. A ¨¦l le dedic¨® uno de sus ep¨ªfanos, inspirado en una historia real que Santos vivi¨® y le cont¨®. Escribi¨® ensayos y rese?as de libros en varias revistas y, pese a esa trayectoria y a que desde 2008 es columnista de El Espectador, hasta hace un poco m¨¢s de un a?o, cuando incursion¨® en Twitter, era desconocido para mucha gente. Hoy tiene casi 15.000 seguidores, muchos de los cuales se preguntan -y le preguntan- d¨®nde andaba metido. Para la mayor¨ªa de ellos Juan Carlos ha sido un descubrimiento como columnista, pero muy pocos conocen su obra literaria.

Un art¨ªculo publicado por The New York Times en 2003 mencionaba a Juan Carlos Botero como uno de los ¡°autores emergentes¡± colombianos que se desmarcaron del realismo m¨¢gico y se consolidaban en la literatura en castellano, alcanzando un prestigio que se extend¨ªa hasta Espa?a. Su nombre aparec¨ªa junto a los de H¨¦ctor Abad Faciolince, Jorge Franco, y sus amigos Santiago Gamboa y Mario Mendoza. Pero, mientras sus carreras se afianzaban, Botero Zea se qued¨® rezagado.

Tres a?os antes de la publicaci¨®n del art¨ªculo, el menor de los Botero era el ¨²nico miembro de la familia que viv¨ªa en Colombia cuando su padre hizo la donaci¨®n m¨¢s grande de su obra al Banco de la Rep¨²blica, en la que particip¨® activamente. Toda la atenci¨®n de los medios, que se concentraron m¨¢s en el valor econ¨®mico que en el cultural, recay¨® sobre ¨¦l. Las noticias hicieron suponer que la riqueza de la familia era inconmensurable y hab¨ªa indicios suficientes de que la posibilidad de un secuestro como el que hab¨ªan sufrido su madre y su padrastro casi treinta a?os atr¨¢s era muy alta; pero no tanto como la amenaza latente de que, si ocurr¨ªa, no se librar¨ªa de ¨¦l vivo, sino muerto. Eran otras ¨¦pocas: los secuestros no acababan con el pago del rescate, sino que se somet¨ªa a las familias de los cautivos a falsas promesas, terror psicol¨®gico y peticiones de sumas exorbitantes de dinero adicionales por recuperar el cuerpo, cuando la v¨ªctima hab¨ªa sido asesinada. Era una tortura sin fin.

La familia hab¨ªa vuelto a dividirse pocos a?os antes, cuando el hermano mayor de Juan Carlos, el exministro de Defensa Fernando Botero Zea, fue procesado judicialmente por el ingreso de dineros del narcotr¨¢fico -espec¨ªficamente, del Cartel de Cali, rival del Cartel de Medell¨ªn de Pablo Escobar- a la campa?a presidencial del expresidente Ernesto Samper. Botero Zea afirm¨® en varias entrevistas, despu¨¦s de haberlo negado, que Samper ten¨ªa pleno conocimiento de los hechos y se defendi¨® diciendo que, como gerente de la campa?a, no fue autor intelectual ni material de esa financiaci¨®n. La justicia lo conden¨® posteriormente por enriquecimiento il¨ªcito en favor de terceros.

El esc¨¢ndalo fue de grandes proporciones. ¡°Para mi padre fue devastador. ?l es totalmente inflexible cuando de temas morales y ¨¦ticos se trata y yo tambi¨¦n lo soy. Ambos duramos a?os sin hablar con mi hermano. Fue muy duro para m¨ª, muy decepcionante. Ese incidente casi acaba con la familia¡±. Juan Carlos cre¨ªa en la inocencia de su hermano y estaba dispuesto a defenderlo como fuera, pero su confesi¨®n le hiri¨® profundamente y tampoco fue complaciente. El exministro pag¨® su condena y ahora es un hombre libre, la relaci¨®n con su padre y hermano es nuevamente estrecha, pero lo acontecido afect¨® enormemente la reputaci¨®n de todos. Han pasado m¨¢s de 25 a?os y a Juan Carlos a¨²n se lo enrostran, como si ¨¦l tambi¨¦n fuera culpable. En Twitter hay quienes lo insultan o le escriben comentarios agresivos: ¡°intentan callarme insinuando que no tengo derecho a hablar por lo sucedido con mi hermano. A todos les digo que solo respondo por m¨ª y por nadie m¨¢s, no respondo por terceros. Tengo muchas cosas que decir y no pienso callarme¡±.

El escritor colombiano, Juan Carlos Botero en una fotograf¨ªa de archivo.Silvia Mateos

Lo parad¨®jico es que ¨¦l, desde a?os atr¨¢s, afilaba su pluma y escrib¨ªa duras columnas de opini¨®n a favor de la extradici¨®n y de la lucha sin cuartel del Estado contra el narcotr¨¢fico. Record¨® esa cruzada recientemente, a prop¨®sito de la propuesta sobre la extradici¨®n que el presidente Gustavo Petro comparti¨® con los presidentes de Estados Unidos y Espa?a, seg¨²n la cual los narcotraficantes que no negocien con el Estado colombiano o sean reincidentes deben ser extraditados, a diferencia de quienes colaboren. Seg¨²n Juan Carlos, la propuesta presidencial es id¨¦ntica a la planteada por ¨¦l en diversas columnas publicadas en 1996, 1998 y 2009, a la que llam¨® ¡°extradici¨®n estrat¨¦gica¡±, y le reclam¨® p¨²blicamente al presidente, sin que tuviera apenas eco en los medios ni recibiera respuesta oficial, por no haberle reconocido p¨²blicamente su autor¨ªa.

Aunque no lo mencionara, su insistencia, que algunos calificaron de exagerada y vanidosa, mientras otros la aplaudieron y apoyaron, tiene mucho de reivindicaci¨®n, de deseo de reconocimiento de un tema que es particularmente sensible para ¨¦l; un tema que, dice, investig¨® y analiz¨® a fondo, y por el que asumi¨® diversas y dolorosas consecuencias. Al opinar sobre el narcotr¨¢fico a mediados de los 90, como en otras ocasiones, el Juan Carlos t¨ªmido, sensible y emocional ¡°que llora y moquea de manera vergonzante viendo una pel¨ªcula¡± le ced¨ªa el paso al Juan Carlos temerario. El Cartel de Medell¨ªn hab¨ªa acumulado rencores contra ¨¦l y recibi¨® amenazas de las que, por primera vez, habla p¨²blicamente. Sus columnas lo pusieron en la mira. ¡°Fue un error -reflexiona ahora- no hab¨¦rselo contado siquiera a la familia Santos, due?a del peri¨®dico¡±. Mientras algunos escrib¨ªan sin firma, para protegerse, ¨¦l suscrib¨ªa con nombre y apellido todo lo que publicaba. ¡°Mi padre, todos, me dec¨ªan que me cuidara, que pod¨ªan matarme¡±. Esa fue la suerte que corrieron muchos periodistas.

Sufri¨® las amenazas en silencio porque sab¨ªa que su familia le habr¨ªa exigido irse de Colombia y ¨¦l, terco, insist¨ªa en quedarse, aunque viv¨ªa confinado en su casa. Nunca pisaba la calle. Aquello no era vida para nadie. Manuel Jos¨¦ Cepeda, que era por entonces un alto funcionario de los gobiernos Barco y Gaviria, recuerda que los movimientos de su amigo eran limitados, solo en carros blindados y con escolta, y era imposible sostener una conversaci¨®n o tomar un caf¨¦ con calma, sin hablar en clave, y sin limitar el n¨²mero de personas en las reuniones. La posibilidad de un secuestro extorsivo, las amenazas del Cartel -que, luego se supo, planeaba tambi¨¦n secuestrar a su hermana- y lo sucedido con su hermano fueron llenando el vaso hasta provocar que Juan Carlos y su esposa decidieran, finalmente, abandonar el pa¨ªs. Otra vez, s¨²bitamente. La historia se repet¨ªa. Llegaron a Miami provisionalmente y acabaron qued¨¢ndose, quer¨ªan vivir tranquilos, lejos de todo, y formar una familia. Fue el exilio definitivo.

Pero la vida no ten¨ªa suficiente. A¨²n quedaba otra amenaza mortal de la que tambi¨¦n habla p¨²blicamente por primera vez. Su hija mayor era muy peque?a y la menor estaba a punto de nacer cuando le diagnosticaron un c¨¢ncer que por poco lo mata. ¡°Curiosamente, lo tengo en gran parte borrado de mi memoria. No recuerdo detalles con claridad, pero fue terrible. Mi ¨²nica preocupaci¨®n era dejarlas hu¨¦rfanas¡±. Como de costumbre, lo sufri¨® s¨®lo. Se lo cont¨® a su esposa, amigos y familia, cuando fue imposible seguir ocult¨¢ndolo. Se obsesion¨® con hacer lo que fuera para que la ni?a no se diera cuenta de los cambios f¨ªsicos que sufrir¨ªa. Se aisl¨®. ¡°No descubr¨ª el valor de la vida por esa circunstancia. Ten¨ªa claras, desde mucho antes, tanto la fragilidad y la fugacidad de la vida como el milagro de la existencia¡±.

La enfermedad coincidi¨® con la entrega de las ¨²ltimas correcciones del manuscrito de El arrecife. Las quimioterapias eran tan fuertes que no ten¨ªa fuerzas ni para abrigarse con una s¨¢bana. La ¨²nica alusi¨®n velada a ese momento es la viudez del protagonista, cuya esposa muere de c¨¢ncer. Tocaba el papel con la nariz para poder leerlo. Nunca habla del tema, ni ha querido escribir sobre ¨¦l, aunque ha escrito sobre otras experiencias de su vida: ¡°-?Por qu¨¦? ¨CPor desprecio¡±, responde r¨¢pido y seguro, sin pensar. ¡°Me pareci¨® despreciable esa enfermedad, infame. Ni siquiera por lo que me pudiera pasar, sino porque pod¨ªa afectar a mis hijas. Cuando escribes, le est¨¢s rindiendo un homenaje al tema, aunque sea negativo. Incluso la violencia tiene que ser bellamente contada o no funciona literariamente. Tengo un inter¨¦s tan grande por la exquisitez, la elegancia, la belleza, la est¨¦tica de la prosa, y el c¨¢ncer fue una experiencia tan despreciable, que nunca he querido rendirle ese homenaje, dignificarlo con la pluma. Creo que nunca hab¨ªa sido consciente de eso, hasta que me lo preguntas ahora¡±.

Como si se tratara de la trama de alguna de sus novelas, relatos o cuentos, el prejuicio, la violencia y la sucesi¨®n de varios hechos casuales, inesperados, s¨²bitos, ralentizaron la promisoria carrera de escritor de Juan Carlos Botero y lo sumieron en un involuntario ostracismo. Hace m¨¢s de 18 a?os que sus libros no se venden en Colombia, aunque fueron siempre bien recibidos, dicen los libreros. Algunos se encuentran, con mucha dificultad, en librer¨ªas de segunda mano o en bibliotecas. Es m¨¢s f¨¢cil comprarlos en Espa?a, donde hay ediciones antiguas o versiones digitales. ¡°Prefer¨ªa la agresi¨®n al silencio porque, para un escritor, el silencio es la muerte¡±, resuella Juan Carlos. Pero, a sus 62 a?os, est¨¢ resucitando. Un libro suyo volver¨¢ a venderse. Lo presentar¨¢ en Medell¨ªn el 18 de septiembre a las 11.30 en el sal¨®n Humboldt del Jard¨ªn Bot¨¢nico, y en Bogot¨¢ el 21 de septiembre a las 19.00, de manera oficial, en la biblioteca del Gimnasio Moderno, acompa?ado de su amigo Mario Mendoza.

¡°Si olvidamos a Juan Carlos, perdemos todos -dice Mendoza-: pierde la literatura colombiana; perdemos una obra rara, extra?a, muy particular, fina, delicada, sofisticada. No es justo que nos olvidemos de ella. Hace parte de nuestro patrimonio y olvidarlo significa que somos m¨¢s pobres. Vale la pena que todo el mundo lo lea¡±.

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