El arte del rebusque: el ingenio para sobrevivir al desempleo colombiano
Millones de colombianos trabajan en el rebusque, una pr¨¢ctica que trasciende las provincias y crece en el norte de Bogot¨¢. As¨ª se ganan la vida sin n¨®mina ni seguro
Andr¨¦s Ariza, de estatura media, ojos claros y una sonrisa que pocas veces se borra de su rostro, lleva puesto un overol rojo. Tiene su nombre estampado a la altura del pecho, como quien porta un uniforme con orgullo. Todos los d¨ªas, desde las siete de la ma?ana, recibe en su negocio a habitantes del barrio Cedritos, en el norte de Bogot¨¢. Los compradores escogen frutas frescas con el placer que esconden sencillas tareas cotidianas. El vendedor, de 32 a?os, selecciona pi?as dulces, manzanas rojas o bananos en el punto ideal de madurez para complacer a sus clientes. Se mueve con agilidad de un lado al otro, como quien da valor a cada minuto. Despacha detr¨¢s de una carretilla de madera, cubierta por una sombrilla descolorida que instala sin falta en la misma esquina, desde hace varios meses.
Ariza es uno de tantos colombianos que viven del ¡°rebusque¡±, la capacidad de ingenio para afrontar el desempleo que afecta a 2,3 millones de personas en todo el pa¨ªs. La jornada de este padre de familia empieza mientras la mayor¨ªa a¨²n duerme. ¡°Mi d¨ªa comienza a las dos de la ma?ana. Toca ir a comprar y escoger las frutas. Llegar, organizar y mantener limpio el sitio de trabajo. No importa si hace calor o llueve¡±, relata en un d¨ªa gris. El clima tampoco perturba su trato amable. Ofrece asistencia a los adultos mayores para aliviar el peso de sus compras con la pericia de un ayudante que se mueve en bicicleta. ¡°Hay que atender a la gente con cari?o, aunque hay de todo. Hay gente noble y otra que es brava¡±, confiesa sonriente.
A pocos metros del puesto de frutas, otro hombre estaciona su bicicleta a las afueras de un banco. Va en busca de dinero, pero no a retirar el pago del mes. Lleva un parlante y una bater¨ªa que har¨¢ sonar a ritmo de jazz, cautivando a su audiencia entre los transe¨²ntes. Descarga los instrumentos con delicadeza, como si fueran ni?os, y despliega el forro abierto de un tambor sobre el and¨¦n para recibir monedas o billetes. Se sienta frente al bombo y los platillos que interpreta mientras los curiosos se aproximan seducidos por la melod¨ªa que interrumpe los sonidos de la calle. Gustavo Rueda, un m¨²sico profesional de 35 a?os, con anteojos y pelo hasta los hombros, tambi¨¦n dicta clases y se presenta en restaurantes y eventos. ¡°El rebusque tiene mucho que ver con la imposibilidad de abrirse paso en la industria creativa. Hay mucho potencial desaprovechado y eso se ve en las formas de supervivencia ante la falta de empleo formal¡±, afirma el baterista, padre de una ni?a de seis a?os.
El ¡°rebusque¡± ha dejado de ser una pr¨¢ctica com¨²n exclusivamente en las regiones, o en el centro o el sur de Bogot¨¢. Se observa cada vez con m¨¢s frecuencia en zonas residenciales del norte. Hasta all¨ª, cerca de la esquina donde trabaja Ariza, tambi¨¦n llega Jos¨¦ Andr¨¦s Bastidas, un venezolano de 23 a?os, quien sabe lo que es vivir un d¨ªa a la vez. Pasa horas de pie, a la salida de un supermercado donde vende bolsas para la basura a 2.000 pesos (40 centavos de d¨®lar). ¡°Me ha tocado guerrearla de esta forma para pagar habitaci¨®n diaria. No he pasado hambre ni dormido en la calle gracias a estas bolsitas¡±, se?ala Bastidas. Al joven de cejas pobladas y ojos brillantes que se asoman por encima de su tapabocas, siempre lo acompa?an Negra y Brandon, dos perros de raza criolla. Quiere aprender a leer y escribir, y sue?a con tener casa propia. Su mayor anhelo, dice, es regresar a su pa¨ªs para reencontrarse con sus padres.
Mientras Bastidas contin¨²a de pie, Walter Asprilla, procedente de Quibd¨® (Choc¨®), uno de los municipios m¨¢s vulnerables de Colombia, busca su sustento pedaleando a pocas cuadras. ¡°?Servicio de bicitaxi!¡±, grita el hombre alto y moreno que se gana la vida conduciendo hasta 12 horas al d¨ªa un carruaje amarillo de cuatro puestos que va y vuelve. Transporta pasajeros hacia la estaci¨®n m¨¢s cercana del sistema Transmilenio, ubicada a poco m¨¢s de dos kil¨®metros de distancia, a cambio de 1.500 pesos por trayecto. ¡°Yo no paro de pedalear. Al principio duelen las piernas, pero ya luego te acostumbras y de ah¨ª sale el sustento para la familia. No son todos los millones del mundo, pero alcanza para pagar arriendo y comida¡±, cuenta. Asprilla, quien estudi¨® hasta la secundaria, cuestiona la falta de igualdad de oportunidades. Solo la mitad de los bachilleres logra acceder a la educaci¨®n superior en el pa¨ªs. ¡°Tampoco hay trabajo para los que terminaron la universidad. Hay muchos universitarios trabajando aqu¨ª como bicitaxistas¡±, subraya.
Aunque la tasa nacional de desempleo en Colombia descendi¨® al 9,5% el pasado mes de noviembre, volviendo a los niveles previos a la pandemia, el desempleo juvenil alcanza el 17% y la informalidad laboral es del 58%, una de las m¨¢s altas de la regi¨®n y del mundo, seg¨²n datos de la Organizaci¨®n para la Cooperaci¨®n y el Desarrollo Econ¨®micos (OCDE). ¡°Hay que trabajar y no hacerle mal a nadie¡±, sostiene Andr¨¦s Ariza, el simp¨¢tico vendedor de frutas, uno de los pocos ¡°rebuscadores¡± a quien los peatones reconocen por su nombre, marcado en aquel overol rojo. ¡°La respuesta es echar siempre pa¡¯ lante¡±, sentencia Asprilla, el bicitaxista.
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