La mujer que espera a su esposo perdido hace 20 a?os en el mar
Desde cuando su esposo la llam¨® con la noticia de que habr¨ªa un hurac¨¢n no ha vuelto a saber nada de ¨¦l ni del barco pesquero en el que desapareci¨® en aguas del mar Caribe
Cuando alguien toca el timbre de la casa, Sandra Calder¨®n imagina que puede ser su esposo. Tras 20 a?os sin saber nada de ¨¦l, guarda la esperanza de que alg¨²n d¨ªa aparezca por la puerta y ponga fin a la zozobra. Alfonso Watts era capit¨¢n de un barco pesquero. Navegaba durante un mes y regresaba al pueblo. Se conocieron cuando ¨¦l estaba en la c¨¢rcel. Sandra lo esper¨® ocho a?os hasta que recobr¨® la libertad y ha esperado 20 desde que desapareci¨®. Durante 28 a?os no ha hecho nada distinto a esperar.
La ¨²ltima vez que Alfonso llam¨® a Sandra por el radiotel¨¦fono del barco eran las nueve de la noche del siete de octubre de 2002.
¡ªAmor, no te vayas a angustiar. Vas a o¨ªr por el noticiero que hay un hurac¨¢n que est¨¢ azotando el litoral atl¨¢ntico. Voy a tratar de anclarme porque me puedo ir a pique. Si ves que no te llamo es por el mal tiempo ¡ªle dijo.
Sandra qued¨® preocupada. En los siguientes d¨ªas ella ten¨ªa que hacerse una cirug¨ªa de alto riesgo y ¨¦l hab¨ªa prometido acompa?arla. Lleg¨® la fecha y Alfonso no aparec¨ªa. La angustia le perturb¨® el sue?o. No com¨ªa. En el d¨ªa se sentaba en una mecedora, frente a la puerta; en la noche, se apostaba en el alf¨¦izar de la ventana mirando fijamente a la calle hasta que a las dos o tres de la ma?ana, vencida por la frustraci¨®n, se iba a dormir.
De nacionalidad nicarag¨¹ense y colombiana, Alfonso Watts hac¨ªa siempre la misma ruta: zarpaba desde las Islas Ma¨ªz (Corn Island), de Nicaragua, hasta San Andr¨¦s. En septiembre de 2002, con once pescadores m¨¢s, comenz¨® su ¨²ltimo viaje en un barco de matr¨ªcula nicarag¨¹ense. Su negocio era pescar en aguas del Caribe y vender los mariscos y pescados en los hoteles del archipi¨¦lago colombiano.
Una vez se supo de la desaparici¨®n del barco, los guardacostas recorrieron el trayecto desde el punto de partida hasta el sitio donde anclaba a la llegada, pero no hubo rastros de hundimiento ni de nadie de la tripulaci¨®n. En su momento se baraj¨® la hip¨®tesis de un secuestro, pues la ruta era usada por narcotraficantes. En 2002 hubo una temporada de ciclones en el Atl¨¢ntico. El hurac¨¢n Lili, que sacudi¨® las costas por esos d¨ªas, pas¨® lejos de donde pod¨ªa estar el barco.
***
La se?al del encuentro con Sandra siempre era la misma: ¡°Ven cuando baje el sol¡±, dice. En esa zona, donde impera un est¨ªo perpetuo, no es necesario precisar la hora. Durante las cuatro tardes de la entrevista, Sandra siempre llor¨® a su esposo. A pesar de la tragedia, es una mujer alegre cuya casa colorida, adornada con m¨¢scaras de carnaval, flores y sombreros ¡®vueltiaos¡¯, resalta a lo lejos. Vive en La Paz, Cesar, en el norte de Colombia.
Solo tras 19 a?os de espera, en 2021, se atrevi¨® a denunciar la desaparici¨®n de su esposo. ¡°Lo que me ha mantenido en pie es la ilusi¨®n de que alg¨²n d¨ªa ¨¦l va a volver¡±, dice, sentada en el patio. Cae la tarde y un ventilador esparce aire tibio. Sandra ha tratado de conservar la casa intacta para cuando ¨¦l regrese. Una camioneta Chevrolet, modelo 96, permanece parqueada en el garaje. Muestra las fotos:
¡ªEsta fue en San Andr¨¦s, esta fue en las carreras de caballos, esta fue con el nene en Santa Marta. A ¨¦l le gustaba mucho viajar. La obsesi¨®n de ¨¦l era el mar, era buzo profesional ¡ªexplica.
Cuando se perdi¨®, ambos ten¨ªan la misma edad: 32 a?os. Ahora Sandra tiene 52. A finales de aquel octubre de 2002, recibi¨® varias llamadas extra?as que le hacen guardar esperanzas. Del otro lado del tel¨¦fono alguien jadeaba sin pronunciar ninguna palabra. ¡°Amor, si eres t¨², dime algo, que me est¨¢ matando la angustia¡±, le ped¨ªa Sandra, que estaba embarazada y, debido al desasosiego, perdi¨® el beb¨¦.
Conserva en dos cajas las cartas de amor que se escrib¨ªan a diario cuando Alfonso estaba preso. Corr¨ªa el a?o 1993. Se conocieron porque Sandra estudiaba en Barranquilla y fue a visitar a unos primos que estaban en la c¨¢rcel. A Alfonso lo hab¨ªan trasladado desde San Andr¨¦s. ¡°Fue amor a primera vista¡±, rememora. Comenzaron una relaci¨®n a la que se opuso su madre: ¡°?C¨®mo es posible que habiendo tantas personas libres te vas a fijar en un preso?¡±, le reprochaba. Su madre le quit¨® la ayuda econ¨®mica como represalia por ese noviazgo, pero contra viento y marea siguieron. ?l le propuso matrimonio y, dos a?os despu¨¦s, se casaron en la c¨¢rcel y tuvieron dos hijos.
El ¨²ltimo a?o de su estancia en prisi¨®n, Alfonso fue trasladado a la c¨¢rcel de Sincelejo y recibi¨® un permiso que le permit¨ªa salir a trabajar durante el d¨ªa y regresar a pasar la noche en la c¨¢rcel. Un d¨ªa le dijo a Sandra que quer¨ªa regalarle un carro por el D¨ªa de la Madre. ¡°Quiero que lo escojas a tu gusto¡±, le prometi¨®.
Viajaron a Barranquilla con los ni?os y compraron un autom¨®vil. Sandra estaba dichosa. De regreso, en la carretera, ven¨ªa por el carril contrario un carro en zigzag. Alfonso intent¨® esquivarlo, pero el carro lo choc¨® de lado. Sandra iba sin el cintur¨®n de seguridad y cay¨® por un barranco. El golpe fue atroz: recibi¨® m¨²ltiples heridas en el cuerpo y la cabeza, pero la peor secuela fue su brazo, que qued¨® tan destruido que se lo iban a amputar. Le hicieron 11 cirug¨ªas reconstructivas y nunca volvi¨® a recuperar la movilidad ni la sensibilidad.
Dur¨® tres meses hospitalizada. Cuando le dieron de alta y ¨¦l recuper¨® su libertad, se fueron a vivir al pueblo de ella. Alfonso retom¨® su trabajo. Duraba un mes en altamar y regresaba a casa para descansar 15 d¨ªas. ¡°Fue un amor muy bonito. A pesar de la dificultad en la c¨¢rcel, siempre estuvimos ah¨ª, el uno para el otro, formamos nuestra familia¡±, recuerda. Despu¨¦s de la desaparici¨®n de Alfonso, Sandra no quiso someterse a la ¨²ltima cirug¨ªa que le faltaba porque los m¨¦dicos le hab¨ªan advertido del riesgo de una embolia cerebral.
A¨²n con dolores y sin la posibilidad de mover su brazo derecho, Sandra se ha volcado al mundo del arte: tiene un taller de costura en el que confecciona vestuarios y disfraces, pinta cuadros y hace manualidades con cer¨¢mica y material reciclable. Adem¨¢s, es l¨ªder social en el municipio y da clases de artes pl¨¢sticas a los ni?os.
Sandra se dedic¨® a la crianza de sus hijos y cerr¨® su coraz¨®n a la posibilidad de volver a enamorarse. ¡°Yo vivo so?ando todo el tiempo con ¨¦l. Hay algo en mi interior, aqu¨ª dentro de mi alma, que me dice que ¨¦l no est¨¢ muerto¡±, dice con un hilo de congoja en su voz.
Apenas ocurri¨® la desaparici¨®n, Sandra tom¨® un directorio telef¨®nico y comenz¨® a llamar a todas las c¨¢rceles y hospitales de las islas del Caribe. ¡°Estoy buscando a un muchacho con estas caracter¨ªsticas¡±, preguntaba, pero nunca tuvo respuesta positiva. En un tiempo en que era un lujo llamar a larga distancia, Sandra tuvo que lidiar con una deuda de m¨¢s de 20 millones de pesos con la empresa de tel¨¦fonos.
Hace seis a?os recibi¨® una llamada del hermano de su esposo. Le cont¨® que hab¨ªa aparecido un hombre octogenario para informarle que Alfonso estaba preso en la c¨¢rcel de Fox Hill, de Bahamas, y que le hab¨ªa pedido que le avisara a su familia que no estaba muerto, sino privado de la libertad; que en todos estos a?os no lo hab¨ªan dejado comunicarse con nadie. La dudosa historia nunca pudieron confirmarla.
El Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia respondi¨® a EL PA?S que no tiene el nombre de Alfonso en los listados consulares de presos colombianos en esa c¨¢rcel. ¡°El Consulado de Colombia en Kingston, concurrente para Bahamas, informa que este caso no reporta antecedentes en los sistemas de informaci¨®n ni en el archivo de la oficina consular. Preliminarmente por v¨ªa telef¨®nica con el Departamento de Correccionales tampoco se obtuvo respuesta positiva¡±.
***
En el pueblo no ha habido energ¨ªa el¨¦ctrica en todo el d¨ªa y ya es de noche. Las palabras de Sandra se ahogan en un llanto que se mezcla con la algarab¨ªa del loro, encerrado en una jaula, y los cantos de los gallos de la vecina. De golpe se desata un aguacero feroz que retumba en el techo. Los gallos y el loro enmudecen. ¡°Si me toca esperarlo y me quedo sola... No me pinto con otro compa?ero¡±, dice en medio de rel¨¢mpagos y truenos.
El menor de los hijos de Sandra ten¨ªa seis a?os cuando Alfonso desapareci¨®. Se sal¨ªa de clase en el colegio y se sentaba en el patio, bajo un ¨¢rbol de mangos. Dibujaba barcos con tiburones alrededor. Cuando le preguntaban por su padre, dec¨ªa que se lo hab¨ªan comido los tiburones. Sandra se aferra a las fotos y a los recuerdos. Relee las cartas en soledad y fantasea que vuelve a recibirlas con la misma emoci¨®n de la primera vez, pero sin los malos vientos que se llevaron a su esposo. Sandra lo sigue esperando.
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