Sobre el colapso, la v¨ªspera de un mundo com¨²n
Nuestra civilizaci¨®n sigue siendo miope e incapaz de habitar el planeta sin da?os irreversibles a nosotros mismos y a los ecosistemas que sostienen nuestro mundo com¨²n
El consenso cient¨ªfico es claro: nos encontramos ante una encrucijada sin paralelo hist¨®rico. Nos enfrentamos al abismo de la desestabilizaci¨®n sin reversa de todos los sistemas que soportan la vida en el planeta. En su ¨²ltimo reporte publicado la semana pasada, el panel intergubernamental de cambio clim¨¢tico hizo su ¡°¨²ltimo llamado¡±: ¡°actuar ahora o ser¨¢ demasiado tarde¡±. La alerta viene tras el ¡°c¨®digo rojo¡± de 2021 y las alarmas sucesivas de a?os anteriores. Ya parece un ¡°disco rayado¡± apocal¨ªptico, y este es s¨®lo uno de los m¨²ltiples sistemas planetarios en crisis.
A pesar de las alertas y los esfuerzos por avanzar en la transici¨®n, nuestra civilizaci¨®n sigue siendo miope e incapaz de habitar el planeta sin da?os irreversibles a nosotros mismos y a los ecosistemas que sostienen nuestro mundo com¨²n. El problema radica en que seguimos buscando respuestas y soluciones dentro de los paradigmas y premisas que originaron las m¨²ltiples crisis que vivimos.
Hemos construido nuestra civilizaci¨®n globalizada en torno a un paradigma que nos hace creer que estamos separados de la naturaleza y somos superiores a ella, y, por lo tanto, podemos controlarla y extraer de ella lo que necesitamos para garantizar la certeza de la supervivencia. La idea de crecimiento sin l¨ªmites ha sido la base de gran parte de la sociedad occidental hegem¨®nica, impulsada por la noci¨®n de que es necesario acaparar, apropiar y acumular recursos para asegurar nuestro bienestar y el de nuestros descendientes. Pero eso es peligroso, porque si destruimos nuestra casa con ella se pierde nuestro suelo de vida. El colapso de la naturaleza precede al colapso de las civilizaciones.
Cuando miramos la situaci¨®n global con los ojos bien abiertos, advertimos una realidad aterradora. Pese a los avances en la superaci¨®n de la pobreza, la protecci¨®n de los derechos humanos, la democracia, y el bienestar humano en general, se precipitan colapsos concatenados de los sistemas que sostienen la compleja red de la vida, conducidos por los estragos que deja tras de s¨ª el sistema socio-econ¨®mico termoindustrial. Si continuamos, entraremos en una extinci¨®n masiva, la sexta de la historia del planeta, y el fin de la especie humana dejar¨¢ de ser ciencia ficci¨®n.
No s¨®lo pasamos por alto lo que ya en 1972 el Informe Meadows alertaba con precisi¨®n a ¡°futuras generaciones¡± ¨Des decir nosotros ahora¨D que el crecimiento socioecon¨®mico tiene l¨ªmites biof¨ªsicos, sino que olvidamos que hacemos parte de la misma red inextricablemente interconectada de seres que habitamos la Tierra. Olvidamos que inhalamos la exhalaci¨®n de las plantas; que dependemos de los esqueletos fosilizados de millones de millones de seres vivos convertidos en petr¨®leo como fuente de energ¨ªa para toda la econom¨ªa; que las temperaturas oce¨¢nicas determinan el ciclo del agua del que depende la producci¨®n de todos nuestros alimentos.
Desde este olvido, incluso quienes persiguen desesperadamente la ¡°soluci¨®n¡± se extrav¨ªan en la b¨²squeda de alternativas que acaban por perpetuar el mismo sistema de separaci¨®n y extracci¨®n. Las soluciones presuponen que podemos extraer indefinidamente los recursos y que esto permitir¨¢ mantener el paradigma de crecimiento tal como lo entiende la cultura occidental. Reemplazar toda la combusti¨®n de hidrocarburos por incontables turbinas de viento o paneles solares, por ejemplo, supone una demanda tal de minerales, que acabar¨ªa por destruir millones de kil¨®metros cuadrados de bosques y traer¨ªa nuevos impactos y conflictos socioambientales imprevisibles y dif¨ªcilmente amortiguables.
El principio de la verdadera transici¨®n est¨¢ lejos de las soluciones mecanicistas y se sit¨²a m¨¢s bien en un lugar profundo de nuestra psique humana: all¨ª donde se asientan los mitos identitarios, nutridos por las historias que nos contamos y los sue?os que so?amos juntos, y que determinan c¨®mo nos comprendemos y c¨®mo habitamos el mundo. Los que determinan nuestro ser y quehacer en relaci¨®n con los dem¨¢s seres con quienes compartimos el ¨²nico planeta que tenemos. Empieza por recobrar nuestra propia memoria de interconexi¨®n y anhelo vital de pertenencia. Por recordar que somos parte de un sistema complejo y vivo. Que somos integrados (versus separados), y que esencialmente nos nutrimos sobre la base del cuidado (versus la extracci¨®n). Que nuestro potencial para la destrucci¨®n es directamente proporcional a nuestra capacidad para la regeneraci¨®n del tejido vivo al que pertenecemos.
?Por d¨®nde empezar? Cambiar nuestras narrativas, nuestra identidad y nuestras diversas formas de ser, inter-ser y quehacer humano hacia un paradigma de la integraci¨®n y el cuidado, pasa por revivir nuestra innata capacidad de asombro y reverencia por la belleza de lo vivo. Por recobrar un uso devocional y sagrado de nuestra propia energ¨ªa vital para que fluya desde all¨ª una nueva manera de usar la energ¨ªa, comprendiendo la magnitud de nuestro potencial creativo. Por reconectarnos desde el cuerpo con el universo m¨¢s-que-humano que nos sostiene; por recuperar el valor de nuestra intuici¨®n; por integrar de manera intencionada y balanceada las energ¨ªas masculinas y femeninas que nos habitan. Esta metamorfosis va de la mano de la b¨²squeda de alternativas colectivas de acci¨®n y regeneraci¨®n, y la oposici¨®n asertiva a aquello que destruye la biosfera.
El cambio ¨Dque ya se desenvuelve de mil maneras silenciosas como los brotes t¨ªmidos despu¨¦s de la lluvia¨D ocurre de adentro hacia afuera, desde la transformaci¨®n individual que fundamenta la reconexi¨®n en comunidad. Un verdadero activismo del esp¨ªritu.
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