?No est¨¢n ni tibios!
No hay democracia sin libertad de expresi¨®n. No hay pa¨ªs sin derecho a la informaci¨®n. Si el delito somete a la palabra, naufraga el Estado de Derecho
Ha sido siempre una buena discusi¨®n aquella de si los periodistas pueden o no entrevistar a delincuentes. Y una de sus aristas es que, aunque la gente no lo perciba con facilidad, todos los d¨ªas en los medios de comunicaci¨®n hay entrevistas con delincuentes. ¡°Honorables¡± congresistas, ministros con rabo de paja, contratistas turbios, militares imp¨²dicos, funcionarios venales, abogados indecorosos, jueces amorales e incluso periodistas castrados de ¨¦tica que se pasean por p¨¢ginas de diarios y micr¨®fonos radiales dando declaraciones.
Entrevistas que se hacen con un inter¨¦s sublime: la b¨²squeda de la verdad. Y es que la verdad suele saltar a la vista cuando se la contrasta con la mentira, de la misma manera en que la oscuridad sirve de ideal tel¨®n para apreciar la luz de las estrellas. S¨ª: por indigerible que sea para buena parte de la opini¨®n p¨²blica, los periodistas escuchan mentiras para depurar verdades.
La ingrata tarea se debe adelantar con respeto a los principios del oficio, avanzando sobre delgadas l¨ªneas y bordeando abismos. Ayuda mucho ampararse en la ¨¦tica y en la experiencia, parte fundamental del periodismo y de todos los oficios.
Los periodistas pueden entrevistar a delincuentes, pero no tienen por qu¨¦ entrevistarlos. Cuando las ratas irrumpen en las redacciones exigiendo art¨ªculos, como sucedi¨® en las ¨²ltimas horas con el diario El Heraldo, de Barranquilla, a la prensa no le queda camino diferente a plantarse con car¨¢cter y decir una y mil veces no. Al precio que haya que pagar.
Los periodistas del mundo entero est¨¢n acostumbrados a vivir entre la basura, pero les cuesta mucho digerirla. Y no tienen por qu¨¦ hacerlo. De hecho, podr¨ªa decirse que el periodista sufre de intolerancia a la fetidez. Como muchos otros servidores p¨²blicos, lidia el periodista con la podredumbre, pero siempre para denunciarla y develarla.
A los espec¨ªmenes infectos que pululan en una patria sin ley, sin orden real, sin autoridad efectiva, habr¨¢ que decirles, con contundencia, que se equivocan si creyeron que estamos en el oficio del periodismo para hacerles genuflexiones. A los colegas de El Heraldo, hoy, y de cientos de medios, ma?ana, un mensaje de solidaridad, pero, sobre todo, un ruego para que conserven la entereza.
Y al Gobierno, tan dado a menospreciar al periodismo con la triqui?uela verbal de calificarlo como ¡°relato¡±, el recordatorio de que sin libertad de expresi¨®n, incluida la de prensa, no hay democracia ni cambio. Si acaso un pat¨¦tico remedo de sociedad, as¨ª que el pacto social de defender el derecho a informar y ser informados no puede ser pacto hist¨®rico, sino actual.
Les repito a las lacras que destruyen y socavan este pa¨ªs: si creen que el periodismo les va a tirar voladores, no est¨¢n ni tibios, desgraciados.
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