?lvaro Mutis: la impunidad del viajero
El escritor Ram¨®n Cote Baraibar encontr¨® recientemente en una caja olvidada la entrevista que le hizo con la autora Esperanza L¨®pez Parada a ?lvaro Mutis a finales de 1988 en el hotel Cortezo, en el centro de Madrid. EL PA?S publica por primera vez esta primicia literaria como homenaje al autor colombiano en el centenario de su nacimiento
Siempre joven, siempre arbitrario y siempre en¨¦rgico, ?lvaro Mutis nos recibi¨® en la habitaci¨®n de su hotel de la calle del Doctor Cortezo del centro de Madrid a mediados del mes de noviembre del a?o pasado. Lamentablemente la inflexi¨®n de sus palabras, su ¨¦nfasis, se pierden una vez estas se escriben. Siempre sucede; pero especialmente con este escritor colombiano residente en M¨¦xico desde hace m¨¢s de 20 a?os.
Si Neruda dec¨ªa de Rub¨¦n Dar¨ªo que este fue el elefante que quebr¨® la cristaler¨ªa del idioma, lo mismo se puede decir de ?lvaro Mutis: primero por su tama?o, por el contundente tono de su voz y segundo, por su singular poes¨ªa, una de las m¨¢s importantes y reveladoras escritas en lengua castellana.
Embarcado en una trilog¨ªa de la que ya ha publicado La nieve del almirante, su paso por Madrid obedeci¨® a la presentaci¨®n de Ilona llega con la lluvia y a la correcci¨®n de pruebas de Un bel morir, que forma parte de las Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero.
Pregunta. En tu obra se advierte una fuerte presencia de figuras hist¨®ricas. Qu¨¦ te proporciona la historia, ?acaso su car¨¢cter irremediable?
Respuesta. Algo que me interesa inmensamente es lo que llamo el trazo del destino de un ser. De all¨ª que me interese enormemente y que est¨¦n presente personajes, hechos y lugares tanto en mi poes¨ªa como en mi prosa. Est¨¢n presentes porque est¨¢n presentes en mi vida. Si pongo en La nieve del almirante el libro que re¨²ne los testimonios del preboste de Par¨ªs sobre el asesinato de Luis de Orleans es porque este asesinato es uno de los hechos claves en la historia de Francia. Presupone el agotamiento y la desaparici¨®n de una de las posibilidades que se abr¨ªan m¨¢s interesantes en occidente: el gran ducado de Borgo?a. En cambio, en La muerte del estratega, evito la precisi¨®n hist¨®rica y la biograf¨ªa, porque el personaje es totalmente imaginado. La emperatriz Irene que aparece all¨ª funde dos Irenes que reinaron en muy distintas ¨¦pocas y lo que me interesa es trazar esa estela en la oscuridad de la historia de un destino.
P. Al ver las figuras hist¨®ricas a las que continuamente recurres se puede hacer un recuento m¨ªnimo: Felipe II, C¨¦sar Borgia, Napole¨®n, los h¨²sares. Todos ellas son figuras rom¨¢nticas, que se pueden resumir en el estratega, en el vencido, en el ¨²ltimo.
R. En esos personajes que has dicho y en algunos m¨¢s ver¨¢s un com¨²n denominador: es esa condici¨®n del destino. No me refiero al azar, aclaro, sino esas esquinas, esas sorpresas que el destino le prepara a la gente. La carrera de Napole¨®n Bonaparte me interesa inmensamente hasta el instante en que se corona emperador, en donde creo que comete un acto de parvenu italiano de la peor clase. Pero el joven general de poco m¨¢s de treinta a?os que dirige los ej¨¦rcitos de Italia en harapos y toma Italia en una campa?a fulgurante y crea en cada uno de los hombres que particip¨® una esperanza, un mundo, donde todos se sienten pr¨ªncipes y coronados por ¨¦l, es una maravilla. S¨ª, es de un intenso romanticismo. En el caso de C¨¦sar Borgia, es otra vez lo mismo. Su padre se convierte en Papa y en un momento dado es el hombre clave de Europa, en el que descansan los franceses para entrar en Italia. Todo esto se derrumba con una rapidez fulminante. Muere en una oscura emboscada en Viana, no se sabe muy bien por qu¨¦. Todos los horrores que se dicen de ¨¦l seguramente son ciertos. Pero hay otra cosa. Ese hombre recitaba en la noche todo Horacio en lat¨ªn, era un lector de Virgilio y de los grandes poetas latinos, y en los estados que estuvieron bajo su dominio fue un gobernante ejemplar. Lo que me atrae es esa mezcla de dos cosas, que si lo pensamos bien es bastante bizantina: esta capacidad de un mal absoluto y al mismo tiempo este sentido est¨¦tico fundido en una grandeza.
P. La doble moral.
R. Claro. A los mariscales napole¨®nicos, muchos de los cuales eran hijos de carreteros y campesinos bastante primitivos, Napole¨®n les entrega reinos, ducados. En las batallas se portan como perfectos romanos, con una inteligencia que no se sabe si es de ellos o si se la pasa el corso. Esa especie de reino entregado que se va a derrumbar no va a durar porque Europa ya no est¨¢ para eso, es lo que me fascina.
P. Tus mujeres tambi¨¦n son rom¨¢nticas, pero mucho m¨¢s oscuras que los hombres. Se ha hablado mucho de Maqroll, pero muy poco de Flor Est¨¦vez o de Ilona.
R. Est¨¢ por salir un libro m¨ªo dedicado exclusivamente, con excepci¨®n de los renglones que le dedico al Gaviero, a sus mujeres. A Ilona, a Larissa, de la cual no saben nada y, en el ¨²ltimo libro de la trilog¨ªa, Un bel morir, aparece Amparo Mar¨ªa. Por cierto, si t¨² lees con cuidado el poema En los esteros, que es el final de la trilog¨ªa, aparece all¨ª Flor Est¨¦vez sin su nombre. Las mujeres, yo lo creo as¨ª en la realidad, son mucho m¨¢s sabias. Iba a decir inteligentes, pero es que la palabra inteligencia es una palabra que se ha desgastado completamente. Desgastado y descastado. Son mucho m¨¢s sabias. Me refiero a esto: las mujeres ven m¨¢s cosas en un hecho, ven m¨¢s auras en un ser instant¨¢neamente, saben m¨¢s esencialmente que los hombres. Los hombres frente a las mujeres siempre tendr¨¢n algo de ni?os. Ning¨²n hombre acaba de ser definitivamente maduro frente a la mujer que ama. Siempre la mujer tiene esa vieja sombra de Dem¨¦ter, de Pers¨¦fone, de Medea, esa g¨¦nitrix b¨¢sica, con una parte oscura y con una parte profundamente religiosa.
P. Con una parte cruel.
R. Profundamente cruel, pero es una crueldad que no me espanta.
P. La crueldad y la sabidur¨ªa.
R. Y la generosidad absoluta. Justamente Ilona, el personaje femenino m¨¢s terminado que yo he hecho, no es sino una prolongaci¨®n de la Machiche de La Mansi¨®n de Arauca¨ªma, y es la misma mujer de un poema que yo escrib¨ª cuando ten¨ªa veinticuatro o veinticinco a?os que se llama 204. Siempre hablo de la misma mujer. Ahora, esta mujer tiene una madurez, una fuerza, tiene un contacto con las grandes energ¨ªas gen¨¦sicas de la tierra que no le permite ya el juego de la coqueter¨ªa con su sexo. O sea, no es la mujer que excita al hombre y con eso lo envuelve y lo asegura. Yo creo en las mujeres de la Roma antigua, en las grandes reinas, en las grandes mujeres como Catalina de M¨¦dicis, como mi adorada, mi entra?ablemente querida Mar¨ªa Estuardo. Se me puede contestar que estoy idealizando a la mujer. No la estoy idealizando: creo en ese tipo de mujer porque existi¨®.
P. Ya que has mencionado a la Machiche, h¨¢blanos de los valores creadores del mal, concretamente en La Mansi¨®n de Arauca¨ªma.
R. La Mansi¨®n de Arauca¨ªma naci¨® de una conversaci¨®n que tuve con Luis Bu?uel, con quien pas¨¦ momentos absolutamente inolvidables. Los dos coincidimos en algunas cosas: en el inter¨¦s por la literatura surrealista, por William Blake, por Thomas de Quincey, por los autores que le interesaron a los surrealistas, pero, sobre todo eso, el Melmoth de Maturin nos uni¨® mucho en una ¨¦poca, porque ¨¦l quer¨ªa hacer una pel¨ªcula basada en esta obra. El resultado fue bastante d¨¦bil. Una noche le dije a Bu?uel: ¡°Quiero hacer una novela g¨®tica pero en tierra caliente, en pleno tr¨®pico¡±. Y Bu?uel me contest¨® que no se pod¨ªa, que era una contradicci¨®n, ya que la novela g¨®tica para ¨¦l tendr¨ªa que suceder en un ambiente g¨®tico. Para m¨ª el mal existe en todas partes y en la novela g¨®tica lo que se propone es el tr¨¢nsito de los personajes por el mal absoluto. Esto puede suceder en cualquier parte. Y para demostr¨¢rselo escrib¨ª un primer tratamiento de La Mansi¨®n. A ¨¦l le gust¨® much¨ªsimo. Me dijo que escribiera definitivamente el libro como obra literaria. Entonces, esta Mansi¨®n es un lugar donde reside el mal, es el reino del mal. Sus paredes no se usan, no se gastan, el tiempo no pasa por all¨ª. La Mansi¨®n es una narraci¨®n que yo quiero mucho y creo que tiene bastantes vinculaciones con estas tres obras que forman la trilog¨ªa Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, que son La nieve del almirante, Ilona llega con la lluvia y Un bel morir.
P. Adem¨¢s del espacio del mal, hay en tu poes¨ªa y en tu prosa otros lugares que son los lugares de tr¨¢nsito: las posadas, los hoteles, los bares, los hospitales. Los lugares fronterizos.
R. El primer poema que escrib¨ª se llama Tres im¨¢genes y all¨ª ya est¨¢n algunos de esos pasos evocados. El hotel que aparece en 204 es lo que despu¨¦s van a ser mis hoteles. Yo viv¨ª en B¨¦lgica durante toda mi ni?ez y viajamos mucho. Mi padre estaba en el servicio diplom¨¢tico y all¨ª viv¨ªan mis abuelos maternos. Mi abuelo ten¨ªa una finca de caf¨¦ en el Tolima y vend¨ªa su propio caf¨¦ en Hamburgo. Viajamos a Francia, Alemania. Entonces para m¨ª desde ni?o los trenes, los hoteles, son un sitio donde reside la felicidad. Partir para m¨ª es una de las felicidades m¨¢s absolutas. No me refiero a escapar: es partir. Naturalmente los trenes, los puentes, los r¨ªos, el mar, los buques, que aparecen en mi poes¨ªa y aparecer¨¢n hasta el ¨²ltimo d¨ªa que yo escriba, son esos espacios donde suceden las grandes celebraciones de mi imaginaci¨®n, de mis ficciones y de mis demonios.
P. Uno de los problemas del escritor es siempre la duda entre la acci¨®n y la reflexi¨®n. Una duda barojiana, del 98, incluso una duda de Borges. ?Esta duda se plantea en tu literatura?
R. Yo no concibo la reflexi¨®n como una forma de vida, es algo que a m¨ª se me escapa. Yo no concibo sino la acci¨®n. Si t¨² ves los autores que yo m¨¢s frecuento, como Joseph Conrad, Dickens, Cervantes, son autores que por su esencia en una u otra forma pintan un mundo itinerante y sumergido en la aventura. Se me podr¨ªa contestar, y no lo cit¨¦ con ellos para adelantarme a la respuesta, el otro escritor que a m¨ª me marca definitivamente es Marcel Proust. Yo creo que el hecho de encerrarse entre esas paredes forradas de corcho a escribir un libro es una aventura extraordinaria, y el placer con el que este hombre describe sus viajes a Cabourg y la importancia infinita que en su libro tiene su viaje a Venecia, nos est¨¢ mostrando un viajero escondido, un viajero virtual, un viajero que no se ignora sino que se conoce, pero que sabe que su salud y sus neurosis y su forma de vida no le permiten desarrollar hasta la plenitud ese anhelo de viajar. Hay un aspecto del viaje que he venido descubriendo a la altura de mis a?os, que me ha inquietado mucho, y es el inter¨¦s por desplazarme. En el viajero hay una irresponsabilidad muy grande, hay una soledad gratificante. T¨² no eres de ese lugar a donde has llegado y puedes decir y hacer lo que quieras. El ser un desconocido en una ciudad y caminar por los parques, meterse en un bar, -el bar que tiene el mismo valor que una estaci¨®n de tren y donde todo el mundo est¨¢ en tr¨¢nsito-, el meterse en un bar de Chicago, en el barrio irland¨¦s, a tomarse all¨ª unos whiskys y bajarlos con cerveza y hablar con los descargadores de los muelles, o quedarse en un bar de Curazao, de Paramaribo o de New Orleans, de San Francisco, de Madrid o Barcelona, es estar esencialmente de paso y ante todo ser un desconocido. Esta impunidad puede ser una de las razones que me cauce ese placer de viajar.
P. Aparte de la irresponsabilidad, de la impunidad y de la soledad de la que has hablado del viajero, tambi¨¦n en el viaje existe una forma casi obligada de acercarse a uno mismo.
R. Claro, por esa raz¨®n todo lo que yo escribo, por lo menos en una inmensa proporci¨®n, nace y se toman los primeros apuntes viajando. Las largas soledades en los hoteles, en los aviones, son un largo proceso de conocimiento de s¨ª mismo. No de conocimiento de s¨ª mismo; primero eso suena pedante y adem¨¢s no me interesa as¨ª. De trato consigo mismo, de relaci¨®n con s¨ª mismo. Es el ¡°voy de mi coraz¨®n a mis asuntos¡± que dice¡ ?Miguel Hern¨¢ndez?... creo que s¨ª.
P. En el viaje qu¨¦ papel tiene la nostalgia. ?Viajas para recordar?
R. No. Yo viajo para viajar. Las nostalgias vienen despu¨¦s y son muy agudas. Pero mis nostalgias no est¨¢n relacionadas con los viajes. Yo tengo nostalgias muy intensas de ciertas cosas. Tengo nostalgia de la tierra caliente colombiana, estrictamente de Coello, la finca nuestra que est¨¢ en la confluencia de dos r¨ªos en el Tolima. Es una nostalgia intens¨ªsima y yo no escribo un solo rengl¨®n que no se refiera en alguna forma a esa finca donde pas¨¦ muchas de las temporadas que me permit¨ªan mi p¨¦sima condici¨®n de estudiante y mi continua condici¨®n de persona que perd¨ªa el a?o.
P. ?Crees con Eliot que la nostalgia es el alimento de la poes¨ªa?
R. Definitivamente.
P. ?Entonces la felicidad en la poes¨ªa est¨¢ desterrada?
R. La poes¨ªa de la felicidad es algo que me produce el mismo efecto que le produjo a don P¨ªo Baroja el nombre de ese peri¨®dico que se llamaba El pensamiento navarro. Es exactamente eso. Siempre he tenido una enorme sospecha respecto a la felicidad y tengo la vaga certeza de que es una cosa de asunto protestante o calvinista. Esa cosa que la felicidad est¨¢ a la vuelta de la esquina es un invento de Hollywood. Puede estar la exaltaci¨®n de un segundo, puede estar la maravilla de un encuentro, puede ser esa felicidad instant¨¢nea que va a causar un dolor infinito porque es como un peque?o fuego artificial que se va a apagar y no nos va a dejar sino dolor, y de ese dolor nos vamos a nutrir.
P. La nostalgia es un sentimiento religioso y t¨², a la vez, sientes una nostalgia peculiar por la religi¨®n.
R. Tremenda. Inmensa y desgraciadamente, lo digo con mucha sinceridad, no est¨¢ acompa?ada de fe. Sin tener fe ninguna yo me siento ante todo occidental, cat¨®lico y mon¨¢rquico. Eso es lo que yo soy y si un d¨ªa en una esquina de la vida hay que morir por eso yo morir¨ªa completamente tranquilo. Lo digo sabiendo exactamente lo que estoy diciendo y lo pat¨¦ticamente rid¨ªculas que pueden resultar esas palabras, pero es as¨ª.
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