La creaci¨®n en ¡®el error¡¯
Debemos construirnos a partir de nuestros propios desastres y alimentarnos de los tiempos en los que sentimos que las cosas han salido mal
?Cu¨¢l es la falta que se comete cuando nos equivocamos? ?Por qu¨¦ hemos instalado la idea de que el error es perder? ?Qu¨¦ es exactamente lo que perdemos? Somos esclavos de nuestra propia necesidad de demostrarnos infalibles. Podemos librar grandes batallas solo para exhibir que tenemos la raz¨®n o, en su defecto, que lo que pensamos, hacemos y decimos es lo correcto; y tambi¨¦n para evitar, a como d¨¦ lugar, que se evidencie que erramos en nuestras elecciones, o que podamos quedar en rid¨ªculo por nue...
?Cu¨¢l es la falta que se comete cuando nos equivocamos? ?Por qu¨¦ hemos instalado la idea de que el error es perder? ?Qu¨¦ es exactamente lo que perdemos? Somos esclavos de nuestra propia necesidad de demostrarnos infalibles. Podemos librar grandes batallas solo para exhibir que tenemos la raz¨®n o, en su defecto, que lo que pensamos, hacemos y decimos es lo correcto; y tambi¨¦n para evitar, a como d¨¦ lugar, que se evidencie que erramos en nuestras elecciones, o que podamos quedar en rid¨ªculo por nuestras debilidades. En todos los casos, el nombre del juego es no mostrarnos vulnerables.
Propongo entonces meditar sobre la necesidad personal de aprender del error, de construirnos a partir de nuestros propios desastres y alimentarnos de los tiempos en los que sentimos que las cosas han salido mal.
Errar nos prepara para acertar, para crear. Nos hacemos en la equivocaci¨®n, en los primeros pasos que fueron una ca¨ªda, en la pr¨¢ctica no adoptada que se hizo fracaso, en los m¨²ltiples intentos hechos antes de darle soluci¨®n a un problema. Y tambi¨¦n en la posibilidad de reconocer el error, de no negarlo, sino mirarlo de frente, aceptarlo y descifrarlo para estar listos a volver a equivocarnos, pero de forma diferente porque aprendimos en el camino.
Nos preguntamos por la fragilidad de las nuevas generaciones, su aparente baja resiliencia y su intolerancia a la frustraci¨®n. Valdr¨ªa la pena comprender mejor qu¨¦ pasa en los y las j¨®venes de hoy, y reflexionar sobre las pr¨¢cticas educativas en la familia, la escuela y la sociedad en general, alrededor del valor del error.
Nos afanamos por evitarle a las y los ni?os y j¨®venes la exposici¨®n al fracaso y a la p¨¦rdida, a que sientan que han fallado, como si se tratara de un dolor que es posible evadir, para convencerlos de que siempre tienen la raz¨®n o que la vida es una experiencia que se califica en ¡°cincos¡±. No permitimos que pierdan materias en la escuela, evitamos hablarles sobre sus errores y faltas, tratamos de resolver los problemas que tienen entre ellos, les ayudamos a hacer sus tareas y actividades escolares para que sean de mayor calidad. ?Qu¨¦ tal si, simplemente, las tareas se presentan con los errores con los que deben salir, de acuerdo con sus edades y esfuerzos? Tal vez esto contribuya a habilitarlos para identificar sus fallas y volver a intentarlo para hacerlo mejor, confront¨¢ndose con ellos mismos. Y ?qu¨¦ tal si, adem¨¢s, los alentamos a ser valientes para reconocer sus faltas, con humildad y responsabilidad, para que asuman sus peque?os fracasos y se esfuercen por corregir, compensar o resolver aquello en lo que se han equivocado? Se trata de evitar que vivamos en una urna de cristal, algo enga?osa, alrededor de lo que significa equivocarse.
El valor del error para una sociedad debe comprenderse como el valor de la construcci¨®n progresiva del conocimiento, un camino que tambi¨¦n es doloroso y lleno de ca¨ªdas pero que nos conduce a hacernos mientras aprendemos, reconociendo nuestros sesgos y limitaciones, para ir m¨¢s all¨¢. Para eso es necesario aprender a abrazar el error, as¨ª como a cultivar la capacidad de reconocerlo, tanto para poder corregirlo, como para ¡ªm¨¢s importante a¨²n¡ª poder vivir en sinceridad con nosotros y los otros. Estamos llenos de certezas a las que nos aferramos solo para evitar admitir que no sabemos, que pudimos equivocarnos en nuestras acciones e interpretaciones de una situaci¨®n, o que simplemente nos queremos evadir de la responsabilidad por lo que decimos o hacemos. La l¨®gica de competencia en la que estamos inmersos nos impulsa, con frecuencia, a persistir en el error, ante la incapacidad de reconocernos vulnerables.
Hace poco me invitaron a una conversaci¨®n en la que la propuesta principal era hablar sobre mis desastres, m¨¢s que de mis aciertos. Es inevitable sentir algo de aprensi¨®n frente a esa idea de exponerse voluntariamente desde lo que no hicimos bien, pero al final siempre me sorprende la capacidad que tenemos de aprender y ¡ªno menos importante¡ª de re¨ªrnos de nosotros mismos, al recordar aquellos momentos en que nos hemos equivocado. Al evocarlos los hacemos conscientes y se convierten en verdaderos maestros.
Ahora que estamos pr¨®ximos a terminar un nuevo semestre universitario, mientras los profesores vemos que algunos de nuestros estudiantes se acercan al ciclo final de su pregrado y se preparan para la ceremonia de graduaci¨®n, no deja de inquietarnos su madurez emocional y su comprensi¨®n sobre el valor del esfuerzo. Nos preguntamos si fuimos capaces de transmitirles, al final del d¨ªa, que la vida no es una escala de 0 a 5, sino un camino de m¨²ltiples matices, que nunca es nada tan malo y tampoco tan bueno, que cada creaci¨®n ofrece la posibilidad de una mejor alternativa, que somos el resultado de muchas iteraciones.
Un amigo lo resume de una manera simple cuando dice que, para ¨¦l, lo m¨¢s importante es: ¡°Que nada de lo que pase por mis manos, quede igual¡±. Es decir, que seamos creadores permanentes, entrenados para disfrutar de los resultados del proceso y tambi¨¦n reconocernos en aquellos frutos que no maduraron lo suficiente, que se cayeron antes de estar listos o que se echaron a perder. Los errores est¨¢n detr¨¢s de las historias de cada uno de nosotros, son los antecedentes de tantas empresas humanas que han llegado a buen puerto y tambi¨¦n de algunas que nunca llegaron a ser, pero, en todos los casos, expresan la potencia de un estado de permanente creaci¨®n.
La vida en su belleza cotidiana nos ense?a que somos la suma de nuestros logros y tambi¨¦n de nuestras fallas, sabiendo adem¨¢s que la forma como calificamos los resultados de nuestros esfuerzos no deja de ser un ejercicio de percepci¨®n: ?A qu¨¦ podemos llamar ¨¦xito y a qu¨¦ fracaso? ?Cu¨¢ntos supuestos fracasos, fueron luego el cimiento de una nueva oportunidad no prevista originalmente? Pensemos en ello como parte de la misma experiencia, una exploraci¨®n vital en la que elegimos entre opciones y alternativas, y donde celebramos la dificultad como parte del camino de crecimiento.
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