La Perseverancia de Bogot¨¢ busca la cura definitiva contra el hampa
El tradicional barrio obrero experimenta un cambio: delincuencia por turismo comunitario. Los robos caen 26% en la primera mitad del a?o
El barrio La Perseverancia nunca fue la mejor carta de presentaci¨®n de Bogot¨¢. Es, cuentan, un arrabal de ra¨ªces obreras convertido en germen de atracadores desde hace d¨¦cadas. Aqu¨ª, a un brinco de la Avenida Circunvalar y del Planetario Distrital, un joven de veintipico de a?os apodado El rat¨®n emprend¨ªa en los noventa sus excursiones delincuenciales con una pandilla conocida como ¡°Los de la Primera¡±. Asaltaba con pistola a parejas de despistados y turistas que llegaban hasta un mirador de los cerros, cercano a Monserrate, para contemplar la perspectiva del centro de la capital. Por ese y otros delitos pag¨® casi 15 a?os de c¨¢rcel.
Su nombre es Alexander Rivera y hoy tiene 50 a?os. Hace siete dej¨® el mundo del hampa para convertirse en gu¨ªa tur¨ªstico. ¡°De los 25 que est¨¢bamos en la banda de la Primera quedamos seis o siete. La mayor¨ªa se puso a trabajar y el resto est¨¢n muertos. Uno aprende que el camino de la delincuencia solo tiene tres destinos: una c¨¢rcel, un hospital o el cementerio¡±, recuerda en una cafeter¨ªa t¨ªpica bogotana antes de tomar un sorbo de tinto, la preparaci¨®n m¨¢s popular del caf¨¦ colombiano.
Los robos en La Perseverancia bajaron un 26% en los primeros ocho meses del a?o, seg¨²n datos de la Secretar¨ªa de Seguridad. Rivera no duda un ¨¢pice en atribuirlo a la treintena de gu¨ªas comunitarios que, con la ayuda de plataformas como BePelican, han tratado de reescribir el relato de una zona donde a¨²n se respira zozobra a ciertas horas: ¡°Tenemos la voluntad de cortar la cadena. Nadie quiere que su propia familia siga el mismo rumbo. Yo nunca estuve en la c¨¢rcel, pero dos de mis 17 hermanos s¨ª, y cr¨¦ame que es un infierno lleno de historias de maltrato, de golpizas, de extorsiones¡±, resume Melisa Jaramillo, vecina y gu¨ªa de 35 a?os.
Las calles escarpadas de ¡°La Perse¡±, como se conoce al barrio, est¨¢n llenas de gatos y a¨²n conservan algo de su tesitura industrial. Edificada a partir de 1912, las casas de una planta alojaron a los primeros trabajadores de Bavaria, la mayor cervecera del pa¨ªs, entonces ubicada a unos centenares de metros, en una zona m¨¢s llana. Lo cuenta Luis Ruiz, sindicalista retirado de 78 a?os, y una de las voces mejor autorizadas para desandar esta historia que dar¨ªa para un documental en Netflix.
Su t¨ªo adoptivo trabajaba en una emisora donde ¨¦l aprendi¨® todos los detalles de obras como La sinfon¨ªa de los juguetes, atribuida a Leopold Mozart, el padre de Wolfgang Amadeus. O la Quinta sinfon¨ªa de Tchaikovski. Y a la m¨²sica a?adi¨® su gusto por la chicha, una bebida alcoh¨®lica tradicional elaborada a partir de ma¨ªz germinado. Un trago engarzado a la memoria de La Perseverancia, donde cada octubre se celebra un festival en nombre de la bebida. Ruiz se confiesa ¡°catador de chicha¡±: ¡°Yo llegu¨¦ ac¨¢ con un a?o y he vivido toda mi vida aqu¨ª. Esto se conoc¨ªa como el cintur¨®n rojo de Bogot¨¢. Pero el barrio empez¨® a coger mala fama en la ¨¦poca de la violencia partidista¡±.
Aquello fue a finales de la d¨¦cada de los cuarenta del siglo pasado. Ruiz lo cuenta con la mirada clavada en la colorida estatua del asesinado l¨ªder liberal Jorge Eli¨¦cer Gait¨¢n (Bogot¨¢, 1899-1949), quien dio su ¨²ltimo discurso en este punto, un d¨ªa antes del magnicidio. Se trata de una de las m¨²ltiples claves pol¨ªticas que hoy sirven como herramienta de trabajo para los gu¨ªas comunitarios de un sector que suma entre 6.000 y 8.000 habitantes. Son los lentes a trav¨¦s de los cuales han aprendido a apropiarse de la riqueza de su memoria. Un cambio de enfoque que ya ha hecho escuela en otros ¡®barrios bravos¡¯ del mundo como las comunas de Medell¨ªn, las favelas cariocas o el inmenso Tepito en la Ciudad de M¨¦xico.
En los a?os setenta y ochenta, solo para formarse una idea del ambiente, los vecinos celebraban cada vez que alg¨²n pariente o conocido era liberado tras cumplir su condena de c¨¢rcel. El lugar de encuentro era la c¨¦ntrica Plaza del Trabajo, sobre la calle 32. Hasta all¨ª llegaban en una suerte peregrinaci¨®n pagana para ofrecer una serenata en honor al barrio. La primera canci¨®n, invariable en el ritual, era un tango de Carlos Gardel, titulado Ladrillo (1934):
En la penitenciaria
Ladrillo llora su pena
cumpliendo injusta condena,
aunque mat¨® en buena ley.
Hoy los turistas pueden trepar sin carga de temor hasta la deteriorada iglesia Jesucristo Obrero, una mole blanca en estilo modernista, inaugurada en 1934. O descubrir las placas esquineras que celebran a asociaciones comunitarias como los Vikingos, de acento revolucionario desde mediados del siglo pasado, cuando los tent¨¢culos de las guerrillas del EPL, de corte maoista, y el M-19, de visos urbanos, impart¨ªan su catequismo revolucionario en la zona. ¡°En esta casa vivi¨® Elena Rodr¨ªguez. Ella estuvo en Rusia, en Rumania. En esa ¨¦poca participamos en la Juventud Trabajadora de Colombia y aprendimos de concientizaci¨®n pol¨ªtica¡±, se entusiasma Luis Ruiz.
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La cercana f¨¢brica de Bavaria cerr¨® en 1973. Esa fecha sirve de referencia para comprender el declive pronunciado de estas calles que forman parte de la localidad de Santa Fe. Por eso los hermanos Nicol¨¢s y Santiago Mojica, dos treinta?eros boyacenses convencidos de la fuerza del turismo comunitario, aterrizaron hace unos siete a?os en ¡°La Perse¡±, con la apuesta de ganarse la confianza de sus vecinos y convencerlos de que existen otros caminos para combatir problemas cr¨®nicos como el desempleo juvenil. O la exclusi¨®n que se reproduce frente a la escasa formaci¨®n educativa o un pasado judicial turbio.
Los Mojica cuentan que incluso ellos casi son v¨ªctimas de un atraco en una de sus primeras aproximaciones. Derribar las barreras con tipos como El Rat¨®n, El Salado o Chayanne, resultaba en principio una temeridad. Pero el esfuerzo ha empezado a dar resultados. Con dosis visibles de empe?o han empezado a transformar la sensaci¨®n de agobio permanente. Santiago y Nicol¨¢s subrayan a menudo que no se trata de asistencialismo, un concepto arraigado en Colombia, donde los asuntos de pol¨ªticas sociales a¨²n conllevan cuotas importantes de caridad o beneficencia y no de una intenci¨®n elemental de justicia. Su objetivo es empoderar a la comunidad con herramientas s¨®lidas para que se inserten, de ser posible en un plano de igual a igual, en un sistema econ¨®mico refractario.
Melisa sabe bien que es una oportunidad ¨²nica para arrojar luz sobre las viejas tinieblas. Lo repite en la ¨²ltima estaci¨®n del recorrido, la obra del artista nortesantandereano Eduardo Ram¨ªrez Villamizar, llamada Monumento 16, pero conocida como Torres del Silencio. Una escultura brutalista sobre una colina de los cerros orientales de Bogot¨¢ donde se apelotonan las historias de atracos en las p¨¢ginas de los diarios. Ahora funciona como una suerte de c¨ªrculo espiritual para exorcizar viejos estigmas.
El Rat¨®n, Luis y Melisa finalizan la ruta con un ejercicio sensorial donde los visitantes experimentan la m¨ªstica del bosque con los ojos vendados. Prueban frutos y olores de hierbas nativas. Aprenden algunos nombres de aves. Tambi¨¦n abrazan ¨¢rboles. Los gu¨ªas contraponen el ajetreo de la ciudad con la tranquilidad de un lugar utilizado en otros tiempos por seguidores del zoroastrismo, un culto ancestral de ra¨ªces iran¨ªes. Melisa confiesa que la actividad ha conmovido a m¨¢s de uno hasta el punto del llanto. A Rat¨®n se le ilumina la cara. Y en un recordatorio de que el mundo nunca deja de dar vueltas, asegura que con los vientos de agosto el monumento de concreto emite un silbido profundo.