Las 28 horas en que el Ej¨¦rcito convirti¨® la Casa del Florero en centro de tortura
El relato de un exagente de inteligencia refuerza las hip¨®tesis sobre violaciones a los Derechos Humanos por parte de las Fuerzas Militares de Colombia en noviembre de 1985
Dos pancartas cuelgan del balc¨®n verde en la conocida como Casa del Florero: ¡°Esos d¨ªas no fuimos museo¡±, se lee en letras negras. Un poco m¨¢s abajo, se detalla la fecha de los hechos: 6 y 7 de noviembre de 1985. Este mes se cumplen casi cuatro d¨¦cadas. Se trata de una postal y un reflejo del estado de cosas en un lugar hist¨®rico de Bogot¨¢. Un cas¨®n esquinero donde el 20 de julio de 1810 se desat¨® uno de los m¨²ltiples focos revolucionarios que dieron pie a la revuelta contra la corona espa?ola y, a?os despu¨¦s, a la independencia de Colombia.
El Museo de la Independencia, como hoy se conoce, est¨¢ en pleno coraz¨®n pol¨ªtico del pa¨ªs. A escasos metros de las altas cortes y de la residencia presidencial. En aquellos d¨ªas de 1985 citados en la pancarta, la guerrilla del M-19, donde militaba el hoy presidente Gustavo Petro, se tom¨® el vecino Palacio de Justicia. Aquel d¨ªa anodino de cielo plateado se convirti¨® en una cr¨®nica del horror. La respuesta del ej¨¦rcito para recuperar el control de la sede judicial a¨²n ronda la memoria del pa¨ªs suramericano. Fue un asalto feroz. Las llamas arrasaron las instalaciones y, tras 28 horas de combate con tanques, ametralladoras, helic¨®pteros, fusiles y granadas, fallecieron casi un centenar personas, entre las cuales hubo 11 desaparecidos.
Entre los muertos figura el presidente de la Corte Suprema, Alfonso Reyes Echand¨ªa y otros once magistrados, varios de ellos considerados entre los mejores jueces de su generaci¨®n. Guerrilleros. Empleados de la cafeter¨ªa. Secretarias, escoltas, conductores. Algunos fallecieron carbonizados. Otros por asfixia. No se puede saber con certeza la cantidad de informaci¨®n judicial que se perdi¨®. Pero la verdad sigue emergiendo a cuentagotas.
Jos¨¦ Dorado Gaviria era en ese entonces miembro de la inteligencia militar. El pasado 6 de noviembre, en entrevista con la revista Cambio, explic¨® que el desaparecido magistrado auxiliar Carlos Horacio Ur¨¢n sali¨® con vida del Palacio de Justicia: ¡°S¨¦ que ¨¦l fue trasladado, as¨ª como varios magistrados, a la Casa del Florero y desde ah¨ª fue dispuesto a una parte cercana adonde nosotros tambi¨¦n ten¨ªamos salas de entrevistas¡±. La declaraci¨®n forma parte de una conversaci¨®n de casi dos horas con la hija del juez, Helena Ur¨¢n. Autora del libro Mi vida y el Palacio (Planeta), la tambi¨¦n acad¨¦mica ha sido una de las m¨¢s f¨¦rreas abanderadas de clarificar la tragedia.
La nueva revelaci¨®n, a falta de mayores verificaciones, no es menor. Es, acaso, la primera vez que un exagente da su testimonio de forma abierta en un medio acreditado. Su relato adem¨¢s refuerza las hip¨®tesis de otros estudios. Como el de la Comisi¨®n de la Verdad, que en 2021 reconstruy¨® los sucesos en la Casa del Florero con la ayuda de un grupo de investigaci¨®n forense digital brit¨¢nico. La conclusi¨®n: ¡°El an¨¢lisis hace legible la log¨ªstica e infraestructura de la desaparici¨®n forzada, considerando tanto la violencia contras las personas como la violencia contra la evidencia¡±.
Una paradoja te?ida de sangre en el cas¨®n que fue s¨ªmbolo de libertad y uni¨®n durante casi dos siglos. Todo inici¨® en 1810 con un asunto banal, pero cargado de veneno: el pr¨¦stamo de un florero, propiedad del comerciante gaditano Jos¨¦ Gonzalo Llorente, para una recepci¨®n. Su rechazo, que se daba por descontado, desemboc¨® en una bronca que, seg¨²n los textos de historia, sirvi¨® como semilla para caldear los ¨¢nimos y encender una de las primeras mechas contra el virreinato y el proceso decolonial.
Tras muchas vueltas en el tiempo, y algunos a?os de abandono a principios del siglo XX, el discreto inmueble esquinero se convirti¨® en museo en 1960. Un cuarto de siglo m¨¢s tarde, en 1985, el interior de la Casa del Florero sirvi¨® como centro de tortura durante dos d¨ªas. Ese mismo lugar por donde hoy pasan miles de transe¨²ntes sin apenas reparar en las m¨²ltiples mordeduras de la historia.
Interrogatorios en el Sal¨®n Antonio Nari?o
Un gu¨ªa le explica a una tropa de turistas franceses la importancia del lugar frente a la puerta de la Casa del Florero. A pesar de que el museo se halla cerrado por ser festivo, el ajetreo de la Plaza de Bol¨ªvar no cambia. Frente a un puesto de venta ambulante con art¨ªculos de cuero, bajo una sombrilla roja, se halla el reportero Hernando Le¨®n Vanegas, de 70 a?os. Desde principios de los noventa cubre el Congreso. Su discurso divaga entre hip¨®tesis sobre el papel de la ultraderecha, la intervenci¨®n de Pablo Escobar en los hechos y teor¨ªas matem¨¢ticas que engarzan las fechas de 1810 con las de 1985: ¡°Ese d¨ªa logr¨¦ acercarme a la plaza porque ten¨ªa amigos en los medios¡±, sentencia.
Asegura que la zona estaba acordonada, pero que era evidente la intensidad de los movimientos que se concentraban en la esquina donde ahora desanda sus pasos. Ya era un secreto a voces que el ej¨¦rcito empez¨® a ¡°meter gente al ¡®florero¡¯ porque necesitaban evacuar el Palacio para bombardearlo. Hab¨ªa heridos inocentes que los tiraron en el patio¡±, remata. Este mes se celebra, precisamente, el mes de la memoria. ¡°Nuestras narrativas sobre estos hechos se trabajan como acciones de reparaci¨®n¡±, precisa la directora del museo, Elvira Pinz¨®n.
¡°Los pendones, que ubicamos afuera, generan inquietud sobre unos hechos de violaci¨®n a los derechos humanos que no deben repetirse¡±, agrega. La exposici¨®n permanente ense?a una maqueta descriptiva de la toma y proyecta videos de los sucesos. Hasta el pr¨®ximo 6 de diciembre, adem¨¢s, se presenta la muestra Registros in¨¦ditos: espacios sensibles con fotograf¨ªas desconocidas de Rafael Gonz¨¢lez, reportero del tabloide El Espacio. Pinz¨®n concluye que un museo jam¨¢s deber¨ªa ser convertido en centro de operaciones militares. Menos a¨²n, de torturas, interrogatorios u otros tratos crueles.
¡°Hay que poner todo esto en contexto¡±, dice Gonzalo S¨¢nchez, historiador y doctor en Sociolog¨ªa por la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de Par¨ªs. ¡°Hay lugares sagrados de la memoria violentados, como el Museo de la Independencia. De la liberaci¨®n de las cadenas de la monarqu¨ªa espa?ola se convirti¨® en un lugar de encierro y de tortura. Todo lo contrario a un grito de libertad¡±, agrega.
La doctora en Historia por Oxford Margarita Garrido recuerda que la casa tambi¨¦n fue utilizada como parapeto de francotiradores en 1985, mientras el Gobierno del conservador Belisario Betancur (1982-1986) ordenaba bloquear la transmisi¨®n en directo de la toma para reproducir en su lugar un partido de f¨²tbol intrascendente: ¡°Los museos son lugares de memoria en s¨ª mismos. Cambian. Y as¨ª tiene que ser porque las preguntas que se hace la sociedad se transforman. En este caso creo que hubo una profanaci¨®n terrible. Lo que relata el exagente de inteligencia [Jos¨¦ Dorado Gaviria] es que desde que los sospechosos de colaborar con la guerrilla fueron capturados, se sab¨ªa que era para matarlos. La idea era que nadie saliera vivo¡±.
La Casa del Florero fue utilizada como lugar de criba de los servicios de inteligencia del ej¨¦rcito para identificar a las personas que deb¨ªan ser trasladados a otros batallones. En las caballerizas y otras dependencias se completaron los interrogatorios con t¨¦cnicas represivas extra¨ªdas de los manuales de la Escuela de las Am¨¦ricas estadounidense. Hoy se sabe, sin embargo, que la sala Antonio Nari?o del museo, en honor al primer traductor en la Nueva Granada de la declaraci¨®n universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, tambi¨¦n sirvi¨® para encerrar a rehenes ¡°especiales¡±. Los testimonios de algunos sobrevivientes se?alan que all¨ª, en esa habitaci¨®n con nombre de humanista, hubo torturas.
Garrido explica que por siglos las ejecuciones pol¨ªticas se llevaron a cabo a la luz del d¨ªa como f¨®rmula de escarmiento: ¡°Durante la Inquisici¨®n, hasta finales del siglo XVII o principios del XVIII, la iglesia recurri¨® a la tortura para obtener confesiones. M¨¢s tarde, a finales del XVIII a los comuneros los ejecutaron en la plaza p¨²blica a fin de evitar brotes de rebeld¨ªa. Y en la Guerra de los Mil d¨ªas hubo muchas ejecuciones, algunas de ellas extrajudiciales¡±.
Pero la retoma del Palacio de Justicia, agrega, trasluce otras caracter¨ªsticas. Se encuadra dentro de la denominada ¡°lucha contra el enemigo interno y el marxismo¡±. Una pol¨ªtica regional pilotada desde Washington que generaliz¨® las torturas de s¨®tano, con los agentes apostados en las calles vestidos de paisanos. Alguno, incluso, enfundado bajo el peto distintivo de la Cruz Roja en el caso del Palacio de Justicia. Todo sospechoso de orbitar en la izquierda se convirti¨® en objetivo de la vigilancia militar. Una pol¨ªtica que, a la postre, oblig¨® a Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez a exiliarse en M¨¦xico en 1981, cuando la Administraci¨®n del liberal Julio C¨¦sar Turbay Ayala (1978-1982) apret¨® las tenazas.
Helena Ur¨¢n ha aprovechado la coyuntura para insistir en la importancia de un acuerdo oficial con el Gobierno estadounidense en aras de desclasificar los documentos del Departamento de Estado sobre el 6 y 7 de noviembre de 1985. Un buen recordatorio de que parte importante de las piezas para configurar las historias del siglo XX latinoamericano pasan por la Casa Blanca. Juan Carlos Fl¨®rez, pol¨ªtico e historiador, anota en todo caso que la realidad de la violencia es m¨¢s honda. Sugiere, quiz¨¢s, que la fuerza de los casos individuales no deber¨ªa anestesiar la b¨²squeda de una memoria global.
¡°No todas las v¨ªctimas ten¨ªan el reconocimiento pol¨ªtico y social de los magistrados¡±, resume, ¡°aprovecho para recordar, en contra del clasismo y el elitismo colombiano, que a¨²n hay muchas familias an¨®nimas esperando conocer qu¨¦ pas¨® con sus deudos, qui¨¦n acab¨® con sus vidas¡±. ?Alguna persona fue asesinada y desaparecida en la Casa del Florero? No se sabe con exactitud. Pero Gonzalo S¨¢nchez concluye con una reflexi¨®n que vuelve a rebobinar y adelantar la pel¨ªcula como en un ejercicio cinematogr¨¢fico: ¡°Hay que pensar en resignificar este lugar. Hubo una doble profanaci¨®n: a un s¨ªmbolo patrio, pero tambi¨¦n al origen legitimador de las Fuerzas Armadas. Es el lugar que les da sentido, porque all¨ª, en 1810, toma forma el discurso de las gestas de independencia. Lo de 1985, por el contrario, fue un momento de desagravio del propio Estado¡±.