Una di¨¢spora sin fin
Buena parte de las izquierdas y de las derechas del mundo tienen la boca retacada de consignas, consignas o, peor, prejuicios o, incluso peor, dogmas sobre la experiencia venezolana
Hay cosas en torno a las que se puede discutir casi eternamente, sobre todo cuando uno tiene el desenfado de hacerlo desde la barrera, quiero decir, cuando tiene la cara suficiente para hablar de aquello que no ha vivido, a pesar de que el tema en cuesti¨®n sea, precisamente, la vivencia de alguien m¨¢s.
Digo esto porque, aunque no sucede exactamente igual que con la experiencia cubana, la mayor¨ªa de la gente tiene una opini¨®n preconcebida cuando un venezolano o venezolana se dispone a hablar de lo que su pa¨ªs (y ¨¦l o ella, en primera persona) han vivido durante los ¨²ltimos a?os, que ya son un par de d¨¦cadas: buena parte de las izquierdas y de las derechas del mundo tienen la boca retacada de consignas, consignas o, peor, prejuicios o, incluso peor, dogmas que no parecen molestarse en lanzar, est¨²pidamente, contra aquel o aquella que est¨¢ entregando algo tan valioso y ¨²nico como es un testimonio.
El testimonio
¡°Siempre pens¨¦ que ser¨ªa algo moment¨¢neo. Ahora que lo pienso, creo que todos cuando nos vamos creemos que lo ser¨¢ y al final termina siendo una vida. Nuestro ¨¦xodo, masivo y sonoro como es, ha sido f¨¢cilmente ignorado e incluso condenado por casi todos nuestros hermanos soberanos de la li-ber-tad a pesar de ser el m¨¢s grande que ha vivido este hemisferio en los ¨²ltimos cincuenta a?os¡±, escribe en Atr¨¢s queda la tierra Arianna de Sousa-Garc¨ªa, periodista y escritora venezolana que se vio forzada a dejar su pa¨ªs, con un hijo peque?¨ªsimo, para poder entrar en un futuro en el que ese hijo y ella misma pudieran estar: ¡°Aun as¨ª tienen la desfachatez de llamarnos fascistas con una facilidad deslumbrante, de darnos discursos ideol¨®gicos desde sus barrios con agua y luz, desde sus refrigeradores llenos, y como no, de decirles a estos pobres vulgares muchachos bananeros lo que tuvimos que haber hecho¡±, contin¨²a poco despu¨¦s de Sousa-Garc¨ªa, en los proleg¨®menos del brutal testimonio que ella debi¨® escribir con la mand¨ªbula apretada y que uno termina leyendo de ese mismo modo.
No hay nada m¨¢s importante, para aquel que sabe que su vida no ha tenido el valor que deber¨ªa, nos dice Enrique ?lvarez D¨ªaz en La palabra que aparece, que la persistencia de sus palabras, que la palabra reconvertida en herencia; el testimonio, pues, puesto en las manos de alguien que se comprometa a mantenerlo vivo. Quiz¨¢ por esto, aunque de Sousa-Garc¨ªa parecer¨ªa haber elegido la forma de la correspondencia, una correspondencia dirigida a su hijo, lo que escribe tambi¨¦n es un testamento.
Un testamento que de manera brillante, cuidadosa y quir¨²rgica convierte al lector ¡ªquien sin apenas darse cuenta toma el lugar del hijo, cuando la narradora le habla a este de t¨²¡ª en otro habit¨¢culo de su memoria, en otro portador del fuego de su palabra, un fuego que, entiende entonces el lector, no debe dejar de alumbrar el camino que sigui¨® (que sigue siguiendo, siempre) aquel que fue expulsado de su pasado, de su origen, de su vida, de sus lazos ¨ªntimos, de su casa, de su familia, de su pa¨ªs, de su trabajo, de su cotidianidad, de sus plantas, de sus cortinas, de sus cucharas.
Un manojo de relatos
Adem¨¢s del suyo (el testimonio de la periodista y madre que lo deja todo de repente, un de repente que, sin embargo, claro est¨¢, es profundo como una grieta que parte continentes y largo como s¨®lo pueden serlo la memoria y la enso?aci¨®n), de Sousa-Garc¨ªa, en otro de los aciertos que se vuelve fundamentales para entender la fuerza y la pertinencia de Atr¨¢s queda la tierra, nos entrega muchos otros testimonios, para que tambi¨¦n los cuidemos entre todos. Uno de ¨¦stos, el de Leangel Guti¨¦rrez, dice as¨ª: ¡°Keiler Vargas naci¨® en nuestra ciudad y muri¨® viniendo a la ciudad en la que vivimos. ?l, su madre Alexandra y su hermano de cuatro meses atravesaron los andes venezolanos, Colombia, Ecuador y Per¨² intentando llegar a Santiago. En Desaguadero, un lugar a tres mil doscientos ochenta y siete metros sobre el nivel del mar en la frontera de Per¨² y Bolivia, a Keiler le empez¨® a faltar el aire; minutos despu¨¦s dej¨® de respirar. Era el 28 de enero de 2022 y ten¨ªa dos a?os. A Chile llegaron sus cenizas¡±.
Aun as¨ª, hay otro acierto a¨²n m¨¢s radical e inteligente en el libro de Sousa-Garc¨ªa: darle lugar incluso al testimonio del otro, del que significa la contraparte exacta de la narradora, que, en este caso, para colmo, es el de su padre: ¡°Nosotros no ten¨ªamos ning¨²n medio, ninguna manera. No ve¨ªamos soluci¨®n ni salida. Y apareci¨® Ch¨¢vez. Cuando hizo lo que hizo¡ gan¨® muchos adeptos, y muchos m¨¢s cuando depuso las armas. Quienes no estuvieron de acuerdo con lo primero, lo estuvieron con lo segundo, pero todos estuvimos de acuerdo en que ese era el hombre. Nosotros, la juventud de ese momento, la juventud sin futuro, quer¨ªamos darle un vuelco a la situaci¨®n y s¨ª, fue Ch¨¢vez, pero pudo ser cualquiera¡ porque es verdad, ¨¦ramos unos muchachos, pero ten¨ªamos la fuerza del r¨ªo¡±.
Coordenadas
Atr¨¢s queda la tierra fue publicado por Seix Barral.
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