¡°Para comprender la violencia hay que escuchar tambi¨¦n al verdugo¡±
El escritor mexicano Enrique D¨ªaz ?lvarez, premio Anagrama de Ensayo, plantea en ¡®La palabra que aparece¡¯ un repaso hist¨®rico a contrapelo alejado de los relatos ¨¦picos de h¨¦roes y villanos
Un extra?o amor por la guerra. La gloria del combate. El placer de agredir y destruir. Las palancas subterr¨¢neas de la violencia son analizadas a fondo en el ¨²ltimo premio Anagrama de ensayo, La palabra que aparece, de Enrique D¨ªaz ?lvarez. La conclusi¨®n, siguiendo el hilo que va desde Hobbes a Freud, es que nos seduce, nos arrebata la guerra. Y qu¨¦ mejor remedio para calmar una pasi¨®n ¡ªsiguiendo esta vez a Spinoza¡ª que alimentar otra m¨¢s fuerte. Ante a la ¨¦pica del h¨¦roe, la conmoci¨®n y el duelo del testigo.
Por un lado, la adicci¨®n de los soldados de la Segunda Guerra Mundial a la experiencia l¨ªmite de seguir vivos entre un manto de cad¨¢veres, los delirios de Hern¨¢n Cort¨¦s sobre c¨®mo somete a decenas de miles de guerreros salvajes, o el adolescente mexicano que al convertirse en sicario siente por primera vez respeto y, sobre todo, poder. Por otro, la compasi¨®n de una mujer sovi¨¦tica que detiene una pelea entre dos soldados moribundos para curarles, el doctor japon¨¦s abrumado por el silencio absoluto de sus pacientes tras la bomba de Hiroshima o las pesadillas de los supervivientes de Auschwitz.
Profesor de filosof¨ªa pol¨ªtica en la Universidad Nacional Aut¨®noma de M¨¦xico, D¨ªaz (Ciudad de M¨¦xico, 1976) repasa a los autores que han avisado de la trampa del relato oficial del h¨¦roe, condenado a ser verdugo y v¨ªctima a la vez. Desde Simone Weil a Primo Levi o Foucault se va construyendo una historia a contrapelo donde pesa la voz de las v¨ªctimas y los testigos como una herramienta m¨¢s efectiva que cualquier alegato pacifista.
Pregunta. ?Hay salida a ese pesimismo antropol¨®gico que habla del amor a la guerra?
Respuesta. La postura de Freud o Hillman que entiende ese amor por la guerra de los seres humanos como algo inevitable, casi como una excusa biol¨®gica, me preocupa porque es una forma de normalizar y justificar la violencia como algo inherente o natural. Me interesa m¨¢s, por ejemplo, lo que plantea Virginia Woolf de que para tratar de impedir la guerra hay que apelar, por ejemplo, a los testimonios visuales, a las fotograf¨ªas de la guerra civil espa?ola, esas im¨¢genes de la poblaci¨®n civil masacrada, vulnerable, herida. La pr¨¢ctica art¨ªstica o narrativa nos ayuda a resistir esos discursos de inevitabilidad o a la asepsia de los n¨²meros redondos.
P. En ese sentido, el libro hace una lectura un tanto parad¨®jica de la Il¨ªada de Homero.
R. Muchas veces se olvida que acaba con un funeral. Pr¨ªamo va a buscar a Aquiles para que le ense?e a su hijo, el cad¨¢ver de H¨¦ctor. Esa ense?anza se me hace muy potente. Me detengo mucho en el duelo porque en un contexto de violencia como el de M¨¦xico es crucial rescatar el derecho al duelo p¨²blico, la importancia que tiene recuperar un cuerpo desde la Il¨ªada. Tendemos a pensar que el duelo es la cosa m¨¢s ¨ªntima, m¨¢s privada. Pero al final, como dice Judith Butler, cuando echamos en falta a alguien, nos damos cuenta de nuestra dependencia de los dem¨¢s, del hecho de estar interconectados. Y en M¨¦xico yo creo que se ha movilizado pol¨ªticamente el duelo. Pensemos en Ayotzinapa o en el poeta Javier Sicilia tras la desaparici¨®n de su hijo. La sociedad se conmovi¨® literalmente con el dolor de ese padre que era el de tantos otros.
En septiembre de 2014, la noticia de la desaparici¨®n de los 43 estudiantes de la escuela rural de Ayotzinapa, coincidi¨® con el arranque de las clases en la universidad. Conmocionado ya por el primer golpe del acontecimiento que con m¨¢s profundidad ha atravesado emocionalmente a M¨¦xico durante los ¨²ltimos a?os, D¨ªaz decidi¨® cambiar sobre la marcha el rumbo de sus clases de primero de filosof¨ªa pol¨ªtica. En vez estudiar los textos can¨®nicos de la Rep¨²blica de Plat¨®n, puso a sus alumnos a leer en voz alta los pasajes sobre el duelo en la tragedia Ant¨ªgona de S¨®focles y de la Il¨ªada de Homero ¡°para entender que cada vida cuenta, que cada cuerpo importa y que hay que exigir el derecho al duelo¡±.
P. ?Qu¨¦ m¨¢s lecciones tiene Homero para M¨¦xico?
R. La guerra contra el narcotr¨¢fico de Felipe Calder¨®n, con sus monstruosas cifras de muertos y desaparecidos, se escudaba en un relato muy binario, reduccionista, heroico, de buenos y malos, h¨¦roes y villanos. Me interesa justamente deconstruir ese tipo de relatos. La Il¨ªada es un violent¨ªsimo canto ¨¦pico, heroico, pero al mismo tiempo tiene esta lecci¨®n de imparcialidad y de ambivalencia. El gran gesto de Homero es que narra esa guerra desde la perspectiva de los vencedores y los vencidos, de los dos lados, y as¨ª entendemos que toda comunidad pol¨ªtica es al final de cuentas una comunidad de recuerdos. Y que nadie tiene el derecho a asesinar dos veces al negar la voz de una de las partes. Por eso me interesa rescatar la historia de los vencidos, de los derrotados, de los desaparecidos.
P. ?Por qu¨¦ es tan dif¨ªcil salirse del marco ¨¦pico?
R. Porque el primer bot¨ªn de guerra siempre es el poder narrarla. Cort¨¦s lo tiene muy claro. La narraci¨®n de sus cartas el Rey era parte importante de su estrategia para legitimarse. Y a partir de ah¨ª qued¨® este marco ¨¦pico-heroico: este liderazgo masculino casi sobrenatural que con arrojo y un pu?ado de gente conquist¨® a una civilizaci¨®n entera. ?ltimamente se ha deconstruido todo esto. Ya tenemos claro que ese relato ¨¦pico no se sostiene, que jam¨¢s hubieran podido lograr la ca¨ªda y el cerco de Tenochtitl¨¢n si no hubieran tenido las alianzas de muchos pueblos originarios.
P. El libro recoge tambi¨¦n la aportaci¨®n del feminismo al cambio de relato.
R. S¨ª, me detengo por ejemplo en Virginia Woolf cuando habla de que ¡°combatir ha sido un h¨¢bito del hombre, no de la mujer¡±. Pero tambi¨¦n en Svetlana Alexi¨¦vich, en La guerra no tiene rostro de mujer. Al recoger el testimonio de las mujeres soldados nos revela otra guerra. Hay momentos incluso en que la frontera entre nosotros y ellos se borra. Por ejemplo, curan o atienden a los dos bandos. Esto converge otra vez con Woolf cuando conecta ese af¨¢n por la guerra con la educaci¨®n de los grandes colegios de ¨¦lite masculinos basados en la competencia feroz. Esta idea del superviviente como el m¨¢s apto o el m¨¢s fuerte, que est¨¢ tambi¨¦n en Canetti. Yo lo contrapongo a la figura del testigo en tanto superviviente que ha pasado por un suceso extraordinario y est¨¢ en condiciones de relatar lo acontecido. Porque el testimonio es el ¨²ltimo recurso que queda para los que no tienen nada. Solo les queda la palabra. Y aqu¨ª de nuevo la pr¨¢ctica feminista ha trabajado mucho. Lo personal es pol¨ªtico. El poder que tiene dar testimonio sobre el abuso, sobre el acoso, sobre situaciones de desigualdad. Nos apela porque el testimonio siempre se da a alguien m¨¢s. Entonces, nos hace corresponsables del da?o, de la p¨¦rdida, del abuso.
P. Su testigo no es un tercero, es parte del conflicto. Por tanto, tambi¨¦n puede ser el verdugo, el victimario.
R. S¨ª, mi testigo es el que vivi¨® algo tremendo, traum¨¢tico y est¨¢ en condiciones de dar cuenta. En M¨¦xico, desde el 2006 para ac¨¢ muchos periodistas, escritores o artistas se volcaron en el testimonio de las v¨ªctimas y de los familiares de la violencia. Pero ha llegado a un punto en que seguimos sin comprenderlo del todo. Y ¨²ltimamente se est¨¢ prestando atenci¨®n tambi¨¦n a la voz de los victimarios, de los perpetradores. Y es curioso porque cuando se les entrevista muchos de ellos se excusan en que obedec¨ªan ¨®rdenes o se ven a s¨ª mismos como v¨ªctimas. Hay un reto ¨¦tico y pol¨ªtico en poder distinguir un falso testimonio o abiertamente un impostor como Enric Marco, que se hizo pasar por superviviente de los campos nazis. Vivimos en una ¨¦poca en donde incluso pareciera que hay un deseo de ser v¨ªctima o de pasar por v¨ªctima.
P. La pol¨ªtica del testimonio tiene sus peligros.
R. S¨ª, hay todo este efecto Joker. Que detr¨¢s del monstruo siempre hay una v¨ªctima. En un contexto como el de M¨¦xico, con una impunidad extrema, con la violencia estructural que tenemos, uno puede caer en la tentaci¨®n de justificar actos o acciones que no pueden ser justificadas. Como los feminicidios en Ju¨¢rez. Este es uno de esos retos que plantea justamente el testimonio. Pero ha llegado el momento de entrar en lo que Primo Levi llamaba la ¡°zona gris¡±. Hay que explorar la l¨ªnea o el hilo que va de la v¨ªctima al verdugo. Por eso me interesan tanto esos ejercicios donde periodistas o escritores tratan de acercarse o ponerse en el lugar del perpetrador, sin que eso conlleve empatizar con ellos, con los criminales. Pero para comprender la violencia hay que tambi¨¦n escuchar al victimario.
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