El Taiger de Cuba: sentimiento de un pa¨ªs
Las abrumadoras muestras de dolor o conmoci¨®n ante el asesinato del reguetonero cubano han recibido no pocos cuestionamientos a partir de una severa fiscalizaci¨®n de las emociones, un c¨®digo civil que autoriza qu¨¦ debe uno padecer o no
Una semana demor¨® la agon¨ªa del reguetonero el Taiger en el Jackson Memorial Hospital de Miami, desde que en la madrugada del pasado 3 de octubre fuese abandonado en la parte trasera de un Mercedes Benz negro, apenas a unas cuadras del centro m¨¦dico que lo atendi¨®, con una herida de bala en la cabeza. Hab¨ªa sobrevivido en situaci¨®n extremadamente cr¨ªtica. A trav¨¦s de largas jornadas de duelo y m¨ªnimo pero contagioso optimismo, cientos de miles de cubanos rindieron homenaje, elevaron plegarias, pidieron a sus santos y convirtieron temas de perreo en oraciones lit¨²rgicas.
Jos¨¦ Manuel Carvajal, que es su nombre oficial, ten¨ªa 37 a?os, y se hab¨ªa convertido en un ¨ªdolo popular. Su muerte, y el crimen del que fue v¨ªctima, tambi¨¦n han sido objeto de debate pol¨ªtico en el coraz¨®n del exilio. Su adicci¨®n a las drogas duras, su vida atropellada, sus visibles contradicciones y esa suerte de pulsi¨®n destructiva que ha triturado a tantos artistas, aquellas cosas que suelen romantizarse en figuras como Brian Jones o Amy Winehouse, no han sido del todo aceptadas en su caso, tal vez porque se trata de un hombre negro, autodidacta, due?o del agresivo lenguaje del guetto y punto de discordia dentro del fuego cruzado nacional.
El Taiger no hab¨ªa renunciado a la posibilidad de cantar en La Habana y en Miami y cruzaba el Estrecho de la Florida tantas veces al a?o como deseaba. Lo acusaron de c¨®mplice del r¨¦gimen, de chivato e incluso de esbirro. Alexander Otaola, el influencer conservador que funciona como l¨ªder de estas hordas, lleg¨® a decir: ¡°El Taiger merece cualquier cosa, incluso hasta un infarto del miocardio. Todo lo malo que le suceda al Taiger ser¨¢ siempre motivo de celebraci¨®n¡±. Tambi¨¦n sol¨ªan impugnarle su nula empat¨ªa con los presos pol¨ªticos que dejaron como saldo las protestas populares del 11 de julio de 2021. Pero eso no es del todo cierto.
Despu¨¦s de aquella fecha, El Taiger lanz¨® ofensas contra el presidente cubano Miguel D¨ªaz-Canel y confes¨® que la represi¨®n le hab¨ªa abierto los ojos, que se trataba de un punto y aparte para ¨¦l. No hizo canciones ni se subi¨®, como otros, a la moda de la disidencia, lo que a la larga parece m¨¢s respetable. Luego volvi¨® a Cuba y su video de denuncia qued¨® archivado, fue destruido por un ecosistema medi¨¢tico que mezcla a partes iguales frivolidad con militancia, chisme con consigna, y establece permisos pol¨ªticos arbitrarios, de acuerdo a sus intereses privados. No tienen Estado ni ley, y en verdad son inofensivos, pero act¨²an como si quisieran fundar en otra tierra un nuevo r¨¦gimen.
Lo que ahora ha estado en disputa es la legitimidad de ese orden pernicioso, que no pasa solo por las decisiones particulares de un cantante. Las abrumadoras muestras de dolor o conmoci¨®n ante el asesinato del Taiger han recibido no pocos cuestionamientos a partir de una severa fiscalizaci¨®n de las emociones, un c¨®digo civil que autoriza qu¨¦ debe uno padecer o no, por qu¨¦ estar¨ªa permitido estremecerse, y desconoce la naturaleza del v¨ªnculo, que nunca es uniforme, absoluto, ni excluyente.
En vez de llorar al reguetonero controversial, habr¨ªa que hacerlo por los presos pol¨ªticos, lamentablemente el as bajo la manga de muchas manipulaciones y chantajes. Hay entonces una jerarquizaci¨®n ideol¨®gica de los afectos. Si el Taiger solo hubiese dicho lo que le exig¨ªan, ya habr¨ªamos ganado el permiso para conmovernos con su p¨¦rdida. Aun as¨ª, Miami se ha entregado al fervor y a la tristeza, pues encontr¨® en esa m¨²sica alivio y consuelo, y nadie puede legislar con qu¨¦ uno se alivia o se consuela, o cu¨¢l es el patrimonio ¨ªntimo de un emigrante.
En la isla, miles de cubanos salieron a las calles e improvisaron altares para orar en conjunto por la vida del artista, un gesto que tambi¨¦n fue parcialmente condenado, ya que, dicen, son personas que no salen a exigir sus derechos. El reclamo, en este caso, parece todav¨ªa m¨¢s injusto, porque se trata de gente que en los ¨²ltimos tres a?os no ha dejado de protestar y mostrar su rechazo al r¨¦gimen, a pesar de que han sido castigados con sa?a. Adem¨¢s, ese desparpajo a la hora de convocar a una reuni¨®n p¨²blica, as¨ª sea un acto de peregrinaci¨®n por un reguetonero, debe leerse como otra consecuencia o saldo auspicioso del 11 de julio, en un pa¨ªs obediente que antes de aquella jornada solo se reun¨ªa en masa si lo ordenaba el partido comunista.
La nomenclatura pol¨ªtica del r¨¦gimen se mantuvo alerta ante este s¨ªntoma y unos d¨ªas despu¨¦s del suceso empez¨® a condolerse por el destino del Taiger y a reconocer su impronta dentro de la m¨²sica cubana, pasando por alto que durante a?os persiguieron, satanizaron y censuraron a los reguetoneros del pa¨ªs, o que la mayor parte de ellos se encuentran hoy en el extranjero porque la vida en la isla resulta insostenible. Desde Jos¨¦ Lezama Lima y Virgilio Pi?era, las reivindicaciones en el castrismo ocurren sin disculpas ni reparaciones de fondo. Calificado igualmente de comunista, el Taiger se volvi¨® entonces un regalo inesperado para un r¨¦gimen que ahora mismo no tiene de qu¨¦ agarrarse y que, por tanto, no le hizo ascos a un muchacho que antes hab¨ªan catalogado como vulgar, cuyo arte atentaba contra los valores del socialismo.
El Taiger proviene de una clase marginada y de una vida en principio condenada a la pobreza, clase y vida compartida con la mayor parte de los presos y ex presos pol¨ªticos. El sustrato de esas experiencias propiciaron unos v¨ªnculos que los esquemas convencionales suponen encontrados, contrarios. El rapero Maykel Osorbo, o el humorista Yoandi Montiel, popularmente conocido en redes sociales como El Gato de Cuba, expresaron su apoyo al cantante y lamentaron su desgracia, algo que tambi¨¦n hicieron Al2 o El B, artistas verdaderamente contestatarios que en Cuba formaran el legendario d¨²o Los Aldeanos.
En este orden de cosas, el preso importar¨ªa como argumento o categor¨ªa abstracta, pero no como individuo. Se reniega de aquello que al preso le gusta, el lugar al que pertenece, su educaci¨®n sentimental; lo que le ha entregado dignidad u opciones espirituales de supervivencia, por precarias que sean. Como carne de ca?¨®n, objeto que a trav¨¦s de la violencia recibida confirma el car¨¢cter dictatorial del Gobierno cubano, el preso no necesita escuchar al Taiger, ni desalinearse un palmo del modelo que garantiza su utilidad: la identidad pura de la v¨ªctima como arquetipo.
En ¨²ltima instancia, no parece destinada al ¨¦xito la empresa de liberar un pa¨ªs cuyas emociones se desprecian.
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