Judy Chicago: la vida en la nube
La artista estadounidense lleva sus m¨ªticas atm¨®sferas de pirotecnia de los a?os sesenta a la realidad aumentada del mundo digital. Es el anuncio de su primera obra de arte virtual
Estamos en 2020, en un buen shock digital, pero hay que retroceder a 1968 y a otro tipo de sobresalto. Judy Gerowitz era una artista de 29 a?os que se estrenaba en un museo, el de Arte de Pasadena, en California. Pens¨® para ello en una serie llamada Atm¨®sferas, fuegos artificiales alrededor de una piscina central, en c¨ªrculos de colores que, una vez estallaban, se mezclaban en el aire como una nube imprevisible. Por aquel entonces, Robert Smithson andaba organizando la que, seguramente sin saberlo, ser¨ªa la primera exposici¨®n de land art. Fue en la galer¨ªa Dwan de Nueva York y solo hab¨ªa hombres entre aquellos artistas que estaban pensando en c¨®mo fusionarse con la naturaleza. Cualquier acci¨®n interesante para ellos se llamaba site: un proyecto concebido en funci¨®n de un lugar concreto, por muy rec¨®ndito que fuera, porque ya estaban los medios de masas para difundirlo.
La idea de Judy era otra cosa, un enfoque nuevo para el arte esc¨¦nico: obras ambientales, con una idea expandida del color y con objetos dispersos que se abr¨ªan a la fusi¨®n de enfoques. Durante los seis a?os que estuvo trabajando en estas esculturas de humo no hab¨ªa mujeres pirot¨¦cnicas e hizo de ese hecho su estandarte: una iconograf¨ªa distinta con la que poner en cuesti¨®n las actividades estereotipadas como ¡°masculinas¡±, as¨ª como las habilidades tradicionalmente consideradas como ¡°femeninas¡±. Por eso luego se dio al bordado y la costura, como un grito m¨¢s, antes de dejar el icono de arte feminista de todos los tiempos, The Dinner Party (1979), que exhibe de manera permanente el Museo de Brooklyn.
Cuando hoy piensa en aquel momento, todav¨ªa suele bromear sobre lo que entonces parec¨ªa un presunto incendio pero que en realidad eran fuegos artificiales que se alzaban como forma de protesta. Judy Gerowitz estaba a punto de convertirse en Judy Chicago: una profesora precaria de programas feministas en Fresno y en CalArts, que renunciaba a la academia y a todos los nombres que le fueron impuestos por el dominio social masculino, para abrirse a nuevos horizontes en el arte vern¨¢culo estadounidense. Pocas artistas abanderan una mirada tan incisiva sobre el rol de la mujer en el campo del arte, cuyo pensamiento sigue hoy m¨¢s vigente que nunca.
Lo constatamos 50 a?os despu¨¦s, cuando el proyecto non-profit Light Art Space (LAS), con sede en Berl¨ªn, anuncia la primera obra de arte virtual de la artista. LAS trabaja en la intersecci¨®n del arte, las nuevas tecnolog¨ªas y la ciencia, algo que Judy Chicago lleva a un nuevo estado experimental de su m¨ªtica serie de las Atm¨®sferas. Presentadas anta?o como una performance ef¨ªmera y espec¨ªfica para un lugar concreto, muchas veces atada al propio cuerpo y la idea de presencia f¨ªsica, este nuevo giro lleva las esculturas de humo de la artista a una nueva etapa en su historia con el fuego.
Desde Apple o Google Store es tan f¨¢cil como teclear Rainbow AR y el artificio de Judy se descarga de manera gratuita en forma de app, ocupando 312.4 MB. Tras una breve introducci¨®n que repasa los fogonazos de Chicago, todo est¨¢ listo para buscar tu mejor encuadre, est¨¦s donde est¨¦s, y llenar de humo tu habitaci¨®n. Una humareda digital, claro. Ante un a?o tan negro y duro, dice la artista, qu¨¦ menos que ba?arlo todo de luz y de color para insuflar algo de esperanza. La cosa suena a c¨¢psula del tiempo, ya que el momento interactivo se acompa?a de una banda sonora polif¨®nica, realizada en colaboraci¨®n con el dise?ador de sonido Colin Bailey, que utiliza paisajes sonoros de las grabaciones originales de la artista.
Su gesto sigue siendo feminizar el ambiente. Un ambiente de aislamiento de las mujeres artistas. Lo solas que pueden llegar a sentirse muchas veces las creadoras. Lo solos que muchos otros se han sentido en los m¨²ltiples confinamientos. Unos fogonazos, dice, que son un intento de liberaci¨®n y un canto a la visibilidad, como esa bengala que se enciende en mitad de la nada, pidiendo ayuda, esperando que alguien nos divise en la lejan¨ªa. ?Lo consigue? El intento es simp¨¢tico, aunque recuerda a las muchas apps que te ponen orejas de gato o buena cara tras una noche larga. Pero es lo que tiene cualquier dispositivo virtual: que nada de lo de ahora se parece a nada de lo antes.
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