Reescrituras del tiempo
Ahora sabemos que unos meses pueden trastocarlo todo como si fuera un siglo. Trescientos d¨ªas a veces equivalen a d¨¦cadas
?rase un aldeano llamado Rip Van Winkle que, cansado de rega?inas familiares, sali¨® a pasear por el campo en busca de paz. Cay¨® dormido a la sombra de un ¨¢rbol y al despertar descubri¨® perplejo que ya no exist¨ªa el mundo conocido. La antigua vida se hab¨ªa esfumado durante su breve siesta. Todo alrededor resultaba tan ajeno e ins¨®lito que a?or¨® incluso las hogare?as broncas con su mujer. En este 2020, con su mes de marzo quebrado, nos hemos sentido como Rip y hemos frotado nuestros ojos at¨®nitos, dudando como funambulistas en la frontera del sue?o. La leyenda de Washington Irving bebe de antiguos arquetipos: el choque con una realidad repentinamente extra?a, un desajuste temporal que aparece y reaparece en las narraciones orales. Luis Landero recuerda en Entre l¨ªneas un cuento que escuchaba de labios de su abuela extreme?a. Un pescador n¨¢ufrago descendi¨® al fondo del oc¨¦ano, se cas¨® con una princesa submarina y vivi¨® en el ex¨®tico reino de algas y peces. Tras un a?o de felicidad sumergida, regres¨® a su pueblo para visitar a su familia y descubri¨® que all¨¢ arriba hab¨ªan transcurrido cientos de a?os, no reconoc¨ªa la aldea y su memoria hab¨ªa quedado hu¨¦rfana. Pel¨ªculas como El dormil¨®n, de Woody Allen, o El planeta de los simios, de Franklin Schaffner, heredan esa tradici¨®n folcl¨®rica. Ahora sabemos que unos meses pueden trastocarlo todo como si fueran un siglo. Trescientos d¨ªas a veces equivalen a d¨¦cadas: es realismo puro.
Sumidos en la perplejidad, hemos vivido este a?o como un pliegue temporal. La vida estaba en otra parte y, durante los d¨ªas enjaulados, los libros resultaron liberadores. Cuando el presente se enmara?aba, las palabras del pasado sonaban n¨ªtidas. Una de las obras m¨¢s demandadas en Europa desde el estallido de la pandemia ha sido las Meditaciones. Sorprendentemente, el viejo Marco Aurelio y sus milenarios pensamientos nos resultaban m¨¢s familiares que nuestro yo de enero. Aquel emperador tuvo que afrontar terribles crisis econ¨®micas, cat¨¢strofes naturales, guerras fronterizas y una mort¨ªfera peste. En su insomnio nocturno, desde su tienda de campa?a en el frente b¨¦lico del Danubio, escrib¨ªa un diario para s¨ª mismo, obstinado en no embrutecerse ni desmoronarse. Buscaba fortaleza, gu¨ªa y refugio en la filosof¨ªa. ¡°Meditar¡± y ¡°m¨¦dico¡± son palabras hermanas que proceden de id¨¦ntica ra¨ªz porque, como sosten¨ªan los sabios antiguos, pensar bien es medicinal. Mientras las estad¨ªsticas mutaban en g¨¦nero de terror, conversar con nuestros muertos nos ha infundido lucidez y sosiego.
En este agujero negro hemos vadeado el tiempo para volver la mirada a los cl¨¢sicos, ese r¨ªo tranquilo que, sin ruido ni aspavientos, contin¨²a susurrando las palabras m¨¢s luminosas de nuestros antepasados. Mientras una nueva ley educativa relega la ense?anza de las humanidades, se premiaba a Anne Carson y Louise Gl¨¹ck, poetas que han buscado en la mitolog¨ªa griega su personal y apasionada ruta para afirmarse como creadoras contempor¨¢neas. En los ¨²ltimos tiempos, una caudalosa corriente de escritoras ¡ªdesde la poes¨ªa, el ensayo y la novela¡ª ha regresado a las leyendas antiguas en busca de grietas, ¨¢ngulos ciegos, secretos no desvelados, intersticios, m¨¢scaras. Ese retorno a las ra¨ªces ha resultado ser un itinerario hacia el futuro: con los viejos s¨ªmbolos construimos nuevas realidades. Como demuestran los textos de Mary Beard, de Margaret Atwood, de Chantal Maillard, de Aurora Luque, releer los mitos nos ayuda a desmitificar las nuevas imposturas.
Azotados por el vendaval, nuestras lecturas nos han ofrecido cercan¨ªa y asideros. En su Elogio de la fragilidad, Gustavo Mart¨ªn Garzo recupera la confianza de Marco Aurelio en el poder curativo de las palabras, hablando de nuevas vidas, de segundas oportunidades, de leer para hacer habitable el mundo: ¡°So?ar es lo m¨¢s necesario que existe: necesitamos buscadores de perlas, ni?os que hablen con animales, casas con siete tejados, cabezas que canten en un plato, ballenas blancas, lazarillos que nos devuelvan a los lugares de la abundancia y el deseo¡±. Alejandro G¨¢ndara escribi¨® su diario de pandemia Dioses contra microbios en di¨¢logo con los antiguos, mientras Luis Alberto de Cuenca y Carlos Garc¨ªa Gual han continuado su conversaci¨®n infinita con los cl¨¢sicos.
De una forma u otra, las viejas historias siguen vivas en nuestra literatura m¨¢s actual e innovadora, la que explora cicatrices y deseos. En el ¨ªntimo desgarro de La piel, Sergio del Molino reinventa con ecos inesperados las Vidas paralelas, de Plutarco; tras el coro de las peque?as mujeres rojas, de Marta Sanz, resuena la tragedia de Las troyanas, de Eur¨ªpides. A la sombra de un ¨¢rbol herido hemos despertado de nuestro sue?o de ilusoria fortaleza, pero tenemos los libros a nuestro lado. Leer es un raro hechizo que nos permite recordar so?ando, tomar aire frente a la asfixia, cazar al vuelo briznas de esperanza, atrevernos con el disfraz de optimistas l¨²cidos. En estos meses de tiempo perplejo y fracturado no hemos dejado de escuchar, como en una caracola, el oleaje de los cl¨¢sicos: ese pasado sereno que alumbra el v¨¦rtigo del presente.
Irene Vallejo es autora de ¡®El infinito en un junco¡¯, premio Nacional de Ensayo.
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