Urgencia de Mozart
A estas obras excepcionales que se ha dado en llamar cl¨¢sicas no les hace falta que se las adapte al gusto contempor¨¢neo
Don Giovanni no se acaba nunca. No es una obra maestra inm¨®vil, como una estatua de bronce o de m¨¢rmol, o un cuadro en un museo; Don Giovanni es un trastorno que arranca con el primer acorde sombr¨ªo de la obertura y ya no se detiene hasta el derrumbe final, cuando se abre la tierra con el clamor macabro y triunfal del coro y la orquesta y el seductor blasfemo que se ha negado a arrepentirse de sus cr¨ªmenes se hunde en el infierno. No hace ninguna falta creer en la condenaci¨®n eterna para quedar sobrecogido por el desenlace. Ni Mozart ni Lorenzo Da Ponte es probable que creyeran en ella. En el Teatro Real, una de las ¨²ltimas noches del a?o pasado, Don Giovanni se nos volv¨ªa m¨¢s oscuro porque la pesadumbre de los tiempos ya se nos ha infiltrado en todo, y tambi¨¦n porque el director de escena ha elegido resaltar las tinieblas de esta ¨®pera muy por encima de sus claridades, que tambi¨¦n las tiene.
Dispersos entre las butacas, tapados con las mascarillas, sin quitarnos los abrigos ¡ªel fr¨ªo de la calle llegaba por las puertas abiertas para la ventilaci¨®n reglamentaria¡ª, encontr¨¢bamos en el escenario no un jard¨ªn rococ¨® por el que se mueven con pasos de danza personajes con peluca, sino un bosque inh¨®spito en el que la sugesti¨®n de la naturaleza era mucho menos poderosa que la de un entorno degradado por el abandono y la basura. Pero lo m¨¢s perturador no era la escenograf¨ªa, ni la ambientaci¨®n s¨®rdida en ese bosque inundado de bolsas de pl¨¢stico, latas de cerveza, jeringuillas: lo que sobrecoge de verdad es esa m¨²sica que avanza con la misma urgencia convulsa de una historia volcada hacia el desastre, de ese libreto en el que las palabras se agregan las unas sobre las otras y se confunden entre s¨ª en una fiebre que no cesa nunca, igual que los personajes chocan, se agrupan, pelean, enga?an, seducen, se hacen pasar los unos por los otros, se persiguen, se matan.
El emperador Jos¨¦ II, que hab¨ªa fundado el teatro de ¨®pera italiana en Viena, se quejaba de que Mozart escrib¨ªa una m¨²sica con demasiadas notas. En Don Giovanni hay pasajes de texturas orquestales muy densas, y conjunciones de voces capaces de expresar al mismo tiempo la m¨¢xima confusi¨®n y la m¨¢xima armon¨ªa. Pero tambi¨¦n hay momentos de pura transparencia sonora, de una delicadeza como de de acuarela, de iron¨ªa y de guasa, de picard¨ªa envuelta en candidez. El impulso que lo arrastra todo es el de una masculinidad arrogante y posesiva hasta un extremo monstruoso, el de un poder absoluto que es a la vez social y sexual, y que en vez de saciarse o apaciguarse con lo reci¨¦n conquistado acrecienta a¨²n m¨¢s su codicia.
Desde el Romanticismo, Don Giovanni tuvo un resplandor de h¨¦roe solitario que se salta todas las convenciones y todas las normas de decencia en el cumplimiento de su voluntad soberana. Su duelo victorioso con el Comendador, el desaf¨ªo que al final contra su estatua f¨²nebre y su fantasma, ser¨ªan actos de rebeli¨®n contra la autoridad patriarcal, contra esa figura del padre que lleva ya m¨¢s de un siglo dando tanto juego a los freudianos. La palabrer¨ªa culterana de la transgresi¨®n, que ya se va quedado tan antigua, pero de la que parece que no hay manera de desprenderse, ha celebrado en Don Giovanni igual que en el marqu¨¦s de Sade una forma extrema de libertad m¨¢s admirable o aut¨¦ntica porque no admitir¨ªa ning¨²n l¨ªmite. Lo que muestran Mozart y Da Ponte en su opera buffa o dramma giocoso, es decir, entre bromas y veras, es que esa libertad exige s¨²bditos y v¨ªctimas para cumplirse, y en ocasiones tambi¨¦n sacrificios humanos.
La obra de arte se mantiene ¨ªntegra a lo largo del tiempo y sin embargo est¨¢ cambiando siempre. Nos da una impresi¨®n de maestr¨ªa infalible y a la vez de obra abierta que sigue siempre haci¨¦ndose, porque reacciona con extrema sensibilidad a la atm¨®sfera sutil de cada nueva ¨¦poca, a las modificaciones en las formas de vida y en los estados de ¨¢nimo. A estas obras excepcionales que se ha dado en llamar cl¨¢sicas no les hace ninguna falta que se las adapte al gusto contempor¨¢neo. Don Giovanni, en la integridad de su partitura y de su libreto, nos interpela ahora tan imperiosamente como en los d¨ªas de su estreno en Praga, en octubre de 1787: un var¨®n de clase alta puede permitirse el privilegio de cumplir todos sus deseos, incluso el de irrumpir en la fiesta de una boda campesina y seducir a la novia, amenazando al novio con represalias que pueden incluir la violencia a manos de un esbirro.
La hombr¨ªa infatigable de Don Giovanni no es un desbordamiento de sensualidad no reprimida, sino una cruda manifestaci¨®n de poder. En su colaboraci¨®n anterior, Las bodas de F¨ªgaro, Mozart y Da Ponte ya hab¨ªan tratado el mismo asunto: las personas sometidas, mujeres y criados, han de suplir con astucia su vulnerabilidad frente a los que ostentan el poder y el dinero. La criada Susanna se defiende y se burla del conde Almaviva con m¨¢s descaro que la aldeana Zerlina del libertino Don Giovanni, en quien hay una parte inquietante de propensi¨®n a la crueldad f¨ªsica. En las tres ¨®peras en las que trabajaron juntos Mozart y Da Ponte, los personajes femeninos se mueven con una inteligencia y un arrojo que son armas de supervivencia y tambi¨¦n de puro disfrute de la vida.
En su biograf¨ªa reciente de Mozart, Jan Swafford cuenta con detalle el v¨¦rtigo de los ¨²ltimos d¨ªas antes del estreno de Don Giovanni. Son como escenas en la creaci¨®n de un musical de Broadway. Mozart iba muy retrasado con la partitura. Da Ponte ten¨ªa que irse cuanto antes para trabajar en otro compromiso en Viena. Escrib¨ªan juntos, en la casa de campo de una soprano amiga de Mozart. Beb¨ªan y com¨ªan y jugaban al billar, en el que parece que Mozart era insuperable. En alg¨²n momento se les uni¨® un amigo veneciano de Da Ponte, que tambi¨¦n asisti¨® al estreno, y que es posible que colaborase de alg¨²n modo en el libreto, Giacomo Casanova. Casanova sentado en la primera fila del teatro la noche del estreno de Don Giovanni es un detalle narrativo irresistible. Mozart se hab¨ªa pasado la noche anterior escribiendo a toda prisa la obertura. Es exactamente esa urgencia de entusiasmo y desvelo la que nos estremece a nosotros cuando la escuchamos.
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