Niebla en los ojos: met¨¢foras contra la adversidad en tiempos de pandemia
El poeta Fernando Beltr¨¢n narra en primera persona c¨®mo encontr¨® en ciertas palabras una tabla de salvaci¨®n durante su estancia en el hospital enfermo de coronavirus
¡°Disculpe, pero con esta niebla en los ojos se me complica todo¡±. Esperaba la cola frente a la puerta del pan cuando escuch¨¦ la frase. Alc¨¦ la vista y encontr¨¦ dos pasos m¨¢s all¨¢ a un hombre luchando a brazo partido ¨Del otro sujetaba la barra reci¨¦n comprada¨D entre su monedero medio abierto y sus gafas empa?adas por encima de la mascarilla. De regreso a casa, una y otra vez reincid¨ªan sus palabras. Su evocaci¨®n, su m¨²sica, su m¨¦trica: esta niebla en los ojos¡ El heptas¨ªlabo perfecto reci¨¦n escuchado en la cola del pan. La miga por fin del poema que me tra¨ªa a mal traer aquellos d¨ªas, y hab¨ªa encontrado de pronto un final a su medida: esta niebla en los ojos. Pronunciado as¨ª, con melancol¨ªa, pero tambi¨¦n con la convicci¨®n incurable que les hace pensar a los poetas que cinco palabras pueden decirlo todo, abarcarlo todo, contienen todo.
Luego, una vez solventadas las urgencias del poema con ese final inesperado, se me vino el pensamiento arriba, y ya no abandon¨¦ a lo largo del d¨ªa esa niebla en los ojos con que me enfrent¨¦ a cada situaci¨®n. A cada incomodidad tambi¨¦n por unas gafas empa?adas que antes me provocaban malestar, y ahora hab¨ªan cambiado su nombre por el de niebla en los ojos. Peque?a soluci¨®n al alcance. Y una de las ventajas que tiene amar y depender tanto de las palabras, que nunca son inocentes, como dec¨ªa Roland Barthes. A veces se sufre por ellas. A veces abrigan. A veces curan. Recuerdo ahora el d¨ªa en que me romp¨ª algo en el hombro tras una ca¨ªda tremenda, y c¨®mo me debat¨ªa inconsolable en un ay de dolor tras acudir a urgencias, hasta que me dijeron que me hab¨ªa roto la esc¨¢pula.
¡°?Esc¨¢pula, ha dicho?¡±, pregunt¨¦ a la doctora, y con gran asombro de los all¨ª presentes, exclam¨¦: ¡°?Esc¨¢pula! Qu¨¦ belleza¡±. Era la primera vez en mi vida que escuchaba la palabra. Esdr¨²jula tan guapa, tan po¨¦tica, tan curasana para un momento como aquel, porque ahora ya todo me dol¨ªa un poco menos¡ Niebla en los ojos.
De regreso a casa, una y otra vez reincid¨ªan sus palabras. Su evocaci¨®n, su m¨²sica, su m¨¦trica: esta niebla en los ojos¡ El heptas¨ªlabo perfecto reci¨¦n escuchado en la cola del pan
Pero no iba de palabras lo que quer¨ªa compartir, sino de met¨¢foras contra la adversidad. Met¨¢foras en carne viva que me sostuvieron durante mi estancia por coronavirus en el hospital, intentando resistir y apoyarme en algo que me ayudara a salir adelante. Y aunque siempre pens¨¦ que la poes¨ªa es ¨²til ¨Dlo ha sido para m¨ª desde que extravi¨¦ mi uso de raz¨®n y eleg¨ª este oficio¨D, jam¨¢s hubiera imaginado que al borde del v¨¦rtigo algunas met¨¢foras pod¨ªan ayudar tanto.
Lo fue aquel mirlo que se pos¨® en el alfeizar de la ventana, y cuyo presagio tan negro y deshilachado ¨Dno era el mirlo m¨¢s aseado del mundo¨D me golpe¨® de pronto hasta que descubr¨ª su hermoso pico naranja. Quedaba alguna esperanza. El pico era sutil, m¨ªnimo, afilado, pero de un naranja vivo. De un vivo naranja. La palabra y el color m¨¢s hermosos en medio de la fiebre m¨¢s negra; un pico naranja, una flecha, una se?al amable apuntando al futuro.
Lo fue tambi¨¦n la imagen del ciclista L¨®pez Carril, mi h¨¦roe de adolescencia. Roto, desencajado, ascendiendo a duras penas las rampas del m¨ªtico Alpe d¡¯Huez, con sus pulmones exhaustos. Su tit¨¢nico esfuerzo por llegar arriba, coronar, agarrarse conmigo a los hierros de la cama, como ¨¦l se agarraba a su manillar. Sacar fuerzas, ganas, aire de cualquier parte. Busqu¨¦ en mi m¨®vil la imagen que hab¨ªa tenido a?os clavada con chinchetas en el corcho de mi estudio, y una vez encontrada, la miraba a veces, apretaba con m¨¢s ah¨ªnco a¨²n los pu?os sobre los hierros helados, y segu¨ªa pedaleando a vida o muerte, mientras a mi lado iban cayendo los m¨¢s bravos e inolvidables compa?eros de etapa.
Lo fue la m¨²sica de Chet Baker, pensar de pronto que me enfrentaba al solo de trompeta m¨¢s importante de mi existencia, en medio de tanta soledad. Fue lo peor de todo. Apretando tan s¨®lo el metal fr¨ªo de la trompeta que sonaba desde debajo de mis s¨¢banas cuando el m¨®vil se deslizaba, y yo pensaba que la m¨²sica sal¨ªa de alg¨²n lugar remoto desde el que me llegaba un soplo de vida, un himno de curaci¨®n; el solo de trompeta m¨¢s bello e invencible, compartido tan s¨®lo a veces con aquellos heroicos guantes de pl¨¢stico cuyo tacto en carne viva no olvidar¨¦ jam¨¢s. Gracias.
Lo fueron por fin los trenes, algo as¨ª como volver a la infancia cada vez que, al otro lado de la pared, los o¨ªa cruzar sobre la curva del humilde puente de los Franceses de Madrid, y pensaba que su paso trazando aquella curva me envolv¨ªa de alguna forma tray¨¦ndome el abrazo de mis hijas. Mi mujer. Mis amigos. Mis pasiones. La suerte que hab¨ªa tenido en la vida por amar y haber sido tan amado.
Fernando Beltr¨¢n es poeta y fundador de El Nombre de las Cosas. Su ¨²ltimo libro es ¡®La curaci¨®n del mundo¡¯ (Hiperi¨®n, 2020).
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