En la cresta de la ola
Xavier Roca-Ferrer revisa la controvertida figura de Talleyrand sin escatimar su cinismo pero tampoco sus m¨¦ritos en el tablero pol¨ªtico de los siglos XVIII y XIX
Charles Maurice de Talleyrand es una de las figuras m¨¢s fascinantes de la historia europea y, a la vez, una de las m¨¢s controvertidas, una de las m¨¢s denostadas tanto por los partidarios del Antiguo R¨¦gimen y la Iglesia cat¨®lica como por los m¨¢s ardientes revolucionarios, de tal modo que los esfuerzos revisionistas por situarlo en el oportuno marco hist¨®rico y por reconocerle sus virtudes no han conseguido preservar su nombre de las acusaciones de traidor a su rey y a su Iglesia, vertidas por unos, y de falto de escr¨²pulos y carente de fervor revolucionario, lanzadas por el bando opuesto. En todo caso, si su ego¨ªsmo y su proverbial cinismo no pueden desmentirse, tambi¨¦n hay que acreditarle su inteligencia y su moderantismo, pero sobre todo, su habilidad para sortear los peligros y para situarse en la cresta de la ola.
Xavier Roca-Ferrer ha querido ofrecernos una biograf¨ªa fiable de semejante personaje, usando sus grandes dotes para la divulgaci¨®n hist¨®rica y su acreditada galanura literaria (recu¨¦rdese su estupenda versi¨®n de Genji Monogatari, de Murasaki Shikibu) y recurriendo a la consulta de las mejores y m¨¢s recientes obras sobre Talleyrand (en particular, las de Jean Orieux, Andr¨¦ Beau y, sobre todo, Emmanuel de Waresquiel), para, obviando un fr¨ªo eclecticismo, evitar cargar las tintas sobre los aspectos m¨¢s negativos del personaje, se?alar sus m¨¦ritos al intervenir en el tablero pol¨ªtico y declarar sin paliativos sus contradicciones e incluso sus acciones m¨¢s injustificables, como su participaci¨®n en el espantoso crimen de Estado que fue el rapto desde el margraviato de Baden y el fusilamiento en los fosos del castillo de Vincennes del duque de Enghien.
Nacido en 1754 en el seno de una familia de la alta aristocracia francesa, Talleyrand fue destinado a la carrera eclesi¨¢stica, llegando a la dignidad de obispo de Autun. Dotado de notables cualidades intelectuales y de un vivo ingenio, hubo de sobreponerse a un defecto f¨ªsico demasiado evidente: fue cojo de solemnidad. Cojera que no le impidi¨® ejercer una notable fascinaci¨®n sobre buen n¨²mero de mujeres, como la condesa Adelaida de Flahaut (madre de su ¨²nico hijo); la duquesa de Curlandia, su verdadero gran amor, o su ¨²nica esposa leg¨ªtima, Catalina Grand, por el apellido de su primer marido, del que se divorci¨® para casarse con Talleyrand, que, obligado a la boda por Napole¨®n, nunca la quiso, por no citar otras relaciones pasajeras o simplemente amistosas, que le reconocieron un cierto atractivo f¨ªsico, pero sobre todo un trato exquisito para con las damas, una amena conversaci¨®n y un gran sentido del humor.
Arist¨®crata no s¨®lo de cuna sino tambi¨¦n de esp¨ªritu, Talleyrand fue siempre un gran vividor, amante del lujo y de la buena mesa, apasionado de los libros y frecuentador de los salones parisienses de la buena conversaci¨®n, las buenas maneras y un poquito de cr¨ªtica y de intriga pol¨ªtica. El estallido de la Revoluci¨®n le revel¨® su af¨¢n de protagonismo, su inclinaci¨®n hacia las opciones progresistas y su capacidad para hacer frente con elegancia a toda clase de situaciones, de las que supo sacar provecho personal sin traicionar sus preferencias (convicciones ser¨ªa mucho decir) y de las que supo escapar cuando se pusieron peligrosas.
La biograf¨ªa de Talleyrand se confunde entre 1789, fecha del comienzo de la Revoluci¨®n, y 1838, fecha de su muerte, con la historia de Francia. La convocatoria de los Estados Generales en 1789 le dio la oportunidad de demostrar su talento para olfatear el esp¨ªritu de los tiempos y ¡°gobernar la ocasi¨®n¡±. Fue de los primeros miembros del estamento eclesi¨¢stico en pasarse al Tercer Estado, contribuyendo a la redacci¨®n de la Constituci¨®n de 1791, escribiendo el art¨ªculo sexto de la Declaraci¨®n de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, sugiriendo la conversi¨®n del patrimonio de la Iglesia en bienes nacionales y votando la Constituci¨®n civil del clero, tras lo cual pas¨® a ser uno de los primeros obispos constitucionales de Francia.
Sin embargo, el giro radical que iba tomando la pol¨ªtica revolucionaria bajo el impulso de los jacobinos le hizo exiliarse y pasar varios a?os en Inglaterra y en EE UU, hasta que supo del golpe de Estado de termidor y de la ruina de Robespierre y Saint-Just, tras lo cual regres¨® a Francia para incorporarse al moderado r¨¦gimen del Directorio, que le nombr¨® ministro de Asuntos Exteriores. No satisfecho tampoco con la nueva situaci¨®n, conspir¨® para el triunfo del golpe de Estado del 18 de brumario, vincul¨¢ndose desde entonces y por largos a?os a Napole¨®n Bonaparte, que le colm¨® de honores, nombr¨¢ndole gran chambel¨¢n y pr¨ªncipe de Benevento. Sin embargo, disconforme con el cariz que fue adquiriendo la pol¨ªtica de Napole¨®n, se distanci¨® del emperador y, tras la derrota de Leipzig, abog¨® por la restauraci¨®n de los Borbones, lo cual le permiti¨® conseguir su viejo sue?o de dar a su pa¨ªs una monarqu¨ªa constitucional, aunque ello no evit¨® su escepticismo al ocupar el Ministerio de Asuntos Exteriores: ¡°Sire, este es mi juramento n¨²mero trece: esperemos que dure¡±.
Entretanto rindi¨® un gran servicio a Francia al intervenir activamente en el Congreso de Viena y contribuir a la reorganizaci¨®n pol¨ªtico-territorial de Europa, consiguiendo que su pa¨ªs fuese exonerado de su reciente pasado revolucionario. Tras la segunda restauraci¨®n de los Borbones, Luis XVIII, que ya le hab¨ªa hecho pr¨ªncipe de Talleyrand, le nombr¨® (una vez m¨¢s) ministro de Asuntos Exteriores y, tras su dimisi¨®n, le hizo (una vez m¨¢s) gran chambel¨¢n. Finalmente, tras la revoluci¨®n de 1830, jur¨® como rey a Luis Felipe de Orleans.
Retirado a su castillo de Valen?ay, pas¨® su tiempo redactando sus memorias, hasta que regres¨® a Par¨ªs, logrando, en un ¨²ltimo alarde de virtuosismo, reconciliarse con el Papa y morir cristianamente en 1838. Sin tiempo para decir m¨¢s (hay que leer necesariamente el libro) me limitar¨¦ a reproducir el epitafio que Xavier Roca-Ferrer recogiera del Manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki: ¡°Que Dios, si existe, tenga piedad de su alma, si la tuviera¡±.
Talleyrand?
Autor: Xavier Roca-Ferrer.
?Editorial: Arpa, 2021.
Formato: R¨²stica con solapas. 448 p¨¢ginas. 21,90 euros.
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