De la tradici¨®n a la utop¨ªa: Marte, feminismo y cultura pop
Un viaje espacial por la representaci¨®n literaria y cinematogr¨¢fica del planeta rojo, que protagoniza una muestra en el Centre de Cultura Contempor¨¤nia de Barcelona a partir del 25 de febrero
I.
En su tr¨¢nsito por el sistema solar, la Tierra se halla custodiada desde tiempos inmemoriales por Venus, planeta m¨¢s cercano al Sol que el nuestro, y Marte, al que un cintur¨®n de asteroides separa a su vez de los gigantes J¨²piter y Saturno. No cabe una imagen simb¨®lica m¨¢s precisa del ascendiente opresivo que han tenido sobre la cultura occidental las asignaciones a uno y otro planeta. Venus ha representado tradicionalmente lo femenino, es decir, lo ligado a la belleza, el amor y la fertilidad, algo que no deja de ser parad¨®jico, pues se trata de uno de los planetas m¨¢s inh¨®spitos del sistema solar; mientras que el imaginario mitol¨®gico y art¨ªstico asociado a Marte ha tenido que ver con la masculinidad viril: la ira, la guerra, la pasi¨®n. Sin embargo, es posible localizar expresiones de la cultura popular que han vulnerado esta dualidad, m¨¢s a¨²n, que en concreto permiten pensar lo marciano en t¨¦rminos ambiguos, susceptibles de lecturas feministas.
Lo cierto es que Marte deviene escenario literal e imaginario simb¨®lico de la cultura popular cuando, entre finales del siglo XIX y principios del XX, astr¨®nomos y exobi¨®logos coinciden en denominar ¡°canales¡± ciertos accidentes geogr¨¢ficos del planeta rojo y en concederles una procedencia artificial. La idea de que una civilizaci¨®n marciana ya extinta hubiese construido canales de riego dispar¨® la imaginaci¨®n de escritores e ilustradores. El fruto m¨¢s c¨¦lebre de esta moda es La guerra de los mundos (1898), novela en la que H.G. Wells refrenda la convenci¨®n de la belicosidad marciana al imaginar que los habitantes de ese planeta invaden el nuestro. Pero resulta significativo que, al mismo tiempo e incluso unos a?os antes, se hubieran escrito otras novelas en las que la dial¨¦ctica en torno a lo marciano responde a l¨®gicas m¨¢s complejas que nos permiten imaginar otros mundos, adem¨¢s de ataques.
As¨ª, en 1893 las estadounidenses Alice Ilgenfritz Jones y Ella Merchant escriben Unveiling a Parallel: A Romance, ejemplo de ciencia ficci¨®n temprana sobre un viajero de nuestro planeta que se topa en Marte con dos civilizaciones cuyas estructuras sociales contrapuestas sirven a las autoras para debatir modelos de relaciones entre hombres y mujeres: Paleveria, en la que se han invertido los roles que presiden la sociedad terrestre del momento, y Caskia, donde no reina la supremac¨ªa de un g¨¦nero sobre el otro, sino la armon¨ªa entre ellos. A trav¨¦s de esta dualidad, Jones y Merchant fabulan debates feministas de la ¨¦poca acerca de los mandatos de g¨¦nero, entre ellos los que corresponden al ejercicio del poder o la sexualidad.
Por su parte, Journey to Mars (1894), del tambi¨¦n estadounidense Gustavus W. Pope, y su secuela, Journey to Venus (1895), que inspiraron las c¨¦lebres sagas de Edgar Rice Burroughs ambientadas en uno y otro cuerpo celeste, conciben los planetas que rodean a la Tierra como sociedades cuyos ¨®rdenes medievales est¨¢n a punto de sucumbir a la revoluci¨®n popular. En ello juega un rol destacado la aguerrida princesa marciana Suhlamia. En este sentido, Journey to Mars prefigura tambi¨¦n la pel¨ªcula de ciencia ficci¨®n Aelita: reina de Marte (1924); aunque, dado el signo de los tiempos en la URSS, en esta estilizada realizaci¨®n de Yakov Protazanov la princesa protagonista hace gala de rasgos decadentistas y acaba por traicionar los ideales revolucionarios del pueblo marciano, lo que le cuesta la vida. Unveiling a Parallel: A Romance y Journey to Mars aspiran a la utop¨ªa art¨ªstica y pol¨ªtica. En cambio Aelita, que sufre de hecho la censura estalinista, acaba por ser una oda al conformismo ideol¨®gico.
II.
Como hemos apuntado, a Edgar Rice Burroughs le debemos el imaginario marciano quiz¨¢ m¨¢s popular de todos los tiempos, gracias a su ciclo de 11 novelas que arranca con Una princesa de Marte (1912) y concluye tres d¨¦cadas despu¨¦s con la colecci¨®n de relatos John Carter de Marte (1942). Burroughs insiste en el relato heroico del terrestre que viaja al planeta rojo, donde sus aventuras incluyen la conquista de una princesa local. La originalidad de Una princesa de Marte y sus continuaciones reside en que Dejah Thoris, la noble de la que se enamora el reci¨¦n llegado John Carter, encarna en buena medida los principios feministas de la New Woman, es decir, de la representaci¨®n poderosa de la mujer en la prensa y la cultura de masas que se deriva del feminismo de la primera ola en su vertiente amaz¨®nica. Dejah es atl¨¦tica, inteligente y decidida, ¡°la aut¨¦ntica hija de Marte, el dios de la guerra¡±, en palabras del propio Burroughs, que hace hincapi¨¦ en su desnudez como s¨ªmbolo de sensualidad ¡ªhablamos al fin y al cabo de literatura pulp¡ª, pero, tambi¨¦n, de afirmaci¨®n sin tapujos de su lugar en el mundo, de una voluntad f¨¦rrea de ser. La imagen de Dejah Thoris ha tenido un impacto profundo en la literatura y el cine posteriores, y hoy por hoy es m¨¢s popular que la del mismo John Carter, como ponen de manifiesto los c¨®mics de la editorial Dynamite sobre ella publicados en los ¨²ltimos a?os.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la ciencia ficci¨®n literaria se inclina hacia una vertiente m¨¢s reflexiva y cede espacio a la producida para el cine y, m¨¢s tarde, la televisi¨®n, cuyos imaginarios tardan en sintonizar con los adelantos cient¨ªficos y militares de la ¨¦poca. En el primer ¨¢mbito, el literario, resulta obligado detenerse en Cr¨®nicas marcianas (1950), suma de relatos crepusculares en la que Ray Bradbury plantea c¨®mo seres humanos procedentes de una Tierra futura amenazada por la guerra nuclear colonizan progresivamente un Marte cuya civilizaci¨®n tambi¨¦n agoniza. Bradbury piensa Marte como una proyecci¨®n de las esperanzas y las ansiedades de los Estados Unidos de los a?os cincuenta, marcados por la paranoia anticomunista, el p¨¢nico nuclear, el expansionismo militar, econ¨®mico y cultural, y el desarrollo del suburbio residencial. Algunos de los relatos que integran Cr¨®nicas marcianas, como Ylla, El desierto, Los pueblos silenciosos o Los largos a?os, ofrecen una visi¨®n acerca de las frustraciones y anhelos de sus personajes femeninos que se adelanta con lucidez tanto a las reflexiones sobre las mujeres estadounidenses de aquella d¨¦cada que articular¨¢ la ensayista Betty Friedan en La m¨ªstica de la feminidad (1963), como a la c¨¦lebre canci¨®n Life on Mars? (1971), en la que el m¨²sico David Bowie retrata a una adolescente que no puede escapar al callej¨®n sin salida de su realidad.
Por su parte, hasta que la carrera espacial entre Estados Unidos y la URSS legitima una ciencia ficci¨®n materialista frente al vuelo desbocado de la fantas¨ªa, el cine representa un espacio carente de prejuicios a trav¨¦s del cual sublimar la alienaci¨®n de la que Ray Bradbury ha dado cuenta aleg¨®ricamente en sus relatos: los autocines de extrarradio congregan a adolescentes con poder adquisitivo que se pierden en las im¨¢genes grotescas de la ciencia ficci¨®n de serie B; infinidad de t¨ªtulos que abarcan desde Vuelo a Marte (1951) a Mission Mars (1968) pasando por Invasores de Marte (1953), Devil Girl from Mars (1954), La reina del espacio exterior (1958), La furia del planeta rojo (1959), Los brujos de Marte (1965) o Mars Needs Women (1967).
Como puede observarse, Marte es junto a Venus uno de los escenarios privilegiados para debatir y resolver ¡ªsin que nadie lo perciba, ni siquiera los propios autores de este tipo de pel¨ªculas¡ª cuestiones como la masculinidad hist¨¦rica, que sigue a la heroicidad p¨¦trea del cine producido antes de la Segunda Guerra Mundial, y una feminidad alien¨ªgena cuya exuberancia contrasta con la domesticidad propia del ¨¢ngel del hogar; en definitiva, una mirada sobre el planeta rojo en la que se confunden el miedo al Otro ¡ªel comunismo sovi¨¦tico¡ª y a la Otra ¡ªla mujer como artefacto de poderes latentes¡ª.
III.
La llegada del ser humano a la Luna y los programas espaciales Voyager y Viking convierten hasta hoy a Marte en la siguiente parada de la exploraci¨®n espacial, por lo que la cultura popular empieza a considerar el planeta como un escenario no fabuloso sino factible. Lo simb¨®lico se desplaza de lo abstracto a lo social, y las representaciones de Marte y sus implicaciones son pragm¨¢ticas, cuando no estereot¨ªpicas. Recordemos la Trilog¨ªa marciana (1992-1996) del escritor de ciencia-ficci¨®n Kim Stanley Robinson y pel¨ªculas como Desaf¨ªo total (1990) y Fantasmas de Marte (2001), en las que la dureza ambiental del planeta rojo tiene un equivalente en mujeres de acci¨®n, sin complejos, adscritas al feminismo posmoderno que sigue a la segunda ola del movimiento. Pero puede que el producto de la cultura popular m¨¢s influyente del momento sea un libro de autoayuda: Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus: La gu¨ªa definitiva para entender a tu pareja (1992), en el que el psic¨®logo pop John Gray recurre a la heteronormatividad para devolver a Marte y Venus sus atributos convencionales en relaci¨®n con uno y otro g¨¦nero. Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus ha tenido infinidad de reediciones y secuelas, aunque en los ¨²ltimos a?os su autor ha relativizado lo esquem¨¢tico de sus propuestas, como delata el t¨ªtulo del reciente M¨¢s all¨¢ de Marte y Venus: Las relaciones en el complejo mundo actual (2018).
En todo caso, la apelaci¨®n de Gray a la mitolog¨ªa encuentra r¨¦plicas m¨¢s sugerentes en c¨®mics coet¨¢neos. En Watchmen (1989), Alan Moore recoge de Ray Bradbury la idea de Marte como refugio inestable para dos de los protagonistas, Espectro de Seda y Doctor Manhattan, frente a una Tierra en la que est¨¢n a punto de fracasar en tanto que reediciones de arquetipos superheroicos cl¨¢sicos. La inquietud de Moore por la pertinencia y sentido del superh¨¦roe y, sobre todo, de la superhero¨ªna, en un mundo que ha dejado de creer en los arquetipos de ficci¨®n tiene su c¨¦nit en Promethea (1999-2005): el viaje inici¨¢tico de su protagonista es capaz de resignificar Marte como contenedor figurado de lo asignado masculino al definirlo como ¡°planeta de la guerra, aunque en eso no hay ira sino estrategia, decisiones fr¨ªas, juicio fr¨ªo. (...) Marte te hace sentir bien. M¨¢s que dar miedo, estimula, es poderoso¡±.
Otra obra dibujada, como Promethea, por J.H. Williams pero escrita por Greg Rucka, Batwoman (2009-10), hace suyo asimismo el planteamiento de la guerra como estrategia desde los colores del uniforme de la superhero¨ªna, negro y rojo. Al guionizar las historias de Wonder Woman, Rucka insiste en ello reformulando el v¨ªnculo entre dos de las deidades que han sobrevolado las aventuras de la amazona desde su creaci¨®n, Ares-Marte y Afrodita-Venus, de modo que lo que siempre se hab¨ªa entendido como pugna entre guerra y amor ahora es punto de encuentro entre estrategia y emociones, lo que repercute en el signo del superhero¨ªsmo de Wonder Woman, obligado a ser m¨¢s cr¨ªtico y complejo.
IV.
Si Marte ha tendido a confluir en la cultura popular como planeta, mito e idea, en tiempos recientes ha predominado el ¨²ltimo de los tres aspectos citados, en especial si aplicamos una mirada feminista. El personaje que presta su nombre a la serie televisiva Veronica Mars (2004-2019) es una joven detective que resuelve sus casos en la peque?a ciudad imaginaria de Neptuno. El ascendiente marciano de Veronica sobre la localidad simboliza el tr¨¢nsito desde el posfeminismo milenarista al feminismo de cuarta ola: pese a haber sido violada, se niega a ser le¨ªda como v¨ªctima, es asertiva, y no se enga?a al respecto de la naturaleza desigual para unos y otras del sistema en el que lleva a cabo sus pesquisas, aunque se lo toma con humor. Puede que por ello Veronica Mars pasara en su momento bajo el radar anal¨ªtico, como suele ocurrir con la cultura pop sin discursos expl¨ªcitos, y m¨¢s si va dirigida a las chicas. Hablamos de una generaci¨®n que se ha criado con el anime de Naoko Takeuchi Sailor Moon (1992-1997), en el que el personaje de Guerrero Marte representa de manera espl¨¦ndida el esp¨ªritu impulsivo y vehemente de la serie, y con el videoclip Oops!... I Did It Again (2000), en el que la cantante Britney Spears recupera en suelo marciano el poder de fascinaci¨®n de la m¨ªtica Barbarella.
Todas estas manifestaciones tienen en com¨²n una sensualidad que lecturas reduccionistas han acotado al orden de la mirada heteronormativa. Sin embargo, a diferencia de los a?os cincuenta, periodo durante el cual las pulsiones l¨¦sbicas de muchas espectadoras frente a la cultura pulp, tambi¨¦n la audiovisual, se compart¨ªan en secreto, productos como Veronica Mars, Sailor Moon y Britney Spears son celebrados hoy por hoy abiertamente por el fandom queer. En este sentido, resulta tan anacr¨®nico como divertido que a la NASA le pareciera conveniente en 2017 que futuros viajes humanos a Marte constaran tan solo de mujeres como integrantes, para evitar distracciones l¨²bricas en su misi¨®n. No cuesta nada imaginar a todas esas tripulantes y expedicionarias abrazando al un¨ªsono el safismo en el planeta rojo, dando por fin un sentido completamente opuesto a lo representado por Marte durante siglos y proyectando hacia el infinito las utop¨ªas que imaginaron entre los siglos XIX y XX las primeras escritoras feministas de ciencia-ficci¨®n.
Elisa McCausland es cr¨ªtica e investigadora especializada en cultura popular y feminismo, autora de Wonder Woman: El feminismo como superpoder y coautora de Supernovas. Una historia feminista de la ciencia ficci¨®n audiovisual, ambos editados por Errata Naturae. Este texto forma parte del cat¨¢logo de la exposici¨®n Marte. El espejo rojo, que podr¨¢ verse en el Centro de Cultura Contempor¨¢nea de Barcelona (CCCB) a partir del 25 de febrero.
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