Contra el caos
Basta un solo fan¨¢tico, una cuadrilla reducida de iluminados para que un pa¨ªs entero vea c¨®mo se quiebra la heroica normalidad
Algo que descubre uno volviendo a ver en Filmin las pel¨ªculas de Ingmar Bergman es su calidad extraordinaria de escritor. Sus historias est¨¢n construidas con un rigor y una flexibilidad de novelas. En los di¨¢logos y en los mon¨®logos de sus personajes hay una elocuencia sin ret¨®rica, una nobleza expresiva que tiene mucho que ver con el mejor teatro, que seguramente le apasionaba m¨¢s que el cine. El t¨¦rmino ¡°teatral¡± referido a una pel¨ªcula suele ser derogativo, pero en el caso de Bergman define con exactitud una parte de su estilo: los personajes y sus palabras y silencios en el centro de la historia; la simplicidad m¨¢xima en la puesta en escena. Al contrario de los genios de la direcci¨®n que abundan en los teatros espa?oles, Bergman no necesitaba desfigurar el texto de una obra para revelar toda su hondura, ni para adaptarla apresuradamente a cualquier moda pol¨ªtica o est¨¦tica del presente. En un libro de memorias que confirma sus facultades literarias, Linterna m¨¢gica, describe a veces la preparaci¨®n de un montaje como un director de orquesta que quiere asegurarse de que ni una sola nota de la partitura queda confusa o no se escucha con claridad en el momento justo. Consciente sin duda de la languidez inevitable en el relato lineal de la propia vida ¡ªtan ajeno al modo en que funciona de verdad la memoria¡ª, Bergman se mueve con una voluble libertad entre las rememoraciones de la infancia y los episodios cercanos de su madurez atareada en el teatro y en el cine. El pasado y el presente se iluminan entre s¨ª: el director que imagina una escena antes de montarla est¨¢ ejerciendo la misma concentrada fantas¨ªa del ni?o que manipulaba un teatrillo de juguete, o el que encend¨ªa la l¨¢mpara de parafina y giraba la manivela de un proyector primitivo en una habitaci¨®n a oscuras en la que solo brilla el rect¨¢ngulo de una pantalla.
Bergman cuenta muy bien el trabajo inmenso, la disciplina, la dificultad, la perseverancia en la preparaci¨®n de un montaje, la inseguridad constante, la angustia del posible fracaso, que se mezcla a las otras angustias de la vida, la certeza triste de que rara vez habr¨¢ correspondencia entre el esfuerzo y el resultado, entre el logro colectivo y el reconocimiento p¨²blico, todo esto en un pa¨ªs de instituciones culturales tan s¨®lidas como Suecia. Una ma?ana fr¨ªa y soleada, en Estocolmo, en el pasado reciente que ya es otra ¨¦poca, no hace ni a?o y medio, mi amigo Gaspar Cano me se?al¨® un edificio bello e imponente, de una modernidad como de la Viena de 1900, y me dijo, no sin reverencia, porque es hombre de grandes devociones teatrales: ¡°Ese es el Dramaten. Aqu¨ª trabaj¨® Bergman toda su vida¡±.
Quiz¨¢s tengo una sensibilidad excesiva hacia las quiebras amenazadoras de lo cotidiano. Fui muy joven en un pa¨ªs que despu¨¦s de d¨¦cadas de tiran¨ªa se asomaba a la libertad bajo la amenaza de sembradores eficientes del caos, patriotas espa?oles y patriotas antiespa?oles que exig¨ªan sacrificios humanos.
En ese lugar debi¨® de suceder una escena que me ha dado mucho que pensar en los ¨²ltimos d¨ªas, desde que la le¨ª en Linterna m¨¢gica. Un d¨ªa de invierno, en 1986, en febrero, Bergman est¨¢ ensayando con la compa?¨ªa una obra de August Strindberg que a ¨¦l le gusta mucho y al mismo tiempo le parece complicada en exceso y le irrita por sus estridencias y sus desmesuras, El sue?o. Es una de esas veces en las que todo se conjura para ir mal. Hay dificultades t¨¦cnicas, focos que no funcionan, elementos de vestuario equivocados, actores que no se concentran, hasta un encargado de zapater¨ªa que ha hecho mal su trabajo. Bergman lleva semanas sin dormir bien, padece del est¨®mago, se arrepiente de haberse metido en ese empe?o, tiene la tentaci¨®n de abandonar. En ese ambiente deplorable, alguien llega de fuera e interrumpe el ensayo: Olof Palme, el primer ministro de Suecia, acaba de ser asesinado, en una calle del centro, cuando sal¨ªa del cine con su mujer, sin escolta, caminando.
Actores y t¨¦cnicos se re¨²nen en el escenario. Cuesta alzar la voz, sobreponerse al estupor y al espanto. La opini¨®n com¨²n es que el montaje, ya muy cerca del estreno, debe cancelarse. Entonces alguien levanta la mano y dice: ¡°Quien ha matado a Palme quer¨ªa sembrar el caos. Si nosotros suspendemos la obra, estaremos contribuyendo al caos en alguna medida. Tenemos que seguir ensayando y estrenar en el d¨ªa previsto¡±.
De mala gana, en un estado de shock m¨¢s acusado porque se trata de un pa¨ªs donde es inimaginable el asesinato pol¨ªtico, los actores, los t¨¦cnicos, los sastres, los figurinistas, el propio Bergman reanudan los ensayos, y la obra tan dif¨ªcil de Strindberg se estrena sin retraso, y hasta tiene ¨¦xito, aunque no demasiado, una acogida respetuosa pero no entusiasta, no lo suficiente para que se llene el teatro todos los d¨ªas, y menos a¨²n para que se prolonguen las funciones acordadas.
Pero al menos el caos, en una modesta medida, ha sido conjurado. El que dispara sobre otro ser humano, el que siembra la destrucci¨®n, el que pone su ambici¨®n o su codicia o su delirio por encima del bien de los otros act¨²a como agente del caos, porque el caos es la ruptura de las normas casi siempre ordinarias y banales que sostienen la convivencia entre los seres humanos y ayudan a reducir el sufrimiento, y favorecen la alegr¨ªa y la serenidad. Basta un solo fan¨¢tico, un solo demente, una cuadrilla reducida de iluminados para que un pa¨ªs entero sufra la irrupci¨®n del caos. August Strindberg escribi¨® ¨¦l solo y asediado por sus obsesiones aquel drama que Bergman estaba montando en febrero de 1986. Pero para ponerlo en pie, para que cobraran voz las palabras escritas y presencia los personajes so?ados, hizo falta el esfuerzo perseverante, organizado, compartido de una comunidad de personas de talentos y oficios muy variados, todas ellas sin duda guiadas por el prop¨®sito de ganarse dignamente la vida, pero tambi¨¦n confabuladas en una propensi¨®n hacia lo quim¨¦rico y lo so?ado, una actitud en la que hay algo de la puerilidad de aquel ni?o solitario que jugaba con su teatrillo de cart¨®n.
Quiz¨¢s tengo una sensibilidad excesiva hacia las quiebras amenazadoras de lo cotidiano. Fui muy joven en un pa¨ªs que despu¨¦s de d¨¦cadas de tiran¨ªa se asomaba a la libertad bajo la amenaza de sembradores eficientes del caos, pistoleros de extrema derecha y de extrema izquierda igual de sanguinarios, patriotas espa?oles y patriotas antiespa?oles unidos por la devoci¨®n a sus patrias can¨ªbales que exig¨ªan sacrificios humanos. Cuando ahora siento incertidumbre y angustia me acuerdo de las angustias y las incertidumbres terribles de entonces. Como esos actores de Bergman, procuro celebrar sobre todo el hero¨ªsmo de la normalidad.
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aqu¨ª para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.