Bienvenidos a la era de la distop¨ªa
De ¡®Years and years¡¯ a ¡®El juego del calamar¡¯, florecen las historias que abordan la realidad desde el prisma del pesimismo y la angustia existencial. Francisco Martorell Campos analiza el fen¨®meno en un libro que se publica este mi¨¦rcoles, del que ¡®Babelia¡¯ adelanta dos cap¨ªtulos
Bienvenidos a Distopiland
Arranquemos con cifras. The Guardian inform¨® el 17 de septiembre de 2019 de que Los testamentos (Atwood, 2019) hab¨ªa vendido en cinco d¨ªas m¨¢s de cien mil copias en Estados Unidos. Traducida a cincuenta y cuatro idiomas, la trilog¨ªa Los juegos del hambre (Collins, 2008) lleva vendidos m¨¢s de cien millones de ejemplares, sin contar los de la precuela, Balada de p¨¢jaros cantores y serpientes (Collins, 2020). La versi¨®n cinematogr¨¢fica del primer volumen de la saga recaud¨® la nada despreciable cantidad de setecientos millones de d¨®lares. Cuant¨ªas similares engalanan las novelas Divergente (Roth, 2011) y, algo por debajo, El corredor del laberinto (Dashner, 2009). Tras la llegada a la presidencia de Donald Trump, 1984 (Orwell, 1949) bati¨® r¨¦cord de ventas. La t¨®nica se reproduce dentro del ¨¢mbito televisivo. La serie El cuento de la criada gan¨® ocho galardones de los premios Emmy en 2017, edici¨®n en la que Westworld contaba con hasta veintid¨®s nominaciones, mientras que Black Mirror lider¨® el rating de audiencia de las plataformas de streaming durante seis semanas de 2018. Al a?o siguiente, Years and years arras¨® en todo el mundo.
Los marcadores ilustran que a lo largo del siglo XXI la distop¨ªa ha dejado de ser una rama de la ciencia ficci¨®n atiborrada de t¨ªtulos minoritarios y agraciada con ¨¦xitos dispersos. Se ha convertido en una moda de masas altamente rentable que suministra a los fans multitud de bestsellers, blockbusters y merchandising. Entre los consumidores m¨¢s recalcitrantes de la marca distop¨ªa destacan, con permiso de los boomers de clase media, los millennials, lanzados a la adquisici¨®n fogosa de ma?anas fallidos, duplicados al infinito a ra¨ªz del pelotazo comercial de Los juegos del hambre. No hay duda, visto lo visto, de que vivimos rodeados de distop¨ªas ¡°que enganchan como un opi¨¢ceo de Purdue Pharma Inc. o una cuenta de Facebook¡±. Entretanto, la utop¨ªa aparece como un art¨ªculo prehist¨®rico y sopor¨ªfero, procedente de eras remotas. Sin que nadie lo lamente, se disipa.
El cambio clim¨¢tico, la extrema derecha, el agotamiento de los recursos, la desigualdad, el terrorismo, el poder de las corporaciones y la precarizaci¨®n han aupado el miedo
La adicci¨®n del gran p¨²blico a las historias dist¨®picas apenas alumbra la superficie de la distopofilia que nos embarga. A poco que hurguemos, descubriremos algo que se antoja menos ef¨ªmero que la moda en curso: la distopizaci¨®n de la cultura contempor¨¢nea. Arrastrados por las cadencias prevalentes, percibimos e interpretamos la realidad dist¨®picamente, persuadidos de sufrir manipulaciones rec¨®nditas y de morar en las entra?as de un declive civilizatorio continuo. Siendo esto as¨ª, se entiende que en 2019 Emmanuel Macron ordenara al Ministerio de los Ej¨¦rcitos alistar a escritores de ciencia ficci¨®n con el objeto de adelantarse a la aparici¨®n de entornos disruptivos. En vez de contratar a esa valiosa gente para discurrir futuros deseables y t¨¢cticas para realizarlos, Macron prefiri¨®, extenuado por la ansiedad anticipatoria, prepararse ante males hipot¨¦ticos. Actu¨® igual que los miembros de las ¨¦lites que destinan sumas multimillonarias a la construcci¨®n de refugios privados donde guarecerse cuando las calamidades estallen. E igual, esa es otra, que la sociedad in toto: a expensas del miedo, disparador dist¨®pico por antonomasia.
Desagradable y necesario, el miedo es el ¡°constituyente b¨¢sico de la subjetividad actual¡± y ¡°el m¨¢s siniestro de los m¨²ltiples demonios que anidan en las sociedades abiertas de nuestra ¨¦poca¡±. El cambio clim¨¢tico, el auge de la extrema derecha, el agotamiento de los recursos, el aumento de la desigualdad, el terrorismo islamista, el poder de las corporaciones y la precarizaci¨®n laboral lo han aupado a la categor¨ªa de turbaci¨®n omnipresente e indisoluble, cualidades que transfiere a las sensaciones de inseguridad y vulnerabilidad que lo escoltan. Claro est¨¢, o deber¨ªa estarlo, que el quid de la cuesti¨®n no radica en el miedo en s¨ª mismo, una emoci¨®n humana normal. Radica en la ubicuidad suprema que ha adquirido, rec¨ªproca a su desmedida instrumentalizaci¨®n pol¨ªtica. Si el miedo siempre sirvi¨® a las ¨®rdenes de las ingenier¨ªas de control, hoy ese papel se redobla apelando a los m¨¢s heterog¨¦neos peligros. Entre los miedos que se publicitan hay unos cuantos que responden a amenazas objetivas. El resto son ideol¨®gicos e inducidos. Unos sienten miedo ante la destrucci¨®n del planeta, otros ante la llegada de inmigrantes, la p¨¦rdida del empleo, la degeneraci¨®n de las costumbres, los alimentos transg¨¦nicos, el avance del feminismo, los gobiernos retr¨®grados o la ocupaci¨®n de viviendas. El d¨ªa a d¨ªa revolotea alrededor del miedo.
Los atentados a las Torres Gemelas en 2001 y la bancarrota financiera de 2008 amplificaron la incidencia social y los usos pol¨ªticos del miedo. El pavor despertado por el futuro desde hac¨ªa bastantes d¨¦cadas se ensanch¨® con desmesura. La deriva milenarista y fin de si¨¨cle exhibida a las puertas del 2000 fue el anticipo de lo que iba a llegar: una ¨¦poca de desencanto y malestar en la que el futuro pierde su aureola y degenera en un territorio hostil, poblado con las peores pesadillas y presagios, atravesado por el sentir de que nuestras fechor¨ªas, vicios y ego¨ªsmos van a ser castigados. Dos d¨¦cadas m¨¢s tarde, testamos un ambiente todav¨ªa m¨¢s desilusionado, subyugado por la ¡°fascinaci¨®n por el apocalipsis¡± y por la impresi¨®n de vivir tiempos de pr¨®rroga, ubicados despu¨¦s del despu¨¦s, en la antesala de la condena terminal, del ma?ana donde el orbe colapsar¨¢ de sopet¨®n. N¨®tese, cabr¨ªa puntualizar, c¨®mo las alocuciones integristas de la fijaci¨®n apocal¨ªptica en curso difieren de la tradicional. Los apocalipsis antiguos inclu¨ªan la expectativa mesi¨¢nica de que tras el correctivo impartido por la Gran Hecatombe surgir¨ªa la regeneraci¨®n en un universo purificado de las maldades pret¨¦ritas. Esperanza y miedo se sustentaban rec¨ªprocamente. En cambio, el apocalipsis presente carece de gratificaci¨®n posterior al castigo. Pronuncia los versos del puro final. Sus murmullos suenan como quejidos infecundos en los bulevares de Distopiland.
Preliminares de la moda dist¨®pica actual
El fil¨®sofo estadounidense Fredric Jameson afirma que el v¨ªnculo establecido entre la marcada disminuci¨®n de nuevas utop¨ªas y el aumento exagerado de todo tipo de distop¨ªas concebibles viene despuntando durante las ¨²ltimas d¨¦cadas. Dicha relaci¨®n, me permito corregir, se remonta m¨¢s atr¨¢s en el tiempo. Si bien es incontestable que la mitoman¨ªa dist¨®pica tiene en los atentados de 2001 y en la crisis de 2008 sus interruptores, no menos verdad es que remacha tendencias previas, alimentadas por los miedos que florecieron en los siglos XIX y XX. El desencanto ante las promesas ilustradas y la industrializaci¨®n dieron pie a los ataques, ideol¨®gicamente dispares, de los rom¨¢nticos decimon¨®nicos contra la Zivilisation, nomenclatura que designaba a la sociedad mecanicista, urbana, cientificista e individualista que estaba sustituyendo a la Kultur org¨¢nica, rural, espiritual y comunitaria. A ojos de numerosos intelectuales del momento, la llegada de la Zivilisation condenaba a los hombres a una existencia superficial, degradada e impersonal, y a Occidente a cruzar ¡°un proceso de deterioro, agotamiento y colapso inevitable¡±. La costumbre de tachar a las sociedades occidentales de decadentes y enfermas tuvo en las facciones antimodernas y/o victorianas del XIX su fuente, igual que la distop¨ªa misma, que germin¨® entonces.
La Primera Guerra Mundial y la Gran Depresi¨®n ensancharon el influjo del pesimismo cultural y facilitaron que las incipientes distop¨ªas ganaran adeptos y reputaci¨®n. Para los eruditos despechados de la d¨¦cada de 1930, ¡°la Primera Guerra Mundial, el ascenso del fascismo, la degeneraci¨®n del comunismo sovi¨¦tico en estalinismo y el fracaso del capitalismo occidental [¡] eran comentarios burlones lanzados contra las esperanzas ut¨®picas¡±. Su estado de ¨¢nimo era firmemente dist¨®pico.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, y con los totalitarismos, las bombas at¨®micas, los genocidios, el Gulag y la violencia de Estado ocupando el primer plano de la discusi¨®n, ya era la distop¨ªa la que acaparaba el estrellato, no la utop¨ªa, cuyas presencias editoriales descendieron hasta m¨ªnimos hist¨®ricos, sin rozar nunca la resonancia obtenida por Edward Bellamy, ?tienne Cabet o H. G. Wells. Estas din¨¢micas no cambiar¨ªan en adelante, ni siquiera en el lapso 1974-1976, cuando el feminismo, el ecologismo y la contracultura espolearon la escritura de Los despose¨ªdos (Le Guin, 1974), Ecotop¨ªa (Callenbach, 1975), El hombre hembra (Russ, 1975) y Mujer al borde del tiempo (Piercy, 1976), utop¨ªas cruciales para la renovaci¨®n del g¨¦nero. Su importancia no puede hacernos perder de vista que las distop¨ªas ganaron cuantitativa y cualitativamente por goleada en id¨¦nticas fechas, mientras el lozano capitalismo tard¨ªo comandaba, auxiliado por las incipientes tecnolog¨ªas inform¨¢ticas, el salto de los mercados nacionales al mercado global, de la econom¨ªa industrial a la econom¨ªa financiera, de la socialdemocracia al neoliberalismo, canjes que fraguaron el tr¨¢nsito de la modernidad a la posmodernidad.
Sol¨ªa haber individuos que desfilaban con carteles en que se proclamaba: ¡°?El fin del mundo est¨¢ pr¨®ximo!¡±. Ahora han sido reemplazados por una legi¨®n de personas serias
Distopiland cuenta con tanteos prematuros. El soci¨®logo Fred Polak notific¨® en 1953 que Occidente estaba asistiendo a la ¡°decadencia de las im¨¢genes ut¨®picas del futuro, reflejo de la fe perdida en la fuerza humana y la libre autodeterminaci¨®n¡±. Coincidiendo con el inicio de la crisis del petr¨®leo y la publicaci¨®n de Los l¨ªmites del crecimiento por parte del Club de Roma, John Maddox, director de la revista Nature, auscult¨® los primeros indicios de la distopofilia. Corr¨ªa el a?o 1972. Los riesgos que catapultaban el miedo en la sociedad de la ¨¦poca eran la superpoblaci¨®n, el DDT, la ingenier¨ªa gen¨¦tica, la energ¨ªa at¨®mica y el agotamiento de los alimentos, amenazas rentabilizadas por la ciencia ficci¨®n catastrofista y los ensayos superventas de Paul R. Ehrlich y Barry Commoner, cient¨ªficos de divulgaci¨®n propensos al alarmismo sensacionalista. Con ellos en mente, Maddox decret¨®:
Los profetas del desastre se han multiplicado notablemente en los ¨²ltimos a?os. Sol¨ªa haber individuos que desfilaban por las calles de la ciudad con carteles en que se proclamaba: ¡°?El fin del mundo est¨¢ pr¨®ximo!¡±. Ahora han sido reemplazados por una legi¨®n de personas serias, de cient¨ªficos, fil¨®sofos y pol¨ªticos, que proclaman que hay calamidades m¨¢s sutiles esper¨¢ndonos a la vuelta de la esquina.
La distopizaci¨®n de los imaginarios tampoco pas¨® desapercibida a los estudiosos de la ciencia ficci¨®n. Kingsley Amis public¨® New Maps of Hell (1960), compilaci¨®n de ensayos que vinculaba la supremac¨ªa dist¨®pica a la consternaci¨®n desatada por la Segunda Guerra Mundial y los reg¨ªmenes de Hitler y Stalin. Dos a?os despu¨¦s, Chad Walsh informaba en From Utopia to Nightmare de que ¡°el lector que busque utop¨ªas actuales, probablemente las encontrar¨¢ torpes y poco convincentes. Pero si quiere pesadillas presentadas por expertos, puede elegir entre una variedad de horrores mayor que la descrita por Dante¡±. Premisas an¨¢logas decoraron The Future as Nightmare (1967), de Mark Hillegas, y Science Fiction and the New Dark Age (1976), de Harold Berger. Entre ambos, apareci¨® Historia de la ciencia ficci¨®n (1971), del escritor Sam Lundway, donde leemos:
Muchos escritores de ciencia ficci¨®n son unos mis¨¢ntropos incurables. Esto podr¨ªa ser resultado de una inclinaci¨®n ins¨®litamente pesimista o de una gran perspicacia, pero lo cierto es que pocos escritores modernos de SF hallan razones para contemplar el futuro con gran esperanza [¡]. El futuro resultar¨¢ ser exactamente como nuestra propia ¨¦poca [¡], solo que peor. Y luego reflejan un infierno sobre la Tierra.
La cimentaci¨®n de Distopiland recibi¨® el espaldarazo definitivo el nueve de noviembre de 1989, d¨ªa en que se produjo la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn. La utop¨ªa sufri¨® una bofetada brutal, pues el lance parec¨ªa ratificar que los sue?os de perfeccionamiento y emancipaci¨®n hab¨ªan fracasado donde m¨¢s duele, en la pr¨¢ctica. El acontecimiento aglutin¨® simb¨®licamente el tropel de fracasos vividos por los movimientos revolucionarios en el pasado, fracasos que, reunidos de golpe, se manifestaron intolerables, humillantes, imposibles de procesar. Nada quedaba ah¨ª de la dignidad y la aureola desprendidas de los reveses previos (Comuna de Par¨ªs, guerra civil espa?ola, Mayo del 68, Gobierno de Pinochet), capaces de dispensar orgullo e incitar el af¨¢n de revancha. En esta ocasi¨®n, la derrota era categ¨®rica. Los escombros taponaron el horizonte ut¨®pico socialista que hab¨ªa conferido esperanza a millones de personas. Esperanza, a decir verdad, que llegaba menguada a causa de la larga secuencia de desenga?os estrenada con la naturaleza totalitaria de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y prorrogada por la represi¨®n de la Primavera de Praga, las matanzas de la Revoluci¨®n Cultural y el genocidio de Camboya. Quienes en otros lapsos confiaron en transformar el mundo enfermaron de estr¨¦s postraum¨¢tico y sobrevivieron atormentados por el duelo y la culpa. Resentidos y desmoralizados, cooperaron en la desutopizaci¨®n de la conciencia pol¨ªtica consolidada aquella jornada, como una venganza tard¨ªa por las ilusiones esgrimidas en la juventud.
Contra la distop¨ªa
Editorial: La Caja Books, 2021.
Formato: 256 p¨¢ginas, 17,50 euros.
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