?Qu¨¦ pas¨® el 24 de octubre de 1929?
La Gran Depresi¨®n fue tan dura y agria porque falt¨® liderazgo y cooperaci¨®n internacional. Es inquietante observar que lo que est¨¢ ocurriendo con esta crisis cada vez se parece m¨¢s a lo de los a?os treinta
Cuando a las diez de la ma?ana del jueves 24 de octubre de 1929 son¨® la campana que abri¨® la sesi¨®n en Wall Street, hab¨ªa m¨¢s de un millar de miembros del New York Stock Exchange en la sala de negociaciones, por encima de los 750 habituales. El refuerzo obedec¨ªa a la cantidad de ¨®rdenes de venta cursadas durante la noche anterior. El n¨²mero de operadores de tel¨¦grafo tambi¨¦n hab¨ªa sido reforzado en previsi¨®n de una sesi¨®n que se esperaba movida. En el Curb Exchange -hoy denominado American Stock Exchange- se puso a la venta un enorme paquete de acciones de la conocida firma Cities Service Co. y su cotizaci¨®n comenz¨® a caer de inmediato. Fue la se?al que desat¨® una furia vendedora de manera que en pocos minutos se cursaron ¨®rdenes de venta por un mill¨®n de t¨ªtulos. Las cotizaciones se desplomaron, a las once de la ma?ana el p¨¢nico se hab¨ªa apoderado del parqu¨¦ y el frenes¨ª vendedor parec¨ªa imparable. Cuando las noticias de lo que ocurr¨ªa en el interior de la Bolsa se conocieron fuera de sus muros, una multitud, entre curiosa y preocupada, se congreg¨® en la c¨¦lebre intersecci¨®n de Wall Street con Broad Street. La polic¨ªa de Nueva York tuvo que tomar posiciones para evitar posibles disturbios.
A¨²n se debate sobre sus causas. Lo seguro son sus consecuencias: paro, deflaci¨®n, fascismo y guerra
Para el mediod¨ªa se convoc¨® una reuni¨®n urgente en las oficinas de JP Morgan a la que acudieron los principales banqueros de Nueva York. Se trataba de formar un pool con la finalidad de frenar la ca¨ªda del precio de las acciones. La reuni¨®n tuvo un efecto sedante, pues por la tarde se desaceler¨® la ca¨ªda de la Bolsa. Al terminar la jornada, Thomas Lamont, socio de Morgan, se dirigi¨® a los periodistas para dar cuenta de la reuni¨®n y calmar los ¨¢nimos. Sus declaraciones fueron desconcertantes: los banqueros, dijo, atribu¨ªan la ca¨ªda a cuestiones estrictamente t¨¦cnicas, no a un deterioro de la econom¨ªa.
En Washington, los miembros del Consejo de la Reserva Federal estuvieron todo el d¨ªa pendientes de lo que pasaba en Wall Street. Se reunieron en dos ocasiones. Estuvieron presididos por Andrew Mellon, el secretario del Tesoro, con la atenci¨®n centrada en Nueva York, pero pudieron comprobar que acontecimientos similares se registraban en las Bolsas de Chicago, Boston, Filadelfia, San Francisco y Los ?ngeles.
En las jornadas del viernes 25 y del s¨¢bado 26 se repiti¨® el ambiente vendedor y la semana siguiente empez¨® con mal pie. El lunes 28 fue un d¨ªa terrible: los temores del jueves 24 se reprodujeron y durante la sesi¨®n salieron a la venta nueve millones de t¨ªtulos. Los banqueros decidieron reunirse de nuevo: reconocieron que las fuerzas del mercado estaban m¨¢s all¨¢ de su control; tomaron conciencia de que no pod¨ªan frenar el descenso sino, todo lo m¨¢s, impedir un desorden vendedor. A pesar de las declaraciones del presidente Herbert Hoover afirmando que "los fundamentos de la econom¨ªa, es decir, la producci¨®n y la distribuci¨®n, son s¨®lidos y la prosperidad continuar¨¢", lo cierto es que el sentimiento general de compradores y vendedores era que el boom burs¨¢til hab¨ªa terminado.
El martes 29 fue el d¨ªa m¨¢s devastador de los 112 a?os de la historia de la Bolsa de Nueva York. Las ventas comenzaron nada m¨¢s abrir el mercado. Se produjo una avalancha de ¨®rdenes: bloques enteros de acciones se pusieron a la venta; nadie se libr¨® de la ca¨ªda de los precios; las acciones industriales descendieron un 30% de media; los t¨ªtulos de los bancos y de los investment trust cayeron por encima del 40%. El Dow Jones se desplom¨® 50 puntos, de manera que al finalizar el d¨ªa las ganancias de los 12 meses anteriores se hab¨ªan esfumado. Se repitieron las reuniones de los banqueros; superados por los acontecimientos, no pudieron llegar a ning¨²n acuerdo y dieron por finiquitados sus anteriores intentos de coordinar acciones para sostener las cotizaciones. Algunos pidieron el cierre de la Bolsa, pero la mayor¨ªa no secund¨® la propuesta. Los miembros del Consejo de la Reserva Federal se citaron al mismo tiempo que abr¨ªa la Bolsa y no se separaron hasta que cerr¨®. Debatieron la posibilidad de tomar alguna medida para calmar el mercado. Estaban tan desconcertados como Wall Street y tampoco ten¨ªan claro si intervenir en el mercado burs¨¢til era una de sus responsabilidades. Culparon a la especulaci¨®n y pensaron, como Mellon, que la purga liquidacionista no vendr¨ªa mal.
El mi¨¦rcoles 30 y el jueves 31 continu¨® la t¨®nica de d¨ªas anteriores, aunque el ansia vendedora remiti¨®. Para alivio de los operadores, el viernes y el s¨¢bado el mercado estuvo cerrado. Cuando la Bolsa reabri¨® sus puertas en noviembre las ventas masivas se reanudaron. Las sesiones del 11, 12 y 13 fueron particularmente nefastas. El descenso continu¨® el resto de ese mes y del siguiente. Para entonces era obvio que Wall Street hab¨ªa perdido la confianza y tardar¨ªa en recuperarse. Y as¨ª fue: la Bolsa sigui¨® su marcha descendente hasta 1932, llegando a perder el 80% de su valor.
Los efectos del crac sobre las expectativas de los inversores fueron devastadores. Tambi¨¦n lo fue para el valor contable de empresas: su capitalizaci¨®n cay¨® al tiempo que ca¨ªa el valor de sus t¨ªtulos en el Bolsa; y todos aquellos que hab¨ªan invertido su patrimonio observaron c¨®mo el valor de sus carteras se evaporaba en pocos d¨ªas. Los que hab¨ªan tomado prestado para la compra de t¨ªtulos comprobaron que no pod¨ªan devolver sus cr¨¦ditos y muchos brokers quebraron al tiempo que sus clientes se arruinaban. En Europa y en otras partes del mundo lo acaecido en Nueva York no pas¨® inadvertido; el descenso americano se transmiti¨® como la p¨®lvora a todos los mercados burs¨¢tiles. En Berl¨ªn, donde la ca¨ªda hab¨ªa comenzado casi dos a?os antes, el colapso de Wall Street acentu¨® su descenso e hizo imposible una recuperaci¨®n; Londres y Par¨ªs siguieron la senda descendente marcada por Nueva York.
El crac de octubre de 1929 gener¨® una atm¨®sfera de temor y un ambiente de incertidumbre sobre el futuro inmediato de la econom¨ªa; los consumidores, temiendo un descenso de su renta futura, revisaron a la baja sus expectativas y aplazaron o suspendieron sus compras de bienes de consumo duradero; los productores, ante el empeoramiento de las condiciones de los mercados y desorientados sobre cu¨¢l podr¨ªa ser la evoluci¨®n de los negocios, se replantearon sus planes de inversi¨®n en equipos y nuevas plantas, posponiendo adquisiciones hasta que se despejasen las inc¨®gnitas abiertas por la cat¨¢strofe de Wall Street. Familias y empresas comprobaron que el crac afectaba al funcionamiento normal del sistema financiero y que se hab¨ªa interrumpido el flujo de cr¨¦dito bancario.
Tras el crac burs¨¢til de 1929 sobrevino una crisis financiera de consecuencias devastadoras. La crisis explot¨® en mayo de 1931 con la quiebra del gigante austriaco Creditanstalt. La desconfianza se extendi¨® de Viena a Berl¨ªn, donde en pocas semanas se produjo una masiva retirada de dep¨®sitos. La paralizaci¨®n del sistema bancario germano se contagi¨® al resto de Europa, con quiebras y suspensiones de pago en Italia, Hungr¨ªa, Checoslovaquia y otros pa¨ªses del Este continental. Las entidades que no cerraron fueron intervenidas. La econom¨ªa mundial cay¨® en picado y una d¨¦cada despu¨¦s la producci¨®n y el empleo todav¨ªa no hab¨ªan recuperado el nivel de 1929.
Las causas de la Gran Depresi¨®n contin¨²an siendo un enigma y, pese a los avances en la investigaci¨®n, el debate sigue abierto. Donde s¨ª parece existir mayor acuerdo es en su significado hist¨®rico. Lo anticip¨® Maynard Keynes, quien en 1931 escribi¨® que el mundo estaba en medio de una gran cat¨¢strofe econ¨®mica, una que quiz¨¢ acabase con el capitalismo y con la sociedad liberal; una crisis que en el futuro ser¨ªa considerada como un punto de no retorno. El genial economista de Cambridge acert¨®: despu¨¦s de 1929 el mundo ya no fue igual. La Gran Depresi¨®n, con sus secuelas en forma de paro y deflaci¨®n, dej¨® una huella imborrable. Su recuerdo est¨¢ asociado a la consolidaci¨®n del fascismo, al ascenso del nazismo y a la II Guerra Mundial. La Gran Depresi¨®n modific¨® de manera radical las reglas y las instituciones que hab¨ªan gobernado el mundo econ¨®mico hasta entonces. Con la Gran Depresi¨®n muri¨® el capitalismo liberal, fue el fin del laissez-faire; laissez-passer.
En una reciente conferencia en Madrid, Robert Skidelsky, bi¨®grafo de Keynes, record¨® que la Gran Depresi¨®n fue tan dura y agria porque falt¨® liderazgo y cooperaci¨®n internacional. Ahora estamos ante la primera gran crisis econ¨®mica del siglo XXI que cada vez se va pareciendo m¨¢s a la de los a?os treinta. A¨²n no sabemos del todo la intensidad, duraci¨®n y coste de la crisis, pero por la senda que vamos puede ser peor que lo ocurrido hace m¨¢s de 80 a?os. No soy de los que piensan que los responsables ¨²nicos son los pol¨ªticos, los banqueros, los empresarios o los sindicalistas. En las sociedades democr¨¢ticas todos somos responsables de todo. Y ahora, como entonces, vuelven a escasear las ideas, el coraje, el liderazgo y la cooperaci¨®n. Lo ¨²nico que nos puede salvar de la hecatombe.
Pablo Mart¨ªn-Ace?a es catedr¨¢tico de Historia Econ¨®mica de la Universidad de Alcal¨¢ (UAH).
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