Nuevos compatriotas
A mi amigo, que lleva la mayor parte de su vida en Espa?a, conseguir la nacionalidad le ha supuesto un calvario de tr¨¢mites
Mi amigo exbrit¨¢nico ense?a con cierto orgullo su nuevo carnet de identidad espa?ol y su pasaporte de la Uni¨®n Europea, pero a¨²n conserva h¨¢bitos mentales y ling¨¹¨ªsticos de su antigua condici¨®n, cuando era un forastero muy interesado pero tambi¨¦n ajeno, inmune a los berrinches que nos aquejan a los nativos. A mi amigo, que lleva la mayor parte de su vida en Espa?a, y que re¨²ne copiosamente los m¨¦ritos objetivos en favor de su solicitud, conseguir la nacionalidad le ha supuesto un largu¨ªsimo calvario de papeleos y tr¨¢mites, la mayor parte obtusos. Este es un pa¨ªs donde el espec?t¨¢culo grosero y fr¨ªvolo de la pol¨ªtica agota las energ¨ªas que debieran dedicarse a idear y poner en pr¨¢ctica pol¨ªticas de calado en beneficio de la mayor¨ªa, y en el que una gran parte de esas pol¨ªticas necesarias que s¨ª salen adelante quedan malogradas o se frustran del todo por culpa de una Administraci¨®n superpoblada en lo superfluo, en la morralla del clientelismo pol¨ªtico, pero muy mermada en todo lo fundamental, en el servicio a la ciudadan¨ªa, en el buen gobierno y la transparencia, en la gesti¨®n ordenada y eficaz de las cosas.
Vistas las dificultades de una candidatura tan evidente como la suya, mi amigo, William Chislett, se pregunta c¨®mo ser¨¢ llegar huyendo de la persecuci¨®n o de la guerra y pedir asilo pol¨ªtico, o aspirar a la residencia o la nacionalidad si uno no tiene credenciales y t¨ªtulos, solo el trabajo de sus manos. Hablando de unas cosas y otras, de esta Administraci¨®n p¨²blica en la que las promesas de la digitalizaci¨®n se resumen en la imposibilidad no ya de que a uno lo reciban en persona, sino de hablar con alguien que no sea una m¨¢quina, llegamos al asunto escandaloso de la inaccesibilidad de los archivos p¨²blicos espa?oles, que sabotea por igual el trabajo de los historiadores y el control democr¨¢tico de las acciones del Gobierno. Aqu¨ª mi amigo pone el ejemplo contrario de los archivos brit¨¢nicos en Kew Garden, en los que se puede acceder sin dificultad, y estalla: ¡°En mi pa¨ªs ser¨ªa impensable una ley de secretos oficiales tan restrictiva como la espa?ola, que es del tiempo de Franco¡±. Y a m¨ª me falta tiempo para recordarle: ¡°Nada de ¡®mi pa¨ªs¡¯. Ya no tienes escapatoria. Ahora tu pa¨ªs es este. As¨ª que te fastidias, como todos nosotros¡±.
En un cap¨ªtulo de Seinfeld, un dentista que acaba de convertirse al juda¨ªsmo cuenta sin parar chistes jud¨ªos, y se muestra orgulloso de una tradici¨®n de humorismo que se remonta a m¨¢s de 3.000 a?os. A mi amigo exbrit¨¢nico ya lo pueden exasperar tanto como a m¨ª todas las sinrazones de la pol¨ªtica espa?ola, pero eso no lo exime de enfurecerse tambi¨¦n contra la frivolidad irresponsable de Boris Johnson, ni de entristecerse por la deriva nacionalista de un pa¨ªs en el que desde el refer¨¦ndum del Brexit se sent¨ªa m¨¢s forastero cada vez que volv¨ªa. Uno rara vez deja del todo de ser del sitio de su origen, pero eso no es una limitaci¨®n, ni una marca obligatoria, sino un punto de partida. Es curioso que, en una ¨¦poca en la que se habla tanto de la fluidez de las identidades sexuales, est¨¦n volviendo con tanta fuerza las correosas identidades patri¨®ticas, igual que la preceptiva adhesi¨®n a la diversidad encubre tantas veces un designio de unanimidad obligatoria.
Mi amigo ha elegido dejar de ser estrechamente brit¨¢nico para no perder la amplitud y la flexibilidad de ser europeo, y le ha bastado una breve ceremonia nada solemne en un despacho para ser tan espa?ol como yo. Sin salir de su casa, porque ya estaba muy anciano, uno de los escritores m¨¢s ingleses que hayan existido, John le Carr¨¦, se convirti¨® en irland¨¦s, y esa decisi¨®n fue m¨¢s valiosa todav¨ªa porque en la pr¨¢ctica era superflua, ya que Le Carr¨¦ sab¨ªa que le quedaba poco tiempo de vida. En una alegre foto de familia que se public¨® despu¨¦s de su muerte se le ve sonriente, delante de una buena mesa, en la que no falta una botella de borgo?a, envolvi¨¦ndose en la bandera tricolor irlandesa como en un chal, un abrigo c¨¢lido contra esa intemperie en la que quedan las personas libres cuando rompen con el cepo del nacionalismo. Al ver esa foto me acord¨¦ de la aparici¨®n espectral de George Smiley, que a esas alturas deb¨ªa ya de ser m¨¢s que centenario, en una de las ¨²ltimas novelas de Le Carr¨¦, A Legacy of Spies. Smiley vive jubilado en Alemania, y le habla de sus lealtades a un antiguo colega que ha venido a visitarlo: ¡°?La Inglaterra de qui¨¦n? ?Qu¨¦ Inglaterra? ?Inglaterra a solas, ciudadano de ninguna parte? Yo soy europeo. Si tuve un ideal inalcanzable, fue el de guiar a Europa fuera de su oscuridad hacia una nueva edad de la raz¨®n¡±.
A la madre de Orlando Figes no la dejaron seguir siendo jud¨ªa y alemana, y no la habr¨ªan dejado seguir viva si no llega a escapar a tiempo
Le Carr¨¦ hab¨ªa conocido de primera mano esa oscuridad europea. Fue estudiante y luego diplom¨¢tico y esp¨ªa en una Alemania que se levantaba de las ruinas, aunque no de la culpa. Igual que John le Carr¨¦ y que mi amigo, el historiador Orlando Figes ha preferido no ser ya brit¨¢nico para seguir siendo europeo. Igual que George Smiley, Figes se ha ido a vivir a Alemania, y se ha hecho alem¨¢n. Las identidades m¨¢s f¨¦rtiles son las de ida y vuelta. Figes naci¨® en Inglaterra porque fue all¨ª donde hab¨ªa emigrado su madre, jud¨ªa fugitiva de Alemania. Nada como los grandes movimientos patri¨®ticos para generar multitudes de ap¨¢tridas. ?Habr¨¢ siempre que elegir una cosa u otra? ?Por qu¨¦ siguen teniendo tanto atractivo las identidades por amputaci¨®n, en las que para ser algo, algo en gran medida imaginario, algo tan conjetural como un adjetivo, hay que arrancarse una parte de quien uno es, negar o esconder lo que no se ajusta a la horma forzosa y arbitraria de una identidad colectiva? A la madre de Orlando Figes no la dejaron seguir siendo jud¨ªa y alemana, y no la habr¨ªan dejado seguir viva si no llega a escapar a tiempo.
Sobre la ense?anza y el escarmiento de aquel horror est¨¢ construida Europa: no sobre la gloria del origen, ni del pasado com¨²n, sino sobre la verg¨¹enza, sobre la decisi¨®n racional de superar o al menos entibiar las cegueras patri¨®ticas que hab¨ªan llevado en l¨ªnea recta al matadero. Tal como est¨¢ el mundo, no quedan muchos m¨¢s sitios en los que buscar refugio. Mi amigo exbrit¨¢nico William Chislett, John le Carr¨¦, Orlando Figes, yo mismo, somos privilegiados. La nueva verg¨¹enza de Europa es que solo ofrezca fronteras herm¨¦ticas y alambradas a quienes vienen huyendo de la miseria y la persecuci¨®n.
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