A?o de retiradas
Hay ahora entre muchas personas un impulso de apartarse de todo de eso que en ingl¨¦s se llama la carrera de ratas
Hay grandes artistas de la retirada, como los hay de la mundanidad, pero yo creo que cada vez m¨¢s, seg¨²n se vuelven convulsos los tiempos, nos vamos inclinando por los de la primera escuela, los maestros que han preferido el retiro a la exhibici¨®n, la contenci¨®n a la desmesura, Juan Gris m¨¢s que Picasso, por ejemplo, Vallejo o Idea Vilari?o que el desp¨®tico y desaforado Neruda, Julio Ram¨®n Ribeyro que Carlos Fuentes o Garc¨ªa M¨¢rquez. Acaba de publicarse, p¨®stumamente, el cuarto volumen de la biograf¨ªa ingente de Picasso a la que dedic¨® John Richardson una gran parte de su vida, aunque solo le dio tiempo a llegar a 1943. La biograf¨ªa se quedar¨¢ sin continuidad, probablemente, porque no hay nadie en el mundo que sepa m¨¢s de Picasso que John Richardson, y tambi¨¦n porque ese artista que domin¨® el siglo XX se va quedando algo disminuido en el XXI, por fortuna menos propenso a ese tipo de genialidades tan curiosamente cercanas al monote¨ªsmo. El primer estremecimiento hondo que recib¨ª este a?o en una galer¨ªa fue el de las fotos de un artista tan retirado y contemplativo como Paco G¨®mez, y este largo declive oto?al de 2021 ofrece en Madrid un abanico de pintores solitarios y raros, cada uno trabajando en el retiro de su ciudad y de su mundo interior, Giorgio Morandi, Ren¨¦ Magritte, Guillermo P¨¦rez Villalta. Y ahora me acuerdo de que tambi¨¦n tuvimos una exposici¨®n memorable de aquella gran fugitiva que fue Georgia ?O¡¯Keeffe, retirada muy pronto de Nueva York a Nuevo M¨¦xico, y enraizada desde entonces all¨ª como un campesino a su tierra, como Morandi a Bolonia, Magritte a Bruselas, P¨¦rez Villalta al litoral ventoso de Tarifa, como lo estuvo Carmen Laff¨®n a sus paisajes salinos de la desembocadura del Guadalquivir y la bah¨ªa de C¨¢diz.
Admiramos a los artistas que todav¨ªa trabajan con sus manos por los regalos de belleza que nos ofrecen y porque en su entrega a lo que hacen hay una lecci¨®n ¨¦tica, la del trabajo gustoso, la de la honestidad de lo arduo y lo tangible en una ¨¦poca en la que especuladores y vendedores de humo y promotores de s¨ª mismos dominan el mundo, y en el que personas que hacen de verdad trabajos esenciales est¨¢n sometidas a la m¨¢s cruda explotaci¨®n y a la precariedad sin esperanza, a la indiferencia, a la invisibilidad. Una jornada laboral de Morandi era tan larga y tan concentrada como la de un maestro relojero. Hay ahora entre muchas personas un impulso de retirada hacia la lentitud, por rebeld¨ªa contra la dictadura espasm¨®dica de la aceleraci¨®n, una desgana de someterse a chantajes empresariales que roban las horas del d¨ªa a cambio de promesas de dinero que no compensan nada, un elegir el tono menor y hasta apartarse de todo eso que en ingl¨¦s se llama la carrera de ratas. Hay quien elige emboscarse, en el sentido literal de la palabra que utiliza el gran Joaqu¨ªn Ara¨²jo, fundador solitario de bosques, y que recuerda Javier Morales en un libro en s¨ª mismo retirado y discreto, Las letras del bosque, que acaba de llegar a mis manos en este diciembre de recapitulaciones. Javier Morales es un escritor de prosa a la vez combativa y po¨¦tica, en la vena ecologista del propio Ara¨²jo y de otros maestros, sobre todo americanos, que ahora, y no por casualidad, est¨¢n teniendo una resonancia que no tuvieron nunca, activistas simult¨¢neos de la justicia social, los derechos civiles y la defensa de la naturaleza, Emerson, Thoreau, Grace Paley.
Hay vasos comunicantes de lecturas y de visiones est¨¦ticas. Hay libros hechos de vasos comunicantes entre vidas que no se relacionaron entre s¨ª. En Una vida tranquila, otro cap¨ªtulo en las artes de la retirada, Coradino Vega cuenta en breves episodios que sutilmente se comunican entre s¨ª las vidas de unos cuantos artistas dispersos por el mundo que ten¨ªan unas cuantas cosas esenciales en com¨²n, y adem¨¢s las de unos monjes benedictinos que fueron asesinados en Argelia en los a?os noventa por terroristas isl¨¢micos, seg¨²n el relato de aquella pel¨ªcu?la de Xavier Beauvois, De dioses y hombres, que parece animada por el aliento de Zurbar¨¢n y de Thomas Merton. Giorgio Morandi es, por supuesto, uno de los maestros en los que se fija Vega: y junto a ¨¦l, la poeta americana Jane Kenyon y el compositor catal¨¢n Frederic Mompou, cada uno de los cuales lo lleva a otros vasos comunicantes, a Fray Luis de Le¨®n en Salamanca, a Emily Dickinson, a Simone Weil, a la retirada de Benjamin Britten a su pueblo costero de Aldeburgh, en el que ten¨ªa sus ra¨ªces personales y tambi¨¦n el manantial originario de su memoria ¨ªntima y por lo tanto de su m¨²sica.
La poeta, el compositor, el pintor, los monjes, han encontrado la manera de retirarse del mundo para cumplir tareas que exigen un m¨¢ximo de soledad y tambi¨¦n la de fundirse de un modo u otro en la fraternidad de sus semejantes
Entre personas tan distintas, arraigadas en lugares tan alejados entre s¨ª, Coradino Vega encuentra afinidades profundas, todas las cuales sin duda despiertan un eco en ¨¦l mismo, en su propia actitud hacia la literatura, el trabajo y la vida. Se puede ser muy confesional sin usar en ning¨²n momento la palabra ¡°yo¡±. Hasta los dos golpes en seco de la crisis financiera y luego de la pandemia, casi todo el mundo dedicado a las artes alimentaba la fantas¨ªa de una extraterritorialidad menos cosmopolita que globalizada, en paralelo a las deslocalizaciones de la econom¨ªa y al fluir sin ninguna traba de las corrientes financieras, no as¨ª de los trabajadores ni de los pobres. Cada uno de estos personajes elegidos por Vega mantiene una relaci¨®n nutritiva y org¨¢nica con el lugar en el que est¨¢ asentado, que no tiene por qu¨¦ ser el de su origen, pero hacia el que tiene lazos indestructibles de lealtad. Morandi vivi¨® toda la vida en Bolonia, y los colores y las formas de sus cuadros, incluso de los bodegones, son los de su ciudad natal, hasta los del patio que ve¨ªa desde la ventana de su estudio. Jane Kenyon, nativa de las llanuras casi ¨¢rticas fronterizas con Canad¨¢, escribi¨® lo mejor de su poes¨ªa en una granja en los bosques de Nueva Inglaterra. Los monjes de Xavier Beauvois vinieron de Francia, pero eligieron vivir en un convento de Argelia, consagrados a la contemplaci¨®n, al trabajo manual y a la asistencia a los despose¨ªdos, y tambi¨¦n eligen morir all¨ª, aunque podr¨ªan f¨¢cilmente haber huido hacia la seguridad. La poeta, el compositor, el pintor, los monjes, han encontrado la manera de retirarse del mundo para cumplir tareas que exigen un m¨¢ximo de soledad y tambi¨¦n la de fundirse de un modo u otro en la fraternidad de sus semejantes. No puede haber m¨¢s nobleza en una retirada.
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