¡®Love song¡¯: Carlos Zan¨®n le pone banda sonora al amor
Tres m¨²sicos en la carretera protagonizan la historia de romance, amistad, violencia y desolaci¨®n de la ¨²ltima novela del escritor barcelon¨¦s, que se publica este jueves 13 de enero. ¡®Babelia¡¯ adelanta los primeros cap¨ªtulos
1
T¨²nel carpiano
Se fueron de su mano izquierda. Todos, los cinco dedos. Se largaron en mitad de la cena. No tuvieron ni la delicadeza de avisar o dejar alg¨²n dedo en la mano. Su fuga, la de todos, los cinco, no cogi¨® por sorpresa a Eileen. Desde el principio del concierto supo que aquellos dedos iban a acabar haciendo precisamente lo que hicieron, pero ten¨ªa la esperanza de que aguantar¨ªan hasta los postres. No fue as¨ª.
Dese¨® que nadie se hubiera dado cuenta, pero Jim ya la estaba mirando cuando los ojos de ella se clavaron en los de ¨¦l. Los ojos de Eileen eran de esos que no piden permiso para mirar. El ocasional bajista, Jim, se acerc¨® a ella como un soldado en una vieja pel¨ªcula que simulara la Gran Guerra: trincheras, humo, cables, pedales y trozos de cinta aislante. Jim, despu¨¦s de tantos a?os, estaba inmunizado ante esa mirada, pero casi todo lo que Jim sab¨ªa de cualquier cosa lo hab¨ªa escuchado en alguna canci¨®n y, a veces, eso resultaba confuso en su cabeza. Desd¨¦mona o Medusa, esos ojos ya no pod¨ªan convertirle en piedra, pero deb¨ªa reconocer que segu¨ªan dificult¨¢ndole los primeros instantes de cualquier acercamiento. Eileen, consciente de ello, no pod¨ªa ordenar nada a sus ojos, pero pod¨ªa bajar la cabeza y retirar los ojos, como si se tratara de un animal bebiendo agua. En el aire, acoples y distorsi¨®n. A la distancia de una bayoneta la cara de Jim, su marido, a¨²n intentaba, sin mucha fortuna, no mostrar preocupaci¨®n.
¡ª Deber¨ªa cort¨¢rmela.
Eileen era la r¨ªtmica de Prima Donnas, quien daba la cara, un paso por delante del resto, frente al micro. Cantaba a gritos y su aportaci¨®n a la guitarra era fijar con acordes la melod¨ªa, por eso nadie a excepci¨®n de ellos dos not¨® la posici¨®n extra?a de esa mano izquierda con los dedos huidos.
El resto confundi¨® la violenta frustraci¨®n de Eileen ante aquella desobediencia con la rabia el¨¦ctrica de otras veces. La otra guitarra, Melanie ¡ª loca y sorda o sorda y loca, dependiendo del d¨ªa y el novio¡ª, llen¨® los huecos necesarios para que aquello siguiera sonando como hab¨ªa sonado: enorme, embarullado, puno contra hueso.
?Qui¨¦n del p¨²blico iba a echar de menos sus cinco dedos?
Eran ya los bises de aquella ¨²ltima actuaci¨®n antes del final de los finales de la banda. Aquellos dedos desagradecidos podr¨ªan haberse esperado a los t¨ªtulos de cr¨¦dito. Deber¨ªa amput¨¢rselos. Los dedos. La mano. El brazo.
Uma, la bajista, se hab¨ªa negado a volver con ellas. Perdieron cach¨¦. Incorporaron a Jim a la banda de chicas.
Recuperaron cach¨¦. Uma quiso volver. Sus llamadas no fueron atendidas. El cach¨¦ ni se sinti¨® aludido.
¡ª Sigo pensando que es el t¨²nel carpiano ¡ª le grit¨® al o¨ªdo Jim.
Una buena teor¨ªa, la del t¨²nel carpiano, un mal de guitarristas. Una presi¨®n excesiva en los nervios de la mu?eca que puede llegar a debilitar los dedos.
S¨ª, seguro que se trataba de eso.
Podr¨ªa serlo si no fuera por los calambres musculares que la atacaban, incluso dormida, en manos y pies.
Podr¨ªa serlo si sus ¨²ltimas ca¨ªdas ¡ª divertidas, recurrentes, algunas a solas, silenciosas, nunca reveladas¡ª hubieran sido causadas por el calzado, el alcohol, el suelo mojado o ese serr¨ªn traicionero de viejos lavabos.
Podr¨ªa serlo si no supiera qu¨¦ le pas¨® a t¨ªo Ronnie.
Pero lo sab¨ªa.
¡°Dale una oportunidad al t¨²nel carpiano ¡ª se dijo esa noche¡ª. Eres demasiado joven. No puedes tener tan mala suerte.¡± La reuni¨®n con las chicas estaba siendo divertida y excitante. Las actuaciones, explosivas. Aquella m¨²sica nunca hab¨ªa sido mentira y tampoco lo era esa noche en que la estaban despidiendo. ¡°Prohibida la mala suerte¡±, pens¨® mientras Jim la atra¨ªa hacia s¨ª con un abrazo para incrustarle los dientes en la nuca.
Ajena a todo eso, Melanie, furiosa y acelerada, hab¨ªa empezado Sad Tomorrow.
¡ª Venga, idiota, no la vamos a dejar sola ¡ª grit¨® Eileen a Jim con el volumen apagado de su Gibson, colgada a su cuello como el escudo de Steve Rogers.
Se acerc¨® al micro sostenida por tacones como pies de copa de champ¨¢n, ce?ido el vestido de novia abandonada, rasgado aqu¨ª y all¨¢, buen escote, tetas planas y sujetador violeta. Al llegar, all¨ª, en medio del escenario, con los pies hundi¨¦ndose en la moqueta sucia, empez¨® a gritar porque gritar a¨²n pod¨ªa, gritar en medio de aquella m¨²sica poderosa, joven, invencible, eso a¨²n pod¨ªa hacerlo y es lo que hizo: gritar y gritar.
2
El plan
Un sof¨¢ rojo.
Recostado en ¨¦l, con una toalla h¨²meda tap¨¢ndole el rostro, Jim.
Escuchando y reconociendo algunas voces.
La de Cowboy hablando con Juli¨¢n, que le toc¨® la punta de la bota, y Jim, alzando un instante la toalla, le gui?¨® un ojo como se supone que hac¨ªan los bucaneros. Despu¨¦s de actuar con Eileen y Prima Donnas en ese festival a finales de mayo, Cowboy y ¨¦l lo hab¨ªan hecho en un par de temas con la banda de Juli¨¢n.
Por encima de su cabeza el zumbido de una enorme nevera de bar se interrump¨ªa cada vez que alguien abr¨ªa sus puertas superiores: botellas de cerveza, latas de Coca-Cola, aguas en pl¨¢stico y dos latas de un brebaje desconocido rodando de un lado a otro sin que nadie pasara a la sensata acci¨®n de enderezarlas, beb¨¦rselas o darles un tiro en la nuca. Gente que no importaba entrando y saliendo.
Jim se dejaba guiar por el tono ¨¢spero y pausado de la voz de Juli¨¢n para no escuchar nada m¨¢s. En un escenario apocal¨ªptico en el que desaparecieran todas las ciudades, Madrid podr¨ªa volver a fundarse a partir de la manera de hablar de Juli¨¢n. Est¨¢ viejo, gordo y asustado, se dec¨ªa Jim al mismo tiempo que se sent¨ªa mal por hacerlo: aquel tipo era el autor de grandes canciones, un colega generoso, pero el p¨¢nico de Juli¨¢n convocaba al suyo en ese juego tramposo de adivinar el futuro con el presente de los otros.
¡ªEntonces, ?cu¨¢l es vuestro plan? ¡ª pregunt¨® Juli¨¢n, y en su voz Jim crey¨® escuchar miedo, temblor, r¨®tulas casta?eando, porque ya nadie pensaba en Juli¨¢n cuando se urd¨ªa un plan.
¡ªTodo es cosa de ¨¦ste ¡ª contest¨® Cowboy, mano ensortijada de anillos de plata alrededor de una botella de Alhambra.
Jim, resignado, baj¨® la toalla por debajo de la barbilla y se enderez¨® un poco, dispuesto a dar batalla a Cowboy.
Andaba Jim por los primeros a?os de la treintena y era guapo de esa manera desmanada en que uno acaba olvidando que lo es. Llevaba por aquella ¨¦poca su pelo casta?o cortado a dentelladas por las tijeras de Eileen. Ojos grandes y melanc¨®licos, debajo de unas cejas pobladas, p¨®mulos con poca carne y nariz desviada por un rodillazo en una pelea de cr¨ªos. No muy alto ni muy delgado. Jim se desenvolv¨ªa pr¨¢ctico y resuelto, como alguien que vive convencido de que, de ser necesario, podr¨ªa marcar en el ¨²ltimo minuto. Ese tipo de persona.
Todo lo contrario que Cowboy, para quien la realidad dentro y fuera era todo lo mismo y a la vez. Nada parec¨ªa empezar y acabar para ¨¦l, no hab¨ªa mejores o peores ¨¦pocas ni m¨¢s o menos amor en aquel momento que en cualquier otro. Era alto y desgarbado, flaco. Vest¨ªa de negro, como reci¨¦n salido de un blues. Luc¨ªa largo su pelo negro encanecido, recogido en una coleta como de soldado a las ¨®rdenes de Gengis Khan, padre de todos los europeos. Nariz aguile?a, ojos vulgares, los rasgos de la cara parec¨ªan de barro si ven¨ªan despu¨¦s de demasiados d¨ªas perdidos, demasiado alcohol y demasiada coca¨ªna. Ten¨ªa quince a?os m¨¢s que Jim pero aparentaba treinta m¨¢s. Botas viejas, siempre las mismas y pendientes de lustre, sobre las que presumiblemente ment¨ªa de forma tenaz al decir que se las hab¨ªa dado Tom Petty. Vaqueros y una cazadora vaquera hiciera fr¨ªo o calor, Cowboy era profundo si lo es un laberinto.
Julia, la mujer de Juli¨¢n, abri¨® la puerta para requerir algo a ¨¦ste. Antes, salud¨® al resto. Entr¨® detr¨¢s de ella Eileen, cuya sed la imant¨® hacia la nevera. De ¨¦sta cogi¨® sendas botellas de agua como si previamente hubiera pactado aquel bot¨ªn con Julia.
Jim ten¨ªa sed, pero a¨²n no sab¨ªa de qu¨¦. Eileen se hab¨ªa sentado encima de ¨¦l y andaba tratando de abrir su botell¨ªn. Jim quiso ayudar y le cogi¨® el culo de la botella, pero ella se neg¨® casi con violencia. ?l abri¨® la mano y liber¨® el botell¨ªn. Eileen lo consigui¨® con la izquierda y como premio bebi¨® hasta saciarse. Luego, le ofreci¨® lo que quedaba a Jim, que lo vaci¨®. Casi furtivamente, ¨¦ste le cogi¨® esa mano y le cubri¨® los dedos como si pudiera hac¨¦rselos nuevos d¨¢ndoles calor. Ella no los retir¨®.
¡ªBueno, t¨², vaquero... ?te vienes con nosotros o qu¨¦?¡ª pregunt¨® Eileen.
¡ªCreo que paso.
¡ª?Y eso?
¡ªIgual grabo algo con Ra¨²l.
¡ª?Nuestro Raulito? ¡ª inquiri¨® Juli¨¢n. El silencio le dio la raz¨®n.
Jim estaba a punto de felicitarle por la noticia, que desconoc¨ªa y envidi¨® como siempre envidiaba todo ¡ª le gustaba que todo le pasara a ¨¦l sin tener forzosamente que quit¨¢rselo a nadie¡ª , pero le interrumpi¨® el gesto de Eileen sac¨¢ndole la lengua a Cowboy, mitad estoy bromeando, mitad te odio, en aquel c¨®digo de ellos dos, intransferible y exclusivo.
Cowboy y Eileen.
Eileen y Cowboy.
Ambos parec¨ªan saberse siempre l¨ªneas y movimientos de cualquier escena en la que aparec¨ªan. R¨¦plicas y contrarr¨¦plicas brillantes que eran agujeros negros para quien entrara sin avisar. El personaje m¨¢s lastimado, obviamente, era el de Jim, siempre con menos texto y lucidez de los que al actor que interpretaba a Jim le hubiera gustado. Al principio esa dramaturgia, esa complicidad, le pon¨ªa de mala hostia. Le agotaba tanta esgrima, tanto estar siempre en guardia ante lo que se dec¨ªa, lo que se quiso decir, lo que igual no se dijo. Pero con los anos hab¨ªa aprendido a dejarlo estar, a aceptar que aquellos dos estaban unidos por una membrana que ni ¨¦l ni nadie pod¨ªa perforar. ?l ten¨ªa el cuerpo y el coraz¨®n de la chica ¡ª ese cuerpo menudo y caliente que en ese momento ten¨ªa encima suyo, con ese olor que reconocer¨ªa entre todos los olores¡ª , mientras que Cowboy ten¨ªa parte del cerebro y el amor de ella que no se alojaba en el deseo. No era el mejor trato del mundo, pero s¨ª el mejor posible y ¨¦l lo hab¨ªa aceptado finalmente.
¡ª?Y despu¨¦s de Ra¨²l...? ¡ª pregunt¨® Eileen.
¡ªLuego tengo cosas.
¡ªOh, s¨ª. Por supuesto. Cosas.
¡ªPuedes apuntarte cuando quieras ¡ª intervino Jim ya definitivamente operativo¡ª. Navegaremos bajo bandera falsa. Hasta hemos cambiado de agencia. Nada de Prima Donnas, nada de Avi?¨®n, nada de Cowboy... Igual pillamos un bater¨ªa. Hab¨ªamos pensado en Telmo, el del Rock-Star. ?Lo conoces? Y si t¨² no te apuntas, igual buscaremos otro guitarra, no s¨¦... Se lo he comentado a ?bon. ¡ª A Juli¨¢n se le estruj¨® el h¨ªgado. Jim se percat¨® de su torpeza: "?Por qu¨¦ no pens¨¦ en ¨¦l?"¡ª. Tambi¨¦n pensaba propon¨¦rtelo a ti, Juli¨¢n. Cerramos en Tarifa. All¨ª me apunto con los Egon Soda a dos actuaciones en el Tres Culturas o Tres Pa¨ªses, no s¨¦ c¨®mo se llama aquello... Y en medio nuestro Cutre Lux Tour: campings, baretos, fiestas de santoral...
¡ªPero ?para qu¨¦ toda esa bobada, Jim? ¡ª le solt¨®
Cowboy.
¡ªEl rey regresa a casa disfrazado de mendigo para saber cu¨¢nto le quieren sus s¨²bditos ¡ª se?al¨® Eileen, y Jim, que ten¨ªa enredados los dedos en su pelo, le dio un tir¨®n.
¡ª?No te apetece volver a tocar por tocar, que te digan que no les gusta lo que tocas o c¨®mo tocas...?
¡ªYo ya toco por tocar. A m¨ª ya me lo dicen. Eres t¨² el famoso, el que ya no sabe qu¨¦ toca, el de la tele y el concurso...
"Hace de eso tres a?os, gilipollas", se call¨® Jim. Su participaci¨®n en aquel concurso era un tema que entre m¨²sicos como Cowboy o Juli¨¢n le hac¨ªa sentirse inc¨®modo.
¡ªVete a la mierda. Un verano tocando, bebiendo, riendo, comiendo y volviendo al principio, cuando ¨¦ramos guapos, j¨®venes y escoceses. Tocaremos los aut¨¦nticos ¨¦xitos del verano y no tus temas prehist¨®ricos y oscuras caras b de mierda...
Cowboy dej¨® el envase vac¨ªo de cerveza y, apoyado contra una tabla que hac¨ªa de mesa, cruz¨® los brazos y mir¨® a sus amigos con casi sincera curiosidad. ?Deb¨ªa creerle?
?Pod¨ªa ser ¨¦se el motivo? Sab¨ªa que Jim se marchaba en oto?o a Londres para darse el capricho de grabar con un viejo productor brillante unas cuantas canciones que acabar¨ªan desmenuzadas y saldadas en la red. Y Cowboy pod¨ªa entender que le apeteciera esa chorrada de ni?o rico de sentirse m¨²sico feriante, pero ?Eileen no ten¨ªa nada que decir?
?sta andaba con la cabeza baja hasta que not¨® la mirada de Cowboy.
¡ª?Y t¨²...? ?T¨² por qu¨¦ lo haces? ¡ª le pregunt¨® como si Jim no estuviera all¨ª.
¡ª Me encantan los buenos finales.
Eileen era una buena raz¨®n para apuntarse a ese largo adi¨®s de un par de meses ahora que ya no ten¨ªa domicilio en Barcelona. Del ¨²ltimo piso, su padre, Centauro, lo hab¨ªa largado con la excusa, Hijo de la Gran Puta, de que necesitaba alquilarlo, ¨¦l, que ten¨ªa dos o tres m¨¢s. Todas sus cosas estaban o deber¨ªan estar en un trastero. En alg¨²n lugar deb¨ªa tener el comprobante con la fecha l¨ªmite del alquiler que le hab¨ªa pagado Centauro. Pero antes de que Cowboy pudiera verbalizar su indecisi¨®n o dejarse una puerta abierta, Jim habl¨®:
¡ªEso s¨ª, si vienes, te quiero bien.
¡ªVete a la mierda, carita guapa.
La mirada de Eileen se clav¨® como una estaca de madera donde Jim deber¨ªa haber tenido un coraz¨®n. "No hay para tanto, joder. Vosotros os dec¨ªs cosas peores", hubiera querido decirle ¨¦l. "Pero t¨² no eres nosotros ¡ª le habr¨ªa contestado ella¡ª. T¨² no sabes d¨®nde y c¨®mo golpear."
¡ªNo le hagas caso. Vente. Nadie va a cuidar de nadie.
Cowboy cogi¨® otra Alhambra de la nevera, la abri¨® y, sin contestar, sali¨® a la fresca. Enseguida dio un primer trago lo m¨¢s largo que pudo. Estaba molesto pero tampoco sab¨ªa decir por qu¨¦. Era una mezcla de sentimientos pisoteados, de sensaciones arriba y abajo que sabe que mal manejadas acabar¨¢n en el filo infectado. Al encenderse el cigarro le temblaban las manos. Supo qu¨¦ necesitaba en esos momentos. Distingui¨® un corro de gente conocida, m¨²sicos, roadies, se?ores y se?oras invitados, y se dirigi¨® hacia ellos, arrastrando un poco la pierna jodida, la pierna que no hab¨ªa soportado una ca¨ªda de cuatro pisos, la pierna dolorida como siempre despu¨¦s de una actuaci¨®n. No eran celos, nunca fueron celos.
Era algo m¨¢s complejo que nunca hab¨ªa sabido expresar con palabras, s¨®lo con canciones.
Love Song
Salamandra, 2021
352 p¨¢ginas, 20 euros.
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