Una ¡®Cenobia¡¯ para el siglo XXI: la Compa?¨ªa de Teatro Cl¨¢sico lleva a Calder¨®n al presente
David Boceta acerca los abusos de poder descritos en la obra original, firmada en 1625, a la pugna pol¨ªtica de nuestros tiempos
Si toda la vida es sue?o, so?emos con un gobierno mejor. La gran Cenobia, tragedia en la que David Boceta dirige al elenco joven de la Compa?¨ªa Nacional de Teatro Cl¨¢sico, fue compuesta por Calder¨®n a comienzos de 1625, cuando ten¨ªa apenas 25 a?os. El rey Felipe IV iba a cumplir los 20. Escrita a la manera de los tratados para educaci¨®n de pr¨ªncipes, esta obra did¨¢ctica enfrenta la figura idealizada de Cenobia, valerosa reina siria del siglo III, con la de Valeriano, emperador de Roma embebido de s¨ª mismo y sordo a las demandas de sus ciudadanos.
En versos bien temperados, sus coprotagonistas hablan del abuso de poder y de la variabilidad de la fortuna, temas que Calder¨®n vuelve a abordar en La vida es sue?o cuatro a?os despu¨¦s, con mucha m¨¢s profundidad dram¨¢tica: Segismundo es un personaje de mayor enjundia que la suma de Valeriano y Cenobia, pues la reuni¨®n del mal y el bien en su propia persona produce en el inter¨¦s del p¨²blico un crecimiento exponencial. El emperador romano y la reina semita son criaturas de una sola pieza, mientras que el pr¨ªncipe polaco es un sujeto dial¨¦ctico. En vez de profundizar en los temas mencionados, Luis Sorolla, autor de esta versi¨®n dirigida por Boceta, ha tra¨ªdo a escena por los pelos otro asunto no menos vigente, pero ajeno a la obra original: la lucha pol¨ªtica por imponer un relato de los acontecimientos que sirva a los intereses de una parte.
Escrita solo cuatro a?os despu¨¦s, ¡®La vida es sue?o¡¯ abordar¨¢ con m¨¢s profundidad la cuesti¨®n del poder y la fortuna
Lo que sabemos hoy sobre la autor¨ªa y el car¨¢cter de los sucesos que jalonaron el reinado de Cenobia es poco y contradictorio. Subi¨® al poder tras los asesinatos de su marido, el rey Odenato, y del pr¨ªncipe heredero, hijo de su esposa anterior, pero se ignora si lo ejecutaron por orden de un opositor, del emperador romano o de la propia Cenobia para dejar libre el camino al trono a su hijo Vabalato. Es incierta tambi¨¦n la suerte que corri¨® la reina de Palmira tras su derrocamiento. Ante el abanico de dudas que suscita su figura legendaria, Sorolla vetea el texto de Calder¨®n con un ramillete de reflexiones en las que viene a se?alar que la verdad absoluta no es de este mundo y que la verdad inmediata es una materia con la que mandatarios, literatos y periodistas hacen talleres de papiroflexia.
Este tema tan atractivo no encuentra cauce en la obra de Calder¨®n, o lo encuentra con pie forzado y solo al final, en un ep¨ªlogo defendido con galanura por Isabel Rodes, cuya Cenobia se pregunta vehementemente qui¨¦n fue en realidad esa reina cuya voz siguen usurpando historiadores y libretistas. Otros personajes se dirigen al p¨²blico, como en los montajes de Bertolt ?Brecht, para sugerirle mediante el relato de alg¨²n hecho pret¨¦rito (el origen de la fortuna de los Rothschild, por ejemplo) que el poder pol¨ªtico es feudatario del poder financiero. Puestos a hacer apartes, bien podr¨ªa haberse preguntado ir¨®nicamente alguno de los personajes subalternos de esta funci¨®n ¡ªparafraseando unos versos en los cuales Brecht combate la idea de que la historia avanza solo a hombros de gigantes¡ª si Cenobia no llev¨® consigo siquiera un cocinero en su arriesgada conquista del vasto territorio comprendido entre Ankara y la frontera de Libia con Egipto.
La escenograf¨ªa de Almudena Bautista se articula en torno a un tablado y un tel¨®n, ofrece un terreno de juego similar al escenario en dos alturas de los corrales de comedias y permite trazar los itinerarios de ida y vuelta, ascendente y descendente, de ambos protagonistas, pero tambi¨¦n los de Astrea, Decio ¡ªgeneral derrotado y futuro emperador¡ª y una pareja de conspiradores. Rodes sacrifica en el altar de su caudalosa y magn¨¦tica Cenobia la posibilidad de encontrarle otros matices. Jos¨¦ Juan Rodr¨ªguez hace llegar alto y claro el discurso de Aureliano (tambi¨¦n su soberbia, que evoca la de mandatarios no tan lejanos). Mikel Arostegui acompa?a el tr¨¢nsito de Decio desde la postraci¨®n a la majestad como el junco que vuelve a erguirse tras ser pisado por un animal. La Irene de Marta Guerras es una bella y dulce sierpe, enroscada en el torso del l¨¢bil Libio de Jos¨¦ Luis Verguizas. Irene Serrano se apropia con inteligencia tanto del discurso de Sorolla como del de Calder¨®n. Cristina Arias le presta presencia a Crotilda y el resto del elenco, en fin, interpreta convencido a un entregado coro de soldados, mensajeros e instrumentistas. La m¨²sica de Antonio de Cos orquesta un clima b¨¦lico, sin modulaci¨®n.
El montaje de Boceta se despega menos del esp¨ªritu calderoniano que la versi¨®n de Sorolla. Suced¨ªa al rev¨¦s con la adaptaci¨®n de Ignacio del Moral dirigida por Ernesto Caballero en 1987, cuya puesta en escena identific¨® la guerra de Palmira contra Roma con el combate del Gobierno nicarag¨¹ense contra insurgentes financiados por EE UU en los a?os ochenta para derrocarlo.
¡®La gran Cenobia¡¯. Texto: Calder¨®n de la Barca. Direcci¨®n: David Boceta. Teatro de la Comedia de Madrid. Hasta el 6 de marzo
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