La basura no tiene coraz¨®n

La huella de la compa?¨ªa La Zaranda es evidente en el teatro de Jos¨¦ Troncoso. ?l mismo ha declarado con orgullo esa influencia en la b¨²squeda de su propio estilo (aquella se fund¨® en Jerez y ¨¦l naci¨® en C¨¢diz), que se advierte como un eco feliz en algunos montajes que ha estrenado con su grupo La Estampida, sobre todo Las princesas del Pac¨ªfico (2015) y Lo nunca visto (2018). Tambi¨¦n, aunque quiz¨¢ m¨¢s lejano, en otros que ha puesto en pie para otras formaciones, como Ferreter¨ªa Esteban. Con lo bien que est¨¢bamos (2018). Se observa igualmente en Los despiertos, obra que ha escrito y dirigido por encargo de los tres actores que la interpretan, estrenada el mes pasado en el Teatro del Barrio de Madrid. El esperpento, los personajes a la deriva, la po¨¦tica jonda, la repetici¨®n de frases sentenciosas a modo de estribillo. Lo que ocurre es que en esta se nota demasiado. Tal vez porque esa herencia no se ha digerido lo suficiente en esta ocasi¨®n.

La historia es sencilla. Es una sucesi¨®n de discusiones que mantienen durante su jornada laboral tres barrenderos que limpian las calles de noche. El turno invisible de un trabajo invisible. No son di¨¢logos realistas en los que se desarrollen argumentos complejos, sino conversaciones minimalistas basadas en la repetici¨®n de preguntas metaf¨ªsicas y m¨¢ximas existenciales: ?qu¨¦ viene despu¨¦s de la vida?, ?para qu¨¦ trabajamos?, ?qu¨¦ es el tiempo? Son cuestiones b¨¢sicas, pero el marco en el que surgen ¡ªla noche planteada como un espacio en suspensi¨®n, reverso del d¨ªa y de la propia vida¡ª propicia momentos de gran belleza po¨¦tica. ¡°La basura no tiene coraz¨®n¡±, le dicen sus compa?eros a uno de ellos que ha sido abandonado por la novia a la que maltrataba y que escarba en el cubo a la busca de no se sabe qu¨¦. Vamos descubriendo as¨ª tambi¨¦n la personalidad de los protagonistas, que tampoco son personajes realistas sino arquetipos sociales ¡ªse llaman el Mayor, el Mediano y el Fino¡ª interpretados en clave de clown. El conjunto es coherente, pero se abusa tanto de la reiteraci¨®n de sentencias que muchas acaban perdiendo fuerza. La m¨²sica con la que se pretende subrayar el efecto dram¨¢tico de algunas escenas resulta a veces redundante y se echa de menos un mayor juego esc¨¦nico para acompa?ar el juego con las palabras. Como si todo se hubiera fiado en exceso a la f¨®rmula Zaranda.

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